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sábado, 5 de mayo de 2018

Lo importante en nuestra vida cristiana es que queremos sintonizar con el evangelio, ideal y sentido de nuestro ser, que nos hace verdaderos discípulos de Jesús


Lo importante en nuestra vida cristiana es que queremos sintonizar con el evangelio, ideal y sentido de nuestro ser, que nos hace verdaderos discípulos de Jesús

Hechos de los apóstoles 16, 1-10; Sal 99; Juan 15, 18-21

Las palabras de Jesús nos ayudan a ser realistas en la vida. Todos soñamos en algún momento con un mundo ideal, y por supuesto tenemos que luchar por alcanzarlo, bien desde esa lucha nuestra de cada día por ir haciendo mejor ese mundo en que vivimos, bien con la trascendencia y esperanza que vivimos la vida pensando que un día alcanzaremos la plenitud eterna en Dios.
El evangelio de Jesús nos hace mirar hacia lo alto, por un lado desde esa trascendencia como decimos con que vivimos nuestros actos, pero también porque tenemos que esforzarnos por ponernos metas altas que nos hagan elevarnos, no quedarnos arrastrándonos como si no pudiéramos más por esta tierra y este mundo que algunas veces se nos puede hacer tenebroso. Jesús nos ha ido presentando en el evangelio ese ideal de ese cielo nuevo y esa tierra nueva, de ese Reino de Dios que nos anuncia y que nos invita a construir y que nos hace que siempre estemos en ese deseo de superación y de crecimiento.
Pero esto no nos quita que tengamos dificultades, que encontremos oposición, que dentro de nosotros mismos surjan también tentaciones de desánimo o nos quieran hacer mirar hacia otros lados para distraernos del ideal. Por eso tenemos que ser realistas y caminar con los pies bien sobre la tierra, aunque encontremos esas durezas del camino, esas piedras que nos hacen tropezar, esos desniveles que nos desequilibran. Esa oposición la encontramos en nosotros mismos con nuestras pasiones, en ese desencanto y frialdad con que vemos vivir a la gente a nuestro lado y aun así nos parece que son felices, pero también en aquellos que se nos ponen en contra, porque no les gustan nuestros ideales ni el mundo nuevo que nosotros queremos construir.
Y como decíamos Jesús nos quiere hacer realistas, nos demos cuenta de la realidad. Esa realidad con la que El se encontró y que le llevó hasta el calvario y la muerte; lo vemos continuamente en el evangelio que no todos son tan forofos de los que dice o enseña Jesús, que muchos van a estar en contra, que se va larvando una oposición e incluso persecución. Distintos momentos veremos o que quieren apedrearle, tirarle por un barranco, prenderle, o muchos se marchan también desencantados porque no es lo que ellos buscaban o les parecen duras e insoportables las palabras de Jesús.
De todo eso nos previene hoy Jesús con sus palabras en el evangelio. Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo…’ Porque a nosotros nos sucede igual, porque el mundo que nos rodea, incluso aquellos que aparentemente puede aparecer muy religiosos con sus tradiciones o devociones, sin embargo no siempre sintonizan con el evangelio. Y viene a decirnos Jesús: No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán…’
Y eso ha de ser importante en nuestra vida cristiana. Que vivamos una vida cristiana porque queremos sintonizar con el evangelio y convertirlo en ideal y sentido de nuestra vida; es lo que verdaderamente nos hace cristianos que seguimos a Jesús. Es la revisión constante que tenemos que hacer de nuestra vida, de nuestros planteamientos, de nuestra manera de actuar para que seamos fieles a los valores que nos enseña Jesús en el Evangelio y verdaderamente Dios sea el centro de nuestra vida con todas sus consecuencias.

viernes, 4 de mayo de 2018

Nos sentimos inflamados de amor porque nos sabemos elegidos y amados de Dios entrando en la onda de su amor


Nos sentimos inflamados de amor porque nos sabemos elegidos y amados de Dios entrando en la onda de su amor

Hechos 15,22-31; Sal 56; Juan 15, 12-17

‘Hay amigos que son mas afectos que un hermano, aunque los hay también que nos llevan a la ruina’. Siempre recuerdo este pensamiento tomado de los libros sapienciales del Antiguo Testamento, aunque ahora no soy capaz de dar la cita concreta, pero que leí y medité hace mucho tiempo. Pensando sobre todo en lo positivo somos conscientes de esa verdad, de esos amigos que son mucho para nosotros, con quienes compartimos todo, que los sentimos cerca de nosotros en toda circunstancia, que son un estimulo para nuestra vida, y su presencia nos ayuda a crecer más y más como personas. No son familia de carne y sangre, pero entran en un rango de familia que es inigualable.
Me ha venido ese pensamiento escuchando lo que hoy nos expresa el evangelio, la forma en que Jesús trata a los discípulos, a los apóstoles. A ellos les ha ido revelando los secretos de su corazón, a ellos se manifiesta con una ternura especial. Por eso les dice que  no son siervos, que son amigos, queriendo darle a esa palabra toda la hondura que se merece. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer’.
Nos lo está diciendo a nosotros también. Somos los amados del Señor. Para nosotros también abre su corazón, pero además nos llena de su Espíritu para que seamos nosotros también los que abramos nuestro corazón para recibirle, para acogerle, para vivirle. Nos descubre lo que es la voluntad del Señor, todo lo que es el misterio de Dios, pero nos ilumina con la sabiduría de su Espíritu para que podamos conocer a Dios, para que podamos llenarnos de Dios.
Y un detalle importante, todo eso porque El ha querido. Ha sido El quien nos ha elegido. Es importante, es cierto, nuestra respuesta, pero cuidado no pensemos que lo que llegamos a ser es por la respuesta que nosotros demos. Es un don del Señor, es un regalo de Dios. El amor de Dios fue primero; ya nos lo dice claramente san Juan en sus cartas; no es que nosotros hayamos amado a Dios sino que El nos amó primero. ‘Yo os he elegido, nos dice hoy Jesús, y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure’.
Y ahora sí, después de ser conscientes de esa elección de amor, tenemos que pensar en nuestra respuesta. Entramos en una onda de amor, en una órbita de amor. Y ese amor ha de inundar nuestra vida; y ese amor ha de expresarse en toda nuestra respuesta, en toda nuestra vida. Esa ha de ser nuestra relación con Dios. Por eso nos explicaba santa Teresa del sentido de nuestra oración, tratar de las cosas que queremos o deseamos con aquel que sabemos que nos ama. Y al que también amamos, tendríamos que añadir.
Nuestra oración tiene que estar inflamada por ese amor que sabemos que Dios nos tiene pero que nosotros queremos también tener. Así hemos de sentir ese calor del amor en nuestro corazón. Nuestra oración no puede ser nunca algo frió, rutinario, repetitivo, simplemente ritual. ¿Es así como nos tratamos con aquellos a los que amamos?
Cuando los amigos que se quieren de verdad se encuentran, hablan y hablan sin cansarse, siempre con alegría e ilusión, siempre compartiendo y contando todo lo que es su vida, siempre abriendo totalmente el corazón, sin medidas de tiempo, convirtiendo en eternidad el tiempo que estamos juntos, simplemente gozando de la presencia del amigo sin necesidad muchas veces de decir muchas cosas. ¿Es la manera como hacemos nuestra oración?

jueves, 3 de mayo de 2018

Démosle un verdadero sentido a esa cruz que hemos plantado en tantos rincones de nuestra tierra y que sea siempre un signo de reconciliación, de amor y de vida.


Démosle un verdadero sentido a esa cruz que hemos plantado en tantos rincones de nuestra tierra y que sea siempre un signo de reconciliación, de amor y de vida.

Hoy en nuestra tierra, hablo al menos de mi tierra canaria aunque sé que por la mayoría de las naciones de tradición latina sucede de manera semejante, amanece el día con una profusión de altares rebosantes de flores en torno a la cruz; en cualquier rincón, en la orilla de los caminos, en la cresta de las montañas o en los bordes de nuestros barrancos, en el centro de nuestras plazas o en cualquier cruce de caminos o de nuestras calles, en los patios de nuestras casas, o en los rincones preferidos de nuestros hogares nos encontraremos una cruz adornada con profusión de flores.
Es la fiesta de la Cruz. Antaño litúrgicamente se celebraba en este día ‘la invención de la santa cruz’, que era la conmemoración del encuentro de la cruz de Cristo por santa Elena allá en el siglo IV junto al gólgota en el lugar de la crucifixión de Cristo.
Es cierto que litúrgicamente la Exaltación de la Santa Cruz la celebramos el 14 de setiembre que en general se convierte en la fiesta del Cristo Crucificado, pero en la devoción y tradición popular es en el 3 de Mayo cuando el pueblo celebra la fiesta de la Cruz en muchos lugares, además de los adornos mencionados, con gran solemnidad y grandes festejos.
En nuestra tierra canaria se recuerda el hecho histórico de la conquista de las islas y en especial en Tenerife y La Palma la fundación de las ciudades capitales de las islas con su propio nombre está relacionada con esta fecha. No en vano el conquistador al poner pie en nuestra tierra plantaba la Cruz allí en la misma playa como un signo de la protección divina que pedía para su conquista y como inicio de la cristianización de aquella tierra.
Más allá de esos recuerdos históricos sin embargo permanece esa devoción a la cruz entre nuestras gentes de manera que ante cualquier suceso extraordinario o doloroso que se pudiera vivir, allí se dejaba como una señal plantada la cruz. Por eso encontramos esa profusión de cruces en caminos, barrancos, montañas o acantilados, recuerdo de momentos duros quizá para familias o pueblos, pero también como signo de salvación que siempre es el significado de la cruz. No se recuerda quizá el origen de aquella cruz concreta al paso de los años, pero allí queda levantada como una señal que para nosotros los cristianos tiene tan hondo significado.
Es cierto que fácilmente se rodea de supersticiones y poco sentido cristiano de la misma manera que convertimos la cruz en un adorno de alguna manera ostentoso y superficial, lejano al verdadero sentido de la cruz. Y es ahí donde un verdadero cristiano ha de reflexionar hondamente para descubrir y resaltar su verdadero sentido. La cruz, podríamos pensar, es un signo de muerte, pero para nosotros los cristianos es un signo, el más hermoso signo, del amor y de la vida. porque ese fue el sentido de Cristo, por eso el pendió del madero de la cruz como señal de la mas profunda a la vez que cruenta entrega que nos habla del amor, que nos habla de perdón y que nos habla de vida.
La cruz para el cristiano es signo de reconciliación porque muriendo Cristo en la cruz derribó el muro que nos separaba para que viviéramos en la más hermosa reconciliación con Dios y con los hermanos. Ojalá esa cruz que contemplamos continuamente al borde de nuestros caminos y tan presente está en nuestra vida nos empuje siempre a la reconciliación y al encuentro; es lo que tendría que recordarnos y así fuera punto de encuentro cuando tenemos diferencias con el hermano, con el amigo o con el vecino para que así encontráramos la verdadera paz del corazón.
Démosle un verdadero sentido a esa cruz que hemos plantado en tantos rincones de nuestra tierra y que sea siempre un signo de reconciliación, de amor y de vida.

miércoles, 2 de mayo de 2018

El sarmiento tiene que estar bien unido a su cepa de la que pueda obtener la savia que le alimente y le puede hacer llegar a dar buenos frutos así nosotros unidos a Jesús


El sarmiento tiene que estar bien unido a su cepa de la que pueda obtener la savia que le alimente y le puede hacer llegar a dar buenos frutos así nosotros unidos a Jesús

Hechos de los apóstoles 15, 1-6; Sal 121; Juan 15, 1-8

Nos lo repite Jesús en el evangelio, que lo que El quiere es que nosotros demos fruto y fruto abundante. No se entiende que no demos fruto. Y Jesús cuando pasa por el camino y se acerca a una frondosa higuera y ve que en ella no hay fruto la maldice. Pero al mismo tiempo veremos al dueño de la higuera que viene cada año a buscar fruto a su higuera y al no encontrarla querrá arrancarla porque de nada le sirve sino que es un estorbo en su terreno, pero el agricultor le dice que la cavará y la abonará un año más y tenga que paciencia que al año tendrá fruto.
Pero nos habla también en el evangelio del propietario que sale una y otra vez a las calles y plazas en busca de trabajadores para su viña, y a todos los envía allá para que ellos obtengan fruto y beneficio con su trabajo. Igualmente nos propone la parábola del que preparó muy bien viña, dotándola de lagar y buena casa para el guarda para arrendarla a unos labradores que le proporcionaran cada año el fruto y beneficio de aquella viña.
Todo nos está hablando del fruto que Dios pide de nuestra vida. Y pensamos en los dones y cualidades con los que nos ha dotado a cada uno que tenemos que hacer fructificar porque los talentos no son para enterrarlos sino para hacer que tengan su beneficio para nosotros y para cuantos nos rodean en ese mundo en el que vivimos.
¿Cómo podemos llegar a dar ese fruto? Bien sabemos que algunas veces la tierra parece que se nos hace infructuosa, o que nos pueden aparece plagas dañinas que nos hagan perder toda la cosecha que quizá con tanto esfuerzo antes habíamos trabajado, que nos pueden aparecer ventiscas y temporales que puedan poner en peligro nuestra producción, que las malas hierbas y los abrojos pueden mezclarse con nuestras buenas plantas que les mermen su fructuosidad, que muchas cosas al menor descuido pueden poner peligro el fruto de nuestros trabajos, y así muchas cosas más.
Hoy nos viene a decir Jesús que una sola cosa nos hace falta. El sarmiento tiene que estar bien unido a su cepa, de la que pueda obtener la savia que le alimente y le puede hacer llegar a dar buenos frutos. Creo que entendemos lo que nos quiere decir Jesús. ‘Sin mi no podéis hacer nada’. Un día Pedro había dicho ‘en tu nombre echaré la red’ y la red se llenó de peces hasta casi reventar donde parecía que allí no había peces.
‘El que permanece en mi y yo en El ese dará fruto abundante’, nos dice Jesús hoy. Claro que podemos dar fruto, que no los vamos a dar por nosotros mismos, sino desde la unión que mantengamos con Jesús. Es su gracia la que nos hace fecundos y hará fructificar de verdad nuestra vida.
Tenemos que abonar nuestra vida con la gracia del Señor, pero tenemos que cuidar debidamente la planta de nuestra vida para que no se desarrolle en ramas infructuosas. Hay que realizar la poda cada año para poder tener una planta robusta y fecunda. Cuantas cosas tendremos que podar en nuestra vida, porque tantas cosas maléficas se nos pueden meter en ella. No podemos dejar crecer esos abrojos a nuestro alrededor metiéndonos en terrenos de zarzales que en peligro pueden poner la integridad de nuestra vida.
Con las imágenes que nos ofrece esta alegoría con la que Jesús nos habla se nos está presentando todo un programa de ascesis, de superación, de purificación que necesitamos en nosotros. Muchos apegos nos pueden ir apareciendo a los que en principio quizá no damos importancia pero que se pueden convertir en plagas o malas hierbas que nos impidan el desarrollo de una vida santa. Como el agricultor que está siempre atento y vigilante a los cultivos que realiza para poder obtener una buena cosecha, así tenemos que estar atentos y vigilantes en el camino de nuestra vida cristiana.
Cada día le pedimos al Señor que no nos deje caer en la tentación y que nos libere del mal, porque nosotros queremos avanzar, crecer, madurar y no queremos que nada malogre nuestra vida. ‘Asi recibirá gloria nuestro Padre del cielo’, como nos dice Jesús.

martes, 1 de mayo de 2018

Ansiamos y buscamos la paz, pero le pedimos al Señor que nos inunde siempre de su verdadera paz


Ansiamos y buscamos la paz, pero le pedimos al Señor que nos inunde siempre de su verdadera paz

Hechos de los apóstoles 14, 19-28; Sal 144; Juan 14, 27-31a

La paz es un ansia grande que todos llevamos en el corazón. Todos queremos la paz; todos buscamos la paz. Todos sentimos en lo más hondo de nosotros mismos la amargura de la falta de paz cuando nos sucede algo que nos inquieta o nos perturba.
Todos somos sensibles, no sé si algunas quizá lo disimulamos, ante los problemas del mundo que carece de paz; y pensamos en las guerras, en la violencia que florece como mala hierba por tantos lados en nuestro mundo. Y esas guerras y violencias las contemplamos en esas imágenes que hoy casi en directo nos ofrecen los medios de comunicación; naciones que se enfrentan unas contra otras; enfrentamientos entre pueblos hermanos y que siempre habían convivido; atentados violentos donde mueren tantos inocentes. Andamos muy divididos en nuestro mundo y en consecuencia con mucho sufrimiento y con mucho dolor. Son noticias que nos llegan casi a diario – ayer mismo escuchábamos de violentos atentados -, y lo malo que terminemos acostumbrándonos y perdiendo la sensibilidad.
Pero nos duele la falta de paz cuando en nuestra cercanía, a nuestro lado contemplamos también rivalidades y enfrentamientos, violencias de todo tipo en que nos hacemos daño los unos a los otros, familias rotas y divididas por falta de entendimiento y armonía, amistades que se rompen y cuesta reconstruir, resentimientos en el corazón que se hacen difíciles de curar, y así podríamos pensar en tantas cosas que anidamos en el corazón y tanto daño nos hacen por dentro.
Pero ya no son solo las rupturas que podamos tener con los demás que se manifiestan de tantas formas violentas, sino que pensamos en nuestro interior tan lleno de sufrimientos tantas veces que no nos dejan dormir en paz, como se suele decir. Nos sentimos muchas veces divididos en nuestro interior; sentimos quizá el mal que hayamos podido hacer consciente o inconscientemente muchas veces y que luego no sabemos cómo reparar; nos sentimos turbados por cosas que nos suceden, por ambiciones que podamos tener dentro de nosotros y donde no sabemos discernir suficientemente qué es lo bueno que hemos de buscar; muchas veces la paz la perdemos en nuestro interior por un mal entendido con alguien, por una falta de comprensión, porque no nos sentimos valorados lo suficiente en aquello que nosotros aspiramos y nuestro orgullo se resiente, y así tantas cosas. ¿Tenemos que vivir siempre con ese desequilibrio, con esa falta de paz?
Hoy Jesús nos dice que nos quiere dar la paz. Recordamos que ese fue su saludo pascual cuando se manifestaba resucitado a los discípulos. Fue también el anuncio del ángel a los pastores a la hora de su nacimiento. Hoy nos dice que nos quiere dar la paz, pero que tenemos que buscar la verdadera paz, la paz que nos da autentico sentido y valor.  No es a la manera del mundo, nos dice, por medio de conquistas quizá contra los demás; es la paz que tenemos que sabernos ganar en nuestro interior, es la paz que fundamentamos en el amor verdadero, es la paz que nos hace descubrir el verdadero valor y sentido de todo hombre, de toda persona.
Tenemos que buscar esa paz que nos da el Señor; tenemos que buscar una paz a la manera de la paz que El nos da. Es la paz llena de comprensión y que es capaz de perdonar; es la paz que busca siempre el bien del otro; es la paz que nos hace sentir en una armonía interior porque nunca queremos herir a los demás y somos incluso capaces de disimular las heridas que nos puedan causar los demás; es la paz que nos hace actuar desde la sinceridad, la autenticidad de la vida; es la paz que buscamos trabajando también por la justicia fundamento de una paz autentica.
Señor, danos siempre de tu paz.

lunes, 30 de abril de 2018

El Espíritu del Señor nos lo revelará todo, nos hará sentir su presencia, nos inundará de la sabiduría de Dios para que en cada momento sepamos ver las obras de Dios


El Espíritu del Señor  nos lo revelará todo, nos hará sentir su presencia, nos inundará de la sabiduría de Dios para que en cada momento sepamos ver las obras de Dios

Hechos de los apóstoles 14,5-18; Sal 113; Juan 14, 21-26

Alguna vez nos sucede que cuando alguien tiene una confidencia especial con nosotros nos sentimos en cierto modo, además de agradecidos, abrumados por la confianza que han tenido con nosotros de la que no nos sentimos merecedores. ¿Por qué a mí? ¿Por qué yo? Nos preguntamos y preguntamos quizá a aquel que ha tenido esa confianza con nosotros.
De la confianza tenemos que hacernos dignos aunque no nos sintamos merecedores, pero a ello hemos de corresponder nosotros de alguna manera mostrándonos con confianza y agradecimiento a quien tiene esos detalles con nosotros.
Es cierto que no a todos ni siempre abrimos de la misma manera el corazón a los demás, pero sí tenemos que aprender a crear niveles de cercanía con los que nos rodean para que haciendo el camino de la vida juntos, al mismo tiempo sepamos apoyarnos mutuamente los unos en los otros. Así el camino, sobre todo cuando vengan momentos difíciles o dolorosos, se nos hace más fácil y llevadero al sentir ese apoyo del que va a nuestro lado. El contemplar la intima inquietud del otro nos sirve de estímulo en nuestro esfuerzo y nos impulsa a mantenernos en ese camino resto aunque sea costoso.
Me fue surgiendo esta reflexión a partir de la reacción que Judas – como dice muy el evangelista, no el Iscariote – tuvo ante las confidencias que Jesús les estaba haciendo aquella noche de la cena pascual. ¿Por qué has tenido esta confianza con nosotros y así te manifiestas?  ‘Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?’ Y es que como hemos venido comentando Jesús les estaba abriendo su corazón. Pero aun nos dirá más, porque nos anuncia la presencia y la sabiduría de su Espíritu para que podamos comprender todas las cosas. ‘Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho’.
Ellos podían tener la sintonía con el Señor, porque aun cuando se sentían débiles e incluso aquella debilidad se iba a manifestar de forma escandalosa aquella misma noche cuando todos le abandonarían e huirían, sin embargo habían entrado en una sintonía de amor con Jesús. Y el Espíritu del Señor  nos lo revelará todo, nos hará sentir su presencia, nos inundará de la sabiduría de Dios para que en cada momento sepamos ver las obras de Dios, vivamos en su presencia y realicemos las obras del amor.
Somos débiles también y de muchas maneras se manifiesta esa debilidad en nuestra vida en tantos momentos que se nos vuelven negros porque no sabemos ser siempre fieles, pero tendríamos que saber mantenernos en esa sintonía de amor. Le amamos y nos queremos esforzar en cumplir su mandamiento para que así sintamos ese amor del Padre también sobre nosotros. ‘Y yo también lo amaré y me revelaré a él’, nos dice Jesús. Pero sigue diciéndonos algo muy hermoso. ‘El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él’. Dios quiere morar en nuestro corazón. Es el Dios que planta su tienda entre nosotros, pero aun más quiere habitar en nosotros si en verdad le amamos y guardamos su palabra.
Es una dicha grande, es un gozo grande para nuestro corazón. Se nos manifiesta, se nos revela, y nos llena de su amor y de su vida. ¿Cómo correspondemos a tanto amor? Le damos gracias pero queremos mantenernos siempre en ese amor siendo por nuestras obras de amor signo de Dios para los demás.   

domingo, 29 de abril de 2018

Unidos a Jesús como los sarmientos a la vid tendremos la fuerza de la gracia y la luz del Espíritu para que podamos dar fruto en abundancia


Unidos a Jesús como los sarmientos a la vid tendremos la fuerza de la gracia y la luz del Espíritu para que podamos dar fruto en abundancia

Hechos 9, 26-31; Sal. 21; 1Juan 3, 18-24; Juan 15, 1-8

Las imágenes de la naturaleza nos lo explican claramente; si desgajamos la rama de un árbol ya sabemos que pronto se secará y el fruto que quizás en su momento nos prometió con sus hermosas flores pronto se verá malogrado y nos servirá; igualmente si queremos poner producción unos terrenos donde o tengamos árboles frutales, o queramos sembrar cualquier otra cosa, sabemos que el terreno tenemos que cuidarlo, abonarlo debidamente, limpiarlo de los abrojos y matorrales que pudieran ahogarnos aquello que hayamos plantado para su producción.
Pero igualmente en la vida algunos tendemos a querer ir por nuestra cuenta, querernos hacernos las cosas solos sin contar con la colaboración de los demás y veremos que no siempre será eficaz, porque en las dificultades que en si mismas vamos a encontrar para salir adelante, nos faltará también el aliento de quien esté a nuestro lado, confíe en nosotros para realizar aquellos planes que tengamos, y pronto nos puede aparecer el cansancio o el aburrimiento si no conseguimos lo que queremos con la prontitud y el fruto deseado. Bien sabemos que en la vida no podemos ir a nuestro aire, no podemos caminar solos, sino que por nuestra propia naturaleza estaremos siempre interrelacionados los unos con los otros.
De todo esto  nos quiere hablar Jesús e igualmente nos va a proponer unas imágenes tomadas igualmente de la naturaleza. Nos habla hoy con la imagen de la vid, como ya en otros momentos del mismo evangelio o en su conjunto de la Biblia se nos ha hablado de la viña. Recordamos el canto de amor de mi amigo a su viña, del antiguo testamento, o nos habla Jesús en las parábolas, ya fuera de los obreros contratados para trabajar en su viña, o de la viña que aquel propietario preparó cuidadosamente y que dio en arriendo a unos labradores para que le rindieran los frutos a su tiempo.
Pero hoy desde la imagen de la vid y los sarmientos nos está hablando algo más. Será si nuestro trabajo que ha de producir fruto, como se nos dice en las parábolas, pero ahora nos está diciendo donde nosotros podemos tener el alimento y la fuerza para que en verdad podamos vivir y llegar a dar fruto. Los sarmientos no pueden estar desgajados de la cepa, de la vid; como igualmente no podemos tener sarmientos ociosos que podríamos decir, que no nos valen, no nos pueden dar frutos, chupones como dicen los agricultores, que se van en ramaje pero no llegan a producirnos frutos, no nos llegan a dar uvas.
‘Yo soy la vid, vosotros los sarmientos, nos dice Jesús; el que permanece en mi y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mi no podéis hacer nada’. Está claro el mensaje que nos quiere dar Jesús. No podemos ser un sarmiento que vayamos por nuestro lado; así no podemos dar fruto, así no podremos tener vida, así nada somos ni nada valemos. Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca; luego los  recogen y los echan al fuego, y arden’. Pero esa es nuestra gran tentación.
Cuantas veces tendemos a ir por nuestro lado por nuestra cuenta; a cuantos nos encontramos por la vida que dicen que son buenos, y no lo negamos, pero que ellos no necesitan ni de evangelio, ni de iglesia, ni de religión, ni de Dios. Qué fácilmente nos podemos desviar; qué pronto pueden aparece en nosotros los orgullos que nos endiosan y ya nos creemos sobre pedestales que por algo bueno que hagamos estamos siempre pidiendo reconocimientos y valoraciones de lo que hacemos.
Todos podemos sentir la tentación de una forma o de otra; con que facilidad vemos a algunos que quizá comenzaron con buena voluntad haciendo cosas buenas por los demás y no se lo vamos negar, pero pronto se creyeron imprescindibles, se creían ya que ellos eran los únicos que sabían hacer las cosas, que se creyeron los salvadores del mundo en tantas situaciones que quizá todos veíamos que tendrían que cambiar, pero pronto aparecen las ambiciones, nos llenamos de la soberbia del poder, podemos tender a manipular lo que sea buscando unos réditos para mi vida o unos beneficios no solo ya de influencia sobre los demás sino también de tipo material o económico.
Y es que nuestra unión con Jesús, como nos dice hoy el evangelio, del sarmiento a la vid, no solo es la fuerza de la gracia que voy a recibir porque es de Dios de donde la puedo obtener de verdad, sino que es la luz del Espíritu en nuestro corazón que nos hace aspirar a mejorar nuestra propia vida, nos hace escuchar algo que nos hace pensar, nos va iluminando con esa luz del evangelio para que no perdamos el rumbo de nuestra vida.
Muchas mas reflexiones podríamos seguir haciéndonos a partir de estas imágenes que nos ofrece hoy Jesús en el evangelio. Muchas cosas tenemos que revisar en nuestra vida, porque siempre pueden aparecer en nosotros ramajes que tendríamos que podar para que haya una verdadera pureza interior. Mucho tendríamos que revisarnos en como vivimos nosotros esa unión con Jesús, ya sea desde nuestra oración, ya sea en la vivencia sacramental, en la participación en la Eucaristía, en nuestra unión y comunión de Iglesia que siempre hemos de vivir.
Pensemos, pues, que así, unidos a Jesús, podremos siempre dar gloria al Señor. Aquello que expresamos en el momento cumbre de la doxología final de la plegaria eucarística. Por Cristo, con Cristo, en Cristo, unidos en el Espíritu damos gloria y honor a Dios por los siglos de los siglos.