Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria
Hechos, 17, 15.22-18,1; Sal. 148; Jn. 16, 12-15
‘Llenos están el cielo
y la tierra de tu gloria’, hemos cantado y repetido con el salmo alabando y
bendiciendo al Señor que se manifiesta en sus obras. ‘Alabad al Señor en el
cielo, alabad al Señor en lo alto… alaben el nombre del Señor, el único nombre
sublime… llenos están el cielo y la tierra de tu gloria’.
Primer artículo de nuestra fe, reconocer al Señor, ‘Dios creador de cielo y tierra, de todo lo
visible y lo invisible’. Y en toda la creación se manifiesta la gloria del
Señor. Por eso, el hombre contemplando la maravilla de la creación ha de
dirigir su pensamiento al Creador, al Señor Todopoderoso que con su sabiduría
infinita realizó toda esa maravilla de la creación en toda su inmensidad que
aún no terminamos de descubrir. Toda esa inmensidad del espacio, pero toda esa
maravilla de todas las cosas creadas que nos ayudan a ir descubriendo y
conociendo más y más al autor de la creación.
Es el Dios de quien quiere hablarles Pablo a los
habitantes de Atenas cuando recorriendo el inmenso foro se encuentra con aquel
altar al dios desconocido. Aprovecha el apóstol para realizar la catequesis
para hacer el anuncio que culminará con el anuncio de Jesús, muerto y resucitado,
que tanto les costará a aceptar a los atenienses.
‘Me encontré con un
altar con esta inscripción, les dice: al Dios desconocido. Pues eso que
veneráis sin conocerlo, os lo anuncio yo: El Dios que hizo el mundo y lo que
contiene. El es el Señor de cielo y tierra y que no habita en templos
construidos por hombres ni lo sirven manos humanas’. Es el Dios cuyo templo propio es
toda la creación por Él realizada, pero que asienta su trono, por así decirlo,
en su criatura preferida, en el corazón del hombre, en el corazón del ser
humano.
‘Quería que lo
buscasen a El, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban: aunque no está
lejos de ninguno de nosotros, pues en El vivimos, nos movemos y existimos…’ A través de las obras creadas
podemos llegar a reconocer al Creador, podemos llegar a conocer a Dios; pero
Dios se nos revela más íntimamente porque quiere habitar en nuestro corazón.
Con su inmensidad lo llena todo, ‘en El
vivimos, nos movemos y existimos’, pero con la revelación de Jesús llegamos
a descubrir de qué manera maravillosa Dios se acerca al hombre, se revela al
hombre para que pueda conocerle, le inunda con su amor, y quiere habitar en El
como hemos reflexionado en estos días.
Que no se nos cieguen los ojos; aunque sea a tientas,
porque descubramos sus señales en toda la creación - cuantas maravillas y
bellezas podemos contemplar para llegar a admirar lo que es la maravilla y la
belleza infinita de Dios - y así vayamos caminando hacia Dios. Que escuchemos
la Palabra viva de Dios, Revelación de Dios que es Jesucristo para que podamos
conocer cada vez más hondamente a Dios, pues
‘nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere
revelar’; y Jesús ha venido a revelarnos el misterio de Dios, un misterio
inmenso de amor del cual Jesús es el rostro más maravilloso en su amor y en su
misericordia infinita.
Pero más aún, Jesús nos promete que nos enviará su
Espíritu, el Espíritu de la verdad que nos lo revelará todo. Así venimos
escuchándolo y reflexionándolo una y otra vez estos días, cuando se acerca la
fiesta de Pentecostés, la Fiesta del Espíritu Santo. El es ‘el Espíritu de la verdad que nos guiará hasta la verdad plena’, como
le hemos escuchado decir a Jesús hoy en el Evangelio.
No vamos ya a tientas a conocer a Dios, porque contemplando
a Jesús contemplamos la gloria de Dios. ‘Hemos
visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y
de verdad… a Dios nadie lo vio jamás; el Hijo único, que es Dios y está en el
seno del Padre, nos lo ha dado a conocer’. Demos gloria a Dios que así se
nos revela.
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