Siguen
rondando en el corazón de los cristianos y la iglesia las ambiciones con que se
vive en el mundo pero tenemos que aprender a hacernos de verdad los últimos
Eclesiástico 35,1-15; Sal 49;
Marcos 10,28-31
Somos interesados; parece que no
podemos hacer nada sin que obtengamos algún beneficio. Es cierto que con
nuestro trabajo nos ganamos el sustento y podemos al fin tener aquello que
ansiamos y que nos puede facilitar la vida, teniendo lo que necesitamos y
aquello que nos pueda ir mejorando la vida. Pero la riqueza de la vida no está
solo en unas ganancias materiales que obtengamos por lo que hacemos, sino que también
otras cosas que no son las materiales enriquecen nuestra vida en lo que es más
importante.
Es por ello que no podemos estar
cuantificando la vida, lo que hacemos siempre desde la óptica de unas
ganancias, aunque sean unas apetencias naturales que podamos tener o sea en lo
que se nos haya educado. También tiene que haber otro altruismo, otra
generosidad porque en fin de cuentas somos deudores del mundo en el que vivimos
y nuestra presencia y nuestra vida tendría que hacer que mejorara nuestro
mundo, mejoraran nuestras relaciones, pudiéramos convivir más felizmente y ya
no tendríamos que actuar siempre desde unos intereses egoístas. La belleza de
la vida tiene que ir más allá de esos intereses y hemos de saberle dar una
plenitud a nuestra vida desde nuestra generosidad y desde el amor que sentimos
por la misma vida pero también por la vida de los demás.
Hoy en el evangelio vemos a Pedro que
es humano como todos y también esos intereses y ambiciones rondan en su corazón.
Le lanza la pregunta directamente a Jesús. ‘Y nosotros que lo hemos dejado todo
por seguirte, ¿qué beneficio vamos a obtener?’ Es cierto, un día habían
abandonado las redes y la barca allá junto al lago por seguir a Jesús; cada día
se habían ido sintiendo más entusiasmados por Jesús y con El iban por todas
partes. Recorrían caminos y aldeas de Galilea, se habían ido un día más allá
hasta los territorios de Fenicia, o se habían ido al otro lado del lago a
regiones de paganos y gentiles, con Jesús habían atravesado Samaria o habían
bajado por el valle del Jordán para acompañar a Jesús hasta Jerusalén en las
fiestas de la pascua, y todo eso ¿no iba a tener alguna recompensa?
Como ya en sus mentes rondaba la idea
de que Jesús era el Mesías, y conforme a la idea que tenían de lo que había de
ser el Mesías, ya habían estado pensando en mas de una ocasión que lugares
ocuparían en ese Reino que Jesús anunciaba, que no terminaban de entender. Por
eso la pregunta a bocajarro a Jesús.
Y Jesús, con su paciencia tan característica,
en principio les había dado la razón. ¿Lo habéis abandonado todo por seguirme?
Pues quien ha dejado casa, padre o madre, hermano o hermana, por seguirme
tendrá cien veces más, pero os digo también que no os van a faltar
dificultades, incomprensiones e incluso hasta persecuciones; pero en el futuro tendrán
la vida eterna. Claro que no todos comprenderían totalmente estas palabras de
Jesús, y a algunos hasta podría asustarles.
Pero ahora les dejaría como una
sentencia, lo que tantas otras veces les dirá. Los primeros, los principales,
no son los que ocupan los primeros puestos, los que parecen que mandan y
dominan sobre los demás; eso es la manera de actuar del mundo, de los
poderosos. Vuestro estilo tiene que ser distinto. ‘Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros’. Ese es el camino de nuestras grandezas,
saber hacernos los últimos, los servidores de todos.
No siempre
lo entendemos; nos cuesta comprenderlo y asumirlo. Porque ahí en el fondo de
nosotros seguimos teniendo nuestras apetencias y ambiciones. Y han pasado
veinte siglos y seguimos como en el primer día, porque seguimos creándonos unas
estructuras de poder, de dominio, de lugares de honor, de ropajes pomposos que
nos llenan de vanidad.
Sigue habiéndolo
en nuestro corazón, y siguen estando esas ambiciones en el corazón de la
Iglesia, seguimos contemplando luchas de poder, sitiales elevados y ropajes
ostentosos. Y sigue rondándonos ese mundo de manipulaciones, y seguimos con un corazón
inmisericorde, y seguimos con nuestras condenas, y seguimos con nuestras
distancias que nos alejan los unos de los otros. Y no son tantas las cosas que
hemos dejado atrás por seguir a Jesús porque sutilmente hemos sabido
sustituirlas por otras que nos llevan a un mundo de poder y de grandezas.
Copiamos demasiado en nosotros el estilo del mundo y de los poderosos.
Tenemos de
una vez por todas que dejarnos transformar por el evangelio para saber ser los últimos,
los servidores, los hombres y mujeres del perdón, de la comprensión, de la
misericordia. Queremos una Iglesia cercana y tenemos que aprender a ser
cercanos los unos a los otros, si en verdad nos llamamos discípulos de Jesús
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