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sábado, 20 de abril de 2024

Seamos capaces de dar ese paso adelante y repetir con todas sus consecuencias estas palabras de Pedro porque Jesús también tiene para nosotros palabras de vida eterna

 


Seamos capaces de dar ese paso adelante y repetir con todas sus consecuencias estas palabras de Pedro porque Jesús también tiene para nosotros palabras de vida eterna

Hechos de los apóstoles 9, 31-42; Salmo 115; Juan 6, 60-69

Siempre encontraremos una excusa – que en sí misma tendrá más o menos valor, pero que a nosotros nos parece válida – para echarnos atrás cuando nos parece que las exigencias o los compromisos a los que nos llevan, nos parecen excesivos para lo que nosotros seríamos capaces de buenamente dar. Y es que eso de ‘buenamente dar lo que podamos’ lo llevamos demasiado metido dentro de nosotros y nos quiere valer siempre de excusa. No queremos llegar tan lejos; queremos mantener siempre nuestras reservas para nosotros, por si acaso, decimos; siempre queremos guardar un as en nuestra manga, por si acaso las cosas no salen como habíamos soñado.

¿Andarían por esas aquellos judíos de Cafarnaún que han venido escuchando a Jesús - y fueron ellos los que vinieron buscándoles y hemos de reconocer por sus intereses – y ahora les parecen duras las palabras de Jesús y por eso le abandonan y no quieren seguirle?

No sé si era tanto por aquello que había dicho Jesús de que había que comer su carne – cosa que comprendemos les pareciese dura – o realmente iban comprendiendo que eso de seguir a aquel predicador, aquel profeta de Nazaret que por allí había aparecido tenía muchas exigencias, muchas eran las cosas que había que cambiar en su mentalidad, con muchas cosas tendrían que romper en sus rutinas y costumbres, si en verdad querían ser discípulos suyos con todas sus consecuencias.

Y eso que ellos aun quizás no sospechaban los sumos sacerdotes y los dirigentes del pueblo estaban comenzando a tramar contra Jesús. Algún as tenían ellos que guardarse en la manga. Mas tarde veremos que incluso aquellos que le habían sido más fieles y con El habían subido a Jerusalén para aquella pascua, comenzarían también con sus traiciones y negaciones, comenzarían a huir a la espantada como sucedería en Getsemaní, y también andarían ocultos por miedo a los judíos, como se habían encerrado en el Cenáculo.

Por eso veremos a aquellos posibles discípulos de Cafarnaún se echan atrás y ya no quieren seguir a Jesús. ¿Sería ya un anticipo de lo que iba a suceder en las calles de Jerusalén que gritarían contra Jesús pidiendo su crucifixión y su muerte aunque días antes le habían aclamado como el que venía en nombre del Señor? Así andaban entre dudas y miedos, entre interrogantes que siempre los había por dentro, y desconfianzas que les hacían pensarse las cosas. ¿Podremos llegar más allá? ¿Qué de nuevo nos pedirá Jesús? ¿Hasta dónde van a llegar nuestros compromisos? ¿Seremos capaces de seguir manteniendo la vela al lado de Jesús?

Como andamos nosotros también tantas veces en la vida, que nos dan ganas de echarnos atrás y abandonarlo todo, soñando a veces con posturas más cómodas y que no tengan tantas exigencias, pensando que el mundo nos está ofreciendo tantas cosas que nos atraen y muchas veces no sabemos que hacer.

Hoy de nuevo Pedro es el que se adelante, da el paso al frente, se atreve a hablar en nombre de los demás, aunque él luego también tendrá momentos de flaqueza, también se dejará dormir en lugar de estar atento y vigilante, se atreverá incluso a meterse en la boca del lobo, pero ahora hará una hermosa confesión de fe. ‘¿A quién vamos a acudir si solo tú tienes palabras de vida eterna?’

¿Seremos nosotros capaces de dar también ese paso adelante y repetir con todas sus consecuencias estas palabras de Pedro?


viernes, 19 de abril de 2024

Comer y beber el cuerpo y la sangre de Jesús es habitar en El, entrar en comunión con El y con los que están en comunión con El dejando que Cristo en verdad sea mi vida

 


Comer y beber el cuerpo y la sangre de Jesús es habitar en El, entrar en comunión con El y con los que están en comunión con El dejando que Cristo en verdad sea mi vida

Hechos de los apóstoles 9, 1-20; Salmo 116; Juan 6, 52-59

En la vida escuchamos todo tipo de mensajes o contemplamos en los demás o en lo que nos rodea cosas que nos llaman la atención, cosas que nos pueden parecer interesantes y que en cierto modo nos gustaría a nosotros hacer algo semejante, mientras yo siga mi vida sin complicaciones en mis costumbres, en mis rutinas, en las cosas que hago de siempre porque así quizás me lo enseñaron y aprendí. 

Pero quizás dar otros pasos, donde nos comprometemos y complicamos nuestra vida con nuevas cosas que nos harían cambiar mucho de lo que hacemos, o quizás llegar hasta tal punto que tenemos que renunciar a mucho de lo que tenemos o  hemos conseguido, ya es como para pensárselo; querer ser amigo de una persona, porque me parece interesante, está bien, pero dar el paso a entrar en una comunión de vida que además me exige algo muy diferente, ya nos lo pensamos más. Son pasos que cuestan.

Por eso ante el evangelio de Jesús con todo lo que radicalmente nos plantea para nuestra vida, muchas veces queremos andar con tantos pies de tiento, que no terminamos de comprometernos por el evangelio. Y es que el evangelio nos pide una nueva y vital comunión con Jesús que nos hace entrar en un nuevo sentido y estilo de vida. Y por mucho que digamos que amamos y queremos amar, nos pesa mucho en nuestro interior nuestro individualismo que nos lleva por un lado a una autosuficiencia de querer bastarnos siempre por nosotros mismos, y a una insolidaridad que nos impide lazos de auténtica comunión.

De eso nos está hablando Jesús, lo hemos venido escuchando estos días pasados en todo este capítulo seis del evangelio de Juan, cuando nos ha hablado del pan de vida, de comerle para tener vida para siempre, y cuando termina diciéndonos que hemos de comer su carne y beber su sangre para tener vida en nosotros. Ante estas palabras de Jesús nos cabe una interpretación tan literal de lo de comer su carne que nos parece que no queremos ser o parecer antropófagos; pero si entendemos lo de comer a Cristo como una señal de la comunión en la que hemos de entrar con El, nos vienen también nuestras pegas desde esa tentación que decíamos que tenemos al individualismo.

Por eso vemos el rechazo con que se manifiesta aquella gente de Cafarnaún al escuchar las palabras de Jesús. ‘¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?’ Y dice que discutían entre ellos, porque no todos lo entenderían de la misma manera, y porque las exigencias de Jesús les pareciera que eran difíciles de cumplir. Como veremos, muchos ya no quisieron seguir con Jesús.

Pero Jesús sigue insistiéndonos en lo mismo. ‘El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él’. Habitar en Jesús, entrar en comunión con El, dejar que Cristo en verdad sea mi vida. Es algo que no se puede hacer de cualquier manera. Algo que tenemos que pensarlo bien antes de decidirnos a seguirle, a estar con El y hacernos uno con El. Porque además desde esa unión con Jesús vamos tener que entrar en comunión también con todos los que están en comunión con Jesús.

Y el campo entonces se amplía y se hace más universal. Y esta es una de las cosas que nos cuesta aceptar en nuestra vida cristiana. Porque bueno, como decimos, comulgar eso está bien, sentirme unido a Cristo porque me siento amado es algo que es cierto nos llena de dicha, sentirme unido a Dios y rezar está bien porque necesitamos de Dios, pero salirnos de ahí, para entrar en comunión con los demás, nos lo pensamos. 

Somos tan raquíticos en nuestras miradas que siempre estaremos viendo defectos en los otros, claro que los nuestros nunca los vemos, siempre sentiremos que aquel o aquella se nos atraviesan y no los podemos tragar pero no pensamos en lo antipáticos que nosotros nos ponemos a veces con los demás, y así podríamos seguir diciendo muchas cosas.

‘El que me come vivirá por mi’, nos dice Jesús. O sea que ya no es nuestra vida, sino la de Jesús, pero también tenemos que decir, ya no es solo con nuestras fuerzas sino con la vida de Jesús. ‘El que come de este pan vivirá para siempre’. ¿Queremos tener para siempre esa vida de Jesús?

jueves, 18 de abril de 2024

Dejémonos conducir por su Espíritu y alcanzaremos vida para siempre porque Jesús se hace Pan de vida para resucitarnos a una vida nueva

 


Dejémonos conducir por su Espíritu y alcanzaremos vida para siempre porque Jesús se hace Pan de vida  para resucitarnos a una vida nueva

Hechos de los apóstoles 8, 26-40; Salmo 65; Juan 6, 44-51

En la vida nos conducimos por aquello que nos gusta, nos parece apetecible, y así vamos eligiendo lo que queremos, los que queremos para nosotros como posesión, pero lo que queremos para nosotros como manera de vivir o como forma de desarrollar nuestro yo; así vamos escogiendo los amigos con los que nos sentimos a gusto, o vamos poco a poco decantándonos por una forma de vivir, por un sentido de la vida, desde lo que nos ofrecen o desde aquello que nos parece que compagina con nuestro ser. Nos decimos que somos libres y que somos nosotros los que elegimos; nos decimos con personalidad y no queremos sentirnos arrastrados por nadie.

Pero también nos damos cuenta que en un momento determinado algo ha hecho que tomemos otras decisiones, que nos sintamos como llamados, quizás decimos interiormente, o algunos, porque está de modo esnobismos que nos vienen no sé de donde, que el karma nos arrastró a algo, que era como una predestinación y no sé cuantas cosas más que nos decimos. Pero algo ha habido que nos ha hecho mover la vida quizás hasta cambiando el rumbo de lo que estamos haciendo, y que nos descubre algo nuevo.

Nosotros los creyentes no necesitamos hablar del karma o cosas de esas, o de predisposiciones o presentimientos que nos pueden surgir, nosotros pensamos en algo distinto que lo hemos tenido ahí de siempre, pero quizás olvidamos, o quizás descartamos para pensar en eso que nos viene de acá o de allá. Nosotros creemos que Dios actúa en nuestra vida, que su Espíritu puede mover los corazones y nos inspira – mira por donde viene la palabra Espíritu – y se vale quizá de muchos signos externos o incluso dentro de nosotros mismos para hacernos conocer lo que es su voluntad, lo que Dios quiere de nosotros.

Cuando estamos hablando del misterio de Dios, de nuestra relación con Dios y con Cristo, de nuestra vida cristiana sentimos que hay algo sobrenatural, que significa que está por encima o más allá de nosotros, que actúa en nuestra vida, nos inspira lo que hemos de hacer, nos hace descubrir también lo que es la voluntad de Dios para con nosotros.

Nos lo ha dicho hoy Jesús. ‘Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado, y yo lo resucitaré en el último día’. Es Dios el que nos llama. Es lo que le está diciendo Jesús a aquellos que se han convertido en sus discípulos, que no fue solamente porque un día se sintieran atraídos por Jesús, sino porque fueron invitados a seguir a Jesús. ‘Venid conmigo…’ les iba diciendo Jesús como a Pedro y a su hermano Andrés, como a los hermanos Zebedeos, como a Mateo o Leví cuando estaba allí en su garita de recaudador de impuestos, y así a todos aquellos que había ido llamando por su nombre para que fueran sus discípulos, para constituir el colegio de los Apóstoles.

Hoy Jesús nos está diciendo cosas muy importantes, pero también hemos de reconocer que les costaba entender a aquellos que le escuchaban en la sinagoga de Cafarnaún, pero les esta pidiendo un plus, podemos decir, de confianza en El, de creer en Jesús. Y es que creer en Jesús significa dejarse transformar por El. Por eso les habla de vida nueva, de resurrección, que era algo que iba mucho más allá de lo que pudiera haber sido la resurrección de Lázaro o de la hija de Jairo. Creer en Jesús significa entrar en una nueva vida, en un nuevo sentido de vida, porque era además comenzar a vivir la vida de Jesús.

Por eso necesitamos comerle, para podernos llenar de su vida. Por eso nos dice que El es el Pan de vida, el verdadero Pan bajado del cielo y que comiéndole a El tendríamos vida para siempre, nos resucitaría en el último día. No nos quiere dar Jesús un pan que comiéndole volvamos a morir, porque no sea un pan que nos alimenta para siempre. No es cualquier cosa lo que quiere ofrecernos Jesús, porque es El mismo que se hace pan, es El mismo que nos da su carne, que nos da su vida.

Claro que son cosas difíciles de entender si nos quedamos en la literalidad de las palabras. Por eso la gente no le entiende y algunos incluso dejarán de seguirle. Pero El nos pide que confiemos en su Palabra, y que su Espíritu va a actuar en nosotros para que lleguemos a comprender y vivir ese misterio de Dios. Dejémonos conducir por su Espíritu y alcanzaremos vida para siempre.


miércoles, 17 de abril de 2024

Somos lo que comemos y si comemos el Pan de vida que nos ofrece y que es Jesús, nuestra vida no puede menos que reflejar su evangelio

 


Somos lo que comemos y si comemos el Pan de vida que nos ofrece y que es Jesús, nuestra vida no puede menos que reflejar su evangelio

Hechos de los apóstoles 8, 1b-8; Salmo 65; Juan 6, 35-40

Alguna vez he escuchado decir algo así como que ‘somos lo que comemos’. Una referencia a nuestro modo de alimentación y bien sabemos que según de donde seamos, por ejemplo, será la alimentación que tenemos; según la cultura y formación de las personas buscarán más o menos una alimentación adecuada donde tengamos los nutrientes necesarios para desarrollar nuestra vida; muchas veces también según nuestra manera de pensar elegimos un tipo de alimentación u otra, quienes rechazan las carnes, quienes se decantan por una alimentación más naturista, quienes quizás por razones de salud pueden o no pueden comer determinados alimentos. Pero no vamos a hacer un tratado sobre la nutrición y la alimentación que podemos o debemos tomar.

Pero igual hay otras cosas que alimentan nuestra vida, que son las ideas y los pensamientos, que tomamos de aquí o de allá y que nos van forjando nuestra manera de pensar y de vivir; podemos pensar en las filosofías de la vida, podemos pensar en las ideologías, podemos pensar en las corrientes de opinión que en cada momento van surgiendo en la sociedad y que marcarán nuestras posturas, nuestro estilo de vida, o el sentido que le damos a nuestra existencia. 

Es también una comida, una alimentación, en lo que ya no nos referimos a lo que entra por la boca y discurre por nuestro sistema digestivo, sino que es lo que llevamos en la cabeza o en el corazón. Y aquí podemos decir también aquello de que ‘somos lo que comemos’, aquello de lo que alimentamos nuestra existencia, nuestra manera de vivir.

Ante nosotros, contemplando a Jesús y escuchándolo, se ha ido desarrollando todo el mensaje del evangelio, esa buena nueva que nos ofrece Jesús cuando nos anuncia el Reino de Dios. Hemos dicho ya muchas veces como se despierta la esperanza de algo nuevo en aquellos que escuchan o contemplan a Jesús, cómo aquellos signos que Jesús va realizando nos van manifestando ese sentido nuevo de nuestra vida cuando nos decidimos a seguirle, a optar por El. Con Jesús nos veremos siempre saciados plenamente. ‘Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás’.

Escuchar el evangelio, la buena nueva que Jesús nos ofrece, no nos puede dejar insensibles, no nos podemos quedar en una posición de estacionamiento sin que nos decidamos a tomar una opción, a tomar un camino. Ya nos dirá El en algún momento que o con El o contra El, que quien no recoge con El desparrama, que tenemos que decidirnos de manera seria por seguirle porque no podemos estar siempre mirando para detrás, porque no seríamos dignos de El.

Por eso El nos habla hoy de comerle, de que El es el Pan de vida, y que comiéndole a El es como tendríamos vida para siempre. Y comerle a El es mucho más que dejar que nos entre un alimento por la boca, aunque como signo tengamos también que hacerlo; comerle a El es dejarnos transformar por El – somos lo que comemos, decíamos antes – porque entonces su manera de pensar, lo que El nos está diciendo que es el Reino de Dios, tendrá que ser algo que hagamos vida nuestra. No podemos decir que nos alimentamos de Cristo, que le comemos, en una palabra que comulgamos, y luego actuamos en nuestra vida de manera diferente a lo que nos propone El, nos enseña El.

Aquí tendríamos que preguntarnos por tantas incongruencias de nuestra vida cuando decimos que tenemos fe, que creemos en El pero luego no vivimos el espíritu y el sentido del evangelio, porque, por ejemplo, no hemos convertido el amor en el verdadero motor de nuestra vida, porque seguimos sin perdonar y nunca queremos compartir con los demás, porque no hacemos que las obras de la justicia en todos los sentidos y en todas las cosas las que tienen que resplandecer en nuestra vida. 

¿Cómo puedes comulgar y no perdonar al hermano? Ya nos dirá que antes de poner nuestra ofrenda ante el altar vayamos primero a reconciliarnos con el hermano que pueda tener algo contra nosotros.

Es algo serio lo que hoy Jesús nos está planteando. Algo que tiene que en verdad interrogar nuestra vida y nuestra manera de actuar. Lo que quiere Jesús para nosotros en que tengamos vida eterna. ‘Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día’. Y eso nos lo ofrece Jesús cuando nos dice que le comamos porque El es el Pan de vida.


martes, 16 de abril de 2024

Busquemos el verdadero alimento que nos da vida para siempre y que encontramos en Jesús y en su Palabra, Pan verdadero bajado del cielo

 


Busquemos el verdadero alimento que nos da vida para siempre y que encontramos en Jesús y en su Palabra, Pan verdadero bajado del cielo

Hechos de los apóstoles 6, 8-15; Salmo 118; Juan 6, 22-29

El camino de la vida no lo podemos hacer sin alimento. Sí, necesitamos alimentar nuestro cuerpo, que en cierto modo es alimentar nuestra vida; sin esos nutrientes el organismo muere, y no vamos ahora a explicar toda una lección sobre la alimentación humana; es el ansia de todo ser vivo, poder seguir viviendo, y por eso buscamos el alimento; tristes son las imágenes que podemos contemplar de gente desnutrida por el hambre, o por la escasez del necesario alimento; una de las grandes preocupaciones de la humanidad que se pregunta si tenemos los recursos necesarios y suficientes en la tierra para alimentar a una población que cada vez crece más. Cuantos planteamientos se hacen sobre todo esto, cuantas soluciones se buscan, cuantas culpas muchas veces nos echamos los unos a los otros.

Es algo claro y urgente, es cierto, pero la persona necesita algo más para su subsistencia. Alimentar la vida no es solo alimentar el cuerpo, porque la persona es mucho más que un cuerpo que alimentar y mantener aunque haya que hacerlo. Hay algo que tiene que llegar más hondo en el ser humano, que tiene que alimentarle como persona; podemos pensar en los valores sobre los que queremos fundamentar la vida y que nos dan sentido y valor a lo que vivimos y a lo que hacemos. La persona ha de tener otros interrogantes y otros planteamientos que le ayuden a dar profundidad a la vida. Todos, en fin de cuentas, de una forma o de otra, en un momento o en otro, nos interrogamos sobre el sentido de la vida, y cuando tenemos claras unas metas, unos objetivos, una razón de ser nos sentimos más vivos, nos sentimos con mayor intensidad de vida.

Creo que en el fondo es lo que nos está planteando hoy Jesús en este pasaje del evangelio. Ayer les decía Jesús que no se preocuparan solo por un alimento que perece y buscaran un alimento que perdura. Les cuesta entender, porque fácilmente nos quedamos en lo material de la vida y nos cuesta ir más allá, aunque sea algo que de una forma o de otra como decíamos siempre está detrás del pensamiento humano. Ya nos recordaba Jesús, allá en el monte de la cuarentena, cuando las tentaciones, que ‘no solo de pan vive el hombre…’

Cuando aquella muchedumbre hambrienta, llena de problemas y de sufrimientos, con sus enfermos a cuestas incluso, caminan tras Jesús incluso hasta lugares desérticos como hemos visto estos días, era algo más que pan o una salud corporal lo que iban buscando. Claro que sí que esperan y desean sus milagros, pero lo que querían era escuchar a Jesús. Su Palabra les daba vida, sus palabras ponían esperanzas en su corazón, su enseñanza les ponía en camino de algo distinto en sus vidas aunque tanto les costara comprenderlo y vivirlo. Por eso vemos que ante los planteamientos de Jesús se siguen preguntando, y se preguntan en el fondo que es lo que Dios quiere de ellos.

Les costará entender y seguirán pidiendo un pan que les alimente. ‘Danos siempre de ese pan’, le dicen cuando Jesús les habla de un pan que comiéndolo no volverán a tener más hambre. Y al hablarles de un pan que viene del cielo, recuerdan a sus antepasados en el desierto y el pan bajado del cielo que Moisés les daba, el Maná. Pero Jesús quiere hacerles entender el significado verdadero de aquel pan y del pan que ahora Jesús les ofrece.

El maná que comieron en el desierto era algo más que saciarlos del hambre que tenían, cuando ya les acababan todo tipo de suministros. Aquello era todo un signo del Dios que les acompañaba en aquel camino. Era el camino en búsqueda de la libertad, era el camino que les estaba haciendo como pueblo, era el camino que les estaba haciendo crecer como personas que sabían que tenían que caminar juntos, era el camino más allá de una tierra prometida, de una nueva vida que habían de vivir en aquella tierra, y Dios estaba con ellos.

Ahora entraban en una etapa distinta. La presencia de Jesús tenia que hacerles ahondar de verdad en el autentico sentido de la vida. Esa es la Buena Nueva que nos ofrece Jesús, ese es el sentido del Reino de Dios del que les habla Jesús. Y eso lo podemos realizar con Jesús. Nos ofrece su Palabra, esa Palabra de Dios que sí alimenta al hombre de verdad. Recordamos, no solo de pan vive el hombre, sino de la palabra que sale de la boca de Dios. Es todo lo que nos va enseñando Jesús para que en verdad tengamos nueva vida. Por eso tenemos que comer ese Pan bajado del cielo, ese Pan de vida que es Cristo mismo.

¿Cuál es el verdadero alimento que tendríamos que buscar para tener vida y tener vida en plenitud? Es lo que nos está ofreciendo Jesús. ‘Danos siempre de ese pan’, le decimos nosotros también.

 

lunes, 15 de abril de 2024

Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre

 


Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre

Hechos de los apóstoles 6, 8-15; Salmo 118; Juan 6, 22-29

Todos siempre andamos buscando; es desde una insatisfacción innata en que queremos más y mejor o queremos otras cosas. Queremos vivir y queremos siempre algo mejor para nuestra vida y buscamos eso que creemos que nos hará mejor la vida; buscamos la felicidad, buscamos ver satisfechas no solo nuestras necesidades básicas sino esas ansias que llevamos dentro; buscamos trabajo para conseguir lo que anhelamos, o buscamos el encuentro con los otros y por qué no decirlo, queremos ver lo que podemos conseguir con esa amistad que buscamos. Pero buscamos que nos lo den fácil, que sea quizás con el mínimo esfuerzo por nuestra parte, casi como si fuera un regalo del que siempre nos creemos merecedores; recordemos todas las reivindicaciones que en este sentido hacemos en todos los ámbitos. Nos seguimos preguntando qué buscamos y por qué buscamos.

Hoy nos habla el evangelio de cómo la gente buscaba a Jesús. Habían estado con él la tarde anterior y allí Jesús movido a compasión había repartido milagrosamente aquel pan que todos recibieron gratuitamente; querían hacerlo rey, pero Jesús se les escabulló. Aunque habían visto que no se había montado en el barco con los discípulos,  ahora en la mañana al no encontrarlo llegan como pueden hasta Cafarnaún. Allí está Jesús. Y le pregunta, ‘Maestro, ¿cuándo has venido aquí?’ Es como decirle ayer nos dejaste con tres palmos de narices y ahora apareces aquí.

¿Qué buscaban? ¿Por qué buscaban a Jesús? El sabe bien interpretar esas búsquedas de la gente y por eso les dice que trabajen por aquello que los alimenta para siempre, no por lo que es caduco de un día y pronto los va  a dejar insatisfechos. Es el comienzo de un gran interrogante que Jesús les va plantando en el corazón.  Ayer todo era muy fácil, y todo fui gratuito, pudieron comer pan hasta hartarse. Pero parece que siguen teniendo hambre, siguen corriendo tras Jesús que parece que les puede hacer la vida fácil. Mira cómo los cura; ahora los ha alimentado en el desierto. ¿Qué es lo que se suele pedir a los dirigentes para que le solucionen los problemas a la gente? Que no les falte la comida y que se pueda conseguir fácilmente; y si encima algo de entretenimiento, pues mejor. Por eso Jesús les está haciendo este planteamiento.

En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios’.

Les va a costar entenderlo, porque cuando tenemos algo muy metido en la cabeza no es difícil cambiarlo. Era la idea, por otra parte, que ellos tenían de lo que había de ser el Mesías. Y para ellos en cierto modo Jesús se les está presentando como el Mesías. Pero lo que les está planteando Jesús es distinto, son otras posturas y otras actitudes las que hemos de tener, es otra manera de buscar pero también es algo nuevo lo que se les está ofreciendo aunque les cueste entenderlo y aceptarlo.

Estos primeros momentos de diálogo de Jesús con aquellas gentes de Cafarnaún va a dar pie para cosas nuevas y distintas, que todo va a salir en ese diálogo. Porque otro es el alimento que Jesús quiere ofrecerle. ‘El alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre’, les dice. Pero para eso han de realizar el camino que Dios quiere, aunque les cueste.

‘¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras que Dios quiere?’, es la pregunta que surge entonces y que tiene que surgir también en nuestro corazón. ¿Qué estamos dispuestos a hacer? ¿Qué pasos estamos dispuestos a dar? Porque también nosotros buscamos que las cosas sean fáciles, nos creemos que eso de seguir a Jesús es cumplir con unas cuantas cositas y ya está todo hecho.

Pero Jesús nos dirá algo distinto. ‘La obra de Dios es esta: que creáis en el que Él ha enviado’. Pudiera parecer fácil, pero no es cualquier cosa eso de creer en Jesús. Ya en otros momentos nos había hablado de conversión, de cambio profundo, de que era necesario dar la vuelta totalmente a la vida.

domingo, 14 de abril de 2024

Si vivimos la presencia de Cristo resucitado con todas sus consecuencias, algo distinto tiene que producirse dentro de nosotros en la celebración y en la vida

 


Si vivimos la presencia de Cristo resucitado con todas sus consecuencias, algo distinto tiene que producirse dentro de nosotros en la celebración y en la vida

Hechos de los Apóstoles 3, 13-15. 17-19; Sal. 4; 1Juan 2, 1-5ª; Lucas 24, 35-48

Les estaba costando a los discípulos aceptar y comprender la resurrección de Jesús. Dudaban de quienes habían tenido ya la experiencia del encuentro con Cristo resucitado y ellos mismos ante su presencia aunque llenos de gozo al tiempo se sentían como intimidados al contemplar y sentir la presencia de Cristo resucitado entre ellos.

Nosotros también muchas veces tenemos nuestras dudas, no terminamos de entender como les sucedía a ellos. Fácilmente podemos quedarnos en un hecho racional, como si lo tuviéramos solo en la cabeza, y otras veces nuestro espíritu no está lo suficientemente abierto – seguimos con muchas puertas cerradas – como para saber experimentar, vivir la presencia del Señor en nuestra vida.

Podemos tener unas celebraciones gozosas de pascua en las que cantemos a pleno pulmón el aleluya de la resurrección, pero ¿dentro de nosotros que ha sucedido? ¿Llegaremos en verdad a dar el paso de fe de sentir que Jesús está ahí con nosotros de la misma manera que resucitado estaba con los discípulos, por ejemplo, en el cenáculo? 

Podemos seguir con la tentación de pensar en una resurrección corpórea, como quien vuelve a vivir la misma vida, y eso ya no lo podemos palpar nosotros aquí y ahora en nuestra vida y en nuestras celebraciones; y vienen las dudas, se nos debilita la fe, perdemos el entusiasmo de quien ha vivido de verdad la pascua, por eso caemos tan fácilmente una y otra vez en la misma tibieza espiritual.

Es un misterio, es cierto, donde tenemos que poner a tope nuestra fe. Es un misterio en el que tenemos que dejar conducir por el espíritu de Jesús, y comenzar a sentirlo allá en lo más hondo de nosotros mismos. No fueron suficientes los ojos de la carne a aquellos primeros discípulos para creer en Cristo resucitado, porque incluso cuando estaba con ellos, como hoy mismo hemos escuchado en el evangelio, ellos se habían llenado de temor y no terminaban de creer. Fue necesario que Jesús les abriera el entendimiento para que entendieran las Escrituras, como nos dice hoy mismo el evangelio, para que pudieran comenzar a creer que era el verdaderamente resucitado y luego comenzaran a anunciarlo por el mundo. ‘Vosotros sois testigos de esto’, les dice Jesús.

Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo: Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto’.

El pasaje del evangelio que hoy escuchamos nos habla de la vuelta de los discípulos que habían ido a Emaús y habían tenido el encuentro con Jesús. Habían vuelto y contaban cuanto les había sucedido, y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Y es entonces cuando de nuevo Jesús se les manifiesta, allí reunidos en el cenáculo, y como hemos venido comentando porque ‘aterrorizados y llenos de miedo creían ver un espíritu’. Pero era Jesús, aunque seguían atónitos. Y les explicaba que ‘era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí’

Un misterio grande y doloroso había significado para ellos la pasión y la muerte de Jesús. Era necesario que comprendiera que era lo anunciado en las Escrituras. Era necesario que comenzaran a sentir esa presencia de Cristo resucitado con ellos, que ya no sería solo en los momentos de las apariciones, sino que sería que lo que siempre habría de vivir su Iglesia, lo que siempre hemos de vivir los que creemos en El.

Que en verdad siempre que nos reunamos en su nombre sepamos sentir su presencia. Que cuando vivimos nuestras celebraciones, no nos quedemos en un rito más o menos bellamente realizado, sino que allá en lo más hondo de nosotros mismos sintamos, vivamos esa presencia de Jesús. Qué lástima la frialdad de nuestras Eucaristías; Allí estamos fría y formalmente para realizar unos ritos, y de la misma manera fría saldremos de nuestra celebración sin llevar la alegría del encuentro con Cristo para anunciarlo a los demás. Frías nuestras celebraciones no solo por nuestra escasa participación, somos demasiado espectadores y oyentes en nuestras celebraciones, pero también porque nos falta expresar ese gozo y esa alegría del encuentro con el Señor que tendrían que ser siempre verdaderas fiestas llenas de alegría.

Qué bonita decimos tantas veces fue la celebración, porque se hicieron unos ritos perfectos y solemnes, escuchamos unos coros que decimos que nos sonaban a cielo, escuchamos unos lectores que a perfección proclamaron las lecturas, pero allí estábamos pasivamente en nuestro banco o en nuestro sitio sin ponerle calor a aquella celebración. Si vivimos la presencia de Cristo resucitado con todas sus consecuencias no solo vamos a contemplar esos ritos, que decimos nos saben a gloria, sino que algo distintos tiene que producirse dentro de nosotros. 

Mucho tenemos que revisarnos, nuevos planteamientos tenemos que hacernos, nueva y distinta forma hemos de tener para celebrar. Con Cristo resucitado todo tiene que ser distinto.