Jesús traspasa el umbral de nuestra
vida con su Palabra salvadora
Job, 7, 1-4.6-7;
Sal. 146;
1Cor. 9, 16-19. 22-23;
Mc. 1, 29-39
Traspasar el umbral de una casa es entrar en la
intimidad personal de aquella persona y aquella familia y denota confianza y apertura
tanto por aquel que recibe como por parte de quien llega a aquel hogar. Sabemos
cómo en ocasiones al que llega se le recibe en la puerta y no se traspasa el
umbral de aquel hogar porque quizá no se tenga la confianza mutua necesaria.
Con gusto, sin embargo, nos sentimos cuando recibimos a alguien que nos agrada y
con gusto se siente también el que es bien recibido. Una vez traspasado ese
umbral de la confianza viene la comunicación, la confidencia quizá, surge la
amistad o ya se presuponía, se entra en una nueva comunión.
¿Por qué me hago estas consideraciones que incluso
podríamos ampliar más en el comienzo de la reflexión de hoy en torno al
evangelio? Porque eso es lo que estamos contemplando. Hasta ahora en este
principio del evangelio de Marcos hemos visto a Jesús pasando junto al lago
invitando a aquellos primeros pescadores a seguirle, o le hemos contemplado en
la sinagoga enseñando. Hoy nos dice que ‘al
salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga fueron a casa de Simón y Andrés. Y
la suegra de Simón estaba en cama con fiebre y se lo dijeron…’
Jesús llega a casa de Simón y Andrés. Jesús llega hasta
la intimidad de la persona, va a la casa de Simón y Andrés. Jesús llega hasta
donde está la vida del hombre y donde está todo lo que es su ser y donde están
también sus sufrimientos. ‘La suegra de
Simón está enferma y se lo dijeron…’ Jesús que quiere llegar a nuestra vida
y a nuestra vida concreta. Jesús que está esperando que le abramos las puertas
de nuestra casa, de nuestro yo, de nuestra vida, porque ahí quiere venir con su
vida y con su salvación.
La salvación que Jesús nos ofrece no es una teoría ni
son bonitas palabras. Jesús quiere llegar a nuestra vida concreta, con lo que
somos y como somos, con lo que tenemos y lo que son nuestras alegrías o nuestras
penas, nuestros sufrimientos o nuestras ilusiones y esperanzas. Nada es ajeno a
la salvación que Jesús viene a ofrecernos. El viene a dar respuesta a esos
interrogantes que podamos tener en nuestro interior, viene a dar paz a esas
preocupaciones o problemas que tengamos, viene a traer el bálsamo de su
salvación a esos sufrimientos que puedan agobiarnos allá en lo más hondo de
nosotros mismos, El viene a hacer crecer esas ilusiones y esperanzas.
Le dicen que la suegra de Simón está enferma y ‘Jesús se acercó la tomó de la mano y la
levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles’. En nuestro dolor nos
sentimos postrados y ya no es sólo el dolor físico de una enfermedad que
podamos padecer, sino que hay muchos otros sufrimientos en nuestra vida. O
también esa enfermedad, esa carencia, esas discapacidades que tengamos por
nuestras limitaciones o por el paso de los años, esa debilidad físiológica que
podamos padecer y que se convierte también muchas veces en tormento para
nuestro espíritu, interrogantes a los que no sabemos responder. Ahí llega Jesús
a nuestra vida.
En la primera lectura hemos escuchado los interrogantes
que surgen en el corazón de Job. Todos sabemos de la historia de este hombre
que de la noche a la mañana se ve desposeído de todos bienes y posesiones, pero
peor aún una grave enfermedad ataca su vida con una llaga dolorosa haciéndole
perder casi toda su esperanza en su dolor y sufrimiento. El libro de Job son
esas reflexiones que se hacen los que van a consolarle en su sufrimiento – en
muchos casos sólo bonitas palabras que a la larga no consuelan – y son los
mismos interrogantes que se suscitan en su corazón, que en parte escuchamos en
este texto.
‘Mi herencia son meses
baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso ¿cuándo me levantaré?
Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba…’ Son algunas de esas expresiones de
desesperanza que también muchas veces de una forma o de otra inundan nuestra
vida con el dolor.
Jesús llega a nuestra vida, quiere traspasar el umbral
de nuestra vida con una luz que nos dé un sentido y un valor; en El encontramos
esa paz que necesitamos allá en lo más hondo del alma; El viene a nuestra vida
con su salvación. Contemplamos el evangelio y vemos cómo va tendiendo su mano
continuamente para levantarnos, para llenarnos de salud, de vida, de salvación. ‘La población entera se agolpaba a la
puerta’, nos dice el evangelista,
‘y curó a muchos enfermos de diversos
males y expulsó muchos demonios…’
En el evangelio vemos que la presencia de Jesús abre
los corazones a la esperanza y a la paz. Cristo viene a hacer desaparecer el
mal de nuestros corazones. Si nos fijamos veremos en cuántas ocasiones después
de curar o de perdonar a quien acude a El lo despide con la paz: ‘vete en paz’, les dice continuamente. Y
hoy hemos visto que cuando a la suegra de Simón se le pasó la fiebre ‘se puso a servirles’. Es bien
significativo su sentido.
La fe que ponemos en Jesús nos hace descubrir el amor.
Y es en el amor donde vamos a encontrar la luz y el sentido de todo. Creemos en
Jesús y creemos en su amor. Creemos en Jesús y le contemplamos dándose
continuamente por amor hasta llegar a la entrega suprema de amor que fue la
pasión y la cruz. No entenderíamos la pasión y la muerte en cruz si no lo
hacemos desde el amor. Es la prueba suprema del amor, como tantas veces hemos
recordado: ‘tanto amó Dios al mundo que
entregó a su Hijo único por nosotros’.
No entenderíamos ni le encontraríamos sentido hondo y
verdadero a nuestro sufrimiento si no lo hacemos desde el amor, como Jesús. Es
la respuesta honda que Jesús da a esos interrogantes que surgen en nuestra
vida. No tenemos que hacer otra cosa que mirarle a El, y mirarle en su entrega
suprema de la cruz. Por eso entendemos fácilmente que la suegra de Pedro cuando
Jesús la levantó de sus fiebres ‘se puso
a servirles’.
Jesús viene a nosotros, quiere traspasar ese umbral de
las puertas de nuestra vida, y quiere comunicarnos su Palabra, su vida, su
salvación. Sintámonos gozosos con que Jesús quiera llegar así hasta nosotros.
Dejémosle entrar. El quiere hablarnos al corazón como dos amigos que
apaciblemente se sientan a hablar y comentar las cosas de la vida.
Ese detalle de que nos habla el evangelista de que al
amanecer Jesús se fue al descampado a orar nos está hablando de esa necesidad
que tenemos nosotros de entablar ese diálogo de amor con el Señor que es
nuestra oración. Seguro que ahí, en la oración, en ese encuentro íntimo y vivo
con el Señor, encontraremos esas respuestas que necesitamos, como esa fuerza
para seguir sirviendo y amando, para seguir anunciando su nombre por todas
partes, porque lo que hemos visto y oído, lo que hemos sentido y experimentado
en el corazón no lo podemos callar sino que tenemos que anunciarlo a los demás.
Por algo hoy nos dice el apóstol ‘¡ay de mí si no anuncio el evangelio!’. Es a lo que nos sentimos
comprometidos. Es lo que tenemos que hacer con gusto y con la alegría grande de
la fe que vivimos.
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