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miércoles, 17 de abril de 2024

Somos lo que comemos y si comemos el Pan de vida que nos ofrece y que es Jesús, nuestra vida no puede menos que reflejar su evangelio

 


Somos lo que comemos y si comemos el Pan de vida que nos ofrece y que es Jesús, nuestra vida no puede menos que reflejar su evangelio

Hechos de los apóstoles 8, 1b-8; Salmo 65; Juan 6, 35-40

Alguna vez he escuchado decir algo así como que ‘somos lo que comemos’. Una referencia a nuestro modo de alimentación y bien sabemos que según de donde seamos, por ejemplo, será la alimentación que tenemos; según la cultura y formación de las personas buscarán más o menos una alimentación adecuada donde tengamos los nutrientes necesarios para desarrollar nuestra vida; muchas veces también según nuestra manera de pensar elegimos un tipo de alimentación u otra, quienes rechazan las carnes, quienes se decantan por una alimentación más naturista, quienes quizás por razones de salud pueden o no pueden comer determinados alimentos. Pero no vamos a hacer un tratado sobre la nutrición y la alimentación que podemos o debemos tomar.

Pero igual hay otras cosas que alimentan nuestra vida, que son las ideas y los pensamientos, que tomamos de aquí o de allá y que nos van forjando nuestra manera de pensar y de vivir; podemos pensar en las filosofías de la vida, podemos pensar en las ideologías, podemos pensar en las corrientes de opinión que en cada momento van surgiendo en la sociedad y que marcarán nuestras posturas, nuestro estilo de vida, o el sentido que le damos a nuestra existencia. 

Es también una comida, una alimentación, en lo que ya no nos referimos a lo que entra por la boca y discurre por nuestro sistema digestivo, sino que es lo que llevamos en la cabeza o en el corazón. Y aquí podemos decir también aquello de que ‘somos lo que comemos’, aquello de lo que alimentamos nuestra existencia, nuestra manera de vivir.

Ante nosotros, contemplando a Jesús y escuchándolo, se ha ido desarrollando todo el mensaje del evangelio, esa buena nueva que nos ofrece Jesús cuando nos anuncia el Reino de Dios. Hemos dicho ya muchas veces como se despierta la esperanza de algo nuevo en aquellos que escuchan o contemplan a Jesús, cómo aquellos signos que Jesús va realizando nos van manifestando ese sentido nuevo de nuestra vida cuando nos decidimos a seguirle, a optar por El. Con Jesús nos veremos siempre saciados plenamente. ‘Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás’.

Escuchar el evangelio, la buena nueva que Jesús nos ofrece, no nos puede dejar insensibles, no nos podemos quedar en una posición de estacionamiento sin que nos decidamos a tomar una opción, a tomar un camino. Ya nos dirá El en algún momento que o con El o contra El, que quien no recoge con El desparrama, que tenemos que decidirnos de manera seria por seguirle porque no podemos estar siempre mirando para detrás, porque no seríamos dignos de El.

Por eso El nos habla hoy de comerle, de que El es el Pan de vida, y que comiéndole a El es como tendríamos vida para siempre. Y comerle a El es mucho más que dejar que nos entre un alimento por la boca, aunque como signo tengamos también que hacerlo; comerle a El es dejarnos transformar por El – somos lo que comemos, decíamos antes – porque entonces su manera de pensar, lo que El nos está diciendo que es el Reino de Dios, tendrá que ser algo que hagamos vida nuestra. No podemos decir que nos alimentamos de Cristo, que le comemos, en una palabra que comulgamos, y luego actuamos en nuestra vida de manera diferente a lo que nos propone El, nos enseña El.

Aquí tendríamos que preguntarnos por tantas incongruencias de nuestra vida cuando decimos que tenemos fe, que creemos en El pero luego no vivimos el espíritu y el sentido del evangelio, porque, por ejemplo, no hemos convertido el amor en el verdadero motor de nuestra vida, porque seguimos sin perdonar y nunca queremos compartir con los demás, porque no hacemos que las obras de la justicia en todos los sentidos y en todas las cosas las que tienen que resplandecer en nuestra vida. 

¿Cómo puedes comulgar y no perdonar al hermano? Ya nos dirá que antes de poner nuestra ofrenda ante el altar vayamos primero a reconciliarnos con el hermano que pueda tener algo contra nosotros.

Es algo serio lo que hoy Jesús nos está planteando. Algo que tiene que en verdad interrogar nuestra vida y nuestra manera de actuar. Lo que quiere Jesús para nosotros en que tengamos vida eterna. ‘Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día’. Y eso nos lo ofrece Jesús cuando nos dice que le comamos porque El es el Pan de vida.


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