Muchas cosas tenemos que desbrozar en nuestra vida y en nuestra forma de expresar nuestra religiosidad porque tenemos el peligro de ocultar el verdadero sentido del evangelio
Colosenses 1, 21-23; Sal 53; Lucas 6, 1-5
He venido observando en las últimas semanas el interesante trabajo que han venido realizando poco a poco en lo que hace unos años era un hermoso huerto con sus viñas y con sus árboles frutales que lo convertían casi como un jardín junto a la casa en que se situaba; pero con el paso de los años, porque los sucesivos propietarios de tal casa y terreno fueron plantando diversos árboles y enredaderas a su capricho creyendo que lo embellecían, poco a poco se fue convirtiendo en una maraña de enredaderas y árboles sin orden ni concierto que lo volvieron impenetrable e intransitable; ahora con la tarea de desbroce que están realizando está recobrando su primigenia belleza haciéndolo un lugar verdaderamente confortable.
Me ha hecho pensar. ¿Necesitaremos de vez en cuando realizar en la vida esa tarea de desbroce para ir eliminando tantas cosas que se vuelven inservibles, más aún, nos hacen poco confortable la vida? Cuántas cosas vamos acumulando. Y ya no quiero referirme solamente a tal cantidad de cachivaches con que vamos llenando nuestros hogares o los lugares donde hacemos nuestra vida ordinaria - analiza todas esas cosas que vas guardando en tu habitación o en tu casa, la mayor parte inservibles o de poca utilidad pero que van ocupando nuestros espacios y restándonos incluso comodidad a nuestras vidas -, pero quiero pensar en tantas cosas que guardamos dentro de nosotros, recuerdos muchas veces que nos amargan, que merman nuestra felicidad cuando mantenemos rencores en el alma, apegos de los que parece que no podemos desprendernos con tantas dependencias que nos vamos creando en la vida.
Pero haciéndome esta reflexión tras la lectura del evangelio de hoy, en que aquellos fariseos vinieron a reprocharle a Jesus porque sus discípulos habían estrujado unos espigas a su paso por el campo para echarse unos granos a la boca, cuando era un sábado y no se podía realizar ningún trabajo, me lleva a hacerme también muchas preguntas. Jesus viene a hacerles caer en la cuenta que ese campo de su religiosidad, de sus costumbres y leyes judías que se habían llenado de normas y preceptos mucho más allá de lo que estaba señalado en la Escritura santo como mandamientos de Dios, necesitaban un desbroce, porque muchas cosas se habían acumulado que le quitaba brillo a lo que era la verdadera ley del Señor.
Y las preguntas se dirigen a nuestra manera de vivir nuestra piedad religiosa, en las cosas de las que nos hemos rodeado los cristianos para manifestar y expresar nuestra fe, incluso, ¿porqué no? en nuestros ritos y celebraciones de todo tipo en el orden popular o incluso en muchas celebraciones que tenemos en nuestros templos, que de alguna manera pudieran oscurecer lo que tendría que ser nuestra auténtica relación con Dios, nuestro verdadero sentido religioso. ¿No quedará muchas veces oscurecida nuestra liturgia, nuestra celebración de la Eucaristía y de cada uno de los sacramentos, con tantas cosas que las que queremos adornar nuestras celebraciones porque decimos que así parecen más bonitas? Y no digamos nada de tantos actos piadosos y devocionales con los que llenamos nuestros tiempos en el templo, que pudieran hacer que no llegaramos a valorar la auténtica presencia de Dios en nuestra vida.
En tantas partes veo el resurgir de tantas novenas, de tantas y tantas fiestas de santos que muchas veces están alejadas incluso de lo que fue el sentido de la vida de esos santos, de tantas y tantas advocaciones piadosas que pudieran empañar lo que es verdaderamente la salvación que Dios en Jesucristo ha querido ofrecernos.
¿Dónde está el evangelio? ¿Dónde está el verdadero espiritu del evangelio en muchas de todas devociones de las que nos están rodeando? Si todo eso que hacemos no nos lleva al evangelio de Jesus, yo diría que estamos dando palos de ciego; si le damos más importancias a las velas que encendemos o a las flores con que adornemos nuestros altares para que queden muy bonitos, que al espiritu del evangelio que nos hace humildes, que nos hace servidores de los demás, que nos lleva al perdón en todo momento y ser capaces siempre de mostrar misericordia con los demás, lejos estamos del evangelio, lejos estamos de Jesus, tenemos que reconocer.
¿No habrá muchas cosas que desbrozar? Juzgamos y condenamos a los fariseos por todas las normas que se habían impuesto y porque le vinieron a decir a Jesus que los discípulos habían estrujado unas espigas porque iban hambrientos por el camino, pero ¿y qué estamos haciendo nosotros?