Filp. 1, 18-26;
Sal. 41;
Lc. 14, 1.7-11
‘Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo, ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?’ Con este hermoso salmo nos hemos hecho eco de lo que san Pablo nos decía. Sed de Dios, deseos de Dios, querer entrar a ver el rostro de Dios. ¡Qué profundos deseos del alma, qué profundidad de fe y qué profundidad de vida!
Pero no es otra cosa lo que nos ha dicho el apóstol en el texto hoy proclamado. ¿Qué otra cosa sino esto es el decir que su vivir es Cristo y esos deseos de partir para estar con Cristo hasta llegar incluso a desear morir para estar con El? ‘Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir… por un lado deseo partir para estar con Cristo que es con todo lo mejor…’
¡Qué profunda fe y que profundo sentido de vivir! No le importan pérdidas por su parte o sentirse incluso relegado. ‘Con tal que se anuncie a Cristo, yo me alegro y me seguiré alegrando…’ Quizá entre los que le rodean, incluso entre los que anuncian el nombre de Jesús no estén del todo claras sus intenciones. Pero El se siente fuerte en el Señor en la labor que realiza y como dice lo que le importa es que Cristo sea anunciado y conocido. Al final parece que se encuentra en un dilema porque desea estar con Cristo aunque eso signifique morir, pero al mismo tiempo siente que aún puede y debe ir realizando una tarea en medio de sus hermanos.
Dejando ahora a un lado en este breve comentario esas otras cosas que puedan estar sucediendo por detrás de todo este actuar del apóstol, sin embargo podemos deducir hermosas lecciones para nuestra vida y nuestra fe de todo esto. Primero que nada tendríamos que desear estar enamorados de Cristo como lo estaba Pablo. Su encuentro con Cristo en el camino de Damasco fue decisivo para su vida, y día a día iba creciendo su fe y su amor a Cristo para darlo todo por El. Así podía llegar a expresarse como hoy lo escuchamos, pero que no eran sólo palabras sino todo su sentido de vivir.
Ojalá así crezca nuestra fe y nuestro amor. Ojalá profundizáramos así en nuestro conocimiento de Cristo y en nuestro amor por El. Ojalá aprendiéramos a desear estar nosotros tan unidos a Cristo de manera que nuestro vivir sea también Cristo y no ninguna otra cosa.
Deseamos nosotros también estar unidos a Cristo así para siempre y algunas veces mirando nuestra vida nos parece quizá que ya somos inútiles aquí y ya desearíamos estar para siempre en Dios. Nos queremos morir para estar con Dios y descansar, por decirlo de alguna manera, en Dios. Pero el Señor quizá nos quiere aún aquí donde estamos aunque nuestra vida pudiera parecernos ya una inutilidad. No somos nosotros los que hemos de medir el valor de nuestra vida pensando en esas utilidades o inutilidades en lo humano.
Si Dios nos quiere aquí es que aún podemos tener un valor que beneficie a los demás. Nuestro testimonio quizá fuera necesario y podemos seguir dando un ejemplo de fe y de amor. Aunque deseemos cantar en el cielo esa gloria eterna de Dios, quizá aún seamos necesarios para que aquí en medio de los que nos rodean podamos dar testimonio de esa gloria de Dios, podamos cantar con nuestro corazón humano esa gloria de Dios. Como dice el apóstol ‘quedarme en esta vida veo que es necesario para vosotros… estando a vuestro lado avancéis alegres en la fe…’ Nuestra presencia y nuestro testimonio puede y tiene que ayudar a que muchos más puedan cantar la gloria del Señor; puede despertar en otros también ese deseo, esa sed de Dios, del Dios vivo.