Nos
asomamos a la ventana de la vida para reconocer nuestra cruda realidad pero
buscamos en medio de las sombras la luz que brilla y nos conduce a caminos de
rectitud
Levítico 25,1.8-17; Salmo 66; Mateo 14,1-12
En más de una ocasión nos habremos
puesto desde nuestra ventana a observar cuando sucede a nuestro alrededor; quizás
inocentemente nos asomamos para contemplar el tiempo o la naturaleza que nos
rodea, pero ya sea desde la ventana de nuestra casa allí donde vivimos o desde
la altura de la ventana de un gran edificio en la gran ciudad es muy variado el
panorama que observamos; la loca carrera de la vida, podríamos decir, con sus
ambiciones y con sus sueños, con sus luchas muchas veces encarnizadas aunque
solo fuera de forma sutil o con el desencanto de tantos que se arrastran por la
vida, de los que reflejan sus miedos y huidas en sus formas de caminar o
actuar, o de los que van avasallando todo y a todos porque poco menos que se
creen los reyes del mundo, pasiones desenfrenadas o complejos que son también
peligrosos por las reacciones que pueden provocar.
¿Encontraremos en medio de todo eso un
rayo de luz que pueda centrarnos en la verdad y en la vida? Quizás nos pasen
desapercibidos porque son los que menos ruido hacen, pero también tenemos que
aprender a descubrirlos.
Me he puesto a pensar en todo esto al
escuchar el relato del Evangelio que hoy se nos ofrece, un mundo de pasiones o
un mundo también muy lleno de sombras desde donde se trama la maldad bajo
apariencias muchas veces de fiesta y alegría. De pronto al iniciarnos o
motivarnos el relato aparece alguien prepotente pero al mismo tiempo temeroso,
porque quizás ya siente que le pesa la conciencia. Herodes tan poderoso y amigo
de hacer lo que le apetece, ahí le vemos con sus fiestas y fastuosas alegrías
pero que le dejan vacío el corazón, pero que con lo que está oyendo de Jesús
comienza a temer porque recuerda que fue él quien mandó matar al Bautista. ¿Se
le están apareciendo fantasmas o es la tortura de la conciencia que no ha sido
recta? ¿Nos pasará también en algunas ocasiones cuando allá en lo hondo
reconocemos que nuestra vida no ha sido recta?
Podríamos seguir fijándonos en la
vanidad que rodea todo aquel cuadro, desde los que participan en la fiesta por
agradar al poderoso, o el vacío de una bailarina que lo que pretende es
despertar pasiones y no teme en convertirse en un juguete de los que parecen
más poderosos; detrás el rencor y el resentimiento de quien se siente señalada
en su vida turbia y que moverá los hilos que llevan a la desaparición de quien
con su rectitud le atormenta en su conciencia; están también los respetos
humanos y el querer quedar bien aunque tiene conciencia de que ha ido más allá
de lo que sería verdaderamente justo.
Es el cuadro que se nos presenta en esa
escena, pero quizás tendríamos que preguntarnos en que lugar estamos nosotros también
en ese cuadro. Pero no escuchamos este relato del evangelio simplemente para
que caigan sombras sobre nosotros, sino que en él tenemos que saber encontrar
un rayo de luz.
Y el protagonista de esa luz es a quien
ahora no le escuchamos palabra, pero que su vida ha sido y es voz que nos llama
y nos invita a que encontremos el camino de la verdad, aunque sea costoso,
aunque tengamos que ir contra la corriente, aunque nos cueste entregar la vida.
Es lo que hizo el bautista a quien hoy contemplamos en el silencio, pero que
sin embargo nos está gritando muy fuerte para que vayamos al encuentro de la
luz buscando los caminos de la rectitud que nos trasmite el evangelio.
¿Nos moverá a algo la contemplación de
este cuadro? ¿Iremos en búsqueda de la luz porque comencemos a ponernos en
verdad en el camino del evangelio de Jesús?