Tendríamos
que ser signos para los demás del gozo y la felicidad que nos produce nuestra
fe viviéndola con alegría
Isaías 58,9-14; Sal 85; Lucas 5,27-32
Dar un cambio de rumbo a la
vida en un momento determinado nos puede llenar de interrogantes, puede hacer
que surjan dudas en nuestro interior y hasta puede aparecer como una cierta
angustia y temor sobre si nos hemos equivocado o no con tal decisión y la incógnita
en cierto modo que puede deparar ese futuro cuyo camino se inicia.
Pero también podemos sentir
mucha paz en nuestro interior, conscientes de lo nuevo y de lo bueno que nos
abre nuevos caminos en la vida, y esa paz llena de gozo nuestro corazón. Por
eso queremos compartirlo con aquellas personas que apreciamos, queremos hacer
participes de nuestro gozo a nuestros amigos, y hasta en la expresión de
nuestro semblante todos se sentirán gozosos con nuestra alegría. Será algo que
no podemos ocultar, que en cierto modo queremos compartir. Habremos tenido
quizá en algún momento una experiencia así en la que además quisiéramos tener a
nuestro lado a todos aquellos que queremos.
Hoy el evangelio nos ha
hablado que Jesús al pasar junto a la garita de un recaudador de impuestos, lo
invitó a seguirle. En lo escueto que es el evangelio en palabras en la descripción
de los hechos nos dice que inmediatamente Leví se levantó y dejándolo todo se
dispuso a seguir a Jesús. Quiero fijarme en unos aspectos que considero
importantes y se nos pueden pasar desapercibidos.
¿Qué inquietudes había en
el corazón de aquel hombre? ¿Estaba satisfecho de su vida en que más o menos lo
tenía todo resuelto, pues su trabajo le producía buenas ganancias? ¿A qué se
debía aquella prontitud? Aunque el evangelio habla de inmediatez podemos pensar
con toda normalidad en un proceso que se produjo en el corazón de aquel hombre
que le llevó a ese encuentro con Jesús y a disponerse a seguirle. Fue un día de
luz para su vida, fue una experiencia inolvidable, una experiencia de las que
llenan de gozo el corazón. Era una decisión muy grande la que estaba tomando
para dejarlo todo y seguir a Jesús.
Por eso en el relato del
evangelio se nos habla de que hizo un banquete para Jesús y los discípulos, y también
invitó a todos los que eran sus amigos. Es cierto que esto provocará en los
puritanos fariseos unas reacciones que no eran raras en ellos. Allí andan
criticando a Jesús porque come con publicanos y pecadores. Pero Jesús es el
médico que viene a curar, no a los sanos sino a los enfermos.
Esta actitud de Leví en que
manifiesta el gozo por su encuentro con Jesús para seguirle creo que tendría
que hacernos pensar. ¿Cuál es nuestra reacción ante nuestro encuentro con
Jesús? Parece como si nos hubiéramos acostumbrado tanto que ya parece que eso
no nos dice nada.
¿Por qué lo digo? Pensemos
en lo que son nuestros encuentros con Jesús en la Eucaristía o en los
sacramentos. ¿Cómo los vivimos? ¿Salimos con verdadero gozo en nuestro corazón
de nuestras celebraciones y con deseos de compartir lo que llevamos en el
corazón con los demás? ¿Cuántas veces tras la escucha de la Palabra de Dios al
encontrarnos con los demás hemos tratado de comunicarle ese gozo que llevamos
dentro de nosotros?
Tendríamos que ser signos
para los demás del gozo y la felicidad que nos produce nuestra fe, viviéndola
con alegría, con verdadero compromiso, compartiendo con los demás lo que
llevamos en el corazón.