Hebreos, 1, 1-6;
Sal. 96;
Mc. 1, 14-20
Al iniciar hoy el tiempo Ordinario, terminadas ayer las celebraciones de la Navidad y de la Epifanía con el Bautismo del Señor, en la lectura de la Palabra de Dios que iremos proclamando escucharemos por una parte la carta a los Hebreos durante varias semanas y en el evangelio escucharemos a san Marcos.
La carta a los Hebreos es una hermosa Catequesis a las primeras comunidades cristianas de una gran densidad doctrinal que trata de animar en la fe a aquellos primeros cristianos cuya vida no estaba exenta de dificultades. Ya nos iremos introduciendo en su hermoso mensaje a través de las perícopas que la liturgia nos irá ofreciendo.
Es hermoso cómo a través de esta lectura semicontínua que vamos haciendo día a día de la Biblia vamos enriqueciendo nuestra vida de fe, nos sentimos iluminados por los diferentes textos de la Palabra de Dios. Es muy enriquecedor el que podamos así irnos introduciendo más y más en el mensaje de Jesús y del Evangelio y tendríamos que prestarle mucha atención. Seguro que si lo hacemos iremos creciendo más y más en nuestra espiritualidad cristiana. Es una oportunidad hermosa que se nos ofrece, una gracia del Señor el que cada día así nos vayamos acercando a su Palabra.
‘En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas’. Es un recuerdo a todo el Antiguo Testamento y a toda la historia de la salvación vivida por el pueblo judío. Pero todo ello era preparación y camino para la etapa final. Y llama etapa final al momento de la aparición de Jesucristo, misterio que hemos venido celebrando de manera especial en los días pasados.
‘Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo’. Es la Palabra que se hace carne, la Palabra por medio de la cual se hizo todo. Lo hemos escuchado y meditado estos días. ‘Todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir…’ Ahora nos dice refiriéndose a Cristo, ‘El es reflejo de su gloria, impronta de su ser. El sostiene el universo con su palabra poderosa’.
Y en el evangelio – comenzamos a leer a san Marcos, como indicamos – comenzamos a escuchar la proclamación de esa Palabra en labios de Jesús. ‘Marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed la Buena Noticia’.
Dios nos habla por Jesús, Palabra eterna de Dios que se ha encarnado. Es la Buena Noticia que se proclama y que hay que creer. Pero necesitamos convertirnos a Jesús para aceptar esa Buena Noticia. Tenemos que escuchar y decir ‘sí’. Tenemos que escuchar ese anuncio de Buena Noticia que se nos hace y ponernos en camino para seguir a Jesús. Aunque tengamos que dejar cosas atrás porque va a significar un cambio de vida. La noticia del Reino de Dios que se nos trae no es para que sigamos igual, de la misma manera, con las mismas cosas. Aceptar el Reino de Dios que llega es comenzar a vivir una nueva vida.
Vemos la respuesta de los primeros discípulos, los pescadores de Galilea. ‘Pasando junto al lago de Galilea, vió a Simón Pedro y a su hermano Andrés… un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo y a su hermano Juan… venid conmigo y os haré pescadores de hombres…’ Lo dejaron todo, se pusieron en camino con Jesús.
Jesús llega también a la orilla de nuestra vida – ‘Tú has venido a la orilla’, hemos cantado muchas veces – y nos invita, y nos mira a los ojos, y toca en las puertas de nuestro corazón, y nos anuncia la Buena Noticia del Reino que llega, y nos dice que le sigamos… ¿qué le vamos a responder?
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