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lunes, 25 de octubre de 2010

Sed imitadores de Dios, sois un pueblo santo

Ef. 4, 32-5, 1-8;
Sal. 1;
Lc. 13, 10-17

La Palabra del Señor que cada día se nos proclama y escuchamos con fe además de ser luz que nos va iluminando en el camino de nuestra vida cristiana es un estímulo grande, un aliciente para nuestro caminar. Sentimos esa ayuda que necesitamos cuando nos va iluminando en esas situaciones concretas que vivimos. Nunca la Palabra está lejos de nuestra vida. Es una Palabra llena de vida que el Señor quiere dirigirnos cada día y así con fe hemos de escucharla y aceptarla.
Hay veces en que nos sentimos cansados quizá en nuestra lucha, o nos encontramos sin fuerzas, porque parece como que el mal nos arrastra, sentimos fuerte la tentación en nuestra vida que nos aparece por todas partes y casi nos parece imposible que nos podamos superar y hacer lo bueno. Sobre todo cuando nos sentimos heridos por algo o por alguien que quizá nos haya ofendido la comprensión y el perdón se nos hacen difíciles.
Hoy como que el Señor quiere darnos muchas razones para que seamos capaces de ser buenos y comprensivos con los demás y seamos capaces también de ofrecer un generoso perdón. ‘Sed buenos, nos dice, comprensivos, perdonándoos unos a otros…’ ¿Y qué razón o motivo nos da para que seamos capaces de perdonar? Sencillamente el perdón que Dios nos ofrece. ‘Como Dios os perdonó en Cristo’, nos dice.
Por eso nos invita y nos propone el apóstol: ‘Sed imitadores de Dios, como hijos queridos… por algo sois un pueblo santo… porque antes sí erais tinieblas, pero ahora, como cristianos, sois luz. Vivid como gente hecha a la luz’.
Somos un pueblo santo, un pueblo de luz. En nosotros no caben las tinieblas. Y tinieblas sería el odio y el rencor; tinieblas sería el desamor y el egoísmo; como tinieblas son esas inmoralidades de las que tenemos la tentación de llenar nuestra vida , ‘la indecencia y el afán de dinero’, las chabacanerías y malicias con las que actuamos tantas veces, continúa concretándonos el apóstol.
Somos un pueblo santo, y santos tenemos que ser como santo es el Señor. Recordamos que esa era la propuesta que ya Jesús nos hace en el evangelio, pero que ya escuchábamos incluso en el antiguo testamento. Pero Jesús nos dice también que seamos compasivos como nuestro Padre Dios es compasivo. Por eso nos dirá hoy Pablo ‘sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivir en el amor como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave olor’.
¿Queremos mayor motivación y ejemplo? Lo tenemos en Cristo. Y como tantas veces decimos cuando nos sentimos amados de la manera que Cristo nos ama, cómo es que nosotros no amamos también. No nos falta la gracia y la ayuda del Señor. Decíamos que nos sentimos débiles muchas veces y sin fuerzas para superarnos y para hacer las cosas buenas. Pero es que nuestra fuerza está en el Señor.
Venimos aquí cada día y escuchamos su Palabra y, como decíamos, es nuestra luz y nuestro estímulo. Pero el Señor es también nuestra fuerza. No lo hacemos sólo con nuestras fuerzas o nuestra buena voluntad. ¿Para qué venimos a celebrar la Eucaristía?¿Para qué venimos a comer el Cuerpo del Señor, a comulgar? Jesús nos dirá que el que le come tiene vida para siempre. Es la vida, es la gracia del Señor que recibimos. Por eso, seamos buenos, comprensivos, perdonémonos porque Cristo nos amó y nos perdonó. Seamos buenos, comprensivos y perdonémonos siempre, porque somos un pueblo santo, porque somos hijos de la luz y las obras de la luz son las que tenemos que realizar.

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