Vistas de página en total

sábado, 11 de mayo de 2013


El Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis, y creéis en mí

Hechos, 18, 23-28; Sal. 46; Jn. 16, 23-28
‘Llegó a Éfeso un judío llamado Apolo… hombre elocuente y muy versado en la Escritura… aunque no conocía más que el bautismo de Juan, exponía la vida de Jesús con mucha exactitud…’ pero fue necesario que Priscila y Aquila lo tomaran aparte y ‘le explicaran con mayor detalle el camino de Jesús’.
Sabía muchas cosas de Jesús - ‘exponía la vida de Jesús con mucha exactitud’ - pero no era lo suficiente. Aunque sabía cosas su corazón no estaba en verdad convertido al Señor. ‘No conocía más que el bautismo de Juan’, no había oído hablar del Bautismo en el cual Jesús había mandado que se bautizasen quienes escuchasen la palabra y convirtieran su corazón al Señor; no había aun descubierto toda la riqueza de la salvación de Jesús.
No nos es suficiente conocer o saber cosas cuando nuestro corazón está lejos. El acto de fe en Jesús no se queda solo en un conocimiento sino en una conversión por un encuentro vivo con el Señor. Y es que la fe es vida, vivir la vida de Jesús. Y viviremos la vida de Jesús cuando nos dejemos encontrar por su amor que es el que nos conduce de verdad a vivir la salvación, porque nos conduce a la fe. Hablamos, es cierto, de que es necesario crecer en ese conocimiento de Jesús, en ese conocimiento del misterio de Dios y que es necesario saber dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza; pero  no es solo por el camino de las ideas o de los pensamientos sino desde la experiencia del amor que nos conduce a la fe.
De eso nos ha hablado Jesús en el evangelio. Seguimos escuchando las palabras de Jesús en la última cena, en aquella sobremesa como hemos dicho y comentado. Nos habla Jesús de la confianza con que hemos de orar a Dios haciéndolo en el nombre de Jesús, como tantas veces también hemos reflexionado. Y nos dice: ‘Aquel día pediréis en mi nombre y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios’.
Y nos habla también de su vuelta al Padre. ‘Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre’. Bien nos viene recordar estas palabras precisamente en la víspera de la Ascensión del Señor que estamos a punto de celebrar. Ha cumplido su misión y vuelve al Padre.
Pero vayamos a lo que veníamos comentando. ‘El Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis, y creéis en mi’. Una experiencia de amor y de fe. Dios nos ama y nosotros respondemos amando a Dios, pero como eje y como conclusión de todo ese amor nuestra fe en Jesús. Es necesario llegar a vivir esa experiencia de amor porque nos sentimos amados de Dios; un amor que nos lleva al encuentro, a la reciprocidad; pero un amor desde el que va a surgir una fe firme, una fe bien fortalecida, que nos llevará a que aun seamos más amados de Dios.
Una fe y un amor que no surge simplemente porque racionalmente nosotros sepamos muchas cosas. Es desde esa experiencia de encuentro vivo de amor cuando vamos a vivir plenamente la salvación. Esto es algo que necesitamos experimentar con mucha fuerza los cristianos y seguro que nuestra vida sería más comprometida con nuestra y seríamos mas congruentes y consecuentes. Muchas veces vivimos nuestra vida cristiana con frialdad, simplemente dejándonos llevar como por la inercia y nos falta auténtica vitalidad. Así vemos entonces que nuestras celebraciones resultan frías y parece que les falta vida.
Tenemos que aprender a sentir ese calor del amor que nos haga entusiastas como los enamorados. Cuando nos personas, un hombre y una mujer están enamorados, sus vidas parece que están llenas de una vitalidad y de una alegría diferente y querrán vivir siempre el uno para el otro buscando siempre lo mejor para su enamorado o enamorada. Tenemos que sentirnos enamorados de Dios cuando experimentamos todo el amor que nos tiene y entonces nuestra vida cristiana tendrá más vitalidad, y en verdad seremos siempre para el Señor buscando su amor y buscando su gloria.

viernes, 10 de mayo de 2013

San Juan de Ávila una luz que nos refleja a Cristo y nos ayuda a encontrar el sabor del evangelio

San Juan de Ávila una luz que nos refleja a Cristo y nos ayuda a encontrar el sabor del evangelio

Mt. 5, 13-19
‘Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo… brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos’.
Este mandato de Jesús a todos  nos afecta, porque ser sal o ser luz en medio del mundo es lo que tiene que ser todo cristiano por el resplandor de su santidad, por el brillo de su fe y por las obras del amor que han de envolver toda su vida. Es cierto que no es ni nuestra sal ni nuestra luz la que tenemos que trasmitir, sino que será siempre el sabor de Cristo, la luz de Cristo la que tiene que iluminarnos y de tal manera hemos de acoger esa luz que así brillemos delante de los demás por nuestra santidad para que todos puedan dar gloria a Dios.
Pero estos textos de la Palabra de Dios los estamos escuchando en esta celebración en la que hacemos memoria y fiesta de un santo que así brilló con esa luz de Dios en medio de su mundo y así supo trasmitir ese sabor de Cristo a cuantos le rodeaban. Nos referimos a san Juan de Ávila, nuestra gran santo español, reconocido como doctor de la Iglesia recientemente por el Papa. Hoy queremos hacernos esta reflexión desde la Palabra de Dios contemplando su figura.
El Maestro Ávila, como así se le llamaba en su tiempo, fue en aquellos tiempos del siglo XVI una gran luz que brilló en nuestra tierra española con especial brillo y esplendor. Hoy la Iglesia lo reconoce como doctor de la Iglesia porque la solidez de su doctrina iluminó entonces y sigue iluminando aún la vida de la Iglesia con sus enseñanzas y su magisterio.
Nacido en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) muy jovencito marcha a la universidad de Salamanca a estudiar leyes. Pero aquello no le satisfacía a su espíritu y se vuelta a su tierra en la que pasará varios años de retiro y reflexión tratando de descubrir qué era lo que el Señor quería de él. Finalmente irá a la universidad de Alcalá (eran las dos grandes universidades de su tiempo) para estudiar teología y prepararse para el sacerdocio. No habían seminarios entonces para la formación de los futuros sacerdotes; será un fruto del Concilio de Trento - recuerdo que a nuestro seminario se le llamaba seminario conciliar - y será tarea en la que se embarcará con gran ahínco creando colegios para la formación de los futuros sacerdotes, principio y origen también de otras universidades.
Pero no adelantemos las cosas, porque una vez ordenado sacerdote marcha a Sevilla con intención de embarcar para América, para Nueva España - México - en concreto, pero el arzobispo de Sevilla al oírle predicar, le convence de que sus Américas estaban en España y en concreto en Andalucía. Apóstol de Andalucía se le reconoce porque a lo largo y a lo ancho de aquellas tierras se dedicó a la tarea de la evangelización hasta la hora de su muerte. Intensa fue su tarea evangelizadora y que nos puede servir de estímulo cuando tanto hablamos hoy en la Iglesia de una nueva evangelización.
Como hemos mencionado instituyó diversos colegios sacerdotales tanto para la preparación de los que aspiraban al sacerdocio como la formación continuada de los mismos sacerdotes. Es por eso por lo que en el siglo pasado, siendo aun Beato, el Papa Pío XII le declaró patrono del clero secular español. Pablo VI lo canonizó y Benedicto XVI lo reconoció como doctor de la Iglesia, según ya antes hemos mencionado.
Apóstol y misionero recorría pueblos y pueblos predicando y anunciando la Palabra de Dios, dirigiendo espiritualmente a cuantos se acercaban a él porque era un sacerdote de profunda espiritual sacerdotal y que resplandecía por su santidad. Santos como san Juan de Dios o san Francisco de Borja se convirtieron al Señor escuchando su predicación y siguiendo sus consejos y santos como Teresa de Jesús o el mismo Ignacio de Loyola recibían sus consejos para su propio progreso espiritual.
¿Dónde encontraba él la fuente de su espiritualidad y la fuerza para la inmensa tarea pastoral que realizaba? En la Oración y en la Eucaristía. Ya hemos mencionado que de joven se retiró varios años, abandonando sus estudios de leyes, para orar y reflexionar descubriendo lo que era la voluntad del Señor para su vida. Espíritu de oración que vivía con toda intensidad cada día a lo que dedicaba mucho tiempo y celebración fervorosa y de muy intensa devoción de la Santa Misa cada día, eran sus fuentes que nunca abandonó y que le llevó por esos caminos de santidad.
Así pudo llenarse de la sabiduría de Dios y resplandecer por su santidad. Así es para nosotros un testigo y un ejemplo que nos da testimonio de cómo nosotros hemos de crecer en esa espiritualidad que sea el verdadero fondo de nuestra vida. Ejemplo para lo sacerdotes, pero ejemplo también para todos los cristianos que, como decíamos al principio, hemos de ser luz, con la luz de Cristo, en medio de nuestro mundo, llevando la sal del evangelio que dé profundo sabor y sentido a neustras vidas.

jueves, 9 de mayo de 2013


Nuestra tristeza se convertirá en gozo porque vemos a Cristo Jesús de una forma nueva con la fe

Hechos, 18, 1-8; Sal. 97; Jn. 16, 16-20
‘Estáis preocupados por el sentido de mis palabras: dentro de poco dejaréis de verme, pero dentro de otro poco volveréis a verme’, les dice Jesús. Y trata de explicarles. Nosotros también podríamos sentirnos confusos con las palabras de Jesús, pero tratemos de situarlas en el contexto concreto en que fueron dichas.
Estamos en lo que podríamos llamar la sobremesa de la última cena; va a comenzar la pasión que le llevaría a la cruz y a la muerte. Pero bien sabemos que Jesús tras su muerte anuncia siempre su resurrección; era lo que continuamente les venía anunciando. Ahora llega el momento de la pascua que era algo más que aquella cena del cordero pascual que estaban comiendo, porque se iba a realizar la verdadera pascua, la definitiva y eterna en su entrega hasta la muerte; pero nosotros no contemplamos solamente a Jesús muerto, sino que siempre hablamos también de su resurrección.
¿Podemos entender ahora mejor las palabras de Jesús ‘dentro de poco no me veréis y dentro de otro poco volveréis a verme’? Podríamos decir que una vez más nos está hablando de su muerte y su resurrección. Ahora le veremos de forma nueva, porque ahora sí que le veremos auténticamente como nuestro Salvador y Redentor.
Les habla también de su vuelta al Padre. Recordemos que el evangelista Juan - es el evangelio que ahora estamos también escuchando y comentando - cuando va a comenzar la pasión de Jesús que El introduce con la cena del Cordero Pascual nos había dicho: ‘Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de dejar este mundo para ir al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo…’ Es la hora de dejar este mundo, es la vuelta al Padre.
Precisamente dentro de unos días con la liturgia vamos a celebrar la Ascensión del Señor al cielo. Escucharemos en el evangelio de Marcos ‘el Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios’. Es también lo que confesamos en el Credo: ‘subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso’.
Hoy nos dice: ‘dentro de poco dejaréis de verme, y dentro de otro poco volveréis a verme’, pero ahora le veremos de forma nueva. Hubiéramos deseado, como lo hubieran deseado los discípulos de entonces, seguir viéndolo físicamente como le veían caminar por los caminos de Palestina. Pero ahora hemos de aprender a verle de otra manera; ya no nos fiamos de los ojos físicos de la carne para ver a Jesús, sino que desde los ojos de la fe tenemos que aprender a verle y a reconocerle; y le tendremos en los sacramentos real y verdaderamente presente Jesús en medio nuestro con su gracia y con su vida, como tenemos que aprender a verle en el hermano, en el prójimo, porque sabemos, porque El nos lo ha dicho, que todo lo que le hagamos al hermano a El se lo estamos haciendo.
Claro que eso sólo lo podremos descubrir desde los ojos de la fe. Quienes no tienen esa mirada de la fe, los que no tienen fe en su corazón nunca podrán descubrirle ni verle. Por eso para los no creyentes la vida de Jesús podría aparecer como un fracaso y un fracaso para nosotros, porque les parece que nosotros podríamos sentirnos solos y tristes. Nos dice Jesús: ‘Vosotros lloraréis y gemiréis, mientras que el mundo se sentirá satisfecho’, o creerá sentirse satisfecho y vencedor porque piensan que han derrotado a Jesús porque ya no lo pueden ver; pero Jesús nos sigue diciendo ‘pero vuestra tristeza se convertirá en gozo’.
Efectivamente con la luz de la fe no se nos sobrepondrá esa tristeza, sino que seremos capaces de sacar la alegría de la fe desde lo hondo de nuestro corazón. No nos sentiremos abandonados ni derrotados nunca, porque tenemos la certeza, la certeza que nos da nuestra fe, de que Jesús es el vencedor, que Jesús es el resucitado y que nosotros somos vencedores con El, estamos llamados a la victoria final.

miércoles, 8 de mayo de 2013


Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria

Hechos, 17, 15.22-18,1; Sal. 148; Jn. 16, 12-15
‘Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria’, hemos cantado y repetido con el salmo alabando y bendiciendo al Señor que se manifiesta en sus obras. ‘Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en lo alto… alaben el nombre del Señor, el único nombre sublime… llenos están el cielo y la tierra de tu gloria’.
Primer artículo de nuestra fe, reconocer al Señor, ‘Dios creador de cielo y tierra, de todo lo visible y lo invisible’. Y en toda la creación se manifiesta la gloria del Señor. Por eso, el hombre contemplando la maravilla de la creación ha de dirigir su pensamiento al Creador, al Señor Todopoderoso que con su sabiduría infinita realizó toda esa maravilla de la creación en toda su inmensidad que aún no terminamos de descubrir. Toda esa inmensidad del espacio, pero toda esa maravilla de todas las cosas creadas que nos ayudan a ir descubriendo y conociendo más y más al autor de la creación.
Es el Dios de quien quiere hablarles Pablo a los habitantes de Atenas cuando recorriendo el inmenso foro se encuentra con aquel altar al dios desconocido. Aprovecha el apóstol para realizar la catequesis para hacer el anuncio que culminará con el anuncio de Jesús, muerto y resucitado, que tanto les costará a aceptar a los atenienses.
‘Me encontré con un altar con esta inscripción, les dice: al Dios desconocido. Pues eso que veneráis sin conocerlo, os lo anuncio yo: El Dios que hizo el mundo y lo que contiene. El es el Señor de cielo y tierra y que no habita en templos construidos por hombres ni lo sirven manos humanas’. Es el Dios cuyo templo propio es toda la creación por Él realizada, pero que asienta su trono, por así decirlo, en su criatura preferida, en el corazón del hombre, en el corazón del ser humano.
‘Quería que lo buscasen a El, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban: aunque no está lejos de ninguno de nosotros, pues en El vivimos, nos movemos y existimos…’ A través de las obras creadas podemos llegar a reconocer al Creador, podemos llegar a conocer a Dios; pero Dios se nos revela más íntimamente porque quiere habitar en nuestro corazón. Con su inmensidad lo llena todo, ‘en El vivimos, nos movemos y existimos’, pero con la revelación de Jesús llegamos a descubrir de qué manera maravillosa Dios se acerca al hombre, se revela al hombre para que pueda conocerle, le inunda con su amor, y quiere habitar en El como hemos reflexionado en estos días.
Que no se nos cieguen los ojos; aunque sea a tientas, porque descubramos sus señales en toda la creación - cuantas maravillas y bellezas podemos contemplar para llegar a admirar lo que es la maravilla y la belleza infinita de Dios - y así vayamos caminando hacia Dios. Que escuchemos la Palabra viva de Dios, Revelación de Dios que es Jesucristo para que podamos conocer cada vez más hondamente a Dios, pues ‘nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar’; y Jesús ha venido a revelarnos el misterio de Dios, un misterio inmenso de amor del cual Jesús es el rostro más maravilloso en su amor y en su misericordia infinita.
Pero más aún, Jesús nos promete que nos enviará su Espíritu, el Espíritu de la verdad que nos lo revelará todo. Así venimos escuchándolo y reflexionándolo una y otra vez estos días, cuando se acerca la fiesta de Pentecostés, la Fiesta del Espíritu Santo. El es ‘el Espíritu de la verdad que nos guiará hasta la verdad plena’, como le hemos escuchado decir a Jesús hoy en el Evangelio.
No vamos ya a tientas a conocer a Dios, porque contemplando a Jesús contemplamos la gloria de Dios. ‘Hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad… a Dios nadie lo vio jamás; el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer’. Demos gloria a Dios que así se nos revela.

martes, 7 de mayo de 2013


Encontrarnos con la salvación por la fe en Jesús tiene que llenarnos de inmensa alegría

Hechos, 16, 22-34; Sal. 137; Jn. 16, 5-11
‘¿Qué tengo que hacer para salvarme? Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia. Y le explicaron la Palabra de Dios a él y a todos los de su casa’. Es la confesión central de nuestra fe. ‘Cree en el Señor Jesús’.
Cuando el día de Pentecostés Pedro anuncia la Buena Nueva de Jesús a toda aquella multitud que se había renuido delante del Cenáculo, le preguntan también: ‘¿Qué tenemos que hacer hermanos?’ Y la respuesta de Pedro fue semejante: ‘Arrepentíos y bautizaos cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para que queden perdonados vuestros pecados. Entonces recibiréis el Espíritu Santo’.
Es el anuncio que se repite. Es la Buena Nueva de la salvación que hemos de anunciar. Lo hizo el mismo Jesús cuando inició su ministerio apostólico por los pueblos y aldeas de Galilea: ‘Convertíos y creed en el Evangelio. El Reino de los cielos está cerca’. Y la Buena Nueva, el Evangelio, es Jesús. Creer en Jesús y convertir nuestra vida a El. Poner toda nuestra fe en Jesús porque es el único Salvador de nuestra vida.
El episodio a que hace referencia lo que estamos comentando fue en el segundo viaje de san Pablo. Como hemos escuchado no le faltan tribulaciones y cárceles al Apóstol. En el primer viaje el recorrido se redujo al Asia Menor, la actual Turquía, pero ahora el Espíritu Santo le ha impulsado a dar el salto a Europa, como escuchamos en días anteriores porque en un sueño un macedonio le pide al apóstol que vaya hasta allá. Hoy le contemplamos en Filipos, ciudad importante de Macedonia, donde suceden estos hechos que hemos escuchado ayer y hoy. Será una comunidad de la que Pablo guardará un buen recuerdo y a la que dirigirá una carta contenida en el Canon de la Biblia, la carta a los Filipenses.
Tras unas revueltas de gentes que se oponen a la predicación de Pablo es apaleado y metido en la cárcel. Allá están ‘Pablo y Silas que oraban a medianoche cantando himnos a Dios’. Y el Señor manifiesta su poder para liberarlos en medio de signos portentosos, pero que será ocasión para que el carcelero como hemos escuchado pregunte que es lo que ha de hacer para salvarse. ‘Después de explicarles la Palabra del Señor a él y su familia… se bautizó enseguida con todos los suyos, los subió a su casa, les preparó la mesa y celebraron  una fiesta de familia por haber creido en Dios’.
Ya hemos comentado esa pregunta fundamental y esa proclamación de fe en Jesús necesaria para alcanzar la salvación. Pero podríamos destacar también la alegría llena de esperanza con que viven su fe. Mientras estaban en la cárcel ‘oraban cantando al Señor’. Podría parecer que por estar sufriendo en la cárcel después de ser apaleados y sin saber qué futuro les esperaba lo más normal sería la preocupación y el miedo lleno de tristeza. Pero ellos cantan al Señor. No les había abandonado la alegría de la fe.
Una hermosa lección. Andamos preocupados y agobiados muchas veces en medio de los problemas o de los sufrimientos y parece que todo se nos oscurece y se nos llena de las negruras de la amargura. ¿Dónde está nuestra fe y nuestra esperanza? ¿dónde está la confianza que hemos puesto en el Señor? Bendecir y alabar al Señor también desde nuestros sufrimientos, desde nuestros problemas. Siempre hemos de saber cantar la gloria del Señor, que en medio del dolor no nos deja solos; siempre El está a neustro lado siendo nuestra fortaleza. Abramos los ojos de la fe.
Y finalmente después de ser bautizados aquella familia hace fiesta por haber creido en Dios. Sí, darle gracias a Dios por el don de la fe que nos concede. Alabar y cantar a Dios en todo momento. Vivir la alegría de nuestra fe, porque encontrarnos con el Señor por la fe es el gozo más grande que podemos llegar a vivir. Cuantos cristianos parece que nunca han sentido ese gozo de la fe porque van con la vida siempre con cara de angustia y de amargura. Algo le está pasando a la fe de unos cristianos que viven con esos tintes negros en su vida. muchas cosas tendrían que revisar en su fe para revitalizarla de verdad.
 Encontrarnos con la salvación por la fe en Jesús tiene que llenarnos de inmensa alegría. Expresemos esa alegría de nuestra fe.

lunes, 6 de mayo de 2013

El dará testimonio de mi y vosotros tambien dareis testimonio



El dará testimonio de mi y vosotros también daréis testimonio

Hechos, 16, 11-15; Sal. 149; Jn. 15, 26-16, 4
‘Cuando venga el Defensor… el Espíritu de la verdad… El dará testimonio de mi… y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo…’ Las palabras de despedida de Jesús en la última cena embargan de pena y tristeza a los discípulos en el cenáculo, porque todo lo que iba a suceder lo había anunciado repetidamente sin embargo ellos no acaban de comprender. Cuando se nos anuncia algo que es penoso, pero además no terminamos de entender el significado pleno de lo que va a suceder, ese anuncio se nos hace especialmente doloroso. Sin embargo las palabras de Jesús son de aliento, de esperanza, de ánimo para que nos falte la fortaleza necesario.
Les habla del testimonio que han de dar de Jesús a partir de su ausencia, pero les promete una fuerza especial, un Defensor, el Espíritu de la verdad que el Padre enviará en su nombre, que también da testimonio.  Les dice además que les ha hablado de todo esto ‘para que no se tambalee su fe’.
Nosotros que ya conocemos en mayor plenitud los hechos y todo lo que posteriormente sucedería en los comienzos de la Iglesia, y lo que ha sido la vida de la Iglesia a través de los siglos si hacemos una lectura con ojos de fe, comprendemos mejor todo lo que les está anunciando Jesús. Los momentos de la pasión y la cruz fueron especialmente duros para los discípulos por la ausencia de Jesús y por todo lo que iba sucediendo; posteriormente se sentirían fortalecidos en la Pascua al contemplarle resucitado. Pero luego la historia de los cristianos estuvo siempre llena de persecusiones y amenazas. Pero ya nosotros vemos la asistencia del Espíritu Santo que les fortalecía y animaba hasta el punto de salir contentos de la presencia del sanedrín cuando les prohibían hablar del nombre de Jesús y eran castigados por ese motivo.
Pero nosotros miramos nuestra historia y lo que es el momento presente en la vida de la Iglesia repartida por todo el mundo. No serán ya en nuestro caso las sinagogas como dice Jesús, pero sí somos conscientes de las dificultades que encontramos de todos lados en el anuncio de evangelio y en el desarrollo de nuestra misión. Contratiempos y dificultades que  no siempre viene de fuera, de enemigos de la religión que también, sino desde dentro mismo del seno de la iglesia, del grupo de los creyentes en los que no siempre encontramos los suficientes ánimos para seguir haciendo ese anuncio del evangelio. La frialdad y la desgana de tantos, la falta de compromiso y ese dejarse arrastrar en una vida anodina y sin vitalidad muchas veces son peores enemigos del anuncio del evangelio para que sea creible por parte de los que nos escuchan, que esos  mismos enemigos declarados.
En todo tiempo hemos de dar testimonio, manifestarnos como testigos de nuestra fe con nuestras obras y con nuestra vida. pero sabemos donde está nuestra fuerza porque nunca nos faltará la asistencia del Espíritu Santo. Y hemos de seguir haciendo el bien, luchando y trabajando por lo bueno, dando nuestro testimonio porque somos nos testigos que no podemos ocultar nuestra fe. Con nosotros está la fuerza del Espíritu, el que nos lo enseñará todo  y nos recordará cuando Jesús nos ha enseñado; perel Espiritu que nos dará fortaleza frente a aquellos que se nos opongan, pero también fuerza frente a esos enemigos que tenemos dentro de nosotros mismos que tantas veces nos sentimos tentados de mil manera a olvidarnos de ese testimonio que hemos de dar.
Que no nos falte ese espíritu misionero y apostólico. Eso tiene que ser algo intrinseco al ser cristiano. No nos podemos adormecer ni nos podemos acobardar porque podamos encontrar dificultades. Ese espíritu sería señal de la vitalidad de nuestro cristianismo, de nuestras comunidades. Cuando oramos al Señor pidiendo el aumento de vocaciones, en el fondo estamos pidiendo ayuda al Señor también para que se fortalezca nuestra fe y se revitalice nuestra vida cristiana.

domingo, 5 de mayo de 2013


No  nos puede faltar la alegría de Cristo resucitado

Hechos, 15, 1-2.22-29; Sal. 66; Apoc. 21, 10-14.22-23; Jn. 14, 23-29
‘Continuar celebrando con fervor estos días de alegría en honor de Cristo resucitado’, pedíamos en la oración de la liturgia de este día. No puede decaer nuestra alegría; no puede decaer nuestro fervor y entusiasmo, aunque hayan pasado cinco semanas del domingo de la Pascua. Es algo grande y maravilloso lo que celebramos y no se puede enfriar nuestro espíritu. Tenemos que seguir viviendo el espíritu de la Pascua, ahora de una manera intensa en el tiempo pascual, pero el espíritu pascual que ha de acompañarnos a lo largo de toda nuestra vida.
Por eso pedíamos que ‘los misterios que estamos recordando - celebrando - transformen nuestra vida y se manifiesten en nuestras obras’. Como decíamos, no celebramos la Pascua como algo ajeno a nosotros y a nuestra vida. Es algo que nos afecta profundamente. No era una simple tristeza por ver a alguien que sufría lo que vivíamos en los días de la pasión. Contemplábamos un misterio inmenso donde se estaba manifestando el amor de Dios que venía con su salvación que llegaba a su expresión más gloriosa cuando celebrábamos a Cristo resucitado.
Pero, ¿en qué consistía esa salvación? ¿algo como que se añadía a nuestra vida como si fuera algo así como un adorno o algo superpuesto exteriormente? De ninguna manera. La salvación que Jesús nos ofrece transforma totalmente nuestra vida desde lo más hondo de nosotros mismos. Estábamos envueltos y sumergidos en el pecado y la muerte y Jesús con su pascua nos arranca de esa muerte, dando muerte al pecado, para llenarnos de una vida nueva. Nos sentimos transformados en la resurrección a vivir una vida nueva.
Vivir esa vida nueva, esa salvación es un abrirnos a Dios para sumergirnos en Dios y para llenarnos de Dios; es un abrirnos de Dios para entrar en una órbita nueva que es la del amor, porque es el amor de Dios que se derrama sobre nosotros de manera que quedamos inundados de él y ya no sabremos vivir sino para el amor. Será el sentido nuevo de nuestra vida, de nuestro vivir. Ya no podremos vivir de otra manera sino amando y no con un amor cualquiera, como escuchábamos y reflexionábamos el pasado domingo, sino con un amor como el que Dios nos tiene, como el amor que nos tiene Jesús que le ha llevado a esa entrega suprema de amor que fue su pascua, su muerte en la cruz.
Nos sentimos transformados y ¡de qué manera! Sí, nuestra vida tiene que ser distinta. Fijémonos en las palabras de Jesús hoy en el evangelio. ‘El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él’. Dios que hace morada en nosotros. ¡Qué maravillosa y misteriosa revelación! Dios ya no está lejos, ni siquiera cerca de ti, está dentro de ti. No lo vamos a buscar en lugares extraños, en hechos extraordinarios o acontecimientos especiales o espectaculares. No necesitaremos subir a la montaña como Moisés en el Sinaí, ni irnos al desierto como Elías. Dios está dentro de ti, porque hace morada en ti. Allí donde vayas, Dios sigue estando en ti.
Esto tan maravilloso es algo que no terminamos de asumir plenamente para vivirlo con toda intensidad. Cuando en el Bautismo nos unimos a Cristo, como hemos recordado tantas veces, Dios comenzó a habitar en nosotros. Recordemos que decimos que desde nuestro Bautismo somos morada de Dios y templo del Espíritu Santo. El Bautismo significa un sí tan grande a Cristo que así transforma totalmente nuestra vida. No es un simple rito que realicemos. Es algo profundo lo que se realiza en nuestra vida. A través de ese signo del sacramento le estamos dando toda nuestra fe y nuestro amor de manera que ya toda nuestra vida no ha de hacer otra cosa que buscar la gloria de Dios realizando su voluntad en  nosotros. Y entonces nos sentimos amados de Dios de tal manera que Dios viene a habitar en nosotros, como nos está diciendo Jesús hoy en el evangelio.
Pero esto es algo que no podemos olvidar fácilmente, porque está comprometiendo nuestra vida para siempre. ¡Qué santa tiene que ser nuestra vida cuando somos conscientes de cómo Dios habita en nosotros! Muchas conclusiones podríamos sacar. Es cierto que estamos llenos de debilidades y el pecado nos acecha, pero ya Jesús nos ha prometido el Espíritu que será nuestra sabiduría y nuestra fortaleza. ‘El Espíritu, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho’.
Cuando vamos viviendo todo esto una paz nueva llena nuestro corazón. Podrá haber dificultades y contratiempos, pero no nos faltará la paz. Nos sentiremos tentados y zarandeados por el enemigo malo que se nos puede manifestar de muchas formas - muchas veces en la oposición que podamos encontrar en un mundo adverso que nos rodea que nos puede hacer pasar por malos momentos de incomprensión o de muchas cosas en contra, o los problemas con que nos vamos enfrentando en nuestra vida, enfermedades, limitaciones, etc. - pero tenemos la paz de Cristo con nosotros, en nuestro corazón.
‘La paz os dejo, la paz os doy; no os la doy como la da el mundo, pero que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde’, nos dice Jesús. Porque esa paz no es algo que nos sea impuesto como muchas veces sucede con las cosas y estilos del mundo, sino que aun en los conflictos tenemos paz, porque tenemos la seguridad de que Dios está con nosotros y su Espíritu es nuestra fuerza.
Todo esto que estamos reflexionando desde la Palabra del Señor proclamada en este sexto domingo de Pascua puede sernos también iluminador para esta jornada que estamos celebrando en nuestra Iglesia de España con la Pascua del Enfermo. Y es que un enfermo que vive en cristiano, por decirlo de alguna manera, su enfermedad siente de forma intensa ese paso de Dios por su vida ahí en sus propios dolores, limitaciones y sufrimientos. Su propia enfermedad puede ser verdaderamente un sacramento de Dios para su vida.
¿Cómo podemos entenderlo? Recorramos las páginas del evangelio y veremos a Jesús junto a los enfermos y a cuantos sufren y siempre la presencia de Jesús es motivo de paz, de salud y de salvación. Con fe acuden a Jesús con sus males y dolencias y la mano de Jesús se va posando sobre ellos para llenarlos de vida y de esperanza. Muchos sanarán incluso físicamente de sus enfermedades corporales, pero todos se sanarán desde lo más hondo de sí mismos porque en ellos se despierta la fe, renace la esperanza y aparece la paz y el amor en sus corazones. Jesús va siempre repartiendo vida y perdón, gracia y paz, y los corazones se llenan de fortaleza y esperanza.
Es lo que en esta pascua del enfermo de manera especial queremos celebrar y vivir. ‘La paz os dejo, la paz os doy…’ nos sigue diciendo hoy Jesús. Y como decíamos antes, podrán haber dificultades y contratiempos, pero no nos faltará la paz; podrán sufrir nuestros cuerpos o vernos muy limitados por nuestras debilidades o los muchos años, pero teniendo a Cristo con nosotros y dejándonos inundar por su amor, estaremos llenos siempre de paz, porque Dios habita en nuestros corazones. Y entonces sabremos darle sentido a nuestro sufrimiento y sabremos unirnos a la pascua del Señor ofreciendo también nuestra vida en bien de la iglesia y para la gloria de Dios.
Es lo que hoy queremos celebrar. Que ‘los misterios que estamos celebrando transformen nuestra vida y se manifiesten en nuestras obras’, en la vida de cada día.