‘La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espiritu…’ Hermoso texto de la carta a los Hebreos que nos hace ponderar la maravilla y el poder de la Palabra de Dios. Palabra viva y Palabra de Vida; Palabra que nos sana y que nos sana; Palabra que nos llama y nos invita y Palabra que nos pone en camino de nueva vida; Palabra que nos llega a lo más hondo de nosotros mismos y Palabra que nos inquieta e interroga. Es Palabra de gracia y de salvación, de luz y de vida.
Lo contemplamos en Jesús. Estos días así lo hemos venido contemplando en estos textos del inicio del evangelio de Marcos. Anuncia el Reino de Dios, recorre los pueblos y las aldeas de Galilea, va a la sinagoga, les propone la Palabra en casa, llama a los pescadores junto al lago o al pasar por el camino invita a seguirle a Leví, el publicano, pero sirve de interrogante e inquietud en el corazón a todos los que le escuchan aunque no quieran recibirle, sana y salva porque cura de la enfermedad y del mal y perdona los pecados, busca al hombre pecador para llevarle a nueva vida y no teme sentarse a la mesa incluso con aquellos que consideran de mala fama. Es el médico que viene a buscar al hombre enfermo porque quiere la salud y la salvación siempre para el hombre.
Ya lo hemos escuchado en el evangelio proclamado. Cuánto nos enseña Jesús con su manera de actuar buscando siempre al pecador. Llamó a Leví, el de Alfeo, que estaba sentado al mostrador de los impuestos, pero vemos también la prontitud y generosidad de éste para seguir la llamada de Jesús. ‘Se levantó y lo siguió…’ y hasta sentó en su mesa a Jesús y sus discípulos agregándose a este banquete los que eran sus amigos y compañeros de profesión.
Pero las actitudes buenas provocan siempre reacción en quienes las contemplan. Ojalá sea siempre una reacción positiva para hacer lo mismo, pero bien sabemos quien está siempre con la desconfianza y con la sospecha y hasta en los mejores gestos puede ver malas o aviesas intenciones. ‘Algunos letrados fariseos, al ver que comía con recaudadores y otra gente de mala fama, les dijeron a los discípulos: ¡De modo que come con recaudadores y pecadores!’
Ya hemos escuchado la respuesta de Jesús. ‘No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar justos sino pecadores’. ¿Quién puede considerarse justo delante del Señor? Si somos sinceros con nosotros mismos nos reconoceríamos pecadores. Porque la actitud de aquellos letrados fariseos no es muy distinta de la que tenemos la tentación tantas veces en la vida de tener nosotros también en referencia a los que nos rodean.
Cuántas discriminaciones hacemos en la vida. Cuántas veces llenamos nuestro corazón de sospechas y de juicios contra los demás. Con qué facilidad vemos la paja del ojo ajeno sin darnos cuenta de la vida que llevamos en el nuestro. No tendría que ser esa la actitud que cultiváramos en el corazón. Qué fáciles son las actitudes orgullosas y llenas de soberbia. Pero el hombre humilde es el que es grato al Señor.
Dejemos que esta ‘palabra viva y eficaz’ que estamos escuchando penetre hasta lo más hondo de nosotros y dejémonos interrogar por ella con toda sinceridad allá en nuestro interior. Que siembre la inquietud en nuestro corazón para que sintamos deseos sinceros de acercarnos a Jesús para que nos cure, para que nos sane, para que nos llene de su salvación. El también nos invita a levantarnos de esa situación en la que a veces estamos como apoltronados en nuestra vida y quiere ponernos en camino de vida nueva. Escuchemos su voz. Seamos generosos en nuestra respuesta. Llenemos nuestra vida de la salvación que Jesús nos ofrece.
Quizá, como Leví fue una mediación para que también otros estuvieran junto a Jesús, aquellos otros recaudadores y pecadores, también nosotros podemos ser mediación para que otros lleguen también hasta Jesús. Cuando Jesús nos llama y nos invita a levantarnos seguro que nos quiere confiar una misión, el hacer que otros también puedan conocer la salvación, puedan llegar hasta este médico divino que viene siempre buscando nuestro corazón enfermo para sanarlo y para llenarlo de vida. No nos hagamos sordos a la llamada que el Señor nos hace.