La voz que gritaba en el desierto gritó más fuerte desde el silencio de Maqueronte cuando se le quería acallar
1Tesalonicenses
4,13-18; Sal 95; Marcos 6, 17-29
Era la voz que gritaba en el desierto; fue la voz que
gritó desde el silencio de la fortaleza de Maqueronte aun cuando se le quería
hacer callar.
Los profetas habían anunciado al que iba a venir a
preparar los caminos del Señor. ‘Una voz
grita en el desierto: Preparad los caminos del Señor…’ Y había surgido un hombre, enviado por
Dios, su nombre era Juan, vestido de piel de camello y se alimentaba de miel
silvestre. A él acudían de todas partes. Los invitaba a la conversión, a la
transformación de sus vidas porque llegaba el que había de venir. El solo era
la voz que anunciaba la llegada de la Palabra. El no era el Mesías ni el
Salvador sino el que había de venir para traernos la salvación como Cordero de
Dios que quita los pecados del mundo.
Su misión era solo ser el precursor. Había que
enderezar los caminos y allanar los valles, que todo lo torcido se enderece, lo
escabroso se iguale. Su voz resonaba en las conciencias. El Bautismo al que invitaba tenía que indicar
la voluntad de enderezar el corazón y la vida convirtiéndose de verdad al Señor
y reconociendo lo malo que podía haber en sus conciencias. A cada uno le iba
diciendo por donde había de enderezar su vida. Denunciaba lo que fuera injusto
o a quien obraba el mal. Había que quemar en la hoguera todo lo que hubiera de
malo en los corazones. Su voz era molesta en ocasiones; desde Jerusalén enviaban
embajadas para saber quién era o con qué autoridad se atrevía a predicar.
No es extraño que molestara también al tirano, al que
vivía solamente para los placeres y las orgías y más si su vida era irregular. Incitado
por Herodías a quien le molestaban más las palabras del profeta, Herodes
terminó encerrándolo en la mazmorra para hacerle acallar su voz. Pero su
garganta silenciada pronunciaba el grito más clamoroso y que iba a ser
recordado en la historia. El testimonio de su vida le hizo testigo para siempre
para que para siempre se escuchara su voz.
Hoy celebramos el martirio de Juan, escuchamos su grito
clamoroso. Cuando se rueda por la pendiente del mal se terminará cayendo en lo
más profundo del pecado del que nos costará más arrancarnos; cuando se entra en
esa espiral de oscuridades en la vida, maldades y de injusticias cada vez nos
llevará más lejos de donde podamos hallar la luz. Es el camino de la vida llena
de pasiones desordenadas, de cobardías y temores humanos que terminó en
estaciones de injusticia y de muerte en la vida de Herodes. Tenía un cierto
respeto temeroso a la voz del Bautista, pero pudo más en él la pasión y la
injusticia que había anidado en su hogar y en su corazón alimentada por
envidias y resentimientos.
Ante nosotros está hoy la voz que nos grita en nombre
del Señor a través de la figura de Juan en su martirio y que nos invita a
salirnos de los caminos del mal para que realicemos una verdadera conversión
del corazón. Es la llamada que nos invita a la valentía de saber arrancar de
nuestro corazón todas las negruras del pecado para que brille en nosotros para
siempre la luz. No nos valen las cobardías ni los respetos humanos cuando se
trata de hacer el bien y seguir los caminos del evangelio; el Espíritu del
Señor está con nosotros para darnos esa gracia y ese don de la fortaleza para
mantenernos firmes siempre en los caminos del Señor.
El testimonio de nuestra vida tiene que ser grito,
quizá muchas veces silencioso, en el testimonio callado de nuestra vida de cada
día llena de rectitud y siempre sobreabundante de amor.