Sin
dejarnos encandilar encontremos las señales para llegar a Belén y acoger la
visita de Dios y podamos decir hoy ha llegado la salvación a esta casa
Isaías 7, 10-14; Sal 23; Romanos 1, 1-7;
Mateo 1, 18-24
Ya estamos a las puertas, pero aun no
hemos llegado. Un largo recorrido hemos venido haciendo porque queremos llegar
a Belén, queremos llegar a la Navidad. Pero ¡cuidado! Puede haber señales
confusas, señales que sean como señuelos que nos engañen y al final no
terminemos de dar bien esos pocos pasos que nos faltan para llegar a Belén,
para llegar a la navidad.
Las luces nos pueden encandilar y no
terminamos de ver la verdadera señal. Cuando las cosas son inminentes aumentan
los nervios y las carreras, pero son momentos propicios para la confusión y nos
engañemos con las señales que nos parece ver. Muchas luces centellean en
nuestro alrededor porque es navidad; muchos reclamos de cosas que tenemos que
hacer, de comidas que tenemos que preparar, de regalos que hemos de envolver
muy bien y al final no nos demos cuenta donde está el verdadero regalo, un
juego del amigo invisible pero que el verdadero regalo se extravía y no termina
de llegar a donde debe ir.
Muchas de todas esas cosas que nos
rodean hemos de reconocer que realmente son cosas buenas; bueno es volver a
hacer renacer el cariño familiar, las amistades que se habían enfriado; buenas
son las palabras bonitas de nuestros buenos deseos que parece que por unos días
nos hace más atentos los unos de los otros, pero cuidado que sean como un fuego
de artificio que lo vemos bonito un instante pero al que luego sigue de nuevo
la oscuridad.
Cuidado que con todo buen deseo hayamos
humanizado tanto la navidad que se quede solo a ras de tierra, que ya no
busquemos realmente el digno lado humano sino que lo hayamos convertido todo en
un subproducto del consumismo y de la fantasía que nos lleva por caminos no de
navidad sino de vanidad – cuidado que las palabras se pueden parecen pero son
bien opuestas – y al final le hayamos hecho perder su profundo sentido espiritual
y divino. Podemos hacer desaparecer incluso a Dios de nuestra navidad – algunos
ya no utilizan ni siquiera la palabra navidad sino simplemente fiestas – y
hasta llegue a ser más importante el gordinflón vestido de rojo que el propio
niño Jesús.
Estamos ya a las puertas, busquemos las
señales que no os engañen ni nos confundan. Vamos a Belén, vamos a la Navidad
de Jesús. No lo perdamos de vista. No es un hecho cualquiera lo que vamos a
celebrar; no es una cena más en familia
como tantas que tendríamos que saber hacer durante el año y no solo en esta
ocasión. No son regalos efímeros lo que vamos a buscar, sino el gran regalo de
Dios para la humanidad; no es un personaje cualquiera más o menos fantasioso el
que vamos a recibir; no es una alegría superpuesta o alimentada para la ocasión
por algunos sucedáneas que al final nos van a dejar mal sabor de boca o ardor
en el estómago.
Buscamos la alegría verdadera, la luz
que de verdad nos ilumina no solo con un adorno sino allá en lo más hondo de
nuestra existencia; las tinieblas o las luces superficiales y llenas de
fantasmas luchan contra la verdadera luz porque no tratamos de disimular
situaciones más o menos pintorescas porque las llenemos de colores sino que
queremos encontrarnos con la auténtica verdad de nuestra vida.
Puede que todo esto nos inquiete o nos
haga hacernos preguntas. Puede que intentemos escapar como sea de esta
situación y no queriendo quedar mal. El evangelio de hoy nos está poniendo las
señales. Contemplamos hoy a José, que también estaba confuso y lleno de dudas
porque no terminaba de ver las cosas claras y le costaba encontrar la verdadera
señal que diera significado a cuanto estaba sucediendo. José estaba desposado
con María, no habían vivido juntos y
resultó que ella esperaba un hijo. No lo entendía, pero no quería poner maldad
en su corazón y buscaba salidas. Pero en el fondo era un hombre verdaderamente
creyente y abrió su corazón a la voz de Dios que le revelaba sus planes, que le
revelaba también el lugar que él había de ocupar en esos planes de Dios.
El evangelio nos habla de la visión de
un ángel en sueños que es una manera de expresar en la Escritura cómo se
revelaba Dios. Y El encontró la señal, porque apareció lo anunciado en el texto
de la Escritura. Lo que estaba sucediendo más allá de todo lo hermoso que
significa siempre la maternidad y el nacimiento de un hijo tenía una
trascendencia, porque la señal estaba en aquella doncella que daría a luz un
hijo que sería el Emmanuel, el Dios con nosotros.
Esa es la señal verdadera que tenemos
que buscar y tener en cuenta para poder llegar de verdad a Belén, llegar a una
verdadera navidad. Ese niño que veremos nacer en Belén es el Emmanuel, es la
visita de Dios a su pueblo, pero no para una visita ocasional o momentánea sino
para estar para siempre con nosotros. Es el Emmanuel, es el Dios con nosotros.
No lo olvidemos. Es esa navidad del Emmanuel la que vamos a celebrar, es el
nacimiento de Dios hecho hombre, que se encarnó en el seno de María lo que ha
de ser nuestra verdadera celebración.
Y a José se le confió poner el nombre
al niño, era su padre, se llamaría Jesús porque había de salvar a su pueblo,
porque es nuestro Salvador. El Dios con nosotros es nuestra salvación. ¿No
tiene que ser eso el verdadero motivo, la verdadera razón de nuestra alegría? Y
José se llevó a María, su mujer a su casa. Acojamos nosotros también ese
misterio que se realiza en María para traerlo a nuestra casa, para plantarlo de
verdad en la tienda de nuestro corazón, para que sea en verdad el centro auténtico
de nuestra vida. Acojamos esa visita de Dios, si lo hacemos, como diría un día Jesús
en casa de Zaqueo, hoy ha llegado la salvación a esta casa, hoy ha
llegado la salvación a mi vida.
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