Analicemos nuestras palabras, revisemos nuestras actitudes,
examinemos la verdad de nuestro actuar haciendo un buen discernimiento de
nuestra vida
Eclesiástico 27, 4-7; Sal 91;
1Corintios 15, 54-58; Lucas 6, 39-45
‘Se
agita la criba y queda el desecho, así el desperdicio del hombre cuando es
examinado’,
nos ha dicho el libro sapiencial. Los granos de trigo se pasan por la criba
para despejarlos de toda hojarasca, para separar el grano bueno de la parva que
se llevará el viento y podamos obtener un fruto limpio y sustancioso. Bien lo
saben los agricultores que en la era han de trillar el trigo para sacarlo
limpio de paja y luego es aventado al viento para liberarlo de esa parva.
Hermosa imagen para la vida.
Necesitamos
de esa criba donde veamos la verdad de nuestra vida, para que no se quede todo
en vanidosos oropeles que oculten la vaciedad de nuestros frutos o la
podredumbre de nuestro corazón. Se llamará discernimiento – y la palabra ya
vemos que se deriva de cernir, de pasar por la criba – que no solo es el que
tenemos que hacer de los demás o de los acontecimientos que nos rodean, sino
que cada uno ha de saber hacerlo de si mismo para descubrir la autentica verdad
de sus valores.
Ese
discernimiento lo podemos llamar también revisión o examen pero será algo que
tenemos que hacer con total sinceridad, por respeto a nosotros mismos y a
nuestra propia conciencia, pero también por respeto a esas personas que nos
rodean, con quienes convivimos o a quienes en una tarea educadora hemos de
saber trasmitir también unos valores que no se pueden quedar en palabras huecas
y vacías. No nos vale cubrirnos de apariencias ni nos vale querer ocultar lo
que llevamos en nuestro corazón porque pronto saldrá a relucir porque de lo que
hay en nuestro corazón hablarán nuestros labios, o lo denunciarán nuestras
propias obras. Y cuanto de todo eso puede haber en nuestra vida.
En este
estilo sapiencial nos habla Jesús hoy en el evangelio. Son como sentencias que
va desgranando pero que tenemos que detenernos para rumiarlas y masticarlas
para sacar de ellas todo fruto. No nos vale leerlas o escucharlas todo de
corrido, porque tenemos el peligro de quedarnos en la superficie y no lleguemos
a ahondar en toda la sabiduría que Jesús quiere ofrecernos para nuestra vida.
Así no
podemos ir de maestros por la vida siempre queriendo señalar para los demás
cuando nosotros previamente no lo hayamos rumiado en lo más intimo de nuestra
vida y con toda sinceridad; cuando simplemente tratamos de trasmitir palabras oídos
o aprendidas de memoria, pero que no hemos asimilado en nosotros para hacerlas
vida en nuestra vida, nos quedaremos en palabras huecas y vacías que nada van a
decir a quienes tratamos de trasmitirlas.
Una
almendra está escondida tras un doble caparazón que hemos de saber tener la
habilidad de abrirlo para poder encontrar ese rico fruto; una perla está
escondida en el caparazón de una concha que hemos de saber abrir para
encontrarnos con su belleza y su riqueza. Es lo que tenemos que saber hacer con
la Palabra de Dios que escuchamos y que queremos trasmitir; no nos quedamos en
la superficie, como no nos quedamos en el caparazón de la concha, sino que lo
abrimos para disfrutar de la belleza de la perla; así tenemos que saber rumiar,
con verdadero discernimiento para aplicarla a nuestra vida esa Palabra que
escuchamos y luego ya podremos ofrecerla con toda claridad y brillantez a los
demás.
Hoy nos
habla Jesús de quitar la mota o la viga de nuestro ojo, para poder ver
claramente la mota que pueda tener el ojo de nuestro hermano y poder extraerla.
Discernimos primero sobre nuestra vida, viendo lo que en realidad hay en
nosotros para que con ojos claros y límpidos podamos ofrecer la luz a los
demás.
De igual
manera nos habla Jesús de cómo he cuidar el árbol de nuestra vida para que no
esté dañado de ninguna maldad y así podarlos dar frutos buenos que enriquezcan
a los demás y enriquezcan a nuestro mundo haciéndolo mejor. ‘Cada árbol se
conoce por su fruto’, nos viene a decir Jesús, y si los frutos de nuestra
vida no son buenos es porque nuestro árbol, nuestra vida está dañada y es lo
primero que tenemos que curar. ‘El fruto muestra el cultivo de un árbol, la
palabra, la mentalidad del hombre’, nos decía también el libro del
Eclesiástico. ¿Cuál es el fruto que
nosotros ofrecemos? Analicemos nuestras palabras, revisemos nuestras actitudes,
examinemos de verdad lo que son las obras de nuestra vida, nuestra manera de
actuar, nuestra propia idea, nuestra mentalidad. Es lo que en verdad tenemos
que saber cribar, discernir.
‘El que
es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es
malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la
boca’,
terminará diciéndonos Jesús. Hagamos ese verdadero discernimiento, esa buena
criba de nuestra vida para no nos quedemos en ofrecer paja, sino buen grano,
buen fruto que alimente no solo nuestra vida sino que enriquezca también a
nuestro mundo haciéndolo mejor.
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