Dejémonos conducir por su Espíritu y alcanzaremos vida para siempre porque Jesús se hace Pan de vida para resucitarnos a una vida nueva
Hechos de los apóstoles 8, 26-40; Salmo 65; Juan 6, 44-51
En la vida nos conducimos por aquello que nos gusta, nos parece apetecible, y así vamos eligiendo lo que queremos, los que queremos para nosotros como posesión, pero lo que queremos para nosotros como manera de vivir o como forma de desarrollar nuestro yo; así vamos escogiendo los amigos con los que nos sentimos a gusto, o vamos poco a poco decantándonos por una forma de vivir, por un sentido de la vida, desde lo que nos ofrecen o desde aquello que nos parece que compagina con nuestro ser. Nos decimos que somos libres y que somos nosotros los que elegimos; nos decimos con personalidad y no queremos sentirnos arrastrados por nadie.
Pero también nos damos cuenta que en un momento determinado algo ha hecho que tomemos otras decisiones, que nos sintamos como llamados, quizás decimos interiormente, o algunos, porque está de modo esnobismos que nos vienen no sé de donde, que el karma nos arrastró a algo, que era como una predestinación y no sé cuantas cosas más que nos decimos. Pero algo ha habido que nos ha hecho mover la vida quizás hasta cambiando el rumbo de lo que estamos haciendo, y que nos descubre algo nuevo.
Nosotros los creyentes no necesitamos hablar del karma o cosas de esas, o de predisposiciones o presentimientos que nos pueden surgir, nosotros pensamos en algo distinto que lo hemos tenido ahí de siempre, pero quizás olvidamos, o quizás descartamos para pensar en eso que nos viene de acá o de allá. Nosotros creemos que Dios actúa en nuestra vida, que su Espíritu puede mover los corazones y nos inspira – mira por donde viene la palabra Espíritu – y se vale quizá de muchos signos externos o incluso dentro de nosotros mismos para hacernos conocer lo que es su voluntad, lo que Dios quiere de nosotros.
Cuando estamos hablando del misterio de Dios, de nuestra relación con Dios y con Cristo, de nuestra vida cristiana sentimos que hay algo sobrenatural, que significa que está por encima o más allá de nosotros, que actúa en nuestra vida, nos inspira lo que hemos de hacer, nos hace descubrir también lo que es la voluntad de Dios para con nosotros.
Nos lo ha dicho hoy Jesús. ‘Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado, y yo lo resucitaré en el último día’. Es Dios el que nos llama. Es lo que le está diciendo Jesús a aquellos que se han convertido en sus discípulos, que no fue solamente porque un día se sintieran atraídos por Jesús, sino porque fueron invitados a seguir a Jesús. ‘Venid conmigo…’ les iba diciendo Jesús como a Pedro y a su hermano Andrés, como a los hermanos Zebedeos, como a Mateo o Leví cuando estaba allí en su garita de recaudador de impuestos, y así a todos aquellos que había ido llamando por su nombre para que fueran sus discípulos, para constituir el colegio de los Apóstoles.
Hoy Jesús nos está diciendo cosas muy importantes, pero también hemos de reconocer que les costaba entender a aquellos que le escuchaban en la sinagoga de Cafarnaún, pero les esta pidiendo un plus, podemos decir, de confianza en El, de creer en Jesús. Y es que creer en Jesús significa dejarse transformar por El. Por eso les habla de vida nueva, de resurrección, que era algo que iba mucho más allá de lo que pudiera haber sido la resurrección de Lázaro o de la hija de Jairo. Creer en Jesús significa entrar en una nueva vida, en un nuevo sentido de vida, porque era además comenzar a vivir la vida de Jesús.
Por eso necesitamos comerle, para podernos llenar de su vida. Por eso nos dice que El es el Pan de vida, el verdadero Pan bajado del cielo y que comiéndole a El tendríamos vida para siempre, nos resucitaría en el último día. No nos quiere dar Jesús un pan que comiéndole volvamos a morir, porque no sea un pan que nos alimenta para siempre. No es cualquier cosa lo que quiere ofrecernos Jesús, porque es El mismo que se hace pan, es El mismo que nos da su carne, que nos da su vida.
Claro que son cosas difíciles de entender si nos quedamos en la literalidad de las palabras. Por eso la gente no le entiende y algunos incluso dejarán de seguirle. Pero El nos pide que confiemos en su Palabra, y que su Espíritu va a actuar en nosotros para que lleguemos a comprender y vivir ese misterio de Dios. Dejémonos conducir por su Espíritu y alcanzaremos vida para siempre.
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