Aunque
parezcamos insignificantes seamos sembradores de buena semilla sin ningún tipo
de complejo, que algún día germinará y producirá sus frutos
Éxodo 32, 15-24.30-34; Sal. 105; Mateo, 13,
31-35
Total, ¿quien soy yo entre tantos? Ni
me van a tener en cuenta porque en verdad soy poquita cosa, hay quien tiene más
influencia, quien tiene más capacidad que yo, quien está mejor preparado y
sabrá mejor que yo cómo actuar o qué decir. En nombre de una humildad mal
entendida quizás muchas veces podamos haber dicho algo semejante, nos callamos
porque pensamos que nuestra opinión ni vale ni importa a nadie, nos ponemos a
la sombra para que incluso ni se note nuestra presencia. ¿Está bien actuar así?
Nos justificamos de nuestros silencios,
aunque en el fondo nosotros teníamos una opinión que no nos sentíamos capaces
de manifestar; nos parece que son las luces grandes las que de verdad iluminan,
o que son los que hacen cosas extraordinarias los que van a relucir en la vida
y podrán darle a la vida y al mundo algo que merezca la pena. ¿Será así cómo
tenemos que pensar?
Hoy nos está diciendo Jesús que lo
pequeño sí vale, sí es importante, sí hay que tenerlo en cuenta. Una semilla
habitualmente no suele tener gran tamaño en comparación con el tamaño de la
planta que germina o de la cantidad de frutos que luego pueda darnos. Jesús nos
ha hablado estos días del sembrador que sale a esparcir sus semillas, pequeñas
e insignificantes, pero que pueden producir como nos dice en una parábola hasta
el ciento por uno.
Hoy nos habla de la mostaza, pequeña e
insignificante, pero que puede hacer brotar una planta que dentro de las
hortalizas puede tener un considerable tamaño; como nos dice hasta los pájaros
pueden venir a anidar entre sus ramas. Pero nos habla también de la levadura,
un puñado apenas que sin embargo hará fermentar la masa, con todo lo que eso
significa para el buen pan que podemos luego comer. A los oyentes de Jesús en
aquel momento les era bien significativo lo de la levadura, pues en
determinados momentos como en la pascua habían de comer el pan sin levadura,
sin el buen sabor que le da la levadura, en recuerdo de cuando vivían en la
pobreza de la esclavitud y ni levadura tenían.
Jesús nos está haciendo valorar lo
pequeño; pero es que tenemos que decir algo más, Jesús nos está haciendo que
sepamos valorarnos nosotros también, aunque nos consideremos pequeños e
insignificantes. Nuestras palabras valen tanto como las de los demás, nuestros
pequeños gestos de amor son importantes en medio de la sequedad de nuestro
mundo que se hace insolidario y está tan lleno de cosas que tienen sabor
amargo.
Es muy válida e importante esa palabra
que puedes decir y que puede ser un paño que seque muchas lágrimas a tu
alrededor; es muy importante ese gesto de amabilidad que vas a tener con aquel
con quien te cruzas por la calle, esos buenos días con buen semblante con que
saludas al barrendero, porque le puedes hacerle sentirse valorado y respetado
como el que más. Jesús nos dirá que no se quedará sin recompensa un vaso de
agua dado en su nombre. Cuánta sed puede calmar en corazones atormentados y
llenos de amargura ese gesto sencillo de detenerse junto a alguien para
preguntarle simplemente cómo está.
Jesús nos está diciendo cómo tenemos
que ser esa levadura en medio de la masa; cuanto podemos hacer con nuestra
cercanía y nuestra preocupación por los demás; qué riqueza estamos trasmitiendo
y compartiendo con los demás cuando somos capaces de decir una palabra que sea
estimulo reiniciar un camino; cuánta paz podemos transmitir con una palabra
llena de serenidad en medio de la violencia que nos aturde o incluso somos
capaces de dar un abrazo de perdón.
Seamos sembradores de semillas de
bondad, seamos generosos en repartir alegría y poner esperanza en los
corazones, seamos capaces de trasmitir sin complejo los mejores pensamientos
que surgen dentro de nosotros. Estaremos en verdad sembrando el Reino de Dios, algún
día esa semilla germinará y producirá su fruto.
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