Son
las actitudes y los valores de Jesús los que tenemos que reflejar con
autenticidad en nuestra vida, porque vayamos plantando la buena semilla en
nuestro interior
Eclesiástico 27, 4-7; Sal 91; 1Corintios 15,
54-58; Lucas 6, 39-45
Cuánto nos
gastamos en guardar las apariencias… ahora tenemos hasta asesor de imagen; hay
sus protocolos de cómo hay que presentarse, lo que podemos o no podemos decir,
la imagen que tenemos que dar para ser más atrayentes. Falsos oropeles,
palabras vacías, gestos que nada dicen y que ocultan mucho, apariencias que
tratan de engañar para dar una presentación, aunque por dentro estemos vacíos u
ocultemos las intenciones torcidas que tengamos.
Al hablar de
esto podemos pensar en personajes públicos o gente que consideramos importantes
y que se envuelven en estas vanidades, pero hemos de reconocer que es algo que
nos puede pasar a todos; como me decía un amigo medio en broma ‘cuando me
hago una fotografía pongo el lado bonito de la cara’, y ocultaba el lado
que no tenía buena apariencia. Todos podemos tener esa tentación de la
apariencia. Nos falta autenticidad, nos faltan valores que verdaderamente
podamos presentar como auténtica riqueza de nuestra vida. Pero bien sabemos que
el que está vacío por dentro pronto saldrá a relucir la falsedad de su vida a
pesar de todos los oropeles y vanidades de las que se quiera rodear.
Es de lo que
nos está previniendo hoy el evangelio y podemos decir que todo el conjunto de
la Palabra de Dios que en este domingo se nos proclama. Si somos ciegos poco
podremos convertirnos en guías del camino de los demás; si nuestros ojos están
turbios poco podemos hablar de claridad, porque esa claridad no existe en
nuestros ojos. Sin embargo en nuestra ceguera con qué facilidad juzgamos y
condenamos a los demás. Quizás muchas veces aquellas cosas que criticamos de
los demás y por las que los juzgamos o los condenamos son carencias que
llevamos en nosotros mismos. Dime de lo que hablas y sabré lo que
verdaderamente llevas en el corazón.
Limpiemos los
cristales por los que miramos a los demás, porque si los tenemos llenos de
suciedad estaremos viendo suciedad en los otros, pero donde está es en nuestros
ojos. Siempre recuerdo lo de aquella mujer que criticaba a su vecina porque
decía que lavaba mal la ropa y la tendía al sol llena de suciedad; no se daba
cuenta que la suciedad estaba en los cristales de su ventana y era lo que le
hacía creer que veía suciedad en la ropa de su vecina.
Hoy nos habla
Jesús de quitar la viga que llevamos en nuestros ojos antes de querer quitar la
pequeña mota que pudiera haber en los ojos del hermano. Por eso, tenemos que
mirarnos primero a nosotros mismos para limpiar la suciedad que llevamos en el
corazón. Como nos decía Jesús en otro momento, es de dentro del corazón de
donde salen las malicias y toda clase de males. Como tantas veces habremos
reflexionado es el camino de superación, de crecimiento interior que tenemos
que realizar en nuestra propia vida.
Somos discípulos
que seguimos el camino de nuestro Maestro y de El tenemos que aprender. Son las
actitudes y los valores de Jesús los que tenemos que reflejar en nuestra vida,
porque vayamos plantando esa buena semilla en nuestro interior. Porque de lo
que llevamos en el corazón hablará nuestra boca, se reflejará en nuestras
obras. Por eso tenemos que cuidar con mucho esmero esas actitudes que llevamos
dentro. No se trata solamente de que hagamos muchas obras de caridad y con ello
parece que quedamos bien, si no hay verdadera caridad en nuestro corazón.
Quizá en un
momento podemos ser capaces de desprendernos incluso de algo nuestro que nos
puede costar, pero si lo hacemos a regañadientes, poco nos vale y se queda en
apariencia; si mientras damos esa limosna al necesitado no somos capaces de
tener una mirada de amor para con esa persona que atendemos, algo nos está
fallando en nuestro interior, algo nos está fallando para que sea un amor
verdadero lo que estemos manifestando.
Es necesario
un corazón fraterno y abierto, un corazón lleno de misericordia porque hemos
experimentado en nosotros la misericordia de Dios que se manifestará
verdaderamente compasivo y cercano con los demás, un corazón lleno de
delicadeza y de humildad porque nunca con nuestras obras vamos a avasallar a
los demás considerándonos superiores.
El amor nunca
humilla, siempre levanta; el amor no crea distancias, sino que busca la ternura
y la cercanía; el amor nunca se impone ni lo realizamos como un cumplimiento,
sino que será algo que siempre se contagia creando unos vasos de comunicación
con los demás; el amor nunca puede ser apariencia sino que tiene que
manifestarse con la autenticidad de nuestra vida; el amor no es un protocolo
que nos traza cómo hemos de hacer las cosas para dar una buena imagen, sino que
siempre partirá de la generosidad que llevemos en el corazón que nos hará
creativos en gestos y acciones concretas; el amor cuando hay entrega sin
limites nunca mermará ni se consumirá sino que crecerá agrandando nuestro
corazón pero también contagiando a los demás; los gestos y actitudes de amor
serán siempre el fruto del árbol bueno que llevamos en el corazón y define
nuestra vida.
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