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viernes, 19 de abril de 2024

Comer y beber el cuerpo y la sangre de Jesús es habitar en El, entrar en comunión con El y con los que están en comunión con El dejando que Cristo en verdad sea mi vida

 


Comer y beber el cuerpo y la sangre de Jesús es habitar en El, entrar en comunión con El y con los que están en comunión con El dejando que Cristo en verdad sea mi vida

Hechos de los apóstoles 9, 1-20; Salmo 116; Juan 6, 52-59

En la vida escuchamos todo tipo de mensajes o contemplamos en los demás o en lo que nos rodea cosas que nos llaman la atención, cosas que nos pueden parecer interesantes y que en cierto modo nos gustaría a nosotros hacer algo semejante, mientras yo siga mi vida sin complicaciones en mis costumbres, en mis rutinas, en las cosas que hago de siempre porque así quizás me lo enseñaron y aprendí. 

Pero quizás dar otros pasos, donde nos comprometemos y complicamos nuestra vida con nuevas cosas que nos harían cambiar mucho de lo que hacemos, o quizás llegar hasta tal punto que tenemos que renunciar a mucho de lo que tenemos o  hemos conseguido, ya es como para pensárselo; querer ser amigo de una persona, porque me parece interesante, está bien, pero dar el paso a entrar en una comunión de vida que además me exige algo muy diferente, ya nos lo pensamos más. Son pasos que cuestan.

Por eso ante el evangelio de Jesús con todo lo que radicalmente nos plantea para nuestra vida, muchas veces queremos andar con tantos pies de tiento, que no terminamos de comprometernos por el evangelio. Y es que el evangelio nos pide una nueva y vital comunión con Jesús que nos hace entrar en un nuevo sentido y estilo de vida. Y por mucho que digamos que amamos y queremos amar, nos pesa mucho en nuestro interior nuestro individualismo que nos lleva por un lado a una autosuficiencia de querer bastarnos siempre por nosotros mismos, y a una insolidaridad que nos impide lazos de auténtica comunión.

De eso nos está hablando Jesús, lo hemos venido escuchando estos días pasados en todo este capítulo seis del evangelio de Juan, cuando nos ha hablado del pan de vida, de comerle para tener vida para siempre, y cuando termina diciéndonos que hemos de comer su carne y beber su sangre para tener vida en nosotros. Ante estas palabras de Jesús nos cabe una interpretación tan literal de lo de comer su carne que nos parece que no queremos ser o parecer antropófagos; pero si entendemos lo de comer a Cristo como una señal de la comunión en la que hemos de entrar con El, nos vienen también nuestras pegas desde esa tentación que decíamos que tenemos al individualismo.

Por eso vemos el rechazo con que se manifiesta aquella gente de Cafarnaún al escuchar las palabras de Jesús. ‘¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?’ Y dice que discutían entre ellos, porque no todos lo entenderían de la misma manera, y porque las exigencias de Jesús les pareciera que eran difíciles de cumplir. Como veremos, muchos ya no quisieron seguir con Jesús.

Pero Jesús sigue insistiéndonos en lo mismo. ‘El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él’. Habitar en Jesús, entrar en comunión con El, dejar que Cristo en verdad sea mi vida. Es algo que no se puede hacer de cualquier manera. Algo que tenemos que pensarlo bien antes de decidirnos a seguirle, a estar con El y hacernos uno con El. Porque además desde esa unión con Jesús vamos tener que entrar en comunión también con todos los que están en comunión con Jesús.

Y el campo entonces se amplía y se hace más universal. Y esta es una de las cosas que nos cuesta aceptar en nuestra vida cristiana. Porque bueno, como decimos, comulgar eso está bien, sentirme unido a Cristo porque me siento amado es algo que es cierto nos llena de dicha, sentirme unido a Dios y rezar está bien porque necesitamos de Dios, pero salirnos de ahí, para entrar en comunión con los demás, nos lo pensamos. 

Somos tan raquíticos en nuestras miradas que siempre estaremos viendo defectos en los otros, claro que los nuestros nunca los vemos, siempre sentiremos que aquel o aquella se nos atraviesan y no los podemos tragar pero no pensamos en lo antipáticos que nosotros nos ponemos a veces con los demás, y así podríamos seguir diciendo muchas cosas.

‘El que me come vivirá por mi’, nos dice Jesús. O sea que ya no es nuestra vida, sino la de Jesús, pero también tenemos que decir, ya no es solo con nuestras fuerzas sino con la vida de Jesús. ‘El que come de este pan vivirá para siempre’. ¿Queremos tener para siempre esa vida de Jesús?

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