2Tim. 4, 1-8;
Sal. 70;
Mc. 12, 38-44
Ya hemos dicho anteriormente que la carta de San Pablo a Timoteo entra en las llamadas cartas pastorales del apóstol. Comienza el texto de hoy haciendo una serie de recomendaciones a su discípulo, y lo hace además con toda solemnidad –‘ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad’ – para que no olvide su misión de anuncio de la Palabra de Dios en toda ocasión ‘a tiempo y a destiempo’.
Pero en lo que quisiera fijarme de manera especial es en la expresión de esperanza que manifiesta el apóstol cuando sienta que está cercano su final. ‘Estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente’, dice. Bien conocemos la intensidad de la vida de Pablo y su labor apostólica recorriendo de un lado a otro la cuenca del mar mediterráneo. En otros momentos nos ha hablado de sus sufrimientos y todo lo que había tenido que padecer a causa del evangelio.
Se siente, podríamos decirlo así, con la tarea realizada aunque como siempre se acoge a la misericordia de Dios esperando el premio prometido a los que son fieles. Emplea las expresiones referentes a las carreras y luchas de los atletas y gladiadores en el estadio. ‘He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día….’
Creo que escuchando estas palabras el pueblo cristiano ha de saber valorar y dar gracias a Dios por la entrega de sus pastores. Y orar al Señor por ellos para que al final de sus días puedan decir con toda propiedad estas mismas palabras del apóstol. Los pastores también tenemos nuestras luchas y a veces podemos sentirnos débiles aunque no nos falta nunca la esperanza que tenemos puesta en el Señor. Pero os digo que necesitamos de la oración del pueblo cristiano para sentir esa gracia de Dios en nosotros y vivamos así en plenitud nuestra entrega al Señor y el servicio que queremos prestar en la Iglesia y en medio del mundo.
Esta esperanza del apóstol creo que a todos nos tiene que confortar pero también animar a mantenernos firmes en el combate de la fe, del anuncio del evangelio, del seguimiento fiel a Jesús. Cada uno tiene que vivir su combate particular en su esfuerzo por ser bueno y ser fiel al Señor, por vivir el amor que Jesús nos enseña y por hacer el bien a los demás, en superar peligros y tentaciones y en vivir santamente su vida. Cuánto nos cuesta a veces esa lucha. Pero mantenemos la esperanza de que el Señor está con nosotros y, a pesar de nuestras debilidades y caídas el amor y la misericordia del Señor están por encima de todo y va a cubrir y sanar todas nuestras deficiencias y pecados con su amor. Por eso recojamos como muy aplicadas a nosotros las palabras con las que termina este texto del apóstol. ‘Y no sólo a mí sino a los que tienen amor a su venida’.
Vivamos en esperanza, una esperanza que nos fortalezca en nuestra fe y en nuestro amor. Quizá no podemos hacer grandes cosas. Para el Señor lo que cuenta es nuestra fidelidad y nuestro amor, también en las cosas pequeñas, porque el que saber ser fiel en lo poco también lo sabrá ser en lo mucho y en lo grande.
Además hoy contemplamos en el evangelio cómo Jesús alaba a aquella pobre viuda que dio solamente dos reales, pero dio todo lo que tenía, y Jesús nos dice que dio más que los que habían echado grandes cantidades. ‘Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir’.
Qué hermosa es la solidaridad de los pobres y de los pequeños. Si fuéramos capaces de serlo estaríamos sembrando semillas de un mundo mejor.
Queria añadir algo, y es que me gustaria recbir algun comentario de los que leen diriamente estas reflexiones. Son muchos los que las leen en diversos lugares y continentes. Podrían verse enriquecidas estas reflexiones con algun comentario, algun subrayado, algo que complemente lo dicho. Os animo a participar