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viernes, 8 de marzo de 2019

Sepamos descubrir el ayuno que de verdad nos pide el Señor en esas nuevas y positivas actitudes que tengamos con quienes convivimos



Sepamos descubrir el ayuno que de verdad nos pide el Señor en esas nuevas y positivas actitudes que tengamos con quienes convivimos

 Isaías 58,1-9ª; Sal 50; Mateo 9,14-15

¿Por qué o por quien somos capaces de sacrificarnos? Parece que eso del sacrificio sea algo pasado de moda. Algo que rehuimos parece que instintivamente. Vivimos en un mundo muy sensual en donde queremos pasarlo siempre bien, disfrutar, gozar de todas aquellas cosas que nos puedan dar placer. Está bien que queramos ser felices, busquemos la felicidad; es un hondo deseo del corazón de toda persona y yo como creyente digo también que es lo que Dios quiere para el hombre y la mujer, para eso nos ha creado. La imagen del jardín o del paraíso de la que nos habla la Biblia en la página de la creación donde coloca sus criaturas tiene su significado en ese sentido.
Pero sigue rondando la pregunta que nos hacíamos de por qué sacrificarnos. No siempre conseguimos todo lo que anhelamos, alcanzar metas en la vida nos exige esfuerzo y necesitamos hacer como una escala de valores para luchar de verdad por lo que merece la pena, eso nos exige muchas veces renunciar a cosas por alcanzar lo mejor, para no quedarnos en mediocridades ni superficialidades. Por otra parte están nuestras limitaciones y debilidades, y así nos damos cuenta de lo que de verdad cuesta pero si queremos alcanzar lo mejor lucharemos y nos esforzaremos aunque tengamos que sacrificar quizá algunas cosas.
También en nuestra debilidad cometemos errores que tenemos que reparar, y reconocerlo algunas veces nos duele, pero necesitamos hacerlo, porque es la manera de poder avanzar en la vida, ir mejorando actitudes y comportamientos. Eso nos duele quizá por dentro, y arrancarnos de aquellas cosas que se pueden convertir en viciosas en nuestra vida también nos cuesta porque se rompen quizás algunas raíces que nos arraigan y nos quieren mantener unidos en aquello que es negativo para nuestra vida. Como la planta que tenemos que arrancar de la tierra porque es perjudicial para nuestro jardín o para nuestro cultivo, al arrancarla se tienen que romper muchas raíces.
Claro que para eso necesitamos como entrenarnos, aprender a hacerlo, dominar muchas cosas en nosotros. Y decir no a algo no es fácil, tenemos que aprender a hacerlo. Es un ejercicio de purificación que tenemos que realizar en nuestra vida. Eso simplemente hablando en lo humano cuando queremos superarnos y crecer como personas, pero eso lo decimos también cuando como cristianos y creyentes queremos avanzar en nuestra espiritualidad y en todo lo que afecta a nuestra vida cristiana, a nuestra vida de seguimiento de Jesús.
Como creyentes nos damos cuenta que esos errores de nuestra vida pueden ser un pecado que nos aleje de Dios, que se convierten en ofensa a nuestro Creador porque no queremos caminar por sus caminos que nos conducen a la salvación. De ahí el arrepentimiento y la conversión que necesitamos tener en nuestra vida para volvernos de verdad a Dios. De ahí, entonces, esos actos penitenciales que realizamos en el camino de nuestra vida cristiana, como signos de arrepentimiento y de conversión al Señor. Es lo que se nos va ofreciendo en nuestro camino cuaresmal.
Hoy la Palabra del Señor nos habla de ayuno, pero no de un ayuno meramente ritual, sino un ayuno que nos entrene de verdad en esa conversión de nuestro corazón. No es renunciar por renunciar simplemente a unos alimentos, sino poner esas nuevas actitudes en nuestra vida, en nuestro corazón que nos ayuden a realizar ese camino de vuelta al Señor. No es algo que cumplamos simplemente porque nos lo manden o impongan, sino que esa renuncia no ha de ser simplemente a unos alimentos, por ejemplo, sino que ha de ser todo un cambio de actitudes que pongamos en nuestro corazón en nuestra relación a los demás.
Nos conviene escuchar con toda atención lo que nos dice hoy el Señor por el profeta: El ayuno que yo quiero es éste: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne’.
Cuantos cepos tenemos que romper en nuestras relaciones con los demás cuando somos injustos, violentos, críticos, llenos de falsedad e hipocresía, mal intencionados, somos dañinos con nuestras palabras y actitudes… Pongamos unas actitudes positivas y buenas en nuestro trato con los demás, busquemos la cercanía y la amistad, el espíritu de servicio y la generosidad, el desprendimiento de nosotros mismos y la apertura del corazón. No tenemos que ir muy lejos, sino que vivamos todo esto con quienes convivimos cada día. Es el ayuno y el sacrificio que es agradable al Señor.


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