Solo tenemos que escuchar a Jesús y dejarnos transformar por su Palabra y todo será distinto
1Jn. 4, 7-10; Sal. 71; Mc. 6, 34-44
‘Jesús vio una
multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y
empezó a enseñarles muchas cosas…’
¿Cómo están las ovejas sin pastor? Hambrientas,
desorientadas, perdidas, heridas… No tienen pastor que les guíe hasta los mejores pastos; andan sin rumbo y con
peligro de ser atacadas por los lobos y
otras fieras; sin tener quien las defienda contra los peligros y contra los
ladrones que pueden arrebatarlas de sus dehesas; sin un pastor que las busque
cuando andan extraviadas y les vende sus heridas para curarlas.
Es la imagen de cómo encontró Cristo la humanidad en su
venida al mundo. Allí está aquella multitud desorientada siempre en búsqueda de
algo mejor y sin saber donde encontrarlo. Es la imagen de un mundo convulso con
tantas cosas que nos confunden y que nos llenan de tinieblas cuando dejamos que
el odio o el egoísmo se apoderen de nuestro espíritu. Así nos encontramos
violentos y sin saber cómo amar mejor, para caminar juntos y juntos encontrar
la paz para nuestro mundo tan roto por tantas cosas. Nuestros egoísmos nos
encierran y hacen insolidarios de manera que parecemos lobos los unos contra
los otros.
‘Jesús vio una
multitud y le dio lástima de ellos…’
nos decía el evangelista. Es el amor grande que Dios nos tiene, que nos creo
para la dicha y la felicidad y sin embargo nos ve lleno de dolor y de
sufrimiento cuando hemos roto ese mundo hermoso que El nos dio y que puso en
nuestras manos. Dejamos meter el mal y el pecado en nuestro corazón y creamos
un mundo de tinieblas y de muerte.
Pero viene Jesús; lo venimos celebrando con intensidad,
con gozo grande, con esperanza en estos días de Navidad. Hoy contemplamos a
Jesús frente a toda esa multitud que se ha reunido en torno a él, pero que
están como ovejas sin pastor. Cristo quiere ser en verdad el Buen Pastor de
nuestra vida. Quiere nada menos que ofrecernos su propia vida para nos
alimentemos de El. Y alimentarnos de Cristo es encontrar la luz; alimentarnos
de Cristo es encontrar el sentido y valor de nuestra vida y de las cosas que
hacemos; alimentarnos de Cristo es llenarnos de El con su vida nueva que El nos
ofrece.
Son los signos y señales que descubrimos hoy en el
evangelio. Les enseña, les alimenta y les ilumina con su palabra, que va a
despertar actitudes nuevas en el corazón de quienes le están escuchando. Vemos
cómo surgen iniciativas porque el corazón se está despertando al amor. Allí está
ya la preocupación en los discípulos, porque a aquella multitud hay que darles
que comer o hacer que puedan encontrar caminos que les lleven al alimento
verdadero.
‘Despídelos…’ le piden a Jesús; ‘dadles vosotros de comer’, les
responde. Se preguntan sin saber cómo encontrar respuesta, ‘¿dónde vamos a encontrar panes para alimentar a tanta gente aquí en el
descampado?’ Pero pronto aparecerá la solución: ‘¿cuántos panes tenéis? Cuando lo averiguaron le dijeron: cinco y dos
peces. ¿Qué es eso para tantos?’. Pero allí está Jesús el que de verdad va
a alimentar nuestra vida. Ya conocemos cómo todos comieron hasta saciarse y recoger las sobras ‘doce cestos de pan y peces’.
Se obró el milagro. Cristo los alimentó. El es ‘el Camino, y la Verdad, y la Vida’. Cuando
escuchamos a Jesús y seguimos sus pasos se inicia una nueva vida en nosotros. Y
es que en Jesús encontramos la plenitud de todo; la plenitud de la vida y del
amor, la plenitud que nos hace encontrar la verdadera luz para nuestra vida y
la que nos conduce a la felicidad verdadera cuando somos capaces de olvidarnos
de nosotros mismos para compartir con los demás.
Solo tendremos cinco panes y dos peces, pero
compartidos generosamente pueden dar para mucho, pueden dar para saciar nuestra
vida y para saciar la vida de los que están a nuestro lado. Solo tenemos que
escuchar a Jesús y dejarnos transformar por su Palabra. Dejémonos inundar por
su amor y nuestra vida será distinta y podrá ser distinta de cuantos estén a
nuestro lado si llegamos a contagiarlos de amor.
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