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lunes, 6 de enero de 2014

Con la estrella de Belén un nuevo resplandor de vida y salvación amanecía para todos los hombres

Is. 60, 1-6; Sal. 71; Ef. 3, 2-3. 5-6; Mt. 2, 1-12
Tenemos que volver a repetir lo mismo. Seguimos celebrando Navidad. Hoy es la manifestación de Dios a todos los hombres por medio de una estrella. Por eso llamamos a este día Epifanía, pero que viene a ser lo mismo, porque celebramos al Dios que se hace presente entre nosotros cuando se ha encarnado en el seno de María para ser nuestra Salvación, pero  hoy le añadimos la característica, por decirlo así, de esa manifestación universal de que la salvación es para todos los hombres y para todos los pueblos.
En la noche de navidad los resplandores celestiales llevaban a ras de tierra porque los ángeles vinieron a hacer el anuncio, a dar la Buena Nueva a unos pastores que allá estaban guardando al raso sus rebaños en los alrededores de Belén. El Dios que nacía pobre entre los pobres y había sido recostado entre las pajas de un pesebre tenía como sus preferidos a los pobres y a los humildes, por eso, como decíamos, los resplandores celestiales los contemplábamos a ras de tierra. Así es la cercanía de Dios que se nos manifestaba en el Emmanuel, en Jesús.
Hoy vemos brillar el resplandor de una nueva estrella en lo alto del firmamento, pero allí donde nadie podría adueñarse de ella, porque ese anuncio de salvación era no para unos pocos, ni para quienes con su poder intentaran adueñarse de su luz - ya lo intentaría Herodes -, sino era para todos los hombres sin distinción. No son ahora sólo unos pastores de Judea los que reciben su luz, sino que van a ser unos Magos de Oriente, en consecuencia no pertenecientes al pueblo de Israel, los que se van a dejar iluminar por su luz siguiendo su rastro para encontrar al recién nacido Rey y Salvador.
La luz que despertaba la esperanza va a brillar bien alta, porque un nuevo resplandor de vida y salvación amanecía no solo en Jerusalén sino para todos los hombres. Envueltos en nuestras tinieblas nos costará en muchas ocasiones distinguir esa luz nueva que nos dará nuevo sentido y que a todos los reunirá en torno a Jesús. Hemos de estar atentos y saberla buscar y encontrar.
Muchas veces la podemos tener  muy delante de nuestros ojos pero obnubilados por tantas cosas y tantas desesperanzas a pesar de tener la posibilidad del conocimiento de esa luz, nos podemos seguir quedando a oscuras. Tenemos que despertar y saber mirar a lo alto para distinguir la luz, pero tenemos que saber también acudir a las Escrituras que nos contienen la Palabra de Dios que nos ayudará a interpretar las señales que nos van a llevar certeramente hasta Jesús.
El camino que hicieron los Magos de Oriente, como hoy nos cuenta el evangelio, es muy ejemplar para nuestra vida. Estaban atentos a lo que sucedía y a descubrir las señales del cielo. Fueron capaces de ponerse en camino arrancándose de sus comodidades o de la vida de rutina de cada día. Fueron capaces de unirse a otros que realizaban la misma búsqueda y no quisieron venir cada uno por su camino. Buscaron donde pensaban que podían encontrar pero luego se dejaron guiar para encontrar al recién nacido donde realmente estaba. Pero también acudieron a quienes podían interpretarles las Escrituras para tener cierto el camino del Espíritu que es el que de verdad nos conduce en nuestros corazones. Y así llegaron hasta Belén.
Pero en las sorpresas de los caminos de Dios no se resistieron porque no fuera un palacio donde encontraran al recién nacido Rey, sino que allí, en aquella casa de pobres, porque la estrella así lo señalaba, ‘se encontraron al Niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron’ a pesar de las pobres apariencias. ‘Se llenaron de inmensa alegría’, porque de nuevo la estrella les había conducido, porque ahora se habían encontrado con Jesús.
‘Luego le ofrecieron regalos’. No venían en plan de conquista ni con ostentaciones de poderosos sino que agradecidos diríamos que se dejaron conquistar el corazón. Vieron en el Niño al Rey que buscaban, al Dios que necesitaban y al Redentor que agradecían. Significativos son sus regalos de oro, incienso y mirra.
Luego nos dice el evangelio que los Magos, después de la experiencia que habían vivido, ‘se fueron a tierra por otro camino’. Para ellos no cabían caminos de muerte y la vuelta por casa de Herodes eso podría significar. Ellos eran ya unos hombres nuevos porque la gracia del Señor les había transformado los corazones.
Eran caminos nuevos, eran rutas nuevas las que habían de recorrer, como nosotros cuando  nos encontramos de verdad con Jesús. Son resplandores de esperanza, de vida nueva, de amor los que ahora tienen que brillar en nuestro corazón. Con la certeza de la cercanía de Dios que se nos manifiesta en Jesús tienen que disiparse todas las tinieblas de muerte que pudieran rodearnos. Porque de una cosa estamos ciertos, somos amados del Señor y el nos ofrece siempre su misericordia, su gracia, su perdón. Y la salvación es para todos los hombres. 

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