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sábado, 2 de agosto de 2025

Nos asomamos a la ventana de la vida para reconocer nuestra cruda realidad pero buscamos en medio de las sombras la luz que brilla y nos conduce a caminos de rectitud

 


Nos asomamos a la ventana de la vida para reconocer nuestra cruda realidad pero buscamos en medio de las sombras la luz que brilla y nos conduce a caminos de rectitud

Levítico 25,1.8-17; Salmo 66; Mateo 14,1-12

En más de una ocasión nos habremos puesto desde nuestra ventana a observar cuando sucede a nuestro alrededor; quizás inocentemente nos asomamos para contemplar el tiempo o la naturaleza que nos rodea, pero ya sea desde la ventana de nuestra casa allí donde vivimos o desde la altura de la ventana de un gran edificio en la gran ciudad es muy variado el panorama que observamos; la loca carrera de la vida, podríamos decir, con sus ambiciones y con sus sueños, con sus luchas muchas veces encarnizadas aunque solo fuera de forma sutil o con el desencanto de tantos que se arrastran por la vida, de los que reflejan sus miedos y huidas en sus formas de caminar o actuar, o de los que van avasallando todo y a todos porque poco menos que se creen los reyes del mundo, pasiones desenfrenadas o complejos que son también peligrosos por las reacciones que pueden provocar.

¿Encontraremos en medio de todo eso un rayo de luz que pueda centrarnos en la verdad y en la vida? Quizás nos pasen desapercibidos porque son los que menos ruido hacen, pero también tenemos que aprender a descubrirlos.

Me he puesto a pensar en todo esto al escuchar el relato del Evangelio que hoy se nos ofrece, un mundo de pasiones o un mundo también muy lleno de sombras desde donde se trama la maldad bajo apariencias muchas veces de fiesta y alegría. De pronto al iniciarnos o motivarnos el relato aparece alguien prepotente pero al mismo tiempo temeroso, porque quizás ya siente que le pesa la conciencia. Herodes tan poderoso y amigo de hacer lo que le apetece, ahí le vemos con sus fiestas y fastuosas alegrías pero que le dejan vacío el corazón, pero que con lo que está oyendo de Jesús comienza a temer porque recuerda que fue él quien mandó matar al Bautista. ¿Se le están apareciendo fantasmas o es la tortura de la conciencia que no ha sido recta? ¿Nos pasará también en algunas ocasiones cuando allá en lo hondo reconocemos que nuestra vida no ha sido recta?

Podríamos seguir fijándonos en la vanidad que rodea todo aquel cuadro, desde los que participan en la fiesta por agradar al poderoso, o el vacío de una bailarina que lo que pretende es despertar pasiones y no teme en convertirse en un juguete de los que parecen más poderosos; detrás el rencor y el resentimiento de quien se siente señalada en su vida turbia y que moverá los hilos que llevan a la desaparición de quien con su rectitud le atormenta en su conciencia; están también los respetos humanos y el querer quedar bien aunque tiene conciencia de que ha ido más allá de lo que sería verdaderamente justo.

Es el cuadro que se nos presenta en esa escena, pero quizás tendríamos que preguntarnos en que lugar estamos nosotros también en ese cuadro. Pero no escuchamos este relato del evangelio simplemente para que caigan sombras sobre nosotros, sino que en él tenemos que saber encontrar un rayo de luz.

Y el protagonista de esa luz es a quien ahora no le escuchamos palabra, pero que su vida ha sido y es voz que nos llama y nos invita a que encontremos el camino de la verdad, aunque sea costoso, aunque tengamos que ir contra la corriente, aunque nos cueste entregar la vida. Es lo que hizo el bautista a quien hoy contemplamos en el silencio, pero que sin embargo nos está gritando muy fuerte para que vayamos al encuentro de la luz buscando los caminos de la rectitud que nos trasmite el evangelio.

¿Nos moverá a algo la contemplación de este cuadro? ¿Iremos en búsqueda de la luz porque comencemos a ponernos en verdad en el camino del evangelio de Jesús?

viernes, 1 de agosto de 2025

¿Dónde está la conexión de fe con el espíritu y el mensaje del evangelio en muchas de nuestras celebraciones, fiestas, tradiciones de nuestros pueblos?

 


¿Dónde está la conexión de fe con el espíritu y el mensaje del evangelio en muchas de nuestras celebraciones, fiestas, tradiciones de nuestros pueblos?

Levítico 23, 1. 4-11. 15-16. 27. 34b-37; Salmo 80; Mateo 13,54-58

¿Dónde ha aprendido este tanto? Es quizás el comentario que nos sale pronto y fácil cuando vemos a alguien que conocemos de toda la vida y que ahora destaca en alguna cosa, sus palabras son certeras y sensatas, la prudencia va moviendo sus pasos, pero no ceja en ofrecernos posibilidades de algo mejor, de algo bueno, de la búsqueda de una armonía entre todos. Si nosotros lo conocemos de siempre, nos decimos, si jugaba en nuestra calle o en nuestras plazas, si lo conocemos bien que conocemos a su familia… pero estamos admirados por su sensatez, por su prudencia, por las ideas que nos presenta para la solución de los problemas. ¿Dónde habrá aprendido tanto?

Era la sorpresa también y la admiración que se suscitaba en torno a Jesús, por aquellos pueblos y caminos de Galilea, sobre todo, donde la gente se agolpaba para escucharle, eran capaces de ponerse en camino con El para estar con El y para escucharle, donde le traían los enfermos para que los curase, donde todos se habían lenguas de admiración y alabanza; pero sucede ahora en su pueblo, allí donde se había criado, donde había pasado gran parte de su niñez y su juventud en las mismas tareas artesanales en que se ocupaba José y su familia; se sentían sorprendido y también se preguntaban de donde sacaba aquella sabiduría, porque siempre lo habían visto allí y no asistiendo a las escuelas rabínicas de Jerusalén.

Una sabiduría que podemos adquirir desde los conocimientos que nos da la escuela, pero también y eso es muy importante de la sabiduría que aprendemos en la vida cuando sabemos tener ojos atentos y mente reflexiva ante lo que sucede en nuestro entorno. Solo había alguien que no podía ser otra que la madre, como las madres que lo guardan todo en el corazón, que sin embargo sabía de su sabiduría con la que le había encontrado discutiendo en medio de los doctores del templo, donde lo habían encontrado cuando se había perdido en su subida a Jerusalén.

Y más aun se admiraban por los signos que realizaba, que venían a ratificar lo que de palabra les enseñaba de cual era el sentido del Reino nuevo de Dios que anunciaba. Aquellos signos que transformaban una vida de carencias y dolor en una nueva vida sana y sin limitaciones – las curaciones que Jesús realizaba – que eran señales de esa transformación que había de realizarse en nuestras vida con la vivencia de unos valores nuevos, de un sentido nuevo de la vida y donde Dios sería siempre el centro de esa vida, de esa existencia. No siempre llegaban quizás a percibir ese nuevo sentido de todo quedándose muchos en lo material, por decirlo así, que se realizaba con aquellas curaciones, pero ahí quedaba y queda para nosotros esa señal, ese signo de vida nueva que hemos de vivir.

Es lo que les sucede ahora a aquellas gentes de Nazaret aun en medio de toda la sorpresa y admiración que sentían por Jesús. Pero no fueron capaces de ver el signo, se quedaban en un orgullo egoísta – es de nuestro pueblo, aquí está su familia… -, o en algo interesado de lo que incluso querían sacar partido, porque más que el signo era la fama de los milagros que Jesús allí realizara lo que les interesaba. ‘No pudo hacer allí ningún signo, ningún milagro, nos dice el evangelista, por su falta de fe’.

Es el paso importante que quizás muchas veces nos puede faltar, aun en medio de nuestros santuarios, nuestras fiestas religiosas y tantas costumbres que mantenemos en nuestros pueblos pero que se quedan en tradiciones de las que nos sentimos orgullosos, porque son las tradiciones de nuestro pueblo y no hay ningún que se le asemeje o sea como lo nuestro.

¿Dónde está muchas veces esa conexión de fe con el espíritu y el mensaje del evangelio en muchas de nuestras celebraciones, en muchas de nuestras fiestas, en muchas de esas cosas que llamamos tradiciones de nuestros pueblos que tienen un origen y un fondo religioso? ¿Nos quedamos en lo milagroso que es nuestro santo, nuestro Cristo o nuestra Virgen y andamos con comparaciones entre unos y otros y rivalidades, permítanmelo decirlo así, entre santos? ¿Terminaremos de darnos cuenta que muchas de esas cosas que hacemos tienen poco de evangélico y por esas rivalidades en las que andamos parece que estamos muy lejos del sentido del Reino de Dios anunciado por Jesús?

jueves, 31 de julio de 2025

Valores que nos enseña el evangelio fundamentales y esenciales para nuestra vida que nos hacen mantener la serenidad y la paz y nos llenan de sabiduría

 


Valores que nos enseña el evangelio fundamentales y esenciales para nuestra vida que nos hacen mantener la serenidad y la paz y nos llenan de sabiduría

Éxodo 40,16-21.34-38; Salmo 83; Mateo 13,47-53

Seguramente todos nos hemos llenado de impaciencia más de una vez, con ganas de entrar a fuego con todo, por decirlo de alguna manera, ante la revoltura de cosas, de actitudes, de manera de entender las cosas, de maldad de tantos quizás en nuestro entorno; quisiéramos algo así como un mundo perfecto, donde todos siempre fuéramos buenos, donde no existiera la maldad, donde hubiera desaparecido la injusticia y la violencia; es cierto que es a eso a lo que aspiramos, esa sería también nuestra tarea el conseguirlo, pero nuestro mundo es un mundo revuelto donde se entremezcla el agua cristalina con el barro y las basuras que nosotros mismos vamos arrojando en ese mar.

Quisiéramos quizás limpiarlo de un golpe, aunque fuera con la violencia, nos queremos convertir en inquisidores de los demás y vamos repartiendo condenas por doquier, queremos hacer desaparecer a los que nosotros consideramos malos; pero quizás tendríamos que pensar ¿por qué consideramos que son más malos que nosotros si también nos llenamos de violencia para quererlos arrasar?. Pero, recordando otro momento del evangelio, también tendríamos que preguntarnos, ¿quién puede tirar la primera piedra?

Hoy Jesús nos habla de una red repleta de peces. No todos son válidos, no todos son comestibles, pero ahí está esa red sacada del mar. Quizás observamos esa red y nos pudieran parecer todos iguales o todos comestibles. Será el sabio pescador el que al final podrá escoger los que son válidos, mientras los otros son arrojados de nuevo al mar. ¿No nos estará hablando de la paciencia de Dios con nosotros y con nuestro mundo?

¿No tendría eso que hacernos pensar en por qué nosotros vamos haciendo tantos juicios de los demás en la vida cuando quizás no nos miramos a nosotros mismos? ¿Quiénes somos nosotros para juzgar y para condenar? Aquí quizás tendríamos que recordar otras páginas del evangelio que nos invitan a reconsiderar nuestros pensamientos y a evitar esos juicios y condenas. ‘No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados’, algo así que nos dice Jesús en otro momento.

Esto tendría que ayudarnos a reflexionar en esa tensión que vivimos en lo social y en lo político, donde en lugar de aportar cada uno desde su manera de ver las cosas para colaborar con los otros en la construcción pacífica de nuestra sociedad, sin embargo todo es acritud, todo son enfrentamientos, todos parece que nos convertimos en enemigos que pareciera que nos queremos destruir los unos a los otros. ¿Qué estamos haciendo de nuestro mundo, de nuestra sociedad? ¿Por qué no somos en verdad constructores que colaboramos los unos con los otros? ¿Cómo estamos educando las futuras generaciones con los ejemplos que les estamos dando? Confieso que son cosas que en verdad me preocupan mucho.

Jesús después de hablarles con todas estas parábolas a los discípulos les pregunta, ¿entendéis todo esto? ¿Llegaremos ciertamente a entender el mensaje del evangelio que tanta actualidad tiene, sigue teniendo en el mundo de hoy y que si lo escucháramos más en verdad estaríamos haciendo un mundo mejor? Esos valores que nos enseña el evangelio son fundamentales, son esenciales para nuestra vida.

Es la sabiduría del evangelio, como se nos termina diciendo hoy. ‘Pues bien, nos dice, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo’. Saquemos a flote ese tesoro, esa sabiduría, esa prudencia de la vida, esa paciencia para no perder la paz ni la serenidad por mucho que veamos alrededor que nos inquiete, esa humildad para aceptar y para comprender, esa palabra buena que va a poner siempre paz en medio de nuestras guerras y violencias. Es la maravilla del evangelio de Jesús.

miércoles, 30 de julio de 2025

Qué seremos capaces de hacer para buscar y encontrar esa luz de la fe, verdadera sabiduría de nuestra vida, auténtica riqueza espiritual de nuestra existencia

 


Qué seremos capaces de hacer para buscar y encontrar esa luz de la fe, verdadera sabiduría de nuestra vida, auténtica riqueza espiritual de nuestra existencia

Éxodo 34,29-35; Salmo 98; Mateo 13,44-46

¿Qué es lo que verdaderamente consideramos importante? ¿Qué es lo que para nosotros tiene mayor valor? ¿Cuánto estaríamos dispuestos a dar para conseguirlo? Son unas primeras preguntas que nos hacemos para ver por donde anda nuestra onda. Porque también nos puede suceder que nos contentamos con lo que somos o lo que tenemos, que nos parece lo suficientemente bueno y para que vamos a estar volviéndonos locos por conseguir algo distinto, posturas conformistas en las que podemos caer; que también podemos pensar si ya lo que tengo es más o menos válido, para que voy a desprenderme de algo que ahora me está sirviendo ante el interrogante que pueda representar lo nuevo, es quizás la mediocridad en la que me muevo  que no me impulsa a una superación, y sobre todo cuando quizás eso me exija sacrificar algo.

Bueno esto que estamos diciendo nos vale para pensar en muchas cosas que forman parte de nuestra vida. Muchas cosas diferente podemos considerar importantes y por ellas hemos de ser capaces de sacrificarnos. Quien piensa en sus negocios y en sus ganancias, quien puede pensar en lo que son sus posesiones  con las que pretende tener una buena vida sin sobresaltos, quien puede pensar en unas conocimientos y unos estudios que le ayudarán a cultivarse como personas y le puede ayudar a encontrar una sabiduría de la vida, quien puede pensar en la familia y todo lo que entrañan unas relaciones familiares por lo que somos capaces de sacrificarnos porque queremos el bien de la familia o pensamos en el futuro de nuestros hijos con lo que le podamos ofrecer para lograr un puesto en la vida, quien puede pensar en esa sociedad en la que vive y que quiere mejor y que se quiere ser capaz de trabajar por una transformación de esa sociedad.

En cada una de esas facetas podemos o tener que pensar en qué es lo mejor, por lo que merece la pena sacrificarse y luchar, en ese necesario espíritu de superación que tiene que haber en nuestra vida, aunque eso algunas veces nos signifique renuncias y sacrificios en la búsqueda de lo mejor. Forma parte de ese crecimiento humano como personas que todos hemos de anhelar, aunque muchas veces andamos un poco cegados por aquello de la inmediatez y no siempre tenemos la paciencia de esperar para conseguir eso mejor que busquemos.

¿Es el sentido de estas parábolas que hoy Jesús nos propone en el Evangelio? Nos habla de un tesoro escondido que alguien encuentra y que porque no está en su campo buscará todos los recursos que sea para poder adquirir aquel campo y tener derecho a ese tesoro. Como nos habla también de una perla preciosa de gran valor que queremos tener y que somos capaces de desprendernos de todo lo que tenemos para tener los medios necesarios para poder conseguirla.

¿Cuál es ese tesoro que hemos de conseguir o esa perla preciosa que queremos adquirir? Es aquí donde tenemos que hacer nuestra escala de valores. No es que sean malas aquellas cosas que antes mencionábamos y que quisiéramos conseguir en la vida. Pero ahora con la parábola Jesús quiere plantearnos algo mucho más hondo. ¿Cuál es esa verdadera sabiduría de la vida? ¿Le daremos a nuestra fe ese valor de la perla preciosa por la que hemos de saber despojarnos de muchas cosas para poder alcanzarla?

Aquí tiene que entrar en juego también ese sentido espiritual de la vida, porque no todo se puede quedar en lo material, en unas ganancias o en unas riquezas que nos hagan poseer cosas, como si en ello estuviera toda nuestra felicidad. Es bueno que sintamos toda esa alegría y satisfacción por esas cosas conseguidas para lograr ese nuestro crecimiento humano como personas y de aquellos que están a nuestro lado.

Pero hemos de saber encontrar esa luz de la fe que nos va a dar una visión nueva y distinta de la vida, una mayor trascendencia a nuestro ser y a cuanto hagamos, que va a ser motor de nuestro camino, de nuestras luchas y deseos de superación, que nos ayudará a encontrar esos valores que nos ofrece el evangelio para que lleguemos a vivir ese sentido del Reino de Dios, que va a elevar nuestro espíritu para entrar en esa sintonía de Dios en quien encontramos todo el sentido de nuestra vida y nuestra existencia.

¿Qué seremos capaces de hacer para buscar y encontrar esa luz de la fe para nuestra vida, esa luz de la fe que va a ser la verdadera sabiduría de nuestra vida, esa luz de la fe que nos hará encontrar la verdadera riqueza espiritual de nuestra existencia?

martes, 29 de julio de 2025

Vivamos en verdad como quienes se sienten resucitados, porque desde nuestro encuentro con Jesús todo es en nosotros vida, porque hemos encontrado el amor

 


Vivamos en verdad como quienes se sienten resucitados, porque desde nuestro encuentro con Jesús todo es en nosotros vida, porque hemos encontrado el amor

 Éxodo 33, 7-11; 34, 5b-9. 28; Salmo 102; Juan 11, 19-27

Cuando hay amor de verdad no tiene cabida el reino de la muerte. Para los que aman no llega la muerte, siempre vencerá vida. Aquellas personas que amamos, aunque físicamente no las tengamos a nuestro lado, sin embargo siempre seguirán presentes en nuestra vida. Creo que todos los hemos experimentado cuando ha llegado esa hora para un familiar o un ser muy querido nuestro, seguimos incluso viéndolo porque la intensidad del amor con la que la llevamos en el corazón produce continuamente ese milagro en nuestra vida.

Hoy nos encontramos en el evangelio con una página que de entrada nos podría parecer de tristeza y de angustia, pero los momentos vivido en aquel hogar de Betania se transforman y se convierten en momentos de vida.

De entrada nos topamos con el dolor de la muerte, aquellas dos hermanas Marta y María han perdido al hermano de sus vidas. Surgen incluso las quejas, pero unas quejas nacidas desde el amor y desde la confianza que ellas habían puesto en Jesús. ‘El que amas está enfermo’, le habían mandado a decir a Jesús que está más allá del Jordán a causa de las inquinas que en Jerusalén se están tramando contra El. Pero ya Jesús dirá a los discípulos allá en el desierto que aquella enfermedad no es de muerte. Pero cuando finalmente llega Jesús a Betania Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado.

‘Si hubieras estado aquí…’ es el saludo que se repite en las dos hermanas. Con Jesús no tenía por qué haber habido muerte. Los signos de vida se habían multiplicado tantas veces cuando Jesús se acercaba a los enfermos o los traían ante El. Pero hay dolor en aquellas mujeres, pero también hay confianza en la presencia y en las palabras de Jesús. Porque Jesús habla de resurrección. La respuesta de Marta expresa la fe y la esperanza de su vida. ‘Resucitará en el último día’, pero Jesús hará una declaración verdaderamente importante. ‘El que cree en mi no morirá para siempre’. Con Jesús está siempre presente la vida. ‘Yo soy la resurrección y la vida’, afirmará rotundamente Jesús.

Por eso Jesús quiere acercarse al sepulcro. ‘¿Dónde lo habéis puesto?’ Las sombras todavía parece que quieren adueñarse de la situación. ‘Ya huele mal’ es el comentario de Marta. Y Jesús le recuerda que es necesario creer. ¿No eran los amigos de Jesús? ¿No era aquel patio el lugar de tantas tardes de placidez, de conversación, de encuentro, de amistad? Allí se había vivido el amor y la amistad, allí tenía que estar presente para siempre la vida, porque, como decíamos, donde hay amor no tiene cabida el reino de la muerte.

¿Será ese en verdad el camino de nuestra vida y de nuestra esperanza? Es el mensaje que recibimos pero es el mensaje que tenemos que trasmitir, es el amor del que tenemos que seguir contagiando cuanto nos rodea. Tenemos que ser signos de vida, tenemos que despertar de nuevo la esperanza en nuestro mundo, tenemos que tratar de convencer a cuantos caminan desencantados a nuestro lado porque no saben amar ni se sienten amados y agobiados por tantas tristezas de la vida que es posible un mundo nuevo, que es posible el amor, que es posible la vida.

Nuestros gestos, nuestra cercanía y nuestra ternura tienen que ser signos de esa presencia de Jesús en medio de nosotros para que tengamos vida de verdad. Vivamos en verdad como quienes se sienten resucitados, un día saboreamos quizás esas sombras de muerte en nosotros, pero desde nuestro encuentro con Jesús todo tiene que ser en nosotros vida, porque hemos encontrado el amor.

Que sea esa nuestra más hermosa profesión de fe, como la de Marta ante Jesús,  ‘yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo’.

lunes, 28 de julio de 2025

Aunque parezcamos insignificantes seamos sembradores de buena semilla sin ningún tipo de complejo, que algún día germinará y producirá sus frutos

 


Aunque parezcamos insignificantes seamos sembradores de buena semilla sin ningún tipo de complejo, que algún día germinará y producirá sus frutos

Éxodo 32, 15-24.30-34; Sal. 105; Mateo, 13, 31-35

Total, ¿quien soy yo entre tantos? Ni me van a tener en cuenta porque en verdad soy poquita cosa, hay quien tiene más influencia, quien tiene más capacidad que yo, quien está mejor preparado y sabrá mejor que yo cómo actuar o qué decir. En nombre de una humildad mal entendida quizás muchas veces podamos haber dicho algo semejante, nos callamos porque pensamos que nuestra opinión ni vale ni importa a nadie, nos ponemos a la sombra para que incluso ni se note nuestra presencia. ¿Está bien actuar así?

Nos justificamos de nuestros silencios, aunque en el fondo nosotros teníamos una opinión que no nos sentíamos capaces de manifestar; nos parece que son las luces grandes las que de verdad iluminan, o que son los que hacen cosas extraordinarias los que van a relucir en la vida y podrán darle a la vida y al mundo algo que merezca la pena. ¿Será así cómo tenemos que pensar?

Hoy nos está diciendo Jesús que lo pequeño sí vale, sí es importante, sí hay que tenerlo en cuenta. Una semilla habitualmente no suele tener gran tamaño en comparación con el tamaño de la planta que germina o de la cantidad de frutos que luego pueda darnos. Jesús nos ha hablado estos días del sembrador que sale a esparcir sus semillas, pequeñas e insignificantes, pero que pueden producir como nos dice en una parábola hasta el ciento por uno.

Hoy nos habla de la mostaza, pequeña e insignificante, pero que puede hacer brotar una planta que dentro de las hortalizas puede tener un considerable tamaño; como nos dice hasta los pájaros pueden venir a anidar entre sus ramas. Pero nos habla también de la levadura, un puñado apenas que sin embargo hará fermentar la masa, con todo lo que eso significa para el buen pan que podemos luego comer. A los oyentes de Jesús en aquel momento les era bien significativo lo de la levadura, pues en determinados momentos como en la pascua habían de comer el pan sin levadura, sin el buen sabor que le da la levadura, en recuerdo de cuando vivían en la pobreza de la esclavitud y ni levadura tenían.

Jesús nos está haciendo valorar lo pequeño; pero es que tenemos que decir algo más, Jesús nos está haciendo que sepamos valorarnos nosotros también, aunque nos consideremos pequeños e insignificantes. Nuestras palabras valen tanto como las de los demás, nuestros pequeños gestos de amor son importantes en medio de la sequedad de nuestro mundo que se hace insolidario y está tan lleno de cosas que tienen sabor amargo.

Es muy válida e importante esa palabra que puedes decir y que puede ser un paño que seque muchas lágrimas a tu alrededor; es muy importante ese gesto de amabilidad que vas a tener con aquel con quien te cruzas por la calle, esos buenos días con buen semblante con que saludas al barrendero, porque le puedes hacerle sentirse valorado y respetado como el que más. Jesús nos dirá que no se quedará sin recompensa un vaso de agua dado en su nombre. Cuánta sed puede calmar en corazones atormentados y llenos de amargura ese gesto sencillo de detenerse junto a alguien para preguntarle simplemente cómo está.

Jesús nos está diciendo cómo tenemos que ser esa levadura en medio de la masa; cuanto podemos hacer con nuestra cercanía y nuestra preocupación por los demás; qué riqueza estamos trasmitiendo y compartiendo con los demás cuando somos capaces de decir una palabra que sea estimulo reiniciar un camino; cuánta paz podemos transmitir con una palabra llena de serenidad en medio de la violencia que nos aturde o incluso somos capaces de dar un abrazo de perdón.

Seamos sembradores de semillas de bondad, seamos generosos en repartir alegría y poner esperanza en los corazones, seamos capaces de trasmitir sin complejo los mejores pensamientos que surgen dentro de nosotros. Estaremos en verdad sembrando el Reino de Dios, algún día esa semilla germinará y producirá su fruto.

domingo, 27 de julio de 2025

Con la actitud y la confianza de los hijos nos dirigimos a Dios como a nuestro Padre tal como nos enseña Jesús

 


Con la actitud y la confianza de los hijos nos dirigimos a Dios como a nuestro Padre tal como nos enseña Jesús

Génesis 18, 20-32. Salmo 137. Colosenses 2, 12-14.  Lucas 11, 1-13

Cuando nos dirigimos a alguien porque tenemos que tratar algún asunto con esa persona, seguramente hacia ella según nosotros la veamos, o según el concepto que nosotros tengamos de esa persona. Me explico, aunque digamos que todos nos tratamos igual, sin embargo no es lo mismo si nos dirigimos a una persona que nosotros consideramos muy importante, sea por su situación social, la representatividad política o de autoridad que ejerza, no es lo mismo que si nos dirigimos al vecino de la casa de al lado, al amigo con el que siempre hemos convivido, o a un familiar; en unos y en otros tenemos en cuenta quizás también su forma de ser o de relacionarse con los demás; todo eso son condicionantes, y en el caso familiar no es lo mismo quizás a un hermano que a nuestro padre o nuestra madre. Seguro que con estos nos sentimos más a gusto por esa relación de amor que existe entre un padre y sus hijos.

Yo diría que es lo que nos quiere hoy decir Jesús cuando nos enseña a hablar con Dios nuestro Padre. Los discípulos que ven continuamente como Jesús siempre está encontrando momentos para su oración con el Padre, como El llama a Dios le piden que les enseñe a orar. Ellos habían visto cómo Juan el Bautista allá en el desierto – algunos de ellos también habían sido discípulos de Juan – enseñaba a sus discípulos a orar; los fariseos en su manera de entender a Dios y la religión también enseñaban a sus discípulos a orar; podríamos decir que de alguna manera estas maneras de orar que unos y otros enseñaban viene a ser como una señal de su identidad como creyentes.

Jesús anuncia del Reino de Dios, es el eje de su predicación, sus discípulos le siguen porque en ese Reino de Dios anunciado por Jesús se están despertando sus esperanzas y están encontrando un sentido para sus vidas. Ellos quieren, podíamos decir, tener también su oración, su manera de orar como distintivo; es la forma de orar que les enseña Jesús. Más que formulas a repetir Jesús enseña un sentido nuevo de oración.

Pero la primera palabra con la que Jesús nos enseña a dirigirnos a Dios tiene su gran importancia, porque es lo que va a dar un sentido distinto a nuestra oración, a nuestro encuentro con Dios. Recordemos lo que decíamos antes.

No le da nombres a Dios, como un día Moisés había pedido en el Horeb. ¿Cuál es tu nombre? ¿Quién les voy a decir a los israelitas que me manda a ellos para liberarlos de la esclavitud de Egipto? Jesús nos dice algo mucho más tierno, no recuerda aquella palabra que muchas veces se queda casi en unas mínimas letras que musitamos como los niños llaman a su papá, ‘paaa’, ‘papaito’, porque simplemente es la ternura de un niño con su padre, pero es la ternura de un padre con su niño. Y así nos dice que nosotros le digamos a Dios, es la actitud con la que nosotros vamos a la oración.

En nuestro encuentro con Dios vayamos siempre con esa ternura del niño que se encuentra con su padre; y esa ternura da confianza, y esa ternura nos llena de amor y queremos manifestar ese amor de mil maneras, y esa ternura va a mover nuestro corazón, y esa ternura buscara siempre la manera de hacernos agradables para nuestro Dios, y en esa ternura nos sentimos seguros y fuertes frente a las cosas adversas con las que nos podemos encontrar, esa ternura nos hará buscar siempre  por encima de todo lo bueno, el bien, lo que es justo.

Que es realmente lo que Jesús nos enseña a decir en el Padrenuestro. Ese tiene que ser en verdad el sentido de nuestra oración. Una oración que aprenderemos a decir porque hemos aprendido a escuchar a Jesús y nos hemos impregnado del Espíritu de Jesús. Como nos ha dicho alguien  sólo el que vive en el Espíritu de Jesús, quiere decir Lucas, sabrá rezar el Padrenuestro con el espíritu de Jesús. Y sólo sabrá rezarlo quien sepa escuchar primeramente la predicación de Jesús.

Será en verdad una oración que nos llena interiormente porque nos hace sentirnos llenos de Dios, una oración de la que saldremos siempre rebosantes de paz, una oración que siempre pone esperanza en el corazón, una oración que no nos deja adormecidos en la rutina, una oración que nos pone siempre en camino de vida, una oración en la que sintiendo como Pedro en el Tabor que bien se esta aquí sabemos que tenemos que salir, que bajar de la montana a la llanura para ponernos en camino, una oración con la que sintiendo a Dios en el centro de nuestro corazón nos hará comprender de verdad lo que es vivir ese Reino de Dios.

Y todo porque hemos comenzado sintiendo que a quien vamos a dirigirnos es a un Dios que nos ama y que es nuestro padre, al que podemos llamar papaíto.