Queremos
y buscamos tener certezas y seguridades
del valor de lo que hacemos o por lo que nos damos, pero para el cristiano la
verdadera y única certeza es Jesús
1Pedro 1, 3-9; Sal 110; Marcos 10, 17-27
Queremos y buscamos tener certezas y seguridades. Cuando
nos prometen algo, cuando nos dicen que vamos a conseguir algo, cuando nos
dicen que ese camino nos lleva a alguna parte y nos señalan algo concreto,
cuando nos ofrecen metas, ideales, cosas que nos pueden dar la seguridad,
queremos estar seguros, que no nos engañen, que lo podamos conseguir fácil,
poco menos que una operación matemática, dos y dos son cuatro, aquello que nos
prometen o nos plantean que nos den seguridad.
Y algunos
pretenden comprar esas seguridades, piensan que todo tendrá su precio y estamos
dispuestos a pagar, y si es una cosa que nos apetece mucho pagaremos lo que sea
por alcanzarlo. Pero, ¿todo se puede comprar? ¿Todo lo podemos cuantificar de
esa manera? ¿A todo le podemos poner un precio material? ¿No habrá algo que se
nos escapa de las manos? Algunas veces parece que esas certezas no son tan
seguras. O nos damos cuenta que todo no se puede cuantificar desde lo material
o lo económico. No nos valen esas medidas con las que estamos acostumbrados a
cuantificar las cosas.
Parece como
muy lógico y muy humano que andemos en esas búsquedas de seguridades en lo que
hacemos o en lo que buscamos, porque ahí entra también nuestra capacidad de
razonamiento y de decisión, pero quizás alguna vez nos sorprendemos que haya
cosas o aspectos de la vida en la que no caben quizás esos planteamientos que
nos pueden parecer tan razonables. Hay medidas que nos superan, o hay cosas que
no alcanzamos desde esas medidas a lo humano, lo terreno o incluso al estilo económico.
Y es cuando entramos en los ámbitos de la salvación, en los planteamientos que
nos hace Jesús en el evangelio para que logremos lo que es verdadera riqueza
para nuestra vida.
Una cosa que
surge fácil en este sentido de nuestras búsquedas es el tema de la salvación.
Hoy se presenta un muchacho joven, un buen muchacho y muy cumplidor, a Jesús
preguntando qué es lo que tiene que hacer para alcanzar la vida eterna. Por ahí
andan metidas esas cuantificaciones, o esas cosas que queremos hacer a la
manera de compra, por así decirlo, para alcanzar el vivir en Dios. Jesús le
habla de los mandamientos, que son ese camino que nos ha trazado Dios para
vivir una vida recta, y el muchacho dice que eso para él es nada, porque eso lo
ha hecho siempre.
Y es cuando
Jesús ofrece otros parámetros, otras medidas.
‘Una cosa te falta, pues: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los
pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme’. Aquí ya es
algo más que cumplir con unas reglas o unas medidas, aquí es necesario algo que
tiene que salir del corazón para tener esa capacidad de desprendimiento, para
ser capaz de vaciarse de sí mismo, de desprenderse de apegos, de olvidarse de
sí mismo. Y ya esto no son medidas que podamos cuantificar con un peso o con
una regla. Es otra cosa, otra generosidad, otra disponibilidad, otra capacidad
de amar y de amar hasta lo extremo. Es una órbita y un sentido distinto de la
vida. Ahora son seguridades que nacerán de la confianza en la Palabra que nos
viene de Dios.
Aquel joven no fue capaz. Se marchó
triste y pesaroso porque no era eso lo que él pensaba, lo que eran sus
planteamientos. Era rico, dice el evangelista. Y Jesús se le quedará
mirando también como se marchaba. Ya conocemos los comentarios posteriores de
Jesús que de alguna manera escandalizan a los discípulos, porque habían sido
generosos para seguir a Jesús y muchas cosas habían dejado atrás, todavía en su
corazón andaban con sus cuantificaciones. Algún día preguntarán qué es lo que
ellos van a alcanzar que lo habían dejado todo por seguir al maestro. Ahora piensan
que eso de salvarse es imposible, porque es imposible tener esas nuevas
actitudes que pide Jesús. ‘Para lo hombres parecerá imposible, les dice
Jesús, pero no es imposible para Dios’.
Y es que en ese tema de la salvación,
de lo que es el seguimiento de Jesús no es cosa que solo hagamos por nosotros
mismos; es algo que tenemos que hacer con la gracia del Señor; y es necesario
dejarse conducir por esa gracia, por esa llamada del Señor, por eso sentir de
verdad a Dios en su vida porque seamos capaces de desprendernos de nosotros
mismos y comenzar a confiar en Dios por encima de todo. La certeza para
nosotros es Jesús, nuestra única seguridad y nuestra única certeza. El es el
Camino y la Verdad y la Vida.
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