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domingo, 29 de abril de 2018

Unidos a Jesús como los sarmientos a la vid tendremos la fuerza de la gracia y la luz del Espíritu para que podamos dar fruto en abundancia


Unidos a Jesús como los sarmientos a la vid tendremos la fuerza de la gracia y la luz del Espíritu para que podamos dar fruto en abundancia

Hechos 9, 26-31; Sal. 21; 1Juan 3, 18-24; Juan 15, 1-8

Las imágenes de la naturaleza nos lo explican claramente; si desgajamos la rama de un árbol ya sabemos que pronto se secará y el fruto que quizás en su momento nos prometió con sus hermosas flores pronto se verá malogrado y nos servirá; igualmente si queremos poner producción unos terrenos donde o tengamos árboles frutales, o queramos sembrar cualquier otra cosa, sabemos que el terreno tenemos que cuidarlo, abonarlo debidamente, limpiarlo de los abrojos y matorrales que pudieran ahogarnos aquello que hayamos plantado para su producción.
Pero igualmente en la vida algunos tendemos a querer ir por nuestra cuenta, querernos hacernos las cosas solos sin contar con la colaboración de los demás y veremos que no siempre será eficaz, porque en las dificultades que en si mismas vamos a encontrar para salir adelante, nos faltará también el aliento de quien esté a nuestro lado, confíe en nosotros para realizar aquellos planes que tengamos, y pronto nos puede aparecer el cansancio o el aburrimiento si no conseguimos lo que queremos con la prontitud y el fruto deseado. Bien sabemos que en la vida no podemos ir a nuestro aire, no podemos caminar solos, sino que por nuestra propia naturaleza estaremos siempre interrelacionados los unos con los otros.
De todo esto  nos quiere hablar Jesús e igualmente nos va a proponer unas imágenes tomadas igualmente de la naturaleza. Nos habla hoy con la imagen de la vid, como ya en otros momentos del mismo evangelio o en su conjunto de la Biblia se nos ha hablado de la viña. Recordamos el canto de amor de mi amigo a su viña, del antiguo testamento, o nos habla Jesús en las parábolas, ya fuera de los obreros contratados para trabajar en su viña, o de la viña que aquel propietario preparó cuidadosamente y que dio en arriendo a unos labradores para que le rindieran los frutos a su tiempo.
Pero hoy desde la imagen de la vid y los sarmientos nos está hablando algo más. Será si nuestro trabajo que ha de producir fruto, como se nos dice en las parábolas, pero ahora nos está diciendo donde nosotros podemos tener el alimento y la fuerza para que en verdad podamos vivir y llegar a dar fruto. Los sarmientos no pueden estar desgajados de la cepa, de la vid; como igualmente no podemos tener sarmientos ociosos que podríamos decir, que no nos valen, no nos pueden dar frutos, chupones como dicen los agricultores, que se van en ramaje pero no llegan a producirnos frutos, no nos llegan a dar uvas.
‘Yo soy la vid, vosotros los sarmientos, nos dice Jesús; el que permanece en mi y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mi no podéis hacer nada’. Está claro el mensaje que nos quiere dar Jesús. No podemos ser un sarmiento que vayamos por nuestro lado; así no podemos dar fruto, así no podremos tener vida, así nada somos ni nada valemos. Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca; luego los  recogen y los echan al fuego, y arden’. Pero esa es nuestra gran tentación.
Cuantas veces tendemos a ir por nuestro lado por nuestra cuenta; a cuantos nos encontramos por la vida que dicen que son buenos, y no lo negamos, pero que ellos no necesitan ni de evangelio, ni de iglesia, ni de religión, ni de Dios. Qué fácilmente nos podemos desviar; qué pronto pueden aparece en nosotros los orgullos que nos endiosan y ya nos creemos sobre pedestales que por algo bueno que hagamos estamos siempre pidiendo reconocimientos y valoraciones de lo que hacemos.
Todos podemos sentir la tentación de una forma o de otra; con que facilidad vemos a algunos que quizá comenzaron con buena voluntad haciendo cosas buenas por los demás y no se lo vamos negar, pero pronto se creyeron imprescindibles, se creían ya que ellos eran los únicos que sabían hacer las cosas, que se creyeron los salvadores del mundo en tantas situaciones que quizá todos veíamos que tendrían que cambiar, pero pronto aparecen las ambiciones, nos llenamos de la soberbia del poder, podemos tender a manipular lo que sea buscando unos réditos para mi vida o unos beneficios no solo ya de influencia sobre los demás sino también de tipo material o económico.
Y es que nuestra unión con Jesús, como nos dice hoy el evangelio, del sarmiento a la vid, no solo es la fuerza de la gracia que voy a recibir porque es de Dios de donde la puedo obtener de verdad, sino que es la luz del Espíritu en nuestro corazón que nos hace aspirar a mejorar nuestra propia vida, nos hace escuchar algo que nos hace pensar, nos va iluminando con esa luz del evangelio para que no perdamos el rumbo de nuestra vida.
Muchas mas reflexiones podríamos seguir haciéndonos a partir de estas imágenes que nos ofrece hoy Jesús en el evangelio. Muchas cosas tenemos que revisar en nuestra vida, porque siempre pueden aparecer en nosotros ramajes que tendríamos que podar para que haya una verdadera pureza interior. Mucho tendríamos que revisarnos en como vivimos nosotros esa unión con Jesús, ya sea desde nuestra oración, ya sea en la vivencia sacramental, en la participación en la Eucaristía, en nuestra unión y comunión de Iglesia que siempre hemos de vivir.
Pensemos, pues, que así, unidos a Jesús, podremos siempre dar gloria al Señor. Aquello que expresamos en el momento cumbre de la doxología final de la plegaria eucarística. Por Cristo, con Cristo, en Cristo, unidos en el Espíritu damos gloria y honor a Dios por los siglos de los siglos.

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