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sábado, 29 de agosto de 2015

La voz que gritaba en el desierto gritó más fuerte desde el silencio de Maqueronte cuando se le quería acallar

La voz que gritaba en el desierto gritó más fuerte desde el silencio de Maqueronte cuando se le quería acallar

1Tesalonicenses 4,13-18; Sal 95; Marcos 6, 17-29

Era la voz que gritaba en el desierto; fue la voz que gritó desde el silencio de la fortaleza de Maqueronte aun cuando se le quería hacer callar.
Los profetas habían anunciado al que iba a venir a preparar los caminos del Señor. ‘Una voz grita en el desierto: Preparad los caminos del Señor…’  Y había surgido un hombre, enviado por Dios, su nombre era Juan, vestido de piel de camello y se alimentaba de miel silvestre. A él acudían de todas partes. Los invitaba a la conversión, a la transformación de sus vidas porque llegaba el que había de venir. El solo era la voz que anunciaba la llegada de la Palabra. El no era el Mesías ni el Salvador sino el que había de venir para traernos la salvación como Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.
Su misión era solo ser el precursor. Había que enderezar los caminos y allanar los valles, que todo lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Su voz resonaba en las conciencias.  El Bautismo al que invitaba tenía que indicar la voluntad de enderezar el corazón y la vida convirtiéndose de verdad al Señor y reconociendo lo malo que podía haber en sus conciencias. A cada uno le iba diciendo por donde había de enderezar su vida. Denunciaba lo que fuera injusto o a quien obraba el mal. Había que quemar en la hoguera todo lo que hubiera de malo en los corazones. Su voz era molesta en ocasiones; desde Jerusalén enviaban embajadas para saber quién era o con qué autoridad se atrevía a predicar.
No es extraño que molestara también al tirano, al que vivía solamente para los placeres y las orgías y más si su vida era irregular. Incitado por Herodías a quien le molestaban más las palabras del profeta, Herodes terminó encerrándolo en la mazmorra para hacerle acallar su voz. Pero su garganta silenciada pronunciaba el grito más clamoroso y que iba a ser recordado en la historia. El testimonio de su vida le hizo testigo para siempre para que para siempre se escuchara su voz.
Hoy celebramos el martirio de Juan, escuchamos su grito clamoroso. Cuando se rueda por la pendiente del mal se terminará cayendo en lo más profundo del pecado del que nos costará más arrancarnos; cuando se entra en esa espiral de oscuridades en la vida, maldades y de injusticias cada vez nos llevará más lejos de donde podamos hallar la luz. Es el camino de la vida llena de pasiones desordenadas, de cobardías y temores humanos que terminó en estaciones de injusticia y de muerte en la vida de Herodes. Tenía un cierto respeto temeroso a la voz del Bautista, pero pudo más en él la pasión y la injusticia que había anidado en su hogar y en su corazón alimentada por envidias y resentimientos.
Ante nosotros está hoy la voz que nos grita en nombre del Señor a través de la figura de Juan en su martirio y que nos invita a salirnos de los caminos del mal para que realicemos una verdadera conversión del corazón. Es la llamada que nos invita a la valentía de saber arrancar de nuestro corazón todas las negruras del pecado para que brille en nosotros para siempre la luz. No nos valen las cobardías ni los respetos humanos cuando se trata de hacer el bien y seguir los caminos del evangelio; el Espíritu del Señor está con nosotros para darnos esa gracia y ese don de la fortaleza para mantenernos firmes siempre en los caminos del Señor.
El testimonio de nuestra vida tiene que ser grito, quizá muchas veces silencioso, en el testimonio callado de nuestra vida de cada día llena de rectitud y siempre sobreabundante de amor.

viernes, 28 de agosto de 2015

Nuestra esperanza no es pasividad sino que entraña una actitud de vigilancia y nos hace estar activos en nuestras responsabilidades

Nuestra esperanza no es pasividad sino que entraña una actitud de vigilancia y nos hace estar activos en nuestras responsabilidades

1Tesalonicenses 4, 1-8; Sal 96; Mateo 25, 1-13

Hay personas que mientras esperan algo que va a suceder se llenan de miedos y temores y hasta la angustia envuelve su espíritu. Personas quizá temerosas en si mismas por un estado de ánimo pesimista en que piensan que puede ser malo lo que les vaya a suceder, o personas que no tienen verdadera paz en su alma porque quizá la conciencia les pese por algún motivo. Pero ese no ha de ser el sentido y el estilo de la auténtica esperanza cristiana.
Antes que nada porque en quien ponemos nuestra confianza y nuestra esperanza sabemos que es Alguien que nos ama; porque tenemos la seguridad de que en ese amor encontraremos también perdón y salvación para nuestros pecados y alcanzaremos la verdadera paz del Espíritu; y porque nuestra esperanza, porque la tenemos puesta en el Señor, da optimismo a nuestra vida, esperando siempre la mejor, y queriendo siempre pensar y ver lo mejor.
Pero nuestra esperanza no es pasividad sino que entraña una actitud de vigilancia que nos hace estar activos en nuestras responsabilidades; es más, sentimos la exigencia de la responsabilidad de la vida que vivimos y eso nos hará buscar siempre lo bueno, luchar por lo que es justo y vivir con auténtica sinceridad en nuestra vida. La esperanza no nos hace desentendernos de nuestras responsabilidades actuales, sino que aviva la intensidad con que vivimos la vida haciéndola verdaderamente fructífera también con aires de trascendencia.
Jesús nos habla de la parábola de las doncellas que esperaban la llegada del novio para la boda; no podían descuidar el tener todo debidamente preparado para la llegada del novio y pudiera realizarse el banquete de bodas con toda su luminosidad. Es hermoso el significado de esa luz de optimismo y alegría con que hemos de vivir la vida de cada día sobre todo cuando tenemos siempre la certeza de tener al Señor con nosotros.
 Por eso nos habla de las lámparas que habían de permanecer encendidas, pero para lo que era necesario tener el suficiente aceite que las mantuviera siempre encendidas. No se podían descuidar, no podían dormirse en la espera, no podía actuar solo movidas por el miedo y el temor, todo había de ser deseo efectivo de poder participar en esa fiesta de luz. Nos habla, entonces, de nuestras responsabilidades, como en esa trascendencia que desde nuestra vida de creyentes le damos a nuestra vida el aceite que alimenta nuestra vida es la oración que nos alcanza la gracia del Señor.
Nos hace hacernos preguntas. ¿Vivimos movidos por el temor o por el amor en nuestra esperanza? ¿Hay una vigilancia activa, una esperanza viva en lo que hacemos cumpliendo fielmente nuestras responsabilidades? ¿De verdad nos preocupamos de alimentar nuestra vida, que no nos falte ese aceite de nuestra oración para alcanzar la gracia del Señor que nos haga mantener viva nuestra esperanza, desarrollar plenamente nuestras responsabilidades viviendo todos nuestros valores?

jueves, 27 de agosto de 2015

La vida es una responsabilidad que nos lleva a realizarnos desde nuestras propias capacidades y en bien de cuanto nos rodea

La vida es una responsabilidad que nos lleva a realizarnos desde nuestras propias capacidades y en bien de cuanto nos rodea

1Tes. 3, 7-13; Sal 89; Mateo 24, 42-51

La vida es una responsabilidad. No se trata simplemente, como se suele decir, ir echando día para atrás, como si viviéramos solamente de una forma llamaríamos vegetativa en la que nos contentáramos con respirar, comer o simplemente existir. Ya solamente el hecho de existir nos plantea unas responsabilidades, porque tendríamos que cubrir unas necesidades básicas para subsistir, un alimento, un abrigo con el que cubrirnos del frío o del calor, un lugar propio donde habitar; todo eso ya nos estaría planteando responsabilidades.
No me vale decir, es mi vida y hago con ella lo que quiero. Es tu vida, pero vives en un mundo, rodeado de otros seres, de otras personas y tú y el espacio en que vives ya no es solo tuyo, sino que entramos en una relación con los demás y con ese mundo. Y eso entrañaría no solo unos derechos para ti sino también unas obligaciones en relación a esa vida, a ese mundo y entorno en el que vives, y en tu relación con los demás.
Pero vivir no es solo subsistir, es algo más. La vida tiene un sentido y un valor. Y tenemos también una función y responsabilidad en ese mundo en el que vivimos. La vida no ha surgido de la nada, sino que te ha sido dada, y pensamos en quien es capaz de sacarla de la nada, el Creador que te dio la vida, que puso la vida humana en este mundo en el que vivimos. La responsabilidad de la vida adquiere una trascendencia; se trasciende hacia los demás, pero se trasciende en ámbitos eternos cuando nos hace volvernos a nuestro creador. Es la respuesta y la visión del creyente de la que arranca nuestra propia visión como cristianos.
Podríamos seguir ahondando mucho más en este pensamiento si queremos meramente desde un sentido humano y terreno, pero queremos dar un paso más para descubrir el sentido de Cristo en ese nuestro vivir, que seguramente nos llevaría a más largas reflexiones de las que en unas líneas podemos aquí y ahora reflejar.
Recordemos algunas parábolas de Jesús como la de los talentos, y pensemos en nuestra vida como ese talento que Dios ha puesto en nuestras manos. Ya en la primera página de la Biblia tras la creación Dios pone en manos del hombre toda aquel mundo que había salido de sus manos; y al hombre da un poder y una responsabilidad, porque ha de continuar con esa obra creadora de Dios con esos mismos dones que Dios le ha dado. ‘Creced, multiplicaos, llenad la tierra…’ le dice Dios al ser humano.
Luego podríamos pensar en la misión que Jesús nos confía de construir el Reino de Dios, para lo que nos manda por el mundo para anunciarlo y construirlo. Y hoy nos dirá en el evangelio que estemos atentos, preparados y vigilantes porque volverá el Señor. Es una referencia a los últimos tiempos, pero puede ser también una referencia al final de nuestra vida terrena, tras la cual hemos de presentarnos ante el Creador para rendir cuentas de esa vida que Dios había puesto en nuestras manos. Esa vigilancia, esa atención que hemos de prestar nos está hablando de esa responsabilidad de nuestra vida en esa trascendencia profunda que también queremos darle. Nos trascendemos no solo hacia los demás - lo que ya es muy importante -, sino que nuestra vida se trasciende hacia Dios con sones de eternidad.
Muchas cosas ahora podríamos preguntarnos sobre la responsabilidad con que vivimos nuestra vida; no tiene sentido en el ser humano una vida ociosa que se convertiría en una vida sin sentido. Una responsabilidad de desarrollar la propia vida en si mismo, en esos valores, esas cualidades, esas capacidades de las que estamos dotados, lo que llamamos una realización de nosotros mismos; pero una responsabilidad de cara a los demás y a esa sociedad en la que vivimos donde vamos realizándonos cuando ponemos lo que somos y valemos en bien de los demás y de ese mundo en el que vivimos.  Y podríamos hablar también de nuestra responsabilidad con la naturaleza en ese entorno del mundo en el que vivimos, pero es un tema más amplio.

miércoles, 26 de agosto de 2015

Como necesitamos alimentar nuestro cuerpo cada día busquemos con ansia el alimento de la palabra de Dios que nos lleva por caminos de vida eterna

Como necesitamos alimentar nuestro cuerpo cada día busquemos con ansia el alimento de la palabra de Dios que nos lleva por caminos de vida eterna

1Tes. 2, 9-13; Sal. 138; Mt. 23, 37-32
Cada día necesitamos alimentarnos para que nuestro cuerpo tenga la energía que necesita para realizar todas sus actividades; es la forma de mantener la vida y podamos realizarla en el complejo mundo de nuestra existencia. Pero comprendemos que no es solo ese alimento, diríamos material, que llega a nuestro estómago lo que necesitamos, porque nuestra existencia va mucho más allá de unas funciones orgánicas que realice nuestro organismo.
Cada día nos hacemos nuestras propias reflexiones desde lo que es la vida misma que vivimos o lo que observamos en nuestro entorno y así encontramos motivos para nuestro existir, para nuestro caminar, para desarrollar nuestras actividades, para nuestro encuentro y convivencia con los demás. No simplemente vamos dejando pasar la vida sino que reflexionamos y analizamos cuando nos sucede y cuanto podemos recibir también de los demás. Ahí está esa sabiduría de la vida que nos hace profundizar en lo que somos, en lo que vivimos o en lo que podemos trazarnos incluso para nuestro futuro. Son reflexiones humanas que nos vamos haciendo que para eso estamos dotados de una inteligencia que nos hace conocer y darle un sentido a nuestro vivir. Es un alimento también de nuestra vida, ¡y qué precioso!, hemos de reconocer que va haciendo crecer nuestro espíritu.
Pero hay algo más que nos ilumina interiormente y nos hace crecer espiritualmente. Es el alimento de nuestra fe. En esa búsqueda de sentido nos elevamos más allá de lo que es nuestra vida corporal y terrena entrando en un mundo de trascendencia y de espiritualidad. Nos encontramos con Dios, ultimo y más profundo sentido de nuestro existir. Y si somos humildes para reconocer nuestra pequeñez, pero al mismo tiempo la grandeza espiritual de la que hemos sido dotados nos abrimos a esa trascendencia y nos abrimos a Dios que se hace presente en nosotros y viene a llenar nuestra vida de sentido y de plenitud. Es nuestra actitud y nuestra postura de creyentes.
Y Dios quiere ofrecernos también cada día un alimento, el alimento de su Palabra que viene a enriquecer nuestra vida. Y acudimos a la Sagrada Escritura que nos contiene la revelación de Dios para allí escuchar su Palabra y descubrir sus divinos designios sobre nosotros y abrimos nuestro corazón para sentirle y escucharle allá en lo más hondo de nuestra vida. El verdadero creyente quiere alimentarse de Dios y busca cada día ese alimento de la Palabra de Dios. Quiere dejar sembrar en su corazón esa semilla de la Palabra divina para hacer que fructifique en nosotros en nueva vida.
Ojalá tuviéramos siempre ese deseo de Dios en nuestro corazón. Que nada enturbie esa búsqueda de Dios que ha de ser constante en nuestra vida. Muchas veces los ajetreos de la vida misma, o también los problemas que nos van apareciendo nos pueden llenar de nieblas nuestro corazón e impedirnos ver a Dios, encontrarnos con Dios. Pero el creyente sabe que ahí está siempre su amor y no deja que nada perturbe su espíritu ni le haga perder la fe. Sembremos cada día su semilla en nuestro corazón, dejémonos iluminar por la Palabra de Dios que nos conducirá por caminos de vida eterna.

martes, 25 de agosto de 2015

No podemos quedarnos en religiosidades superficiales y de apariencias sino llenar nuestro corazón de amor y misericordia

No podemos quedarnos en religiosidades superficiales y de apariencias sino llenar nuestro corazón de amor y misericordia

1Tesalonicenses 2, 1-8; Sal 138; Mateo 23, 23-26

En el evangelio siempre se nos querrá dejar claro, presentándolo de una forma o de otra, que hemos de ir a lo que es lo fundamental y nunca tendríamos que darle prioridad a lo que es secundario y no constituye el núcleo de su mensaje. Serán las repetidas veces que se nos presentará a alguien preguntándole a Jesús qué es lo importante para alcanzar la vida eterna, ya sea en la pregunta del joven rico como en las preguntas muchas veces capciosas de los maestros de la ley, o será en ocasiones, como la que hoy escuchamos, en que Jesús denuncia la vaciedad de la vida de los fariseos que se quedan hipócritamente en las apariencias.
Es una pregunta que también tenemos que hacernos y un peligro que hemos de evitar. Buscar lo que es lo fundamental, lo esencial de lo que ha de ser nuestra vida cristiana para no andarnos por las ramas, y por otra parte evitar el quedarnos en apariencias, en cumplimientos o en ritualismos. Y es que tenemos ese peligro de ir a cumplir, de buscarnos los mínimos o lo que nos exige el menor esfuerzo, el quedarnos en apariencias de bueno porque nosotros sí somos cumplidores, pero quizá el corazón lo tenemos bien lejos del Señor.
Hoy denuncia la hipocresía del que se cree cumplidor porque anda con minucias; como nos dice en una buena imagen pagando los diezmos y primicias hasta por la hierbabuena y el comino.
Podríamos fijarnos en muchas actitudes nuestras, en que quizá queremos mostrarnos  muy religiosos porque, por ejemplo, somos muy cumplidores de nuestras promesas, de nuestras visitas a santuarios o de llenarnos nuestra casa de imágenes religiosas pero luego en nuestro corazón no tenemos misericordia ni compasión para el hermano que sufre, o mantenemos actitudes orgullosas en nuestro trato con los demás queriendo mostrar una superioridad que humilla al que está a nuestro lado, o mantenemos resentimientos y rencores en nuestro corazón no queriendo perdonar y olvidar aquello con lo que nos hayan molestado u ofendido.
‘¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el décimo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: el derecho, la compasión y la sinceridad! Esto es lo que habría que practicar…’ Así nos habla hoy Jesús de manera fuerte. No busquemos apariencias, no nos quedemos en religiosidades superficiales, vayamos a lo hondo del evangelio, llenemos de verdad nuestro corazón de amor y de misericordia, actuemos siempre en justicia, seamos capaces de perdonar y de amar por encima de todo lo que nos hayan podido hacer.
Terminará diciéndonos Jesús que lo importante es que tengamos bien limpio el corazón no las apariencias de niño bueno que podamos dar. Y para llenar de paz el corazón hemos de aprender a poner mucho amor en él. Aprendamos de la bondad y de la mansedumbre del Señor para que así nuestro corazón se parezca más y más al suyo.

lunes, 24 de agosto de 2015

No con reserva sino con profunda reflexión abramos nuestro corazón al mensaje de vida y salvación que llega a nuestra vida

No con reserva sino con profunda reflexión abramos nuestro corazón al mensaje de vida y salvación que llega a nuestra vida

Apocalipsis 21,9b-14; Sal 144; Juan 1,45-51
Alguna vez quizá nos vimos forzados a una situación en la que en principio no queríamos vernos involucrados, pero por no querer contradecir a un amigo al final aceptamos; en esos primeros momentos nos ponemos en una actitud como de reserva a ver por donde van las cosas o cómo se resuelven, poniéndonos como en distancia ante las personas con las que nos encontramos o el momento que necesariamente tenemos que vivir. Quizá luego las cosas cambias, hubo algo que nos llamó la atención e hizo que nuestra  actitud y postura fuera otra totalmente distinta.
Algo así es como yo veo a Natanael en aquel su primer encuentro con Jesús. Felipe le había forzado a ir a conocerle, pero en él estaban sus reservas, siendo además como era de Caná, un pueblo vecino a Nazaret y que en esas rivalidades pueblerinas quizá no se llevaban muy bien. ‘¿De Nazaret puede salir algo bueno?’, había sido la réplica que había hecho ante su invitación, pero al final dejándose llevar por la insistencia de Felipe y de su amistad se había ido a ver a aquel profeta que le anunciaban de Nazaret.
Pronto las cosas cambiaron ante la acogida y la alabanza de Jesús, diciéndole además que lo conocía desde alguna situación que solo Natanael conocía y termina haciendo una hermosa confesión de fe en Jesús. ‘Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’, había exclamado.
La liturgia nos presenta este texto del evangelio cuando estamos hoy celebrando la fiesta del apóstol san Bartolomé, haciendo coincidir en una misma persona a Bartolomé y a Natanael. Es la fiesta de uno de los apóstoles, aquellos que fueron escogidos por Jesús con una muy especial intención, pues iban a ser como las columnas sobre la que se iba a edificar la Iglesia que Jesús constituía. Hoy el texto del Apocalipsis que hemos escuchado nos hablaba de la Iglesia. ‘La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero’.
Aquellos discípulos que por distintos caminos se habían ido congregando en torno a Jesús - hoy estamos viendo esa manera particular de llegarle noticia de Jesús a Natanael a través de su amigo Felipe - fueron luego escogidos y llamados por su hombre por Jesús para constituirlos sus enviados, sus apóstoles, que con la fuerza del Espíritu habían de llegar a los confines del mundo anunciando el Evangelio. Las tradiciones nos hablan de cómo Bartolomé anunciaría el evangelio por todo oriente medio llegando incluso hasta la India. Nos hablarán también de su martirio, con el que se convirtió en especial testigo - mártir - de Cristo derramando su sangre por el Evangelio que predicaba.
En muchos aspectos podríamos concretar el mensaje que recibimos en esta fiesta. Seamos como Felipe portavoces del conocimiento de Jesús, llevando su anuncio a quienes estén a nuestro lado, aunque no lo entiendan o en los que podamos encontrar rechazo. Rechazo y reserva encontró en Natanael y le vemos luego hacer una hermosa confesión de fe en Jesús tras su encuentro con El.
Pero también pensemos cómo de tantas maneras puede llegar el anuncio del evangelio a nuestra vida. Siempre estamos necesitados de ser evangelizados. Que nuestra actitud no sea la de la reserva o ponernos a la distancia como si ese anuncio no fuera con nosotros. Tengamos apertura de corazón para escuchar la voz del Señor que de tantas maneras llega a nuestra vida. No con reserva, pero sí con profunda reflexión acojamos el mensaje que nos llena de vida.

domingo, 23 de agosto de 2015

La fe nos abre caminos de vida eterna y nos fiamos de Jesús porque sus palabras son siempre para nosotros palabras de vida eterna

La fe nos abre caminos de vida eterna y nos fiamos de Jesús porque sus palabras son siempre para nosotros palabras de vida eterna

Jos. 24, 1-2.15-18; Sal. 33; Ef. 5, 21-32; Jn. 6, 61-70
Hay ocasiones en la vida en que nos vemos en la tesitura de tener que tomar una decisión importante que incluso puede ser trascendental para nuestra vida. Bien sea por los problemas que se nos presentan que tenemos que afrontar con decisión y valentía, o bien sea por un futuro que se abre ante nosotros que quizá se nos puede presentar incierto y nos llena de dudas o también pudiera ser un campo nuevo que se abre ante nosotros prometedor de muchas esperanzas.
Estarán en juego muchas cosas; nos sentiremos como zarandeados en medio de un mar de dudas, podemos tener miedo ante ese nuevo planteamiento de la vida, se hace crisis en cierto modo en nuestro interior. Ahí tiene que manifestarse la serenidad con que afrontamos la vida y la madurez que vamos alcanzando.
Como decíamos son los problemas que tenemos que afrontar, o pudiera ser el planteamiento de una vocación o de un sentido de la vida. Son decisiones que hemos de saber tomar, es la confianza que podamos tener en nosotros mismos y en nuestra prudencia humana será también lo que nos confiemos a la orientación o consejo que podamos recibir de quienes nos rodean y en quienes nos confiamos. Todo esto en múltiples aspectos de la vida, como podemos comprender fácilmente.
Me estoy haciendo esta reflexión al hilo de los hechos que contemplamos hoy en la Palabra proclamada. Será por una parte Josué a la entrada de la tierra prometida el que le plantee al pueblo su adhesión a la fe del Dios de la Alianza que les ha liberado de Egipto y les ha conducido por el desierto atravesando primero el mar Rojo y luego el Jordán hasta la tierra que le había prometido. ‘Escoged a quién servir: a los dioses a quienes sirvieron vuestros antepasados al este del Eufrates o a los dioses de los amorreos, en cuyo país habitáis. Yo y mi casa serviremos al Señor’, les dice.
Por su parte en el evangelio contemplamos la crisis que se ha suscitado en los discípulos y todos aquellos que primero le habían seguido en el desierto cuando la multiplicación de los panes y ahora han venido hasta la sinagoga de Cafarnaún ante las palabras de Jesús que anuncian el Pan de Vida. ‘Muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?’, y lo criticaban. ‘Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él’. Incluso entre los más cercanos, los doce, parecía también que aparecían sus vacilaciones y dudas, de manera que Jesús les preguntará: ‘¿También vosotros queréis marcharos?’
Allá en Siquén fue clara la respuesta y la confesión de fe del pueblo: ‘¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de Egipto, de la esclavitud; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre los pueblos por donde cruzamos. Nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios’.
Ahora en la sinagoga de Cafarnaún será Pedro el que tomará la palabra para responder en nombre de los doce: ‘Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios’. No había dudas aunque volvieran los momentos oscuros todavía muchas veces a la vida. Pero allí estaba la decisión firme y valiente, arriesgándolo todo por el Señor. ‘¿A quien vamos a acudir?’ Ponían toda su confianza en la Palabra de Jesús. Eran palabras de vida eterna. Como les había dicho Jesús: Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida’. Y allí estaba Pedro reconociéndolo.
Y nosotros, ¿qué hacemos? ¿Podemos repetir esas mismas palabras de Pedro? ¿Podremos hacer una profesión de fe que implique toda nuestra vida reconociendo la acción de Dios en nuestra historia, como lo hacia el pueblo judío allá en Siquén ante la pregunta de Josué?
Tenemos que saber escuchar allá en lo más hondo de nosotros mismos esa Palabra de vida de Jesús y plantarla de verdad en nuestra vida. Nos entran dudas en muchas ocasiones, pasamos por crisis de todo tipo, nos preguntamos quizá si merece la pena, nos suenan los cantos de sirena de otras cosas que nos quieren atraer por otros caminos, nos vemos envueltos en múltiples incertidumbres. Otras veces los problemas nos agobian y nos hacen verlo todo oscuro; nos vemos obligados en ocasiones a tomar decisiones que van a afectar toda nuestra vida y no sabemos o no tenemos claro lo que va a venir después.
Pero hemos de aprender a fiarnos del Señor. Sus palabras son espíritu y vida. Esa experiencia de nuestra vida donde tantas veces hemos sentido tan cercana su presencia tenemos que revivirla en nosotros, hacerla formar parte de la profesión vital de nuestra fe. ¿A quien vamos a acudir? ¿Dónde vamos a encontrar esas palabras de vida eterna? ¿Dónde podremos sentir esa paz en nuestro corazón que solo sentimos cuando estamos con Dios?
Caminemos guiados por la fe y por la esperanza. Hemos venido escuchando cómo Cristo se hace Pan de vida porque quiere que tengamos vida para siempre. Pongamos toda nuestra fe en El y comámosle que sabemos que tenemos asegurada la resurrección y la vida eterna.