María, Madre de Misericordia y Salud de los Enfermos
Celebramos una vez una fiesta de la Virgen María. Como
siempre nos gozamos al celebrar una fiesta de la Madre, de la Madre de Dios que
es también nuestra madre. Le queremos ofrecer nuestro amor y queremos sentir su
protección maternal que nos alcanza la gracia del Señor en el camino de nuestra
fe, en el camino de nuestra vida cristiana.
Esta fiesta de la Virgen que hoy celebramos gira en
torno a aquel lugar, Lourdes, donde quiso ella hacerse presente de manera
especial para llamarnos una vez más a la conversión, a seguir el camino de
Jesús. Allí quiso ella manifestarse a aquella jovencita para invitarla a rezar
la conversión de los pecadores, por la conversión del mundo. Allí quiso que se
construyera una capilla en su honor, para que por su medio los hombres llegaran
hasta Dios, siguiendo el camino de María encontraran el camino de Dios.
Allí ella, la Inmaculada Concepción, quiso manifestarse
como madre misericordiosa, refugio de pecadores y salud de los enfermos
regalando por su intercesión las gracias del Señor que curara sus almas pero
curara también sus cuerpos doloridos por el sufrimiento y la enfermedad. La
figura blanca de María con su manto azul, como se nos representa en su bendita
imagen, nos cautiva y nos atrae hablándonos de pureza y de santidad, de salud y
de salvación. Todo para que al final siguiéramos el camino de Jesús, su Hijo.
Siempre María nos conduce hasta Jesús. Como a los
sirvientes de las bodas de Caná a nosotros nos dice también: ‘Haced lo que El os diga’. Y María nos
conduce hacia los caminos de la santidad, a los caminos del amor. Ella nos
manifiesta lo que es su amor de Madre, pero sobre todo en ella siempre veremos
reflejado lo que es el amor de Dios. Es el icono más hermoso del amor de Dios.
Todos hemos oído hablar, muchos lo habremos vivido
también en primera persona, de las multitudinarias peregrinaciones que como ríos
caudalosos confluyen en Lourdes para ir a visitar a la madre y hacerle la más
hermosa ofrenda de amor. Allí acuden fieles de todos los lugares del mundo – en
la experiencia vivida en mis visitas a aquel santo lugar me impresiona el
sentido de catolicidad que allí se respira – y son multitudes de enfermos
también los que acuden hasta la gruta de Lourdes para postrarse ante la bendita
imagen de la Virgen. Es emocionante ver la fe, la devoción, el recogimiento, las
súplicas llenas de esperanza, los ojos llenos de lágrimas no solo por el
sufrimiento sino también por la emoción de encontrarse en aquel lugar de María.
Por esa relación entre los enfermos y la devoción a la
Virgen de Lourdes es por lo que el Papa Beato Juan Pablo II decidió que la
Jornada Mundial del Enfermo se celebrarse en este día 11 de febrero, día de las
apariciones de la Virgen de Lourdes. Una ocasión para que la comunidad
cristiana, la Iglesia toda, tenga en cuenta de manera especial a todo este
mundo del dolor que son los enfermos.
Como nos dice Benedicto XVI al final
del mensaje de esta Jornada ‘A María, Madre de
Misericordia y Salud de los Enfermos, dirigimos nuestra mirada confiada y
nuestra oración; su materna compasión, vivida junto al Hijo agonizante en la Cruz , acompañe y sostenga la fe y la esperanza de cada persona enferma y que
sufre en el camino de curación de las heridas
del cuerpo y del espíritu’.
Que María, sí nos acompañe para aprender de ella en esa cercanía que el
cristiano ha de tener a la persona que sufre, a la persona enferma. ‘En la acogida generosa y afectuosa de cada
vida humana, sobre todo la débil y enferma, el cristiano expresa un
aspecto importante de su testimonio evangélico siguiendo el ejemplo de Cristo,
que se ha inclinado ante los sufrimientos materiales y espirituales del hombre
para curarlos’.
‘Deseo animar a los enfermos
y a los que sufren a encontrar siempre un áncora segura en la fe, alimentada
por la escucha de la Palabra de Dios, por la oración
personal y por los Sacramentos’, nos dice el
Papa en su mensaje.
Que todos por otra parte seamos capaces de ver en los
que sufren y en los enfermos ‘el rostro
sufriente de Cristo’, y que los que sufren las consecuencias del dolor y la
enfermedad como Cristos sufrientes sepan ofrecer su vida como un holocausto de
amor al Señor por la propia salvación y por la salvación de nuestro mundo. Es
hermosa esa ofrenda de amor de nuestro dolor, que se convertirá en gracia del
Señor que nos ayudará a vivir con un sentido nuestra vida aunque esté
crucificada en la cruz del dolor, porque sabemos que tras la cruz siempre hay
vida y hay resurrección.