Nos volvemos a Dios con la certeza de su amor, experimentando
en nosotros su compasión y misericordia, gozándonos en su amor, viviendo ya
entonces en su amor
Joel 2,12-18; Sal 50; 2
Corintios 5,20–6,2; Mateo 6, 1-6.16-18
Es cierto, toda persona que quiere
vivir de una forma madura su vida intenta cada día superarse, ser mejor,
corregir errores, revisar continuamente lo que hace para tratar de hacerlo
mejor cada día. Es bueno, es de alabar y es una tarea en la que hemos de
empeñarnos en todo momento. Porque no eres frió ni caliente, te vomitaré de
mi boca, dice la Escritura Santa; y es que cuando no intentamos superarnos
y crecer, lo que hacemos es retroceder y disminuir. Solo el esfuerzo y la
tensión nos harán crecer continuamente, porque la vida es un terreno bien
resbaladizo en que si no tenemos la tensión de querer avanzar, lo que hacemos
es retroceder.
Pero hoy que comenzamos con el
miércoles de ceniza el tiempo de Cuaresma que nos conduce a la celebración del
Misterio Pascual de Cristo en la Pascua, recuerdo esta actitud que hemos
mencionado tan necesaria en la vida, y vamos a escuchar continuamente cómo la
Palabra de Dios nos llama a la conversión. Pero ahora me atrevo a decir que la conversión que se nos pide es mucho
más que aquella buena actitud de la que antes hablábamos. Aquello, ya lo decíamos,
es bueno y de alabar, pero la conversión no es solo revisar y corregir errores
que hayamos cometido en la vida, aunque también tengamos que hacerlo, pero la
conversión exige o pide algo más.
Escuchamos, por ejemplo, lo que os dice
hoy el profeta en la Palabra que se nos proclamará en la celebración. ‘Volveos al Señor, vuestro Dios, y
desgarrad vuestro corazón en vez de desgarrar la ropa… (Joel 2, 13). La primera palabra que se
nos dice es ‘volveos… volveos al Señor, vuestro Dios’. Conversión, pues,
no es solo corregir una cosa, una actitud o una acción que no hayamos hecho
bien; conversión es volverse al Señor.
Muchas
veces cuando comenzamos la cuaresma nos hacemos muchos propósitos, nos trazamos
un plan y enumeramos aquellos cosas que creemos que debemos mejor en nuestra
vida, y nos proponemos muchas cosas que en nuestra ascesis tenemos que hacer,
porque así siguiendo ese plan vamos a mejor, decimos, vamos a convertirnos dándole
la vuelta a nuestra vida con las cosas que tenemos que cambiar. Pero cuidado
que nos falte la más importante, que esa conversión, que esa vuelta que tenemos
que darle a nuestra vida, es un volvernos a Dios.
Nos
volvemos a Dios y en El queremos mirarnos; en El que es compasivo y misericordioso,
como repetiremos tantas veces. Vamos a sentirnos amados de Dios, la compasión y
la misericordia de Dios que se derrama sobre nosotros; vamos a sentir como el
Señor nos acoge en su misericordia y nos ofrece una y otra vez su amor y su perdón;
vamos a volvernos a Dios y disfrutando de su amor nos sentiremos como
enardecidos para vivir en su mismo amor. Será así desde ese amor de Dios
experimentado en nuestra vida donde nos sentiremos impulsados a vivir en su
amor, a vivir con su amor y será entonces cuando nuestra vida comience a ser
distinta.
Nos
volvemos a Dios para comenzar a creer de verdad en su palabra, en su evangelio,
en su buena nueva de salvación; y vueltos a Dios nuestra vida comenzará
entonces a ser distinta. Es algo tan sencillo lo que se nos está pidiendo, pero
reconocemos que al mismo tiempo es costoso; nuestra vida se ha amoldado a vivir
de una forma en que vamos vueltos hacia nuestros apegos, que parece que los
huesos del alma se nos rompen cuando tenemos que dar la vuelta en redondo, para
volvernos a Dios y solo a Dios.
Pero nos
volvemos a El con la certeza de su amor, experimentando en nosotros su
compasión y misericordia, gozándonos en su amor, viviendo ya entonces en su
amor. Eso es lo que verdaderamente tenemos que hacer, para que sea una
autentica conversión; lo otro sería cambiar cosas, pero no habremos cambiado el
corazón.
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