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domingo, 22 de diciembre de 2019

Sin dejarnos encandilar encontremos las señales para llegar a Belén y acoger la visita de Dios y podamos decir hoy ha llegado la salvación a esta casa


Sin dejarnos encandilar encontremos las señales para llegar a Belén y acoger la visita de Dios y podamos decir hoy ha llegado la salvación a esta casa

Isaías 7, 10-14; Sal 23; Romanos 1, 1-7;  Mateo 1, 18-24
Ya estamos a las puertas, pero aun no hemos llegado. Un largo recorrido hemos venido haciendo porque queremos llegar a Belén, queremos llegar a la Navidad. Pero ¡cuidado! Puede haber señales confusas, señales que sean como señuelos que nos engañen y al final no terminemos de dar bien esos pocos pasos que nos faltan para llegar a Belén, para llegar a la navidad.
Las luces nos pueden encandilar y no terminamos de ver la verdadera señal. Cuando las cosas son inminentes aumentan los nervios y las carreras, pero son momentos propicios para la confusión y nos engañemos con las señales que nos parece ver. Muchas luces centellean en nuestro alrededor porque es navidad; muchos reclamos de cosas que tenemos que hacer, de comidas que tenemos que preparar, de regalos que hemos de envolver muy bien y al final no nos demos cuenta donde está el verdadero regalo, un juego del amigo invisible pero que el verdadero regalo se extravía y no termina de llegar a donde debe ir.
Muchas de todas esas cosas que nos rodean hemos de reconocer que realmente son cosas buenas; bueno es volver a hacer renacer el cariño familiar, las amistades que se habían enfriado; buenas son las palabras bonitas de nuestros buenos deseos que parece que por unos días nos hace más atentos los unos de los otros, pero cuidado que sean como un fuego de artificio que lo vemos bonito un instante pero al que luego sigue de nuevo la oscuridad.
Cuidado que con todo buen deseo hayamos humanizado tanto la navidad que se quede solo a ras de tierra, que ya no busquemos realmente el digno lado humano sino que lo hayamos convertido todo en un subproducto del consumismo y de la fantasía que nos lleva por caminos no de navidad sino de vanidad – cuidado que las palabras se pueden parecen pero son bien opuestas – y al final le hayamos hecho perder su profundo sentido espiritual y divino. Podemos hacer desaparecer incluso a Dios de nuestra navidad – algunos ya no utilizan ni siquiera la palabra navidad sino simplemente fiestas – y hasta llegue a ser más importante el gordinflón vestido de rojo que el propio niño Jesús.
Estamos ya a las puertas, busquemos las señales que no os engañen ni nos confundan. Vamos a Belén, vamos a la Navidad de Jesús. No lo perdamos de vista. No es un hecho cualquiera lo que vamos a celebrar;  no es una cena más en familia como tantas que tendríamos que saber hacer durante el año y no solo en esta ocasión. No son regalos efímeros lo que vamos a buscar, sino el gran regalo de Dios para la humanidad; no es un personaje cualquiera más o menos fantasioso el que vamos a recibir; no es una alegría superpuesta o alimentada para la ocasión por algunos sucedáneas que al final nos van a dejar mal sabor de boca o ardor en el estómago.
Buscamos la alegría verdadera, la luz que de verdad nos ilumina no solo con un adorno sino allá en lo más hondo de nuestra existencia; las tinieblas o las luces superficiales y llenas de fantasmas luchan contra la verdadera luz porque no tratamos de disimular situaciones más o menos pintorescas porque las llenemos de colores sino que queremos encontrarnos con la auténtica verdad de nuestra vida.
Puede que todo esto nos inquiete o nos haga hacernos preguntas. Puede que intentemos escapar como sea de esta situación y no queriendo quedar mal. El evangelio de hoy nos está poniendo las señales. Contemplamos hoy a José, que también estaba confuso y lleno de dudas porque no terminaba de ver las cosas claras y le costaba encontrar la verdadera señal que diera significado a cuanto estaba sucediendo. José estaba desposado con María, no  habían vivido juntos y resultó que ella esperaba un hijo. No lo entendía, pero no quería poner maldad en su corazón y buscaba salidas. Pero en el fondo era un hombre verdaderamente creyente y abrió su corazón a la voz de Dios que le revelaba sus planes, que le revelaba también el lugar que él había de ocupar en esos planes de Dios.
El evangelio nos habla de la visión de un ángel en sueños que es una manera de expresar en la Escritura cómo se revelaba Dios. Y El encontró la señal, porque apareció lo anunciado en el texto de la Escritura. Lo que estaba sucediendo más allá de todo lo hermoso que significa siempre la maternidad y el nacimiento de un hijo tenía una trascendencia, porque la señal estaba en aquella doncella que daría a luz un hijo que sería el Emmanuel, el Dios con nosotros.
Esa es la señal verdadera que tenemos que buscar y tener en cuenta para poder llegar de verdad a Belén, llegar a una verdadera navidad. Ese niño que veremos nacer en Belén es el Emmanuel, es la visita de Dios a su pueblo, pero no para una visita ocasional o momentánea sino para estar para siempre con nosotros. Es el Emmanuel, es el Dios con nosotros. No lo olvidemos. Es esa navidad del Emmanuel la que vamos a celebrar, es el nacimiento de Dios hecho hombre, que se encarnó en el seno de María lo que ha de ser nuestra verdadera celebración.
Y a José se le confió poner el nombre al niño, era su padre, se llamaría Jesús porque había de salvar a su pueblo, porque es nuestro Salvador. El Dios con nosotros es nuestra salvación. ¿No tiene que ser eso el verdadero motivo, la verdadera razón de nuestra alegría? Y José se llevó a María, su mujer a su casa. Acojamos nosotros también ese misterio que se realiza en María para traerlo a nuestra casa, para plantarlo de verdad en la tienda de nuestro corazón, para que sea en verdad el centro auténtico de nuestra vida. Acojamos esa visita de Dios, si lo hacemos, como diría un día Jesús en casa de Zaqueo, hoy ha llegado la salvación a esta casa, hoy ha llegado la salvación a mi vida.

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