Experimentemos
en nosotros la misericordia de Dios porque nos sentimos enfermos y necesitados
de sanación y llevemos el don de la paz a cuantos están necesitados de perdón
Isaías 58, 9-14; Sal 85; Lucas 5,
27-32
No se nos
ocurre pensar en una persona que está enfermo y que no va al médico, o que le
oculta algunos aspectos de su padecer. ¿Será que no quiere curarse? Podríamos
decir que no nos cabe en la cabeza, todos amamos la salud, todos deseamos
quitar ese mal de la enfermedad que algunas veces puede dañar nuestro cuerpo;
de la misma manera que el médico lo que querrá es la salud de sus pacientes;
cómo nos quejamos si vamos al médico y no nos atiende o lo hace con
displicencia, como nos rebelamos si el médico no acierta con la enfermedad que
padecemos y en lugar de mejorar, empeoramos. El médico es para sanar al
enfermo, para hacerle recuperar la salud, y no se nos ocurre impedir que un
enfermo llegue a encontrar la salud.
Hablamos de
aspectos humanos en los que nos vemos envueltos todos los días, porque eso de
la salud es algo que todos ansiamos. Pero esa imagen nos puede decir algo más
con el evangelio que hoy hemos escuchado. Aunque nos parezca que en este caso
el centro del evangelio está en la llamada de Jesús a Leví para que le siga, y
tenemos que valorar por una parte esa invitación de Jesús a seguirle y la
prontitud con que responde a la llamada del Señor, esto es motivo para otro
mensaje que se nos quiere trasmitir en este camino cuaresmal que hemos
iniciado.
Hemos
escuchado las murmuraciones y comentarios que se hacen los fariseos por una
parte porque Jesús haya llamada a un publicano, a un recaudador de impuestos –
con lo mal mirados que eran entonces – a seguirle, pero la critica más feroz
viene porque Leví hace un banquete y en él con Jesús y sus discípulos están
también muchos otros publicanos amigos y compañeros que fueron de Leví. ‘Y
murmuraban los fariseos y sus escribas diciendo a los discípulos de Jesús:
¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?’
Es cuando aparece la respuesta de Jesús.
‘No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a
los justos, sino a los pecadores a que se conviertan’. Jesús es el médico que viene a sanarnos. ‘Dios
quiere que todos los hombres se salven y tengan vida eterna’, se nos dirá
en otro momento del evangelio. Es la razón, podríamos decir, del Emmanuel, Dios
con nosotros. Por eso Jesús viene a nuestro encuentro sin hacer ninguna
diferencia ni distinción. Va a buscar al hombre enfermo, va al encuentro del
pecador, dejará que todos se acerquen a El, siempre ofrecerá la paz para los
corazones y la salvación.
Busca al paralítico que anda allá
perdido en medio de la multitud pero que nadie atiende, se acerca al pie de la
higuera para hacer bajar a Zaqueo porque quiere hospedarse en su casa, permite
que la mujer pecadora le lave los pies con sus lágrimas y derrame el caro
perfume, al paralítico que hacen bajar desde el techo a su presencia para que
lo cure lo primero que le ofrece es el perdón de los pecados, siempre despedirá
a los que se acercan a El con la paz. ‘Vete en paz y no peques más’. Y
nos enseñará como nosotros tenemos que llevar ese mensaje de paz para todos
cuando anunciemos la buena nueva de su salvación, dándonos poder para curar
enfermedades, expulsar demonios y sobre todo llevar el bálsamo del perdón y del
amor de Dios.
Como contra portada vemos la actitud de
los fariseos, que ni comen ni dejan comer. Les molesta que Jesús esté con los
pecadores, no entenderán nunca el mensaje del perdón que Jesús va proclamando.
En sus corazones retorcidos no son capaces de experimentar en si mismos esa
sanción que Jesús ofrece a todos y siempre están queriendo contagiar con su
mala levadura el resentimiento, el odio y el rencor.
Experimentemos nosotros esa
misericordia de Dios en nuestra vida, porque nos sentimos enfermos y
necesitados de su sanación, nos sentimos pecadores y ansiamos ese perdón y esa
misericordia que Jesús nos ofrece, y con esa misma misericordia vayamos al
encuentro con los demás regalando paz, repartiendo amor, ayudando a descubrir
la alegría de sentir la misericordia del Señor.