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martes, 1 de marzo de 2022

Nos desconcierta Jesús porque trastoca muchas aspiraciones, nos promete vida eterna para quienes le seguimos, pero nos habla de los últimos que serán los primeros

 


Nos desconcierta Jesús porque trastoca muchas aspiraciones, nos promete vida eterna para quienes le seguimos, pero nos habla de los últimos que serán los primeros

1Pedro 1, 10-16; Sal 97; Marcos 10, 28-31

En el sentido habitual de nuestro vivir nos parece justo que se tengan en cuenta los méritos de la persona, porque desde su capacidad, pero también del desarrollo responsable de las cualidades y valores de su vida, pueda ir como ascendiendo en esos escalones de responsabilidades y pueda ver un fruto de su trabajo, esfuerzo y responsabilidad en esa asunción de nuevas funciones en bien de la misma sociedad.

Nos quejamos muchas veces cuando no son los méritos sino los amiguismos los que llevan a algunos a ascender en esa escala social de responsabilidades  y por supuesto de las retribuciones que pueda obtener. Justo es, repito, la valoración de los méritos de una persona en función del desarrollo de sus responsabilidades. Medidas humanas tenemos que tener en nuestras relaciones y siempre lo hemos de hacer desde la mayor rectitud.

Sin embargo, aunque esas cosas puedan ser buenos alicientes, una persona madura y responsable de sí misma no se mueve solo desde esos intereses que se puedan convertir en ganancias; diríamos que la responsabilidad comienza con uno mismo y si es poseedor de unos valores o de unas cualidades, ha de buscar, es cierto su crecimiento personal en el desarrollo de esos valores que posee, pero también piensa en esa sociedad en la que vive y de la que se siente de alguna manera deudora y responsable; aquello que posee tiene también esa función social de enriquecer a la misma sociedad. Ahí manifiesta su madurez y su grandeza.

Es la respuesta que va dando a esos valores de los que Dios le dotó que van a ser una riqueza no solo en lo material para ese mundo en el que vive. Nos sentimos responsables no solo de nuestra vida personal sino de ese mundo en el que vivimos; nos sentimos llamados a desarrollar también una función en medio de esa sociedad.  Y aquí tendríamos que recordar aquello de que no podemos enterrar el talento que se nos ha dado, sino que hemos de saberlo negociar en bien no solo de uno mismo sino de la sociedad en la que vive.

Los méritos de esa persona no son las ganancias que en el orden material pueda recibir, sino que será la satisfacción que sentirá en lo más hondo de sí mismo por el bien que realiza, por la función que está llamado a realizar en medio de ese mundo, de esa sociedad. No nos movemos entonces solamente buscando unas satisfacciones materiales o unas ganancias sino que es esa respuesta responsable que nosotros estamos dando a la vida misma con todo lo que en la misma vida hemos recibido.

¿Búsqueda de méritos de interés? Tiene que ser algo distinto. ¿Búsqueda de reconocimientos de eso que hacemos? Parecería que fuera algo normal, pero no hacemos las cosas para que nos den las gracias, hacemos las cosas como responsabilidad y como respuesta a una llamada que sentimos en lo hondo de nosotros mismos. Desde la fe sentimos que esa llamada viene de Dios, y el dar gloria a Dios con lo que hacemos es nuestra mayor gloria.

Sin embargo todos sentimos la tentación de esa búsqueda de méritos y de reconocimientos. Pero como quien pone toda su confianza en Dios, en manos de Dios dejamos cuanto hacemos porque lo que buscamos es la gloria de Dios. En el evangelio vemos que los discípulos que han seguido a Jesús y han dejado muchas cosas por estar con El también tienen esa tentación de reconocimientos. En algún momento los veremos interesados en la búsqueda de primeros puestos, de influencias que pudieran tener por una cosa o por otra para ocupar lugares principales en ese Reino que Jesús anuncia. Ya vemos como Jesús va formando sus conciencias, va haciéndoles aspirar a cosas más grandes.

Ahora como consecuencia de lo que están aprendiendo con aquel episodio del joven rico, que era muy cumplidor, que deseaba en verdad alcanzar la vida eterna, y Jesús le pide el desprendimiento de todo para tener ese tesoro en el cielo, surge en ellos también la duda y el interrogante. ¿Y ellos que lo han dejado todo que van a recibir? ¿Jesús les va a pedir algo más aún?

‘En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros’.


Es la respuesta de Jesús. Nadie le va a ganar en generosidad. Se han dado por El, por el Evangelio…
‘en la edad futura, vida eterna’, les dice. Pero un día, cuando alababa a Juan, el mayor de los nacidos de mujer, decía también que el más pequeño podía adelantársele en el Reino de los cielos. Hoy nos ha terminado diciendo ‘muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros’. ¿Qué nos querrá decir? Recordemos que cuando discutían por los primeros puestos les decía, que había que hacerse el último y el servidor de todos. ¿Entenderemos el camino de Jesús? Algunas veces parece que nos desconcierta

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