Ef. 6, 1-9;
Sal. 114;
Lc. 13, 22-30
‘Lo que Dios quiere es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad’, es algo que hemos escuchado muchas veces. ‘Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su Hijo único’, escuchamos por otra parte en el evangelio. Y la Sangre de Cristo derramada ‘por vosotros y por todos los hombres’, nos dice Jesús y recordamos cada vez que celebramos la Eucaristía, lo que quiere es la salvación de todos los hombres.
Es cierto que la salvación es un regalo de Dios, es gracia, porque tan grande es el amor que Dios nos tiene. Pero y ya está, y por nuestra parte ¿no tenemos nada que hacer? ¿podemos seguir viviendo nuestra vida así sin más y sin preocuparnos de nada más?
Primero que nada nuestra fe, porque el que cree que Jesús es el Señor se salvará. Pero esa fe no son sólo palabras que decimos, sino que esa fe nos exigirá unas actitudes y una nueva forma de vivir. Cuando Pedro hace el primer anuncio de Jesús en Pentecostés, la gente le pregunta que es lo que tienen que hacer, y Pedro les dice que creer en Jesús, convertirse y bautizarse en el nombre de Jesús. O sea, que por nuestra parte tiene que haber unas actitudes de fe, un cambiar totalmente la vida, convertirnos, para unirnos plena y totalmente con Jesús para vivir su vida.
Bueno, es lo que Jesús nos dice hoy en el evangelio. Iban de camino hacia Jerusalén y uno se acerca a preguntarle si serán muchos o pocos los que se salven. Jesús nos ha ganado la salvación pero nos dice también que tenemos que esforzarnos para vivir esa salvación. Es esa conversión, ese cambio, esa transformación de nuestra vida, de la que venimos hablando. Y eso no siempre es fácil, nos exige un esfuerzo, una lucha por nuestra parte.
Por eso nos dice: ‘Esforzaos por entrar por la puerta estrecha…’ y nos habla de que no todos lo conseguirán, sino que se quedarán fuera. Estas palabras de Jesús nos recuerda otros momentos del evangelio. Aquellas doncellas que no tuvieron la lámpara encendida porque se les había acabado el aceite. ‘No os conozco… no sé quienes sois…’ Es lo que ahora escuchamos decir a Jesús.
En otro lugar nos dirá que no basta decir ‘Señor, Señor…’ sino que es necesario cumplir la voluntad del Padre. Es que yo siempre he sido bueno, he estado muy cerca de la Iglesia, no faltaba nunca… pero Jesús nos pide más, algo más profundo. Llamará dichosos a los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen, recordamos aquellas alabanzas entrecruzadas entre la mujer que alaba a María y Jesús que nos dice que la mejor alabanza es la que podemos recibir por cumplir la voluntad de Dios.
‘Esforzaos por entrar por la puerta estrecha’, nos dice Jesús. No es que Jesús quiera ponernos dificultades para que alcancemos la salvación que nos ofrece. Ya recordábamos al principio que lo que quiere el Señor es que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, que para eso El ha derramado su Sangre por todos los hombres.
Pero hemos de querer vivir su Reino, y ya sabemos que muchas veces nos cuesta, porque no somos todo lo generosos que tendríamos que ser con nuestro amor, porque nos hacemos reservas para nosotros mismos cultivando a veces nuestro egoísmo, porque nos cuesta llevar el amor hasta el perdón total y generoso tal como nos perdona el Señor, porque muchas veces nos cansamos y preferimos una vida fácil y cómoda sin muchos compromisos.
‘Y vendrán de oriente y de occidente, del norte y del sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Porque mirad, hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos’. Esforcémonos seriamente para poder sentarnos en la Mesa del Reino de Dios. Que al final seamos reconocidos por el Señor.
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