Como necesitamos alimentar nuestro cuerpo cada día busquemos con ansia el alimento de la palabra de Dios que nos lleva por caminos de vida eterna
1Tes. 2, 9-13; Sal. 138; Mt. 23, 37-32
Cada día necesitamos alimentarnos para que nuestro
cuerpo tenga la energía que necesita para realizar todas sus actividades; es la
forma de mantener la vida y podamos realizarla en el complejo mundo de nuestra
existencia. Pero comprendemos que no es solo ese alimento, diríamos material,
que llega a nuestro estómago lo que necesitamos, porque nuestra existencia va
mucho más allá de unas funciones orgánicas que realice nuestro organismo.
Cada día nos hacemos nuestras propias reflexiones desde
lo que es la vida misma que vivimos o lo que observamos en nuestro entorno y
así encontramos motivos para nuestro existir, para nuestro caminar, para
desarrollar nuestras actividades, para nuestro encuentro y convivencia con los
demás. No simplemente vamos dejando pasar la vida sino que reflexionamos y
analizamos cuando nos sucede y cuanto podemos recibir también de los demás. Ahí
está esa sabiduría de la vida que nos hace profundizar en lo que somos, en lo
que vivimos o en lo que podemos trazarnos incluso para nuestro futuro. Son
reflexiones humanas que nos vamos haciendo que para eso estamos dotados de una
inteligencia que nos hace conocer y darle un sentido a nuestro vivir. Es un
alimento también de nuestra vida, ¡y qué precioso!, hemos de reconocer que va
haciendo crecer nuestro espíritu.
Pero hay algo más que nos ilumina interiormente y nos
hace crecer espiritualmente. Es el alimento de nuestra fe. En esa búsqueda de
sentido nos elevamos más allá de lo que es nuestra vida corporal y terrena
entrando en un mundo de trascendencia y de espiritualidad. Nos encontramos con
Dios, ultimo y más profundo sentido de nuestro existir. Y si somos humildes
para reconocer nuestra pequeñez, pero al mismo tiempo la grandeza espiritual de
la que hemos sido dotados nos abrimos a esa trascendencia y nos abrimos a Dios
que se hace presente en nosotros y viene a llenar nuestra vida de sentido y de
plenitud. Es nuestra actitud y nuestra postura de creyentes.
Y Dios quiere ofrecernos también cada día un alimento,
el alimento de su Palabra que viene a enriquecer nuestra vida. Y acudimos a la
Sagrada Escritura que nos contiene la revelación de Dios para allí escuchar su
Palabra y descubrir sus divinos designios sobre nosotros y abrimos nuestro
corazón para sentirle y escucharle allá en lo más hondo de nuestra vida. El
verdadero creyente quiere alimentarse de Dios y busca cada día ese alimento de
la Palabra de Dios. Quiere dejar sembrar en su corazón esa semilla de la
Palabra divina para hacer que fructifique en nosotros en nueva vida.
Ojalá tuviéramos siempre ese deseo de Dios en nuestro
corazón. Que nada enturbie esa búsqueda de Dios que ha de ser constante en
nuestra vida. Muchas veces los ajetreos de la vida misma, o también los
problemas que nos van apareciendo nos pueden llenar de nieblas nuestro corazón
e impedirnos ver a Dios, encontrarnos con Dios. Pero el creyente sabe que ahí
está siempre su amor y no deja que nada perturbe su espíritu ni le haga perder
la fe. Sembremos cada día su semilla en nuestro corazón, dejémonos iluminar por
la Palabra de Dios que nos conducirá por caminos de vida eterna.
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