2Tim. 3, 10-17;
Sal. 118;
Mc. 12, 35-37
Si va uno a salir de viaje que considere importante ha de preparar el equipaje necesario con lo que va a necesitar, o si va a realizar una actividad importante, todos aquellos preparativos, todo aquello que podamos necesitar para poder realizar dicha actividad con verdadera eficacia; como el que va a realizar un trabajo tiene que tener a mano unas herramientas apropiadas para realizarlo.
Bueno, esto que decimos para esas actividades o cosas que vamos realizando en la vida, lo tomo como ejemplo del empeño que hemos de poner para darle unos fundamentos fuertes al camino de nuestra vida cristiana. Algunas veces ponemos más empeño en las cosas humanas y materiales que aquello que tiene que ser lo más hondo de nuestra vida que es nuestra fe y el camino del seguimiento del Señor. Me viene a la mente aquello que nos dice Jesús de la casa edificada sobre arena o sobre roca. ¿Cómo fundamentamos nuestra fe? ¿qué hondura le damos a nuestra vida cristiana y al compromiso que hemos de vivir desde nuestra fe y en relación con nuestro mundo en el que tenemos que ir construyendo día a día el Reino de Dios?
Es lo que hoy Pablo le está señalando a su discípulo Timoteo. ‘Tú permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado, sabiendo de quién lo aprendiste, y que desde pequeño conoces la Sagrada Escritura’. Al principio de la carta recuerda la fe de su abuela Eloida y su madre Eunice, que en las Escrituras santas lo educaron. Qué importante esa transmisión de la fe que aquellas buenas mujeres hicieron en el niño y joven Timoteo, que en la enseñanza de las santas Escrituras lo forjaron como creyente, le hicieron madurar en su fe que se completó con su encuentro con el Evangelio de Jesús, en la predicación de Pablo. Esas ‘Escrituras que puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación’.
Ahí tenemos que fundamentar nuestra fe y nuestra vida cristiana, en la Palabra de Dios. Es nuestra sabiduría, la Sabiduría de Dios, la Palabra que el Señor quiere trasmitirnos. Como nos sigue diciendo Pablo: ‘Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud; así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena’.
No es que utilicemos, por así decirlo, la Escritura como arma arrojadiza para acusar y condenar, sino que en el encuentro que vamos haciendo en lo hondo de nuestra vida con la Palabra de Dios, esa Palabra nos ilumina, nos enseña, nos señala aquello que hemos de corregir o mejor, toda esa hondura de nuestra fe.
No siempre los cristianos le damos la importancia debida a la lectura de la Biblia. Incluso, quienes vienen cada día a la celebración de la Eucaristía, le dan poca importancia a la Palabra de Dios que se nos proclama en la lectura de los textos sagrados. No están lejos aquellos tiempos en que mientras se hacía la proclamación de la Palabra quizá aprovechábamos para nuestros rezos o nuestras devociones. No suele ser así hoy, pero no siempre se le da toda la importancia que hemos de darle a una Palabra que el Señor nos está dirigiendo; ejemplo tenemos en aquellos a los que no les importa llegar tarde a la celebración sin mostrar demasiado interés en la escucha de la Palabra.
Pero no tendría que ser sólo aquí en la proclamación litúrgica que hacemos de la Palabra, sino que la Biblia tenía que estar más presente en nuestra vida, tendría que seer un libro que siempre tuviéramos al alcance de nuestra mano para encontrar momentos a lo largo del día en que nos dediquemos a leer y a reflexionar, a orar con la Biblia, que nos enseña a hacer la más hermosa oración al Señor. Busquemos tiempo para leer la Biblia. Es el más hondo equipaje que podemos encontrar para ese camino de nuestra vida cristiana. Un equipaje que no nos puede faltar.
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