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jueves, 26 de diciembre de 2019

No separamos el nacimiento de Jesús de la Pascua uniendo la alegría de la navidad con lo que tiene que ser nuestra entrega de amor hasta el martirio como Esteban


No separamos el nacimiento de Jesús de la Pascua uniendo la alegría de la navidad con lo que tiene que ser nuestra entrega de amor hasta el martirio como Esteban

Hechos 6, 8-10; 7, 54-60; Sal 30; Mateo 10, 17-22
Las pajas del pesebre que hizo de cuna de Jesús están manchadas de sangre. Por mucho que queramos adornar de una imagen bucólica el lugar donde fue recostado Jesús nada más nacer, no podemos restarle la pobreza y la dureza llena de sinsabores de unas frías pajas en un pesebre casi abandonado en los helados campos de Belén. ¿Será un anuncio de pascua?
No sé si habréis dormido en un duro y frío colchón de paja. No me avergüenzo de confesarlo que en mi niñez era habitual en la pobreza de nuestras casas los colchones se llenaran de paja, de los arropes que se quitaban a las piñas de maíz (fajina del millo decimos en nuestra tierra canaria) y a lo sumo de clines que si en principio podrían parecer esponjosos pronto se llenaban de nudos y durezas y su polvillo levantaba picores nada cómodos en nuestros cuerpos. Yo lo viví y agradezco a mi familia una pequeña almohada en este caso rellena de lana de oveja que aún conservo que era lo único suave que encontraba en mi dormir infantil.
Válganos este como paréntesis que nos hemos hecho para ayudarnos en la reflexión que pretendemos hacernos. Ya decíamos que las pajas del pesebre que hizo de cuna de Jesús recién nacido están manchadas de sangre. Hoy en el primer día de Navidad celebramos un martirio, el protomártir Esteban. Podría parecernos que no cabe en la alegría de la fiesta que estamos celebrando el que aparezca la muerte, en que aparezca el martirio. Pero ¿qué es el martirio sino la más sublime ofrenda de amor cuando entregamos la vida? ¿Qué es lo que estamos celebrando en estos días sino el amor de Dios que nos entrega a su Hijo para nuestra salvación que realizará la más sublime prueba de amor cuando en la pascua se entrega por nosotros?
Ya lo tenemos dicho todo, podríamos casi concluir. Esa sangre que hemos querido ver junto a la cuna de Jesús aquí la tenemos reflejada en el martirio de Esteban pero que nos está recordando mucho más. No tendría sentido profundo la alegría de la fiesta que estamos celebrando si no va acompañada de esa ofrenda de amor de nuestra vida. Y aunque el amor nos lleva por caminos de plenitud, el amor duele muchas veces porque nos cuesta darnos, nos cuesta arrancarnos de nosotros mismos; es ese frío que se nos mete en el corazón, son esas durezas que tantas veces nos aparecen y que nos hieren el alma, es el sacrificio que tantas veces tenemos que hacer de nuestro yo, nuestros apegos, nuestras comodidades o nuestras rutinas.
Es la ofrenda de amor de nuestra vida que día a día tenemos que ir renovando en nosotros para que podamos darle sentido de plenitud a todo lo que hacemos. Nos lo está recordando el martirio de Esteban. Había sido elegido para el servicio, formaba parte de aquel grupo de los siete diáconos escogidos para que en la comunidad prestaran el servicio a las viudas y a los huérfanos, a los pobres, pero pronto su entrega se transformó en ardor por el evangelio y aquel hombre lleno de fe y de Espíritu Santo ahora con la fuerza de ese mismo Espíritu anunciaba con ardor el mensaje de Jesús. Estorbaba su presencia y lo quitaron de en medio, pero su martirio sigue gritándonos para que nosotros también seamos esos mensajeros del evangelio con nuestro espíritu de servicio y con nuestra palabra, con el testimonio de toda nuestra vida.
No olvidemos que nuestra vida tiene que ser pascua, empezando porque en nosotros mismos hemos de realizar ese paso de la muerte a la vida en la transformación de nuestro corazón, pero no olvidando el mensaje que tenemos que anunciar aunque en nuestra vida haya sacrificio porque siempre tiene que estar presente el amor.

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