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sábado, 9 de marzo de 2019

Tendríamos que ser signos para los demás del gozo y la felicidad que nos produce nuestra fe viviéndola con alegría



Tendríamos que ser signos para los demás del gozo y la felicidad que nos produce nuestra fe viviéndola con alegría

 Isaías 58,9-14; Sal 85; Lucas 5,27-32

Dar un cambio de rumbo a la vida en un momento determinado nos puede llenar de interrogantes, puede hacer que surjan dudas en nuestro interior y hasta puede aparecer como una cierta angustia y temor sobre si nos hemos equivocado o no con tal decisión y la incógnita en cierto modo que puede deparar ese futuro cuyo camino se inicia.
Pero también podemos sentir mucha paz en nuestro interior, conscientes de lo nuevo y de lo bueno que nos abre nuevos caminos en la vida, y esa paz llena de gozo nuestro corazón. Por eso queremos compartirlo con aquellas personas que apreciamos, queremos hacer participes de nuestro gozo a nuestros amigos, y hasta en la expresión de nuestro semblante todos se sentirán gozosos con nuestra alegría. Será algo que no podemos ocultar, que en cierto modo queremos compartir. Habremos tenido quizá en algún momento una experiencia así en la que además quisiéramos tener a nuestro lado a todos aquellos que queremos.
Hoy el evangelio nos ha hablado que Jesús al pasar junto a la garita de un recaudador de impuestos, lo invitó a seguirle. En lo escueto que es el evangelio en palabras en la descripción de los hechos nos dice que inmediatamente Leví se levantó y dejándolo todo se dispuso a seguir a Jesús. Quiero fijarme en unos aspectos que considero importantes y se nos pueden pasar desapercibidos.
¿Qué inquietudes había en el corazón de aquel hombre? ¿Estaba satisfecho de su vida en que más o menos lo tenía todo resuelto, pues su trabajo le producía buenas ganancias? ¿A qué se debía aquella prontitud? Aunque el evangelio habla de inmediatez podemos pensar con toda normalidad en un proceso que se produjo en el corazón de aquel hombre que le llevó a ese encuentro con Jesús y a disponerse a seguirle. Fue un día de luz para su vida, fue una experiencia inolvidable, una experiencia de las que llenan de gozo el corazón. Era una decisión muy grande la que estaba tomando para dejarlo todo y seguir a Jesús.
Por eso en el relato del evangelio se nos habla de que hizo un banquete para Jesús y los discípulos, y también invitó a todos los que eran sus amigos. Es cierto que esto provocará en los puritanos fariseos unas reacciones que no eran raras en ellos. Allí andan criticando a Jesús porque come con publicanos y pecadores. Pero Jesús es el médico que viene a curar, no a los sanos sino a los enfermos.
Esta actitud de Leví en que manifiesta el gozo por su encuentro con Jesús para seguirle creo que tendría que hacernos pensar. ¿Cuál es nuestra reacción ante nuestro encuentro con Jesús? Parece como si nos hubiéramos acostumbrado tanto que ya parece que eso no nos dice nada.
¿Por qué lo digo? Pensemos en lo que son nuestros encuentros con Jesús en la Eucaristía o en los sacramentos. ¿Cómo los vivimos? ¿Salimos con verdadero gozo en nuestro corazón de nuestras celebraciones y con deseos de compartir lo que llevamos en el corazón con los demás? ¿Cuántas veces tras la escucha de la Palabra de Dios al encontrarnos con los demás hemos tratado de comunicarle ese gozo que llevamos dentro de nosotros?
Tendríamos que ser signos para los demás del gozo y la felicidad que nos produce nuestra fe, viviéndola con alegría, con verdadero compromiso, compartiendo con los demás lo que llevamos en el corazón.

viernes, 8 de marzo de 2019

Sepamos descubrir el ayuno que de verdad nos pide el Señor en esas nuevas y positivas actitudes que tengamos con quienes convivimos



Sepamos descubrir el ayuno que de verdad nos pide el Señor en esas nuevas y positivas actitudes que tengamos con quienes convivimos

 Isaías 58,1-9ª; Sal 50; Mateo 9,14-15

¿Por qué o por quien somos capaces de sacrificarnos? Parece que eso del sacrificio sea algo pasado de moda. Algo que rehuimos parece que instintivamente. Vivimos en un mundo muy sensual en donde queremos pasarlo siempre bien, disfrutar, gozar de todas aquellas cosas que nos puedan dar placer. Está bien que queramos ser felices, busquemos la felicidad; es un hondo deseo del corazón de toda persona y yo como creyente digo también que es lo que Dios quiere para el hombre y la mujer, para eso nos ha creado. La imagen del jardín o del paraíso de la que nos habla la Biblia en la página de la creación donde coloca sus criaturas tiene su significado en ese sentido.
Pero sigue rondando la pregunta que nos hacíamos de por qué sacrificarnos. No siempre conseguimos todo lo que anhelamos, alcanzar metas en la vida nos exige esfuerzo y necesitamos hacer como una escala de valores para luchar de verdad por lo que merece la pena, eso nos exige muchas veces renunciar a cosas por alcanzar lo mejor, para no quedarnos en mediocridades ni superficialidades. Por otra parte están nuestras limitaciones y debilidades, y así nos damos cuenta de lo que de verdad cuesta pero si queremos alcanzar lo mejor lucharemos y nos esforzaremos aunque tengamos que sacrificar quizá algunas cosas.
También en nuestra debilidad cometemos errores que tenemos que reparar, y reconocerlo algunas veces nos duele, pero necesitamos hacerlo, porque es la manera de poder avanzar en la vida, ir mejorando actitudes y comportamientos. Eso nos duele quizá por dentro, y arrancarnos de aquellas cosas que se pueden convertir en viciosas en nuestra vida también nos cuesta porque se rompen quizás algunas raíces que nos arraigan y nos quieren mantener unidos en aquello que es negativo para nuestra vida. Como la planta que tenemos que arrancar de la tierra porque es perjudicial para nuestro jardín o para nuestro cultivo, al arrancarla se tienen que romper muchas raíces.
Claro que para eso necesitamos como entrenarnos, aprender a hacerlo, dominar muchas cosas en nosotros. Y decir no a algo no es fácil, tenemos que aprender a hacerlo. Es un ejercicio de purificación que tenemos que realizar en nuestra vida. Eso simplemente hablando en lo humano cuando queremos superarnos y crecer como personas, pero eso lo decimos también cuando como cristianos y creyentes queremos avanzar en nuestra espiritualidad y en todo lo que afecta a nuestra vida cristiana, a nuestra vida de seguimiento de Jesús.
Como creyentes nos damos cuenta que esos errores de nuestra vida pueden ser un pecado que nos aleje de Dios, que se convierten en ofensa a nuestro Creador porque no queremos caminar por sus caminos que nos conducen a la salvación. De ahí el arrepentimiento y la conversión que necesitamos tener en nuestra vida para volvernos de verdad a Dios. De ahí, entonces, esos actos penitenciales que realizamos en el camino de nuestra vida cristiana, como signos de arrepentimiento y de conversión al Señor. Es lo que se nos va ofreciendo en nuestro camino cuaresmal.
Hoy la Palabra del Señor nos habla de ayuno, pero no de un ayuno meramente ritual, sino un ayuno que nos entrene de verdad en esa conversión de nuestro corazón. No es renunciar por renunciar simplemente a unos alimentos, sino poner esas nuevas actitudes en nuestra vida, en nuestro corazón que nos ayuden a realizar ese camino de vuelta al Señor. No es algo que cumplamos simplemente porque nos lo manden o impongan, sino que esa renuncia no ha de ser simplemente a unos alimentos, por ejemplo, sino que ha de ser todo un cambio de actitudes que pongamos en nuestro corazón en nuestra relación a los demás.
Nos conviene escuchar con toda atención lo que nos dice hoy el Señor por el profeta: El ayuno que yo quiero es éste: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne’.
Cuantos cepos tenemos que romper en nuestras relaciones con los demás cuando somos injustos, violentos, críticos, llenos de falsedad e hipocresía, mal intencionados, somos dañinos con nuestras palabras y actitudes… Pongamos unas actitudes positivas y buenas en nuestro trato con los demás, busquemos la cercanía y la amistad, el espíritu de servicio y la generosidad, el desprendimiento de nosotros mismos y la apertura del corazón. No tenemos que ir muy lejos, sino que vivamos todo esto con quienes convivimos cada día. Es el ayuno y el sacrificio que es agradable al Señor.


jueves, 7 de marzo de 2019

Jesús nos está hablando de su entrega y de su muerte, Jesús nos está hablando de ese amor el más grande porque es el que es capaz de dar la vida por los que ama


Jesús nos está hablando de su entrega y de su muerte, Jesús nos está hablando de ese amor el más grande porque es el que es capaz de dar la vida por los que ama

Deuteronomio 30,15-20; Sal 1; Lucas 9,22-25

Nos queremos comer el mundo, es un sentimiento y un deseo que aparece de una manera u otra dentro de nosotros. Luchamos y nos afanamos cada día con nuestros trabajos, con nuestros sueños y nuestras ilusiones, tenemos siempre esperanza de lograr metas aunque muchas veces las pongamos en unas ganancias materiales, en unos lugares de prestigio, en unos puestos donde podamos ejercer nuestro poder. Y cuando vamos logrando esas metas nos sentimos satisfechos y quizá nace en nosotros un deseo de más cosas.
Hay muchas veces en todo eso buenos deseos y buena voluntad, aunque fácilmente se nos pueden enturbiar esos deseos con ambiciones un tanto egoístas, buscando más nuestro propio bien o nuestro propio prestigio que el bien que podamos lograr por nuestro mundo.
Y hoy  nos viene a decir Jesús que de qué nos vale ganar el mundo entero si perdemos nuestra alma. Parece como un jarro de agua fría. Lo que quiere Jesús es hacernos pensar para que nos hagamos una buena escala de valores. No siempre todo vale, muchas veces incluso algo que en principio nos parece bueno se nos puede enturbiar con ambiciones egoístas. Tenemos que saber buscar lo que verdaderamente es importante. Y algunas veces parece que andamos confusos, porque recibimos tantas influencias de todas partes que no sabemos a qué quedarnos.
Estamos ahora comenzando un camino, el camino cuaresmal. Un tiempo para detenernos, para la reflexión, para pensarnos las cosas, para tratar de buscar lo que verdaderamente es importante, para escuchar al Espíritu del Señor en nuestro corazón y dejarnos guiar por su palabra.
Como nos decía la lectura del Deuteronomio se nos abren delante de nosotros dos caminos, estamos como en la encrucijada y hemos de saber elegir. Caminos que parece que son fáciles y nos llevan a vida, quizá al final nos están conduciendo a la muerte; caminos que nos parecen tortuosos y difíciles, que nos exigen sacrificio y hasta renuncia a muchas cosas, nos conducirán a la vida.
Porque además no es cuestión de dejarse arrastrar por lo fácil o por lo que hace todo el mundo aunque nos parezcan todos tan felices. ¿Tendrán la verdadera felicidad? Quizá detrás de muchas risas hay muchas lágrimas camufladas, muchos sufrimientos ocultos, muchas dudas en el interior, muchos interrogantes sin responder, y tratamos de distraernos de lo que nos parece difícil y compensarlo de la manera que sea.
Por eso, ese planteamiento que nos hace Jesús tiene que hacernos pensar. Ya desde el primer paso de nuestra cuaresma Jesús  nos anuncia la Pascua, y en la parte que tiene de pasión, pero que es la parte más hermosa del amor aunque a veces no lo comprendamos.
Jesús nos está hablando de su entrega y de su muerte, Jesús nos está hablando de ese amor el más grande porque es el que es capaz de dar la vida por los que ama. Pero para emprender el camino de esa Pascua hará falta hacernos planteamientos serios, tendremos que descubrir a qué tenemos que negarnos, cual es la cruz que tenemos que tomar y seguir entonces el camino de Jesús. El camino de dar la vida, que parece que es perderla, pero que realmente es ganarla. Es lo que hizo Jesús y lo que nos está pidiendo que hagamos nosotros. Queremos comernos el mundo, pero escuchemos lo que Jesús nos dice que es lo más importante.

miércoles, 6 de marzo de 2019

Nos volvemos a Dios con la certeza de su amor, experimentando en nosotros su compasión y misericordia, gozándonos en su amor, viviendo ya entonces en su amor


Nos volvemos a Dios con la certeza de su amor, experimentando en nosotros su compasión y misericordia, gozándonos en su amor, viviendo ya entonces en su amor

Joel 2,12-18; Sal 50; 2 Corintios 5,20–6,2; Mateo  6, 1-6.16-18

Es cierto, toda persona que quiere vivir de una forma madura su vida intenta cada día superarse, ser mejor, corregir errores, revisar continuamente lo que hace para tratar de hacerlo mejor cada día. Es bueno, es de alabar y es una tarea en la que hemos de empeñarnos en todo momento. Porque no eres frió ni caliente, te vomitaré de mi boca, dice la Escritura Santa; y es que cuando no intentamos superarnos y crecer, lo que hacemos es retroceder y disminuir. Solo el esfuerzo y la tensión nos harán crecer continuamente, porque la vida es un terreno bien resbaladizo en que si no tenemos la tensión de querer avanzar, lo que hacemos es retroceder.
Pero hoy que comenzamos con el miércoles de ceniza el tiempo de Cuaresma que nos conduce a la celebración del Misterio Pascual de Cristo en la Pascua, recuerdo esta actitud que hemos mencionado tan necesaria en la vida, y vamos a escuchar continuamente cómo la Palabra de Dios nos llama a la conversión. Pero ahora me atrevo a decir       que la conversión que se nos pide es mucho más que aquella buena actitud de la que antes hablábamos. Aquello, ya lo decíamos, es bueno y de alabar, pero la conversión no es solo revisar y corregir errores que hayamos cometido en la vida, aunque también tengamos que hacerlo, pero la conversión exige o pide algo más.
Escuchamos, por ejemplo, lo que os dice hoy el profeta en la Palabra que se nos proclamará en la celebración. ‘Volveos al Señor, vuestro Dios, y desgarrad vuestro corazón en vez de desgarrar la ropa… (Joel 2, 13). La primera palabra que se nos dice es ‘volveos… volveos al Señor, vuestro Dios’. Conversión, pues, no es solo corregir una cosa, una actitud o una acción que no hayamos hecho bien; conversión es volverse al Señor.
Muchas veces cuando comenzamos la cuaresma nos hacemos muchos propósitos, nos trazamos un plan y enumeramos aquellos cosas que creemos que debemos mejor en nuestra vida, y nos proponemos muchas cosas que en nuestra ascesis tenemos que hacer, porque así siguiendo ese plan vamos a mejor, decimos, vamos a convertirnos dándole la vuelta a nuestra vida con las cosas que tenemos que cambiar. Pero cuidado que nos falte la más importante, que esa conversión, que esa vuelta que tenemos que darle a nuestra vida, es un volvernos a Dios.
Nos volvemos a Dios y en El queremos mirarnos; en El que es compasivo y misericordioso, como repetiremos tantas veces. Vamos a sentirnos amados de Dios, la compasión y la misericordia de Dios que se derrama sobre nosotros; vamos a sentir como el Señor nos acoge en su misericordia y nos ofrece una y otra vez su amor y su perdón; vamos a volvernos a Dios y disfrutando de su amor nos sentiremos como enardecidos para vivir en su mismo amor. Será así desde ese amor de Dios experimentado en nuestra vida donde nos sentiremos impulsados a vivir en su amor, a vivir con su amor y será entonces cuando nuestra vida comience a ser distinta.
Nos volvemos a Dios para comenzar a creer de verdad en su palabra, en su evangelio, en su buena nueva de salvación; y vueltos a Dios nuestra vida comenzará entonces a ser distinta. Es algo tan sencillo lo que se nos está pidiendo, pero reconocemos que al mismo tiempo es costoso; nuestra vida se ha amoldado a vivir de una forma en que vamos vueltos hacia nuestros apegos, que parece que los huesos del alma se nos rompen cuando tenemos que dar la vuelta en redondo, para volvernos a Dios y solo a Dios.
Pero nos volvemos a El con la certeza de su amor, experimentando en nosotros su compasión y misericordia, gozándonos en su amor, viviendo ya entonces en su amor. Eso es lo que verdaderamente tenemos que hacer, para que sea una autentica conversión; lo otro sería cambiar cosas, pero no habremos cambiado el corazón.

martes, 5 de marzo de 2019

Siguen rondando en el corazón de los cristianos y la iglesia las ambiciones con que se vive en el mundo pero tenemos que aprender a hacernos de verdad los últimos


Siguen rondando en el corazón de los cristianos y la iglesia las ambiciones con que se vive en el mundo pero tenemos que aprender a hacernos de verdad los últimos

Eclesiástico 35,1-15; Sal 49; Marcos 10,28-31

Somos interesados; parece que no podemos hacer nada sin que obtengamos algún beneficio. Es cierto que con nuestro trabajo nos ganamos el sustento y podemos al fin tener aquello que ansiamos y que nos puede facilitar la vida, teniendo lo que necesitamos y aquello que nos pueda ir mejorando la vida. Pero la riqueza de la vida no está solo en unas ganancias materiales que obtengamos por lo que hacemos, sino que también otras cosas que no son las materiales enriquecen nuestra vida en lo que es más importante.
Es por ello que no podemos estar cuantificando la vida, lo que hacemos siempre desde la óptica de unas ganancias, aunque sean unas apetencias naturales que podamos tener o sea en lo que se nos haya educado. También tiene que haber otro altruismo, otra generosidad porque en fin de cuentas somos deudores del mundo en el que vivimos y nuestra presencia y nuestra vida tendría que hacer que mejorara nuestro mundo, mejoraran nuestras relaciones, pudiéramos convivir más felizmente y ya no tendríamos que actuar siempre desde unos intereses egoístas. La belleza de la vida tiene que ir más allá de esos intereses y hemos de saberle dar una plenitud a nuestra vida desde nuestra generosidad y desde el amor que sentimos por la misma vida pero también por la vida de los demás.
Hoy en el evangelio vemos a Pedro que es humano como todos y también esos intereses y ambiciones rondan en su corazón. Le lanza la pregunta directamente a Jesús. ‘Y nosotros que lo hemos dejado todo por seguirte, ¿qué beneficio vamos a obtener?’ Es cierto, un día habían abandonado las redes y la barca allá junto al lago por seguir a Jesús; cada día se habían ido sintiendo más entusiasmados por Jesús y con El iban por todas partes. Recorrían caminos y aldeas de Galilea, se habían ido un día más allá hasta los territorios de Fenicia, o se habían ido al otro lado del lago a regiones de paganos y gentiles, con Jesús habían atravesado Samaria o habían bajado por el valle del Jordán para acompañar a Jesús hasta Jerusalén en las fiestas de la pascua, y todo eso ¿no iba a tener alguna recompensa?
Como ya en sus mentes rondaba la idea de que Jesús era el Mesías, y conforme a la idea que tenían de lo que había de ser el Mesías, ya habían estado pensando en mas de una ocasión que lugares ocuparían en ese Reino que Jesús anunciaba, que no terminaban de entender. Por eso la pregunta a bocajarro a Jesús.
Y Jesús, con su paciencia tan característica, en principio les había dado la razón. ¿Lo habéis abandonado todo por seguirme? Pues quien ha dejado casa, padre o madre, hermano o hermana, por seguirme tendrá cien veces más, pero os digo también que no os van a faltar dificultades, incomprensiones e incluso hasta persecuciones; pero en el futuro tendrán la vida eterna. Claro que no todos comprenderían totalmente estas palabras de Jesús, y a algunos hasta podría asustarles.
Pero ahora les dejaría como una sentencia, lo que tantas otras veces les dirá. Los primeros, los principales, no son los que ocupan los primeros puestos, los que parecen que mandan y dominan sobre los demás; eso es la manera de actuar del mundo, de los poderosos. Vuestro estilo tiene que ser distinto. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros’. Ese es el camino de nuestras grandezas, saber hacernos los últimos, los servidores de todos.
No siempre lo entendemos; nos cuesta comprenderlo y asumirlo. Porque ahí en el fondo de nosotros seguimos teniendo nuestras apetencias y ambiciones. Y han pasado veinte siglos y seguimos como en el primer día, porque seguimos creándonos unas estructuras de poder, de dominio, de lugares de honor, de ropajes pomposos que nos llenan de vanidad.
Sigue habiéndolo en nuestro corazón, y siguen estando esas ambiciones en el corazón de la Iglesia, seguimos contemplando luchas de poder, sitiales elevados y ropajes ostentosos. Y sigue rondándonos ese mundo de manipulaciones, y seguimos con un corazón inmisericorde, y seguimos con nuestras condenas, y seguimos con nuestras distancias que nos alejan los unos de los otros. Y no son tantas las cosas que hemos dejado atrás por seguir a Jesús porque sutilmente hemos sabido sustituirlas por otras que nos llevan a un mundo de poder y de grandezas. Copiamos demasiado en nosotros el estilo del mundo y de los poderosos.
Tenemos de una vez por todas que dejarnos transformar por el evangelio para saber ser los últimos, los servidores, los hombres y mujeres del perdón, de la comprensión, de la misericordia. Queremos una Iglesia cercana y tenemos que aprender a ser cercanos los unos a los otros, si en verdad nos llamamos discípulos de Jesús


lunes, 4 de marzo de 2019

Soñemos, aspiremos a cosas grandes, somos capaces a pesar de nuestra debilidad, ese camino no lo vamos a hacer solos, contamos siempre con el Espíritu del Señor



Soñemos, aspiremos a cosas grandes, somos capaces a pesar de nuestra debilidad, ese camino no lo vamos a hacer solos, contamos siempre con el Espíritu del Señor

Eclesiástico 17,20-28; Sal 31; Marcos 10,17-27
Hay momentos en que parece que estamos dispuestos a comernos el mundo; nos sentimos animados y en nuestros deseos parece que todo lo vemos color de rosa, o al menos nos sentimos capaces de hacer muchas cosas. ¿Sueños? No es malo soñar, pero no nos podemos quedar en el sueño sino mirar la realidad y ver lo que es posible.
Es bueno que deseemos más, que queramos hacer grandes cosas, que nos preguntemos qué más podemos hacer, que nos hagamos planes y tengamos buenos propósitos. Pero hay que caminar en el día a día, porque cuando nos enfrentamos a eso que soñamos o nos planificamos, quizá nos damos cuenta que no es tan fácil, que parece que eso que nos propusimos nos supera, y tenemos el peligro de comenzar a relantizar nuestros buenos propósitos y al final nos demos la vuelta y volvamos a lo de siempre.
Muchas rémoras pueden aparecer en nuestra vida que nos frenen, cansancios y desganas, inconstancia para perseverar, metas que nos parecen imposibles de alcanzar, cosas de nuestro entorno que nos distraen de lo que nos propusimos, quizá el que los que están a nuestro lado no nos entiendan y nos digan que por qué nos metemos en esos berenjenales y nos llamen locos, apegos interiores o en la rutina de nuestras vidas que nos arrastran como un peso de debilidad…
Hoy el evangelio nos habla de un joven que con mucho entusiasmo se acercó a Jesús preguntándole que había de hacer para alcanzar la vida eterna. En su respuesta Jesús va dando pasos para ver el camino que hace aquel joven. Le propone los mandamientos, pero él ha sido bueno y cumplidor desde su niñez; da un paso más Jesús pidiéndole que se desprenda de lo que tiene, que sea capaz de quedarse sin nada para compartirlo con los pobres y que así tendrá un tesoro en el cielo. ¿No le ha preguntado que hacer para alcanzar la vida eterna? Jesús le habla del verdadero tesoro que ha de atesorar en el cielo.
Los entusiasmos se van para el piso. Era bueno, pero había vivido rodeado de bienes y comodidades, y comenzar ahora de cero sin nada en que apoyarse, le parece algo imposible. Las aves del cielo tienen nido y las fieras tienen sus guaridas, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza, diría Jesús también a otro que quería seguirle.
Cuando queremos tener asegurado nuestro nido o nuestra guarida, cuando queremos tenernos aseguradas para siempre las cosas materiales en las que apoyarnos en cualquier situación hemos materializado mucho nuestra vida y seremos incapaces de entender lo que son los valores espirituales. Cuando solo caminamos apoyándonos en los bastones que se sustentan en el suelo, no sabemos mirar a lo alto para descubrir otros caminos, para encontrar otro sentido de vida.
Le pasó a aquel joven que se dio la vuelta y se fue por donde había venido, o mejor se fue a donde había estado siempre, pero ya sin sueños de vida eterna. La tristeza invadió su alma, porque no fue capaz de levantar vuelo. Nosotros buscamos risas y alegrías efímeras y tampoco llegamos a descubrir muchas veces – o al menos cerramos los ojos – aquellas cosas que nos pueden dar verdadera felicidad. Reímos y cantamos en muchas ocasiones, pero la tristeza permanece en nuestra alma; corremos como locos en la vida tras muchas cosas, pero nunca nos sentiremos satisfechos de verdad.
Soñemos, sí, aspiremos a cosas grandes, veamos que somos capaces a pesar de nuestra debilidad, porque ese camino no lo vamos  a hacer solos; contamos siempre con la fortaleza del Espíritu del Señor.

domingo, 3 de marzo de 2019

Analicemos nuestras palabras, revisemos nuestras actitudes, examinemos la verdad de nuestro actuar haciendo un buen discernimiento de nuestra vida



Analicemos nuestras palabras, revisemos nuestras actitudes, examinemos la verdad de nuestro actuar haciendo un buen discernimiento de nuestra vida

Eclesiástico 27, 4-7; Sal 91; 1Corintios 15, 54-58; Lucas 6, 39-45

‘Se agita la criba y queda el desecho, así el desperdicio del hombre cuando es examinado’, nos ha dicho el libro sapiencial. Los granos de trigo se pasan por la criba para despejarlos de toda hojarasca, para separar el grano bueno de la parva que se llevará el viento y podamos obtener un fruto limpio y sustancioso. Bien lo saben los agricultores que en la era han de trillar el trigo para sacarlo limpio de paja y luego es aventado al viento para liberarlo de esa parva. Hermosa imagen para la vida.
Necesitamos de esa criba donde veamos la verdad de nuestra vida, para que no se quede todo en vanidosos oropeles que oculten la vaciedad de nuestros frutos o la podredumbre de nuestro corazón. Se llamará discernimiento – y la palabra ya vemos que se deriva de cernir, de pasar por la criba – que no solo es el que tenemos que hacer de los demás o de los acontecimientos que nos rodean, sino que cada uno ha de saber hacerlo de si mismo para descubrir la autentica verdad de sus valores.
Ese discernimiento lo podemos llamar también revisión o examen pero será algo que tenemos que hacer con total sinceridad, por respeto a nosotros mismos y a nuestra propia conciencia, pero también por respeto a esas personas que nos rodean, con quienes convivimos o a quienes en una tarea educadora hemos de saber trasmitir también unos valores que no se pueden quedar en palabras huecas y vacías. No nos vale cubrirnos de apariencias ni nos vale querer ocultar lo que llevamos en nuestro corazón porque pronto saldrá a relucir porque de lo que hay en nuestro corazón hablarán nuestros labios, o lo denunciarán nuestras propias obras. Y cuanto de todo eso puede haber en nuestra vida.
En este estilo sapiencial nos habla Jesús hoy en el evangelio. Son como sentencias que va desgranando pero que tenemos que detenernos para rumiarlas y masticarlas para sacar de ellas todo fruto. No nos vale leerlas o escucharlas todo de corrido, porque tenemos el peligro de quedarnos en la superficie y no lleguemos a ahondar en toda la sabiduría que Jesús quiere ofrecernos para nuestra vida.
Así no podemos ir de maestros por la vida siempre queriendo señalar para los demás cuando nosotros previamente no lo hayamos rumiado en lo más intimo de nuestra vida y con toda sinceridad; cuando simplemente tratamos de trasmitir palabras oídos o aprendidas de memoria, pero que no hemos asimilado en nosotros para hacerlas vida en nuestra vida, nos quedaremos en palabras huecas y vacías que nada van a decir a quienes tratamos de trasmitirlas.
Una almendra está escondida tras un doble caparazón que hemos de saber tener la habilidad de abrirlo para poder encontrar ese rico fruto; una perla está escondida en el caparazón de una concha que hemos de saber abrir para encontrarnos con su belleza y su riqueza. Es lo que tenemos que saber hacer con la Palabra de Dios que escuchamos y que queremos trasmitir; no nos quedamos en la superficie, como no nos quedamos en el caparazón de la concha, sino que lo abrimos para disfrutar de la belleza de la perla; así tenemos que saber rumiar, con verdadero discernimiento para aplicarla a nuestra vida esa Palabra que escuchamos y luego ya podremos ofrecerla con toda claridad y brillantez a los demás.
Hoy nos habla Jesús de quitar la mota o la viga de nuestro ojo, para poder ver claramente la mota que pueda tener el ojo de nuestro hermano y poder extraerla. Discernimos primero sobre nuestra vida, viendo lo que en realidad hay en nosotros para que con ojos claros y límpidos podamos ofrecer la luz a los demás.
De igual manera nos habla Jesús de cómo he cuidar el árbol de nuestra vida para que no esté dañado de ninguna maldad y así podarlos dar frutos buenos que enriquezcan a los demás y enriquezcan a nuestro mundo haciéndolo mejor. ‘Cada árbol se conoce por su fruto’, nos viene a decir Jesús, y si los frutos de nuestra vida no son buenos es porque nuestro árbol, nuestra vida está dañada y es lo primero que tenemos que curar. ‘El fruto muestra el cultivo de un árbol, la palabra, la mentalidad del hombre’, nos decía también el libro del Eclesiástico.  ¿Cuál es el fruto que nosotros ofrecemos? Analicemos nuestras palabras, revisemos nuestras actitudes, examinemos de verdad lo que son las obras de nuestra vida, nuestra manera de actuar, nuestra propia idea, nuestra mentalidad. Es lo que en verdad tenemos que saber cribar, discernir.
‘El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca’, terminará diciéndonos Jesús. Hagamos ese verdadero discernimiento, esa buena criba de nuestra vida para no nos quedemos en ofrecer paja, sino buen grano, buen fruto que alimente no solo nuestra vida sino que enriquezca también a nuestro mundo haciéndolo mejor.