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sábado, 11 de enero de 2014

Jesús quiere limpiarnos, como un signo nos liberará de enfermedades y dolencias

1Jn. 5, 5-6. 8-13; Sal.147; Lc. 5, 12-16
Estamos ya a punto de concluir las celebraciones de la Navidad y de la Epifanía que llegarán a su momento culminante cuando el domingo celebremos el Bautismo del Señor en el Jordán. De manera especial esta semana después de la Epifanía hemos ido haciendo un recorrido por el Evangelio donde se nos va manifestando cuál es la misión de Jesús, viendo sus primeros momentos de predicación, viendo sus obras o escuchando el anuncio programático de su misión en la Sinagoga de Nazaret.
Hoy se nos manifiesta un signo más en el evangelio que hemos escuchado. Una prueba y manifestación del poder de Jesús al que ya se ha hecho referencia cuando se  nos narraba que le traían enfermos aquejados con todo tipo de dolencias a que Jesús los curara. Pero siempre decimos que son signos que nos manifiestan la salvación que Jesús quiere ofrecernos que va más allá de la curación de unas enfermedades.
Son las señales del Reino de Dios que se está realizando y en el que hay que creer. Son las señales de quién es realmente Jesús. Un día Juan desde la cárcel le enviará una embajada para preguntarle si es El quien ha de venir o han de esperar a otro. Y Jesús les dirá que vayan y cuenten a Juan lo que han visto y oído; los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios y resucitan los muertos.
Son signos que ya nos anunciaban los profetas de la salvación que Jesús viene a ofrecernos. Signos que corroboran el poder taumatúrgico de Jesús, que es el Hijo de Dios y así se manifiesta en todo su poder y gloria, pero signos que nos están hablando de salvación, de purificación, de transformación del corazón, de vida nueva de la que Jesús quiere llenarnos.
Hoy es un leproso el que se acerca a Jesús; el que se atreve a acercarse a Jesús, como ya tantas veces hemos comentado la marginación en la que tenían que vivir quienes estaban aquejados de esta enfermedad. Pero nos está manifestando la valentía de este hombre, que por una parte está reconociendo el mal que hay en su vida, su lepra y su enfermedad, pero que por otra parte se atreve a acercarse a Jesús a pesar de todas las normas y prohibiciones, pero que nos manifiesta también la fe y confianza total que tenía en Jesús que sabía que podía curarle de su mal. ‘Al ver a Jesús cayó rostro en tierra y le suplicó: Si quieres, puedes limpiarme’.
Claro que Jesús quiere limpiarlo. ‘Quiero, le dice, queda limpio, y extendió la mano y lo tocó’. A eso ha venido. Jesús quiere limpiarlo; como un signo nos liberará de enfermedades y dolencias, pero nos quiere resucitar de nuestras muertes, levantarnos de nuestro pecado, purificarnos de nuestras manchas y de nuestras maldades, sacarnos de nuestros aislamientos y egoísmos insolidarios, llevarnos de las tinieblas a la luz, inundarnos de su vida.
Ahí está Jesús que se acerca a nuestra vida y quiere tocar nuestro corazón para transformarlo. Quizá seamos nosotros los que no tengamos la valentía de aquel leproso para llegar hasta Jesús y postrarnos en su presencia reconociendo nuestro mal, nuestras lepras, nuestras muertes, nuestros pecados. No siempre tenemos la suficiente humildad para reconocerlo, y es un paso muy necesario para que se pueda realizar esa transformación que Jesús quiere realizar en nuestra vida. Nos cuesta porque aun nuestro amor no es tan grande, que seguimos inmersos en nuestros temores. Y quien teme es que no ha terminado de amar de verdad.
Que el Señor nos libere de esos temores; que arranque de nosotros esos miedos; que nos enseñe a amar de verdad y a tumba abierta; que seamos capaces de poner toda nuestra confianza en su amor; que por la fuerza de su Espíritu llenemos de humildad nuestro corazón. Así llegaremos a la salvación que Jesús nos ofrece.

viernes, 10 de enero de 2014

Jesús, con la fuerza del Espíritu, volvió a Galilea y se manifiesta su misión

1Jn. 4, 19-5, 4; Sal. 71; Lc. 4, 14-22
‘Jesús, con la fuerza del Espíritu, volvió a Galilea… enseñaba en las sinagogas y todos los alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entro en la sinagoga y se puso en pie para hacer la lectura…’ Jesús se va dejando conducir por el Espíritu. Comienza a manifestarse su misión. Ahora en la sinagoga de Nazaret va a hablar una proclamación clara de lo que es su misión.
Los sábados en las sinagogas se leía la Ley y los Profetas. Era el alimento de la vida de los buenos judíos, de los creyentes. Se reunían para la oración y la alabanza, cantando salmos al Señor, pero escuchaban y estudiaban su Palabra, la Ley y los Profetas. Había unos encargados de moderar la celebración y de tenerlo todo preparado. Pero cualquiera podía levantarse para hacer la lectura del texto sagrado. A Jesús ya le precedía la fama que había ido adquiriendo porque ‘enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan, de manera que su fama se había extendido por toda la comarca’.
Es Jesús el que en esta ocasión se pone de pie en medio de la asamblea para hacer la lectura y al desenrollar el libro de los profetas surgió este texto de Isaías en que estaba escrito: ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque El me ha ungido y me ha enviado a dar la Buena Noticia a los pobres… para anunciar el año de gracia del Señor’.
No por muchas veces escuchadas estas palabras dejaban de ser sorprendentes. Se anunciaba el año de la gracia del Señor y ya estaba ahí. ‘Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír’, les dice. Llega la hora de la libertad y de la gracia; llega la buena noticia que alegrará el corazón de los pobres y de los que sufren. ‘Para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista, para dar libertad a los oprimidos…’
¿Cómo habían de entenderse aquellas palabras? ¿Qué aplicación y explicación tenían en aquel momento? Era algo nuevo lo que se estaba escuchando,  pero en el corazón de todos estaban esos deseos de libertad, aunque muchas veces fuera entendida solo desde un sentido político, por cuanto se sentían subyugados por el poder romano. Muchos movimientos en ese sentido surgían en medio del pueblo, y veremos que incluso más tarde entre el grupo de los que más cerca están de Jesús hay unos Celotes, pertenecientes o que habían pertenecido a estos movimientos de liberación.
¿Se iba a quedar reducida a eso la misión de Jesús? ¿Así se le podía encasillar? Fue tentación de entonces, como ha sido tentación de todos los tiempos. Y es cierto que Jesús viene para dar la libertad más profunda al corazón del hombre. El estilo nuevo de vivir que nos irá enseñando eso es lo que quiere lograr en lo más hondo de nosotros. La liberación que Jesús quiere realizar en nosotros es algo bien profundo, para transformar nuestro corazón.
Será un año de gracia, de indulgencia, de perdón. Pero esa gracia que nos trae el Señor lo que quiere es transformar nuestro corazón desde lo más hondo, para quitarnos todas las ataduras que nos puedan esclavizar, pero para que también en ese nuevo estilo de vivir que El nos enseña nunca ningún hombre se tenga que sentir oprimido por otro hombre, nunca ningún hombre se convierta en opresor de su hermano. Es la ley del amor que Jesús nos dejará.
Efectivamente ‘esta Escritura anunciada y proclamada se comienza a cumplir hoy’, como nos dice Jesús. Porque ahí está Jesús el que nos libera desde lo más hondo de nosotros mismos cuando quiere arrancar de nosotros las raíces del pecado. Es el perdón, la amnistía, la indulgencia que el viene a traernos, ‘el año de gracia del Señor’.

Que se nos abran nuestros ojos, que se acaben para siempre nuestras cegueras. Que sintamos esa verdadera libertad interior que Jesús quiere darnos. Que nos sintamos en verdad transformados por la fuerza de su Espíritu.

jueves, 9 de enero de 2014

Siempre el Señor está con nosotros, aunque en ocasiones nos cueste ver su presencia

1Jn. 4, 11-18; Sal. 71; Mc. 6, 45-52
El episodio que nos narra el evangelio aunque comienza narrándonos algo muy sencillo y natural como el hecho de tomar una barca para atravesar el lago hasta la otra orilla por parte de los discípulos, mientras Jesús despedía a la gente, se viene a transformar en algo asombroso y que puede ser un signo maravilloso para el camino de nuestra vida cristiana.
‘Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla’. Jesús que siempre nos está poniendo en camino. No podemos cruzarnos de brazos para quedarnos sentados pasivamente esperando a que sucedan las cosas. Nos pone en camino, aunque en ocasiones el camino se nos pueda volver oscuro, nos parezca que nos sentimos solos o nos veamos zarandeados por problemas o dificultades. Qué oscuro se nos puede volver el lago en medio de una noche oscura y cuando encontramos dificultad para avanzar porque tenemos el viento en contra, como les estaba sucediendo a los discípulos. Y Jesús no estaba con ellos.
Bueno, eso pensaban. Se había quedado en la orilla despidiendo a la gente, y luego se había retirado al monte a orar. Luego no estaban solos, aunque Jesús estuviera en tierra y ellos en medio del lago sin poder avanzar. No estamos solos aunque estemos en medio del camino de la vida y tengamos oscuridades y dificultades. El Señor está atento a nuestras necesidades y problemas. No le somos ajenos ni indiferentes. Qué distinto a como somos nosotros muchas veces en relación a los problemas de los demás.
‘Viendo el trabajo con que remaban… va hacia ellos  andando sobre el lago, e hizo ademán de seguir adelante’. Pero no lo reconocieron, pensaban que era un fantasma. Siempre el Señor poniéndonos a prueba. Y si hasta entonces estaban contrariados por la dificultad, ahora aumentan los miedos y el temor. ‘Dieron un grito, porque al verlo se habían sobresaltado’. ¿Será un grito clamando por la presencia de Jesús y su fuerza? Algunas veces nuestros gritos parecen de derrota, porque nos falta confianza.
Pero allí está Jesús. ‘El les dirige en seguida la palabra y les dice: Animo, soy yo, no tengáis miedo’. Cuántas veces escuchamos nosotros esa voz en nuestro interior y no la reconocemos; escuchamos esa voz, pero no terminamos de creer y de confiar. Al final dirá el evangelista que ‘eran torpes para entender’, pero nos lo puede estar diciendo también a nosotros en medio de nuestras vacilaciones y dudas.
Decimos que queremos creer, pero no terminamos de poner toda nuestra confianza en el Señor. Ojalá aprendamos a confiar, a fiarnos de la palabra de Jesús; ojalá aprendamos a descubrir esa luz que nos está iluminando aunque nos parezca que no, porque si aún seguimos de pie en medio de nuestras dificultades, reconozcamos que el Señor  nos está llevando de la mano, nos tiene sobre las palmas de sus manos.
‘Entró en la barca con ellos y amainó el viento’. Ahora lo sentían con ellos y se sentían seguros. Aunque todavía ‘estaban en el colmo del estupor’. Habían sucedido tantas cosas en poco tiempo y estaban aprendiendo a conocerle. Si allá en el descampado al escuchar su palabra su corazón se iba abriendo a algo nuevo, para comenzar a pensar distinto y estar dispuestos a actuar y buscar soluciones, ahora tendrían que seguir aprendiendo a abrir su corazón al Señor para estar seguros de que siempre El estaría con ellos.

Para estar seguros nosotros de que siempre el Señor está con nosotros, aunque también tengamos que pasar por mares embravecidos con el viento en contra y en medio de muchas oscuridades. Porque el mensaje ahora es para nosotros. Somos nosotros los que tenemos que aprender y los que tenemos que abrir nuestro corazón a Dios. No estamos solos. Siempre el Señor está con nosotros, aunque en ocasiones nos cueste ver su presencia.

miércoles, 8 de enero de 2014

Solo tenemos que escuchar a Jesús y dejarnos transformar por su Palabra y todo será distinto

1Jn. 4, 7-10; Sal. 71; Mc. 6, 34-44
‘Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y empezó a enseñarles muchas cosas…’
¿Cómo están las ovejas sin pastor? Hambrientas, desorientadas, perdidas, heridas… No tienen pastor que les guíe hasta  los mejores pastos; andan sin rumbo y con peligro de ser atacadas por los lobos  y otras fieras; sin tener quien las defienda contra los peligros y contra los ladrones que pueden arrebatarlas de sus dehesas; sin un pastor que las busque cuando andan extraviadas y les vende sus heridas para curarlas.
Es la imagen de cómo encontró Cristo la humanidad en su venida al mundo. Allí está aquella multitud desorientada siempre en búsqueda de algo mejor y sin saber donde encontrarlo. Es la imagen de un mundo convulso con tantas cosas que nos confunden y que nos llenan de tinieblas cuando dejamos que el odio o el egoísmo se apoderen de nuestro espíritu. Así nos encontramos violentos y sin saber cómo amar mejor, para caminar juntos y juntos encontrar la paz para nuestro mundo tan roto por tantas cosas. Nuestros egoísmos nos encierran y hacen insolidarios de manera que parecemos lobos los unos contra los otros.
‘Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos…’ nos decía el evangelista. Es el amor grande que Dios nos tiene, que nos creo para la dicha y la felicidad y sin embargo nos ve lleno de dolor y de sufrimiento cuando hemos roto ese mundo hermoso que El nos dio y que puso en nuestras manos. Dejamos meter el mal y el pecado en nuestro corazón y creamos un mundo de tinieblas y de muerte.
Pero viene Jesús; lo venimos celebrando con intensidad, con gozo grande, con esperanza en estos días de Navidad. Hoy contemplamos a Jesús frente a toda esa multitud que se ha reunido en torno a él, pero que están como ovejas sin pastor. Cristo quiere ser en verdad el Buen Pastor de nuestra vida. Quiere nada menos que ofrecernos su propia vida para nos alimentemos de El. Y alimentarnos de Cristo es encontrar la luz; alimentarnos de Cristo es encontrar el sentido y valor de nuestra vida y de las cosas que hacemos; alimentarnos de Cristo es llenarnos de El con su vida nueva que El nos ofrece.
Son los signos y señales que descubrimos hoy en el evangelio. Les enseña, les alimenta y les ilumina con su palabra, que va a despertar actitudes nuevas en el corazón de quienes le están escuchando. Vemos cómo surgen iniciativas porque el corazón se está despertando al amor. Allí está ya la preocupación en los discípulos, porque a aquella multitud hay que darles que comer o hacer que puedan encontrar caminos que les lleven al alimento verdadero.
‘Despídelos…’ le piden a Jesús; ‘dadles vosotros de comer’, les responde. Se preguntan sin saber cómo encontrar respuesta, ‘¿dónde vamos a encontrar panes para alimentar a tanta gente aquí en el descampado?’ Pero pronto aparecerá la solución: ‘¿cuántos panes tenéis? Cuando lo averiguaron le dijeron: cinco y dos peces. ¿Qué es eso para tantos?’. Pero allí está Jesús el que de verdad va a alimentar nuestra vida. Ya conocemos cómo todos comieron hasta saciarse  y recoger las sobras ‘doce cestos de pan y peces’.
Se obró el milagro. Cristo los alimentó. El es ‘el Camino, y la Verdad, y la Vida’. Cuando escuchamos a Jesús y seguimos sus pasos se inicia una nueva vida en nosotros. Y es que en Jesús encontramos la plenitud de todo; la plenitud de la vida y del amor, la plenitud que nos hace encontrar la verdadera luz para nuestra vida y la que nos conduce a la felicidad verdadera cuando somos capaces de olvidarnos de nosotros mismos para compartir con los demás.

Solo tendremos cinco panes y dos peces, pero compartidos generosamente pueden dar para mucho, pueden dar para saciar nuestra vida y para saciar la vida de los que están a nuestro lado. Solo tenemos que escuchar a Jesús y dejarnos transformar por su Palabra. Dejémonos inundar por su amor y nuestra vida será distinta y podrá ser distinta de cuantos estén a nuestro lado si llegamos a contagiarlos de amor.

martes, 7 de enero de 2014

El evangelio nos pone en camino para llevar la luz de Jesús a los demás

1Jn. 3, 22-4, 6; Sal. 2; Mt. 4, 12-17. 23-25
Seguimos saboreando el espíritu de la Navidad y de la Epifanía hasta que lleguemos el próximo domingo a la fiesta del Bautismo del Señor con la que concluirán todas las celebraciones navideñas. Durante los días que nos restan ya no leeremos en el Evangelio episodios referentes a la Infancia de Jesús, sino que más bien son como una presentación de ese actuar de Jesús manifestándose como luz y como salvación, como hemos venido celebrando. Son como destellos de ese primer actuar de Jesús que nos manifiestan lo que iba a ser su misión.
Se ha venido desde Judea, tras conocer el prendimiento de Juan y ha dejado también Nazaret, el pueblo donde se había criado, para establecerse en Cafarnaún. Todo tiene su sentido y significado. Ya nos recuerda el evangelista que así da cumplimiento a las profecías de Isaías. Nos manifiesta lo que ayer de manera especial nos manifestaba la fiesta de la Epifanía del Señor, puesto que la salvación es para todos los hombres de cualquier raza y condición.
Dejó Judea y Jerusalén, quizá donde se intentaba vivir con mayor intensidad la fe judía por la cercanía del templo, y se establece en lo que el profeta llama la ‘Galilea de los Gentiles’. Es bien sintomático y podría haber un hermano mensaje ahí para nosotros en lo que tendríamos que hacer también. Hace mención a dos de las tribus de Israel que en esos territorios se establecieron y que fueron como frontera con los pueblos paganos. Cafarnaún por lo estratégico de su situación geografía, junto al lago y como cruce de caminos era el lugar adecuado para establecer y desde allí ir llevando el mensaje del Reino por todas partes.
Y allí en aquellos lugares su presencia brilla como una luz, según había anunciado el profeta y ahora nos recoge el evangelista. ‘El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierras y en sombra de muerte, una luz les brilló’. Es el texto profético que también escuchamos en la noche de Navidad. Expresa el resplandor de luz, de esperanza que comenzó a brillar en aquellos corazones con la presencia de Jesús.
Pero el anuncio del Reino que Jesús comienza a hacer tiene sus exigencias de querer cambiar el corazón. Podríamos decir que Jesús está haciendo el mismo anuncio que había hecho Juan el bautista junto al Jordán. Juan invitaba a la conversión porque llegaba el Reino de Dios. Jesús invita ahora a la conversión porque ya he llegado el momento, ya se está haciendo el anuncio del Reino de Dios presente, la Buena Nueva es Jesús que está en medio de ellos.
Señal de que el Reino está ya presente son los signos y milagros que Jesús va realizando, ‘curando las enfermedades y dolencias del pueblo’. Ahora vienen hasta Jesús desde todas partes. ‘El los curaba, y lo seguían multitudes’ venidas desde la propia Galilea, pero también de más allá, de la Decápolis, y de más lejos pues venían de más allá del Jordán y desde Judea y Jerusalén. Todos se sentían atraídos por Jesús.
Jesús, como le veremos a lo largo del evangelio, siempre como el Buen Pastor buscando a la oveja perdida, dejándose encontrar por los que lo buscan, despertando esperanzas en los corazones, sembrando el amor con su propio amor. ‘Pasó haciendo el bien’, como lo definiría san Pedro más tarde.
Buscamos a Jesús nosotros también porque en El encontramos esa vida y esa paz que tanto necesitamos; buscamos a Jesús y tenemos que llenarnos de su vida y de su amor, y con ese amor tenemos que saber llevar a Jesús a los demás. Es lo que el Papa Francisco continuamente nos está reclamando, que la Iglesia, que los cristianos no podemos quedarnos encerrados en nosotros mismos y solo con los buenos,  sino que tenemos que ir más allá, llegar a todos, también a los alejados y a los que no lo conocen porque quizá nunca han oído hablar de El, o a los que por sus prejuicios no quieren conocerlo, y a ellos también tenemos que hacer ese anuncio.

El evangelio siempre nos pone en camino para llevar la luz de Jesús a los demás. Cuánto tenemos que curar y que iluminar.

lunes, 6 de enero de 2014

Con la estrella de Belén un nuevo resplandor de vida y salvación amanecía para todos los hombres

Is. 60, 1-6; Sal. 71; Ef. 3, 2-3. 5-6; Mt. 2, 1-12
Tenemos que volver a repetir lo mismo. Seguimos celebrando Navidad. Hoy es la manifestación de Dios a todos los hombres por medio de una estrella. Por eso llamamos a este día Epifanía, pero que viene a ser lo mismo, porque celebramos al Dios que se hace presente entre nosotros cuando se ha encarnado en el seno de María para ser nuestra Salvación, pero  hoy le añadimos la característica, por decirlo así, de esa manifestación universal de que la salvación es para todos los hombres y para todos los pueblos.
En la noche de navidad los resplandores celestiales llevaban a ras de tierra porque los ángeles vinieron a hacer el anuncio, a dar la Buena Nueva a unos pastores que allá estaban guardando al raso sus rebaños en los alrededores de Belén. El Dios que nacía pobre entre los pobres y había sido recostado entre las pajas de un pesebre tenía como sus preferidos a los pobres y a los humildes, por eso, como decíamos, los resplandores celestiales los contemplábamos a ras de tierra. Así es la cercanía de Dios que se nos manifestaba en el Emmanuel, en Jesús.
Hoy vemos brillar el resplandor de una nueva estrella en lo alto del firmamento, pero allí donde nadie podría adueñarse de ella, porque ese anuncio de salvación era no para unos pocos, ni para quienes con su poder intentaran adueñarse de su luz - ya lo intentaría Herodes -, sino era para todos los hombres sin distinción. No son ahora sólo unos pastores de Judea los que reciben su luz, sino que van a ser unos Magos de Oriente, en consecuencia no pertenecientes al pueblo de Israel, los que se van a dejar iluminar por su luz siguiendo su rastro para encontrar al recién nacido Rey y Salvador.
La luz que despertaba la esperanza va a brillar bien alta, porque un nuevo resplandor de vida y salvación amanecía no solo en Jerusalén sino para todos los hombres. Envueltos en nuestras tinieblas nos costará en muchas ocasiones distinguir esa luz nueva que nos dará nuevo sentido y que a todos los reunirá en torno a Jesús. Hemos de estar atentos y saberla buscar y encontrar.
Muchas veces la podemos tener  muy delante de nuestros ojos pero obnubilados por tantas cosas y tantas desesperanzas a pesar de tener la posibilidad del conocimiento de esa luz, nos podemos seguir quedando a oscuras. Tenemos que despertar y saber mirar a lo alto para distinguir la luz, pero tenemos que saber también acudir a las Escrituras que nos contienen la Palabra de Dios que nos ayudará a interpretar las señales que nos van a llevar certeramente hasta Jesús.
El camino que hicieron los Magos de Oriente, como hoy nos cuenta el evangelio, es muy ejemplar para nuestra vida. Estaban atentos a lo que sucedía y a descubrir las señales del cielo. Fueron capaces de ponerse en camino arrancándose de sus comodidades o de la vida de rutina de cada día. Fueron capaces de unirse a otros que realizaban la misma búsqueda y no quisieron venir cada uno por su camino. Buscaron donde pensaban que podían encontrar pero luego se dejaron guiar para encontrar al recién nacido donde realmente estaba. Pero también acudieron a quienes podían interpretarles las Escrituras para tener cierto el camino del Espíritu que es el que de verdad nos conduce en nuestros corazones. Y así llegaron hasta Belén.
Pero en las sorpresas de los caminos de Dios no se resistieron porque no fuera un palacio donde encontraran al recién nacido Rey, sino que allí, en aquella casa de pobres, porque la estrella así lo señalaba, ‘se encontraron al Niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron’ a pesar de las pobres apariencias. ‘Se llenaron de inmensa alegría’, porque de nuevo la estrella les había conducido, porque ahora se habían encontrado con Jesús.
‘Luego le ofrecieron regalos’. No venían en plan de conquista ni con ostentaciones de poderosos sino que agradecidos diríamos que se dejaron conquistar el corazón. Vieron en el Niño al Rey que buscaban, al Dios que necesitaban y al Redentor que agradecían. Significativos son sus regalos de oro, incienso y mirra.
Luego nos dice el evangelio que los Magos, después de la experiencia que habían vivido, ‘se fueron a tierra por otro camino’. Para ellos no cabían caminos de muerte y la vuelta por casa de Herodes eso podría significar. Ellos eran ya unos hombres nuevos porque la gracia del Señor les había transformado los corazones.
Eran caminos nuevos, eran rutas nuevas las que habían de recorrer, como nosotros cuando  nos encontramos de verdad con Jesús. Son resplandores de esperanza, de vida nueva, de amor los que ahora tienen que brillar en nuestro corazón. Con la certeza de la cercanía de Dios que se nos manifiesta en Jesús tienen que disiparse todas las tinieblas de muerte que pudieran rodearnos. Porque de una cosa estamos ciertos, somos amados del Señor y el nos ofrece siempre su misericordia, su gracia, su perdón. Y la salvación es para todos los hombres. 

domingo, 5 de enero de 2014

Hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad

Eclesiástico,  24, 1-2.8-12; Sal. 147; Ef. 1, 3-6.15-18; Jn. 1,1-18
Seguimos celebrando el misterio de la Encarnación y de la Navidad. Verdadero misterio de luz, de vida, de amor porque es así como Dios se nos da y se hace presente en medio nuestro. Seguimos sintiendo agradecidos la emoción de nuestro corazón al contemplar la cercanía de Dios que ha querido hacerse hombre, encarnándose en el seno de María, para ser en verdad Dios con nosotros y manifestarsenos en la ternura de un niño. Sobre todo el evangelio de Lucas que nos da más detalles del nacimiento de Jesús nos hace sentir ese amor hecho ternura de Dios al contemplar al niño acostado en un pesebre.
Con todo lo bello y emotivo que puede ser todo esto sabemos que Navidad no es quedarnos en un niño recién nacido, sino descubrir en El  todo el misterio de Dios que así nos manifiesta su amor para nuestra salvación. Ese niño es el Hijo de Dios, es nuestro Salvador; será para nosotros nuestra vida y nuestra luz; ese niño que contemplamos entre las pajas de un pesebre es el Emmanuel, es Dios con nosotros. No nos quedamos en un Dios niño, sino que queremos contemplar toda la inmensidad del Misterio de Dios que se nos revela y se nos manifiesta para traernos la Salvación.
Hoy hemos escuchado el inicio del Evangelio de san Juan, que ya escuchamos en la misa del día de la Navidad - en la noche escuchamos el nacimiento que nos narra san Lucas en su evangelio -. No es un evangelio tan descriptivo en detalles como los evangelios sinópticos, pero sí en esta primera página nos está hablando igualmente de todo el Misterio de la Navidad, aunque con un lenguaje más teológico y hasta, si queremos decirlo así, más poético.
Si cuando leíamos el evangelio de san Lucas en el relato del nacimiento hablábamos de resplandores celestiales y de luces que brillaban en la noche de Belén, ahora el Evangelio de san Juan nos hablará de la Luz y de la Vida; nos hablará de la Palabra de Dios que en Dios  estaba desde toda la eternidad porque era Dios y que al mismo  tiempo era vida y la vida era la luz de los hombres.
No era una Palabra que se quedaba en el silencio del abismo, por así decirlo, de la inmensidad y de la eternidad de Dios, sino que es Palabra por quien se hizo todo, pero Palabra que quiere acercarse a nosotros pero de una forma profunda y permanente para quedarse para siempre en nosotros y con nosotros, porque quiere plantar su tienda, acampar, en medio nuestro.
Pero esa donación que Dios está haciendo de sí mismo cuando quiere encarnarse para habitar en medio nuestro, no siempre tiene la respuesta adecuada por nuestra parte. Porque las tinieblas quieren empañar la luz, - ‘la luz brilla en la tiniebla, pero la tiniebla no la recibió’ -. Porque viene a los suyos y los suyos no le recibieron.
Pero esa luz brilla con fuerza, porque es la luz de Dios, porque es Dios que es vida y quiere la vida para los hombres; hubo alguien que sí le abrió las puertas de su vida a esa luz y estamos contemplando a María, aunque sin mencionarla hoy el evangelio de Juan; ella fue la que supo decir Sí a Dios, abrió su corazón a Dios, y se convirtió en la primera morada del Emmanuel, del Dios que se encarnaba en sus entrañas para nacer hecho nuestro salvador. Por eso el ángel llamó a María, la llena de gracia, la que encontró gracia ante Dios de tal manera que Dios quiso habitar en ella y el Espíritu Santo la cubrió con su sombra, porque de ella había de nacer el Hijo de Dios,  el Hijo del Altísimo hecho hombre. ‘El Señor está contigo’, que le dice el ángel.
María fue la primera, la primicia para que detrás comenzáramos a desfilar todos aquellos que queremos decirle Sí a Dios, como María. ‘A cuantos la recibieron, dirá el evangelio de Juan, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre’. María dijo Sí y de ella nació el Hijo de Dios; si nosotros decimos sí con nuestra fe seremos nosotros los que vamos a nacer para Dios siendo hijos de Dios, porque el hijo de María, el Emmanuel por su redención nos va a hacer partícipes ya para siempre de la vida de Dios que nos hace hijos de Dios.
San Juan ya casi al final de sus días en sus cartas meditará y reflexionará sobre todo eso y se dirá: ‘Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!’ Esa nueva filiación no es ni en virtud de la carne o de la sangre humana por generación natural, sino que va a ser un don de Dios que recibiremos por el agua y el Espíritu cuando renazcamos de nuevo a esa vida divina en el Bautismo, como le explicará más tarde Jesús a Nicodemo.
‘Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad’. Seguimos sintiendo la emoción de la navidad, como decíamos al principio. Sentimos la emoción, el gozo grande en el alma, de sentirnos tan amados de Dios que le vemos así tan cercano a nosotros, que planta su tienda entre nosotros, pero porque es tanto su amor que nos hace partícipes de su gloria cuando de tal manera nos está revelando todo el misterio de Dios y haciéndonos partícipes de su vida.
Podemos contemplar la gloria de Dios cuando estamos contemplando a Jesús, ‘gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad’. De esa gloria y resplandor de la que nosotros nos llenamos hasta transfigurarnos en El cuando, porque creemos en su nombre, nos hacemos partícipes de la vida de Dios. Pero podemos llegar a contemplar y conocer a Dios porque la Palabra que nos revela a Dios está con nosotros y se convierte para nosotros en vida y en luz.
Pero es que ‘a Dios nadie lo ha visto jamás: Dios, Hijo único que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer’, como termina diciéndonos el evangelio de hoy. Porque también nosotros nos hacemos pequeños y humildes, porque aprendemos a dejarnos conducir por el Espíritu del Señor a nosotros se nos revela Dios. Recordemos que fueron unos pobres pastores que estaban al raso cuidando sus rebaños en la fría noche de Belén los que recibieron el anuncio del ángel, contemplaron la gloria del cielo y acudieron a la ciudad de David para contemplar la gloria del Señor como les había anunciado el ángel.
Ya más adelante dará gracias Jesús a lo largo del evangelio porque ‘los misterios de Dios se revelan a los pequeños y a los sencillos y se ocultan a los sabios y entendidos’, porque además ‘nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’. ‘El Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad, que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer’.

Con san Pablo tenemos que decir: ‘Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales’. Sí, bendecimos a Dios que así se nos revela, así se  nos manifiesta, así quiere estar en medio nuestro. Bendecimos a Dios que nos ha elegido y nos ha llamado para revelarnos el misterio de Dios, para hacernos partícipes de su vida, para regalarnos su salvación. No nos podemos cansar de bendecir a Dios.