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lunes, 30 de abril de 2018

El Espíritu del Señor nos lo revelará todo, nos hará sentir su presencia, nos inundará de la sabiduría de Dios para que en cada momento sepamos ver las obras de Dios


El Espíritu del Señor  nos lo revelará todo, nos hará sentir su presencia, nos inundará de la sabiduría de Dios para que en cada momento sepamos ver las obras de Dios

Hechos de los apóstoles 14,5-18; Sal 113; Juan 14, 21-26

Alguna vez nos sucede que cuando alguien tiene una confidencia especial con nosotros nos sentimos en cierto modo, además de agradecidos, abrumados por la confianza que han tenido con nosotros de la que no nos sentimos merecedores. ¿Por qué a mí? ¿Por qué yo? Nos preguntamos y preguntamos quizá a aquel que ha tenido esa confianza con nosotros.
De la confianza tenemos que hacernos dignos aunque no nos sintamos merecedores, pero a ello hemos de corresponder nosotros de alguna manera mostrándonos con confianza y agradecimiento a quien tiene esos detalles con nosotros.
Es cierto que no a todos ni siempre abrimos de la misma manera el corazón a los demás, pero sí tenemos que aprender a crear niveles de cercanía con los que nos rodean para que haciendo el camino de la vida juntos, al mismo tiempo sepamos apoyarnos mutuamente los unos en los otros. Así el camino, sobre todo cuando vengan momentos difíciles o dolorosos, se nos hace más fácil y llevadero al sentir ese apoyo del que va a nuestro lado. El contemplar la intima inquietud del otro nos sirve de estímulo en nuestro esfuerzo y nos impulsa a mantenernos en ese camino resto aunque sea costoso.
Me fue surgiendo esta reflexión a partir de la reacción que Judas – como dice muy el evangelista, no el Iscariote – tuvo ante las confidencias que Jesús les estaba haciendo aquella noche de la cena pascual. ¿Por qué has tenido esta confianza con nosotros y así te manifiestas?  ‘Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?’ Y es que como hemos venido comentando Jesús les estaba abriendo su corazón. Pero aun nos dirá más, porque nos anuncia la presencia y la sabiduría de su Espíritu para que podamos comprender todas las cosas. ‘Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho’.
Ellos podían tener la sintonía con el Señor, porque aun cuando se sentían débiles e incluso aquella debilidad se iba a manifestar de forma escandalosa aquella misma noche cuando todos le abandonarían e huirían, sin embargo habían entrado en una sintonía de amor con Jesús. Y el Espíritu del Señor  nos lo revelará todo, nos hará sentir su presencia, nos inundará de la sabiduría de Dios para que en cada momento sepamos ver las obras de Dios, vivamos en su presencia y realicemos las obras del amor.
Somos débiles también y de muchas maneras se manifiesta esa debilidad en nuestra vida en tantos momentos que se nos vuelven negros porque no sabemos ser siempre fieles, pero tendríamos que saber mantenernos en esa sintonía de amor. Le amamos y nos queremos esforzar en cumplir su mandamiento para que así sintamos ese amor del Padre también sobre nosotros. ‘Y yo también lo amaré y me revelaré a él’, nos dice Jesús. Pero sigue diciéndonos algo muy hermoso. ‘El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él’. Dios quiere morar en nuestro corazón. Es el Dios que planta su tienda entre nosotros, pero aun más quiere habitar en nosotros si en verdad le amamos y guardamos su palabra.
Es una dicha grande, es un gozo grande para nuestro corazón. Se nos manifiesta, se nos revela, y nos llena de su amor y de su vida. ¿Cómo correspondemos a tanto amor? Le damos gracias pero queremos mantenernos siempre en ese amor siendo por nuestras obras de amor signo de Dios para los demás.   

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