Jesús quiere limpiarnos, como un signo nos liberará de enfermedades y dolencias
1Jn. 5, 5-6. 8-13; Sal.147; Lc. 5, 12-16
Estamos ya a punto de concluir las celebraciones de la
Navidad y de la Epifanía que llegarán a su momento culminante cuando el domingo
celebremos el Bautismo del Señor en el Jordán. De manera especial esta semana
después de la Epifanía hemos ido haciendo un recorrido por el Evangelio donde
se nos va manifestando cuál es la misión de Jesús, viendo sus primeros momentos
de predicación, viendo sus obras o escuchando el anuncio programático de su
misión en la Sinagoga de Nazaret.
Hoy se nos manifiesta un signo más en el evangelio que
hemos escuchado. Una prueba y manifestación del poder de Jesús al que ya se ha
hecho referencia cuando se nos narraba
que le traían enfermos aquejados con todo tipo de dolencias a que Jesús los
curara. Pero siempre decimos que son signos que nos manifiestan la salvación
que Jesús quiere ofrecernos que va más allá de la curación de unas
enfermedades.
Son las señales del Reino de Dios que se está
realizando y en el que hay que creer. Son las señales de quién es realmente
Jesús. Un día Juan desde la cárcel le enviará una embajada para preguntarle si
es El quien ha de venir o han de esperar a otro. Y Jesús les dirá que vayan y
cuenten a Juan lo que han visto y oído; los ciegos ven, los inválidos andan,
los leprosos quedan limpios y resucitan los muertos.
Son signos que ya nos anunciaban los profetas de la
salvación que Jesús viene a ofrecernos. Signos que corroboran el poder
taumatúrgico de Jesús, que es el Hijo de Dios y así se manifiesta en todo su
poder y gloria, pero signos que nos están hablando de salvación, de
purificación, de transformación del corazón, de vida nueva de la que Jesús
quiere llenarnos.
Hoy es un leproso el que se acerca a Jesús; el que se
atreve a acercarse a Jesús, como ya tantas veces hemos comentado la marginación
en la que tenían que vivir quienes estaban aquejados de esta enfermedad. Pero
nos está manifestando la valentía de este hombre, que por una parte está
reconociendo el mal que hay en su vida, su lepra y su enfermedad, pero que por
otra parte se atreve a acercarse a Jesús a pesar de todas las normas y
prohibiciones, pero que nos manifiesta también la fe y confianza total que
tenía en Jesús que sabía que podía curarle de su mal. ‘Al ver a Jesús cayó rostro en tierra y le suplicó: Si quieres, puedes
limpiarme’.
Claro que Jesús quiere limpiarlo. ‘Quiero, le dice, queda limpio, y extendió la mano y lo tocó’. A
eso ha venido. Jesús quiere limpiarlo; como un signo nos liberará de
enfermedades y dolencias, pero nos quiere resucitar de nuestras muertes,
levantarnos de nuestro pecado, purificarnos de nuestras manchas y de nuestras
maldades, sacarnos de nuestros aislamientos y egoísmos insolidarios, llevarnos
de las tinieblas a la luz, inundarnos de su vida.
Ahí está Jesús que se acerca a nuestra vida y quiere
tocar nuestro corazón para transformarlo. Quizá seamos nosotros los que no
tengamos la valentía de aquel leproso para llegar hasta Jesús y postrarnos en
su presencia reconociendo nuestro mal, nuestras lepras, nuestras muertes,
nuestros pecados. No siempre tenemos la suficiente humildad para reconocerlo, y
es un paso muy necesario para que se pueda realizar esa transformación que
Jesús quiere realizar en nuestra vida. Nos cuesta porque aun nuestro amor no es
tan grande, que seguimos inmersos en nuestros temores. Y quien teme es que no
ha terminado de amar de verdad.
Que el Señor nos libere de esos temores; que arranque
de nosotros esos miedos; que nos enseñe a amar de verdad y a tumba abierta; que
seamos capaces de poner toda nuestra confianza en su amor; que por la fuerza de
su Espíritu llenemos de humildad nuestro corazón. Así llegaremos a la salvación
que Jesús nos ofrece.