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sábado, 24 de mayo de 2025

¿Seremos capaces de una vez por todas los cristianos de dar la cara valientemente por nuestra fe en medio del mundo?

 


¿Seremos capaces de una vez por todas los cristianos de dar la cara valientemente por nuestra fe en medio del mundo?

 Hechos 16, 1-10; Salmo 99; Juan 15, 18-21

En ocasiones nos sucede que no entendemos las cosas que nos suceden, las reacciones de personas que en principio se habían mostrado muy amigables y parecía que prometía una hermosa amistad, pero que en determinado momento cuando fueron conociendo nuestros criterios, nuestra manera de entender las cosas  muy diferente de lo que son sus planes de vida, aunque nosotros nos mostráramos dialogantes y amigables fueron como olvidándose de nosotros, haciendo un aparte y alejándose; nos rechazan porque no somos como ellos, nos rechazan porque nosotros otro sentido de la vida, les resultamos incómodos porque quizás nuestras posturas y actitudes son como una denuncia en su conciencia de que tendrían que ser de otra manera. Y todo queda bien cuando nos abandonan pero no se convierten en nuestros enemigos encarnizados.

He hablado de generalidades de la vida, pero tiene una aplicación muy concreta cuando andamos en los caminos de la fe, de la vida cristiana y de nuestra concepción del mundo y de la vida desde el evangelio, desde el seguimiento de Cristo. Es de lo que Jesús nos quiere hablar hoy en este evangelio que se nos ofrece. Claramente nos dice ‘Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros’.

Y ¿por qué nos va a odiar el mundo? Somos del mundo y en el mundo estamos pero no podemos vivir a la manera del mundo. Es el testimonio claro que tiene que dar todo cristiano. Aunque nos rechacen, aunque vayan contra nosotros, aunque esto pueda significar luego que nosotros nos podemos sentir incómodos en medio del mundo. Son las persecuciones de las que nos habla la historia del cristianismo. Fue la historia de Jesús, como El mismo nos dice.

Es la responsabilidad con que tenemos que vivir nuestra fe. No queremos simplemente realizar unos actos bonitos que entretenga a la gente, que encandile y nos haga vivir en sueños alejándonos de lo que es la realidad de la vida, que nos llene de fantasías que vengan como encubrir brillos de poder y de dominio. El seguimiento de Jesús nos exige despojarnos de mantos y atarnos bien la cintura con la toalla con la que vamos a lavar los pies de los demás, con la que vamos a enjugar las lagrimas del sufrimiento que se derraman de muchos corazones, el seguimiento de Jesús nos hace bajarnos de nuestros caballos para ceder nuestro lugar a los heridos que encontramos por el camino, embarrarnos en los lodos del camino porque queremos ir tendiendo manos que levanten, que lleven a la piscina de la purificación, que ayuden a hacer el camino de los que se van arrastrando por la vida.

Un estilo de vida así choca, llama la atención, despierta sensibilidades que no todos están dispuestos a despertar, provoca a los que se sienten cómodos en sus rutinas de las que no quieren salir, molesta a los que quieren seguir envueltos en sus algodones o en sus vanidades porque les duele tener que ponerse el delantal del servicio, resulta incomodo porque nos recuerda el sonido de las monedas de nuestros bolsillos de las que no queremos desprendernos para compartirlas con los que menos tienen.

Por eso un verdadero cristiano va a resultar incomodo en medio de este mundo de vanidades y de orgullos, de individualismo y de insolidaridad. Pero lo peor está en que seamos los cristianos los que nos acomodemos al estilo del mundo, porque a ellos queremos parecernos. Hacen falta testimonios valientes, cristianos decididos dispuestos a dar la cara por nuestra fe, aunque nos rechacen o aunque quieran quitarnos de en medio, como está resultando hoy en nuestra sociedad en la que se quiere ningunear a la Iglesia, a la que se quiere achacar todos los defectos, a la que se quiere encerrar en las sacristías y no quieren que se palabra resulte fuerte en medio de la sociedad, que necesita también escuchar esa voz.

¿Seremos capaces de una vez por todas los cristianos de dar la cara valientemente por nuestra fe en medio del mundo?

viernes, 23 de mayo de 2025

Somos los elegidos del Señor, somos aquellos a los que Jesús nos llama amigos, somos los que ahora siguiéndole llegaremos en vedad a dar frutos

 


Somos los elegidos del Señor, somos aquellos a los que Jesús nos llama amigos, somos los que ahora siguiéndole llegaremos en vedad a dar frutos

 Hechos 15, 22-31; Salmo 56; Juan 15, 12-17

Gracias por considerarme tu amigo, me decía hace días una persona con la que se había ido estableciendo una bonita relación, una buena comunicación aun en las distancias que muchas veces podamos tener en la vida - hoy tenemos de fácil la posibilidad de comunicación a través de las redes con personas que físicamente pueden estar lejos de nosotros – y a la que en un momento le había llamado amigo. Es bonito ese paso, desde una comunicación ocasional a algo más cercano que pueda convertirse en amistad. Que no es solo, repito, un conocimiento ocasional, sino que es una comunicación más hondo donde ya vamos trasmitiendo parte de nosotros mismos al tiempo que comienza esa nueva interrelación.

Es una palabra, amigo, que muchas veces utilizamos con demasiada ligereza; parece que a todo persona que por la razón que sea hayamos conocido e intercambiado algunas palabras, ya tenemos que llamarlo amigo. Y no podemos confundir la amistad con otro tipo de relaciones; todos nos llamamos amigos, pero no siempre tenemos bien claro quienes son nuestros amigos de verdad; de alguna manera es un proceso de la persona que lleva a una nueva y distinta comunión y cuando vivimos la belleza de una amistad verdadera nos sentimos más felices y realizados como personas, nos conocemos mejor a nosotros mismos como entrar en un conocimiento y comunicación con esas personas a las que consideramos amigos, nos sentimos impulsados a un desarrollo mejor de lo que somos y nos sentimos verdaderamente apoyados en los proyectos que tengamos en la vida.

¿Cómo se sentirían los apóstoles en aquella noche de confidencias en que se había convertido la cena pascual que estaban celebrando? Muchas son las cosas que se van como destilando del corazón de Cristo que les abren nuevas expectativas, al mismo tiempo que sentían como una preangustia porque les parecía que todo aquello lo podían perder, aunque aun no terminaran de comprender lo que se iría sucediendo en aquellos días. De alguna manera era para ellos momentos de crisis en la incertidumbre que llegaría como a explosionar con el prendimiento de Jesús en el Huerto y todo lo que a continuación sucedería.

Pero en medio de esas recomendaciones de Jesús, donde les está hablando del amor con que han de vivir, en un momento dado los llama amigos. ‘Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer’. Qué dulce tendría que haber sonado esa palabra en sus oídos, ‘a vosotros os llamo amigos’. A ellos se les había revelado, a ellos les había transmitido todo el misterio de Dios. Aunque ahora no terminaban de comprender como más tarde recordarían irían pasando por su mente todo aquello que había hecho y había dicho Jesús. Como El mismo les prometería ‘cuando venga el Espíritu de la Verdad es os lo recordará todo’. Será cuando terminen de comprender estas palabras de Jesús.

Y Jesús los puede llamar amigos porque todo ha sido algo que ha salido de su corazón, de su amor. Algunas veces nos queremos echar flores, queremos decir cuántas cosas nosotros hemos hecho, o como un día Pedro le recordaría a Jesús, es que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte. Pero no son méritos nuestros, aunque muy meritorio sea el haber llegado a ser capaces de despojarnos de cosas o de personas para seguir a Jesús, sino que todo parte de la elección de Dios. ‘No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca’.

Somos los elegidos del Señor, somos aquellos a los que Jesús nos llama amigos, somos los que ahora siguiéndole llegaremos en verdad a dar frutos. ¿Es lo que estamos sintiendo?, ¿es lo que estamos haciendo?

jueves, 22 de mayo de 2025

Aprender a gozarnos en el amor, a disfrutar del amor, a sentir la alegría de sentirnos amados… es el amor que permanece, porque quien se da siente el gozo de amar

 


Aprender a gozarnos en el amor, a disfrutar del amor, a sentir la alegría de sentirnos amados… es el amor que permanece, porque quien se da siente el gozo de amar

Hechos de los apóstoles 15, 7-21; Salmo 95; Juan 15, 9-11

Hacer que las cosas duren, seguramente es un deseo que todos tenemos. Adquirimos algo que pudiéramos considerar importante y lo cuidamos para que no se nos estropee, ni se dañe ni se pierda porque queremos tenerlo para siempre; es una posesión que alguien quizás nos ha regalado y queremos guardarlo porque siempre queremos tener el recuerdo agradecido a quien nos lo donó.

Pero no son las cosas las que queremos conservar y que duren; son los recuerdos de las experiencias que hemos tenido y que siempre tendrán en nosotros un recuerdo permanente por lo dichoso, por ejemplo, que fue esa experiencia, y su recuerdo nos hace permanecer en esa dicha; pero más aun son las personas que han pasado por nuestra vida, nuestros padres y hermanos, nuestra familia y seres queridos, las amistades que hemos tenido que nos han hecho vivir y compartir tantas cosas que queremos que permanezcan, que no nos fallen ni nosotros fallarles, y cuidamos ese cariño y esa amistad, y avivamos en nosotros el deseo de estar siempre a su lado.

Como nos hemos fijado en la medida en que hemos ido avanzando en nuestra reflexión, ya no son solo las cosas las que queremos que permanezcan sino que pasamos a otros recuerdos y a otras experiencias, pero sobre todo llegamos a lo más hermoso y que sí queremos que permanezca para siempre que es el amor que hemos vivido en nuestras relaciones con los demás. ¿Se pueden marchitar esos recuerdos, como se pueden estropear esas cosas que queremos conservar? ¿Se puede marchitar el amor de manera que esa relación se rompa y ya no permanezca? Es lo que no queremos que suceda aunque bien sabemos de nuestras limitaciones y debilidades que pueden ajar muchas cosas bellas de la vida.

Hoy Jesús en el evangelio nos habla de permanecer en el amor. Diríamos que es la huella que quiere dejar en nuestra alma esos momentos supremos que El está viviendo en que precisamente por amor, por el amor que nos tiene, se va a entregar en el más hermoso y profundo amor, dando su vida por nosotros. No olvidemos el marco en el que el evangelio nos sitúa estas palabras de Jesús, en aquella cena pascual que celebró con sus discípulos antes de vivir su Pascua hasta la entrega definitiva y total.

Nos habla del amor del Padre en el que El permanece, nos habla de su amor en el que quiere que nosotros permanezcamos en El, nos está hablando de amor en el que hemos de permanecer para llegar con él también a los demás, a los que hemos de amar con un amor semejante al suyo. ‘Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor’, nos dice. Así nos ha amado El y en ese amor quiere que nosotros permanezcamos.

¿Qué significa esta permanencia en el amor? Un amor que no se apaga, un amor que siempre es leal, un amor que es fiel, un amor que hemos de cuidar.  Ya sabemos cómo somos que hasta nos cansamos de lo bueno; cuando le hacemos perder intensidad lo volvemos aburrido y monótono, le falta calor y le falta color; entramos en la dinámica de las rutinas en que ya hacemos las cosas sin motivación, sin ganas, como quien cumple un rito más, como si fuera simplemente una obligación que cumplir; hacerlo así es entrar en una peligrosa pendiente que hará que se amor se entibie y lo que se entibia pierde sabor.

Tenemos que aprender a gozarnos en el amor, a disfrutar del amor, a sentir la alegría de sentirnos amados para con ese amor contagiar también a los demás. Es el amor que permanece, porque quien se da siente el gozo de darse, el gozo de amar. Por eso nos señalará que nos ha dicho todo esto para que nuestra alegría sea completa, ‘mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a su plenitud’. Disfrutemos de la alegría del amor, es la felicidad más grande que podemos alcanzar.

martes, 20 de mayo de 2025

Bella imagen que presentar al mundo que nos rodea cuando vivimos esa comunión con Cristo en la escucha y en el amor y también en la comunión con los hermanos

 


Bella imagen que presentar al mundo que nos rodea cuando vivimos esa comunión con Cristo en la escucha y en el amor y también en la comunión con los hermanos

Hechos 15, 1-6; Salmo 121; Juan 15, 1-8

Es cosa que todos sabemos aunque no estemos muy habituados a la vida en el campo o en el trabajo de la agricultura, los árboles y en especial los árboles frutales hay que podarlos para mejorar su calidad y su producción. Alguien desconocedor de estos elementos al llegar en una ocasión a una huerta con árboles frutales, todos ellos muy frondosos y llenos de ramas alababa el que ellos se podría tener hermosas cosechas, pero un viejo agricultor le señaló que aquellos árboles había que podarlos, quitarle ese excesos de ramaje inservible que más bien dañaría o mermaría su producción, en la cabeza de aquel individuo le cabía el hecho de que sería necesario una profunda poda.

Una profunda poda necesitamos nosotros en la vida para que todo no se nos vaya por las ramas, como se suele decir, para que podamos llegar a la hondura del sentido de la vida y así en verdad podamos producir hermosos frutos de vida. Dicen que con la educación, aunque pudiera haber otras teorías, la rama hay que ir enderezándola desde chiquita; bellas formas vemos también en nuestros huertos y jardines de esas plantas que se han ido preparando con hermosas figuras, para lo que ha sido necesario ir haciendo podas aquí y allá para resaltar esa belleza que pretendemos.

Así la vida, no vamos a lo que salga; eso denotaría frivolidad y superficialidad; pero para dar esa profundidad de sentido a la vida mucho habrá que enderezar y corregir; tarea de educación, tarea que cada uno tiene que ir realizando en su vida para esa maduración, para ese crecimiento humano y espiritual, para lograr lo mejor de nuestra vida. Eso humanamente tenemos que hacerlo todos si queremos esa madurez en nuestra vida para afrontar problemas, para asumir responsabilidades, para dar lo mejor de nosotros mismos para hacer una sociedad mejor.

Es lo que nos está pidiendo Jesús para su seguimiento, para lo que sería una vida cristiana. Decimos vida cristiana porque el camino que queremos hacer es el de Cristo. ¿No le hemos escuchado recientemente que nos decía que El es el Camino, y la Verdad, y la Vida? No vamos a escoger el camino que nos aparezca o se nos ocurra a ver lo que sale, es Jesús el camino, y si nos decimos cristianos es porque escogemos ese camino, porque le seguimos o más aun porque caminamos sus mismos pasos. No es solo camino para seguirle sino para hacerlo.

Hoy nos habla Jesús de la vid, de los sarmientos, de la poda, de la necesidad de que los sarmientos estén unidos a la vid, en fin de cuentas nos dice que sin El nada somos ni nada podemos hacer. Nuestro seguimiento de Jesús exige radicalidad en nuestra vida, aun sabiendo de nuestra debilidad y de nuestra flaqueza. No siempre es fácil, nos cuesta, son muchos los apegos que se van cargando sobre nuestro corazón de los que tenemos que desprendernos para encontrar esa libertad en el seguimiento de Jesús. Que nada nos ate, que nada nos entorpezca el camino, que nada sea tropiezo en nosotros; son esas varas no solo infecundas sino también malignas que nos hacen daño, que tenemos que podar.

Es esa necesaria revisión que cada día tenemos que ir haciendo de nuestra vida, para que haya avance, para que haya crecimiento, para que haya vida de verdad en nosotros. Como nos dice hoy Jesús a todo sarmiento inservible hay que podarlo. Pero no es solo una tarea de ascesis la que vamos realizando sino que tiene que ser la tarea de estar unidos a Cristo, de conexión, de comunión, para que por nuestras venas circule la sabia de la gracia que es la que nos dará vida.

Esa necesidad de estar unidos a Cristo, que es escucharle, escuchar su Palabra pero recibiendo esa semilla en un campo bien labrado; esa necesidad de estar unidos a Cristo con nuestra oración y con los sacramentos; es nuestro encuentro vivo con El, para llenarnos de Dios, para llenarnos de vida; pero estar unidos a Cristo significa también nuestra comunión con los hermanos, nuestra comunión sintiéndonos Iglesia, nuestra comunión en la fe con los que hacen el mismo camino a nuestro lado.

Esa comunión de hermanos es también comunión con Cristo, es ese estar unidos a la vida para que los sarmientos tengan vida y puedan producir fruto. Un aspecto que es muy importante y que no podemos olvidar. Nos dirá Jesús que en ellos tenemos que verle a El, porque El así se nos hace presente también, y nos dirá Jesús que si no vivimos esa comunión de amor con los hermanos tampoco podremos vivir esa comunión de vida con El.

Por eso nos dirá también que cuando en su nombre nos reunimos y en su nombre desde esa comunión oramos al Padre siempre seremos escuchados, porque El mismo estará orando con nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo decimos en nuestras oraciones litúrgicas y eso es lo que queremos expresar.

Qué bella imagen podemos presentar al mundo que nos rodea cuando vivimos esa comunión con Cristo y también con los hermanos.

No es desde los gritos estentóreos llenos de violencia y resentimiento como tenemos que buscar la paz que tanto necesitamos, miremos a Jesús y el camino del calvario

 


No es desde los gritos estentóreos llenos de violencia y resentimiento como tenemos que buscar la paz que tanto necesitamos, miremos a Jesús y el camino del calvario

Hechos 14, 19-28; Salmo 144; Juan 14, 27-31a

Podríamos comenzar por decir que la paz es el anhelo más hondo que hay en el corazón del hombre. Sin paz no somos nada. Vemos cómo se desmoronan los pueblos por falta de paz. Y quizás lo primero que nos venga a la mente son las imágenes que nos llegan todos los días por diferentes medios de cómo se destruyen los pueblos y ciudades, cómo se destruye la vida en esas guerras que azotan a nuestro mundo, unas más publicadas que otras, algunas muchas veces olvidadas porque las vemos en la lejanía, pero no terminamos de acostumbrarnos a tanta destrucción.

Pero la falta de paz no solo produce esa destrucción más externa, que vemos más con los ojos de la cara, pero sentimos que esa falta de paz corroe por dentro las relaciones de las personas, de las familias, de las comunidades y cuánta es la destrucción que se va produciendo también. Y no miremos solo hacia fuera, sino miremos a nuestro interior cómo hay tantas cosas que nos corroen por dentro, nos hacen perder la paz y con ella perdemos todo el equilibrio que necesitamos como personas.

Hoy nos está diciendo Jesús que quiere la paz para nosotros, que viene a traernos la paz. Surge, es cierto, esa primaria plegaria de pedirle la paz para nuestro mundo atormentado por tanta violencias y tantas guerras que nos hacemos los unos a los otros de tantas maneras. Y no podemos dejar de pedirlo, pero cuando Jesús nos está hablando de paz hoy quiere decirnos mucho más. Porque nos dice que no nos la da como la da el mundo. ¿Es solo hacer silencio de las armas? ¿Son los gritos estentóreos con los que gritamos en contra de esas guerras o de quienes las producen? ¿Qué paz llevamos dentro de nosotros tras esos gritos estentóreos tan llenos de radicalismos, tan envueltos en odios y resentimientos, tan proclamados incluso con violencias, tan reclamados con deseos de venganza y de exclusiones para crear más abismos entre unos y otros? ¿Creando abismos lograremos al final tener paz? ¿No será eso lo que estamos viendo en el entorno de nuestro mundo cuando se manifiestan pidiendo la paz?

Por eso nos dice Jesús que no nos da la paz como la da el mundo. Y fijémonos que lo está diciendo en un momento en que El mismo se va a ver envuelto en esa violencia que lo llevará a la pasión y a la muerte. Y Jesús mantiene el anuncio de esa paz, el ofrecimiento de esa paz y nos está señalando cual es el verdadero camino, cuales han de ser los presupuestos para que logremos esa paz. Por amor Jesús subirá al calvario, en ese supremo momento estará incluso pidiendo perdón por aquellos que lo están crucificando ofreciendo incluso una disculpa porque no saben lo que hacen; podrá sentir todo el vacío del mundo, que puede parecer incluso vacío de Dios, pero El seguirá poniéndose en las manos de Dios, en las manos del Padre.

¿No nos estará enseñando Jesús cual es el camino para que lleguemos a esa paz?  Cuando pasen todos estos momentos de sombras y volvamos a encontrarnos con la luz y con la vida, ese será el saludo de Jesús, la paz. Fueron sus primeras palabras en el encuentro con los discípulos en el cenáculo. Por eso ahora nos dirá también que a pesar de todo lo que pueda pasar no se nos enturbie el corazón. ‘Que no se turbe el corazón ni se acobarde’. Necesitamos escuchar claramente esas palabras de Jesús. En los Hechos de los Apóstoles que hoy también escuchamos, tras aquellos momentos de violencia en que incluso apalean a Pablo dejándolo incluso por muerto, a la mañana siguiente Pablo se levanta y entra de nuevo en la ciudad. No había perdido el coraje de la paz.

¿Y qué hacemos nosotros? ¿Cómo comenzaremos a construir esa paz que tanto necesitamos? ¿Habremos aprendido del camino de Jesús? ¿Sabremos poner ese amor en la vida en el que vamos a encontrar esa fortaleza para que nuestro corazón no se acobarde a pesar de que veamos todo lo que cuesta conseguir esa paz? ¿Llegaremos a entender que el presupuesto del perdón es condición necesaria para alcanzar la paz?

lunes, 19 de mayo de 2025

Sentirnos amados de Dios, es sentirnos llenos de Dios, como si nos sintiéramos hundidos en el manantial de su amor, porque Dios llega a habitar en nosotros

Sentirnos amados de Dios, es sentirnos llenos de Dios, como si nos sintiéramos hundidos en el manantial de su amor, porque Dios llega a habitar en nosotros

Hechos 14, 5-18; Salmo 113;  Juan 14, 21-26

Sabemos que en la vida hemos de saber mantener unas buenas relaciones con los que caminan a nuestro lado basadas en el respeto mutuo y también en la buena colaboración porque en fin de cuentas sabemos que compartimos un mismo mundo, necesitamos relacionarnos los unos con los otros y lograr una cierta armonía nos hace las cosas más fáciles y agradables. Sin embargo no siempre es fácil, decir respeto por respeto parece no suficiente, mantener unas distancias entrelazadas con unas cercanías que nos hagan las cosas fáciles no siempre parece que sea posible, porque fácilmente afloran desde nuestro interior nuestras propias ambiciones e intereses que si nos parece que son mermados ya nos sentimos incómodos. Algo tiene que haber distinto que le pueda dar otro sabor y otro color.

Lo sabemos, pero no siempre sabemos llevarlo a cabo, por esas debilidades que afloran, por esos intereses individualistas que salen a superficie, por ese amor propio en que nos parece que si damos estamos perdiendo. Sabemos, sí, que solo el amor es el que hará posible que nos sintamos felices, que hagamos ese mundo agradable para todos, que hará posible un verdadero enriquecimiento interior que nunca hará mermar la felicidad de los demás. Pero nos cuesta entender, nos cuesta realizarlo.

Es lo que Jesús nos está planteando en el evangelio. Es la buena noticia que nos quiere dar, pero la buena noticia viene de Dios, hace referencia a Dios y de ella tenemos luego que sacar nuestras conclusiones. La buena noticia de Jesús que llamamos la Buena Noticia del Reino de Dios es decirnos que Dios nos ama. Esa es la maravilla que no podemos olvidar. Esa es la maravilla que va a mover nuestra vida. Esa es la maravilla que nos va a poner en un nuevo camino, el camino del amor. Sintiéndonos así amados por Dios, y cómo se manifiesta eso en Jesús, nuestro camino no puede ser otro que el del amor.

Nos costará, porque como decíamos antes nos aparecerán muchas sombras en nuestra vida que nos hacen el camino oscuro, que nos impiden encontrar ese brillo del amor, que nos encierran en nosotros mismos, en nuestras individualidades, en nuestros orgullos, en nuestro amor propio y comenzaremos a restar, comenzaremos a poner limites a nuestra generosidad y a nuestra entrega, comenzaremos a hacer distinciones y discriminaciones, no llegaremos a vivir con intensidad el amor que Jesús nos propone.

Por eso tenemos que saber escuchar a Jesús, plantar de verdad su palabra en nuestro corazón, dejarnos envolver por su mandamiento y comenzar a amar con su mismo amor. Cuando lo probamos, lo saboreamos; cuando comenzamos a intentarlo veremos que eso nos llena de dicha; cuando comenzamos a ser fieles en ese amor sentiremos dentro de nosotros algo que no podemos explicar, es que estamos sintiendo a Dios en nosotros. Es lo que nos está diciendo hoy en el evangelio. ‘El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; al que me ama será amado mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él’. Fijémonos qué hermoso, qué regalo estamos recibiendo de Dios, ‘al que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a El’.

Pero no se queda ahí, porque sentirnos amados de Dios, es sentirnos llenos de Dios, como si nos sintiéramos hundidos en ese manantial de su amor. ‘El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él’. Nos convertiremos en morada de Dios. ¿No comenzará entonces a ser nuestra vida distinta?

Ya no es solo el respeto o la colaboración; ahora es la comunión, porque amar es entrar en comunión, es sentirnos uno con aquel a quien amamos, como nos sentimos unos con Dios cuando nos dejamos envolver por su amor. Seguiremos siendo débiles, seguirán aflorando en nosotros todas aquellas sombras de las que antes hablábamos, pero ahora tenemos una luz nueva, nos sentimos fortalecidos en el amor, una nueva esperanza renace en nuestro corazón de que es posible hacer un mundo nuevo y mejor, una paz indescriptible llenará nuestro espíritu.


domingo, 18 de mayo de 2025

Es la hora de la glorificación, porque es la hora de la entrega, es la hora del amor y ese será el camino de nuestra gloria y nuestro triunfo con el que haremos un mundo mejor

 


Es la hora de la glorificación, porque es la hora de la entrega, es la hora del amor y ese será el camino de nuestra gloria  y nuestro triunfo con el que haremos un mundo mejor

Hechos 14, 21b-27; Salmo 144; Apocalipsis 21, 1-5ª; Juan 13, 31-33a. 34-35

Cuando hablamos de gloria, de glorificación y lo hacemos en términos muy a lo humano, a lo terreno y material, por decirlo de alguna manera, pensamos en triunfos, en victorias, en aclamaciones; la gloria de un deportista es la victoria personal o la victoria de su equipo, es el triunfo sobre el adversario, es la aclamación que va a tener de sus seguidores o de los que valoran esa victoria; salvo que nos hagamos unas interpretaciones ya muy particulares en las que se admire el esfuerzo realizado aunque no haya vencido se suele decir que su victoria es su superación, es su esfuerzo, o es el lograr llegar a aquella final aunque no haya habido triunfo sobre el adversario.

¿Cómo podemos entender las palabras que emplea Jesús hoy en el evangelio en las que habla de que ha llegado la hora de la glorificación precisamente en el contexto en que las pronuncia? Ya al comenzar la cena pascual el evangelista nos dice que ha llegado su hora, y lo repetirá Jesús en distintos momentos. Ya anteriormente hablando en Jerusalén había hablado de que estaba deseando que llegara la hora de la glorificación, mientras se escucha como un grito una voz venida del cielo que habla de esa glorificación.

Ahora ha salido ya Judas del cenáculo, y bien sabemos por los derroteros por los que caminaba pues iba a preparar el prendimiento de Jesús en aquella noche, y Jesús vuelve a hablar de glorificación. ‘Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros’. Son palabras que tienen un tinte especial, de ahí la tristeza que embarga al grupo de los discípulos, que no entienden lo que suceda, pero que presienten que algo especial va a suceder, como Jesús les había anunciado y ellos no habían comprendido.

Es el comienzo de la pasión; pronto vendrá el prendimiento, y como les ha dicho Jesús ‘me queda poco de estar con vosotros’. Pero es la hora de la entrega y del amor. Aunque sea difícil de ver y comprender todo lo que va a suceder tiene un sentido. Es el sentido de quien se entrega por nosotros, es el sentido del amor. Es el amor de Dios al hombre y al mundo que no se detiene hasta entregar a su Hijo para que nosotros tengamos vida. Aunque sean pasos amargos, porque a nadie le gusta el sufrimiento, fueron los pasos decididos con que Jesús subía a Jerusalén sabiendo que el Hijo del Hombre iba a ser entregado en manos de los gentiles, pero nadie le arrebata la vida, como nos dirá en una ocasión, sino que El la entrega libremente.

Puede pedirle al Padre que le libere de ese cáliz, pero El está dispuesto a llegar hasta el final. Porque no hay amor más grande que el de quien entrega su vida por los que ama. Es lo que está haciendo Jesús y la gloria de Dios se manifiesta cuando se manifiesta el amor, cuando llegamos a descubrir lo que es el amor que Dios nos tiene. Es la hora de la glorificación, porque es la hora de la entrega, es la hora del amor. Era lo que los judíos no entendían de la manera en cómo Jesús e presentaba como Mesías. Para ellos el Mesías tenía que se un caudillo que hiciera la guerra a quienes los oprimían para en esa violencia dominarlos y conquistar su libertad. No era la guerra que Jesús iba a emprender ni la que nos confiara a nosotros sus seguidores.

Y ese será el camino de nuestra gloria, el camino de nuestro triunfo. Es nuestra lucha y nosotros queremos ver también derrotados nuestros enemigos, pero nuestra victoria no viene por la violencia, nuestra victoria viene por el amor. Por eso nos dirá que será nuestro distintivo, por lo que nos conocerán. Es su ley y su mandato, amar. ‘Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros’.

Es la tarea que nos confía, pone en nuestras manos para poder manifestar la gloria de Dios. Solo en el amor se va a manifestar la gloria de Dios. Muchas veces tenemos la tentación de la ostentación en las cosas externas. Nos rodeamos de muchos resplandores y brillos que no son sino hojarasca; tenemos demasiadas manifestaciones de poder desde la imposición y desde la vanidad. Todavía seguimos sin entender las palabras de Jesús y pretendemos imponernos, convertir nuestra manera de ver y vivir el amor en leyes humanas que terminan maleándose porque se nos meterán nuestros intereses y nuestras vanidades por medio. Incluso hasta cuando hablamos de paz en tantos conflictos como nos encontramos en el mundo, terminamos hablando de imposiciones y exigencias, pero llegamos a entender que solo por el camino del amor es como la vamos a encontrar.

Tenemos que ver el camino de Jesús para hacerlo nuestro camino. Tenemos que ver lo que fue la gloria de Dios que se manifiesta en Jesús para que lo hagamos también nuestra gloria porque emprendamos ese mismo camino de entrega y de amor. Despojémonos de esas ansias de poder que se sigue manifestando en nosotros y en nuestra Iglesia, esa fastuosidad y vanidad que lo que hace es crear abismos y distancias, que además nos están alejando del evangelio. Bajemos a ese terreno llano donde nos sentimos todos a la misma altura y se palpa la cercanía entre nosotros porque estamos todos caminando el mismo camino del amor.