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martes, 5 de marzo de 2019

Siguen rondando en el corazón de los cristianos y la iglesia las ambiciones con que se vive en el mundo pero tenemos que aprender a hacernos de verdad los últimos


Siguen rondando en el corazón de los cristianos y la iglesia las ambiciones con que se vive en el mundo pero tenemos que aprender a hacernos de verdad los últimos

Eclesiástico 35,1-15; Sal 49; Marcos 10,28-31

Somos interesados; parece que no podemos hacer nada sin que obtengamos algún beneficio. Es cierto que con nuestro trabajo nos ganamos el sustento y podemos al fin tener aquello que ansiamos y que nos puede facilitar la vida, teniendo lo que necesitamos y aquello que nos pueda ir mejorando la vida. Pero la riqueza de la vida no está solo en unas ganancias materiales que obtengamos por lo que hacemos, sino que también otras cosas que no son las materiales enriquecen nuestra vida en lo que es más importante.
Es por ello que no podemos estar cuantificando la vida, lo que hacemos siempre desde la óptica de unas ganancias, aunque sean unas apetencias naturales que podamos tener o sea en lo que se nos haya educado. También tiene que haber otro altruismo, otra generosidad porque en fin de cuentas somos deudores del mundo en el que vivimos y nuestra presencia y nuestra vida tendría que hacer que mejorara nuestro mundo, mejoraran nuestras relaciones, pudiéramos convivir más felizmente y ya no tendríamos que actuar siempre desde unos intereses egoístas. La belleza de la vida tiene que ir más allá de esos intereses y hemos de saberle dar una plenitud a nuestra vida desde nuestra generosidad y desde el amor que sentimos por la misma vida pero también por la vida de los demás.
Hoy en el evangelio vemos a Pedro que es humano como todos y también esos intereses y ambiciones rondan en su corazón. Le lanza la pregunta directamente a Jesús. ‘Y nosotros que lo hemos dejado todo por seguirte, ¿qué beneficio vamos a obtener?’ Es cierto, un día habían abandonado las redes y la barca allá junto al lago por seguir a Jesús; cada día se habían ido sintiendo más entusiasmados por Jesús y con El iban por todas partes. Recorrían caminos y aldeas de Galilea, se habían ido un día más allá hasta los territorios de Fenicia, o se habían ido al otro lado del lago a regiones de paganos y gentiles, con Jesús habían atravesado Samaria o habían bajado por el valle del Jordán para acompañar a Jesús hasta Jerusalén en las fiestas de la pascua, y todo eso ¿no iba a tener alguna recompensa?
Como ya en sus mentes rondaba la idea de que Jesús era el Mesías, y conforme a la idea que tenían de lo que había de ser el Mesías, ya habían estado pensando en mas de una ocasión que lugares ocuparían en ese Reino que Jesús anunciaba, que no terminaban de entender. Por eso la pregunta a bocajarro a Jesús.
Y Jesús, con su paciencia tan característica, en principio les había dado la razón. ¿Lo habéis abandonado todo por seguirme? Pues quien ha dejado casa, padre o madre, hermano o hermana, por seguirme tendrá cien veces más, pero os digo también que no os van a faltar dificultades, incomprensiones e incluso hasta persecuciones; pero en el futuro tendrán la vida eterna. Claro que no todos comprenderían totalmente estas palabras de Jesús, y a algunos hasta podría asustarles.
Pero ahora les dejaría como una sentencia, lo que tantas otras veces les dirá. Los primeros, los principales, no son los que ocupan los primeros puestos, los que parecen que mandan y dominan sobre los demás; eso es la manera de actuar del mundo, de los poderosos. Vuestro estilo tiene que ser distinto. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros’. Ese es el camino de nuestras grandezas, saber hacernos los últimos, los servidores de todos.
No siempre lo entendemos; nos cuesta comprenderlo y asumirlo. Porque ahí en el fondo de nosotros seguimos teniendo nuestras apetencias y ambiciones. Y han pasado veinte siglos y seguimos como en el primer día, porque seguimos creándonos unas estructuras de poder, de dominio, de lugares de honor, de ropajes pomposos que nos llenan de vanidad.
Sigue habiéndolo en nuestro corazón, y siguen estando esas ambiciones en el corazón de la Iglesia, seguimos contemplando luchas de poder, sitiales elevados y ropajes ostentosos. Y sigue rondándonos ese mundo de manipulaciones, y seguimos con un corazón inmisericorde, y seguimos con nuestras condenas, y seguimos con nuestras distancias que nos alejan los unos de los otros. Y no son tantas las cosas que hemos dejado atrás por seguir a Jesús porque sutilmente hemos sabido sustituirlas por otras que nos llevan a un mundo de poder y de grandezas. Copiamos demasiado en nosotros el estilo del mundo y de los poderosos.
Tenemos de una vez por todas que dejarnos transformar por el evangelio para saber ser los últimos, los servidores, los hombres y mujeres del perdón, de la comprensión, de la misericordia. Queremos una Iglesia cercana y tenemos que aprender a ser cercanos los unos a los otros, si en verdad nos llamamos discípulos de Jesús


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