El servicio del amor esencial en el anuncio de Cristo resucitado
Hechos, 6, 1-7; Sal. 32; Jn. 6, 16-21
Cuando vamos recorriendo el camino del libro de los
Hechos de los Apóstoles enseguida vamos apreciando que en la medida en que va
creciendo la fe en Jesús, se va propagando el anuncio de Cristo resucitado y
van surgiendo las primeras comunidades cristianas vemos al mismo tiempo cómo va
floreciendo el amor. Una comunidad, y una comunidad que se siente convocada y
reunida en el nombre del Señor Jesús si
le falta el amor le faltaría algo esencial que tiene que nacer de esa fe en
Cristo resucitado como es la comunión de los hermanos.
Ya hemos contemplado como va floreciendo ese amor y son
capaces de vivir en comunión y en sincero compartir para que nadie pase necesidad.
Hace poco hemos visto como vendían sus posesiones y lo ponían a disposición de
los apóstoles para ese bien común y para la atención sobre todo de los
huérfanos y las viudas que en aquella sociedad se sentían totalmente
desamparados.
Pero en toda comunidad, aunque sea una comunidad
cristiana que intenta vivir intensamente su fe en Jesús y su amor surgen los
problemas y está el peligro de que alguien no sea debidamente atendido. Es la
queja que surge en Jerusalén en la que cierto sector de la comunidad se siente
desatendido. Los Apóstoles no pueden estar en todo y es como surgirá la
diaconía, el servicio de aquellos que de manera especial en nombre de la
comunidad van a atender a los pobres y más necesitados.
‘No podemos desatender
el anuncio de la Palabra de Dios’,
dicen los apóstoles, ‘escoged a siete de
entre vosotros, hombre de buena fama, llenos de espíritu de sabiduría y les
encargaremos de esta tarea…’ Y se nos hace la relación de los siete que
fueron escogidos, ‘que presentaron a los
apóstoles y les impusieron las manos orando’. Nació así el diaconado, ese
ministerio de servicio dentro de la comunidad cristiana. Origen, podríamos
decir, de los diversos ministerios y servicios que van surgiendo en medio de la
comunidad y para el servicio de la comunidad.
Escuchando y meditando este texto pensamos, por
supuesto, en ese ministerio participación de Sacerdocio de Cristo Sacramento de
Salvación, que son los diáconos - precisamente en este día en nuestra diócesis
son ordenados dos nuevos diáconos para nuestra Iglesia diocesana -. Pero con
una mirada amplia, sin reducirla al sacramento, podemos pensar en cuantos
ejercen en el seno de la comunidad cristiana ese servicio pastoral de la
caridad. Pensamos en nuestras parroquias en los agentes de Cáritas para la
atención de los pobres y necesitados; pero podemos pensar en el ámbito de
nuestras parroquias en los que atienden y visitan a los enfermos en una
atención pastoral, aunque aquí cabría pensar en todos los que realizan una
acción pastoral en medio de nuestras comunidades que en fin de cuentas es un
servicio a la comunidad eclesial.
Pero podemos pensar en tantos y tantos religiosas y
religiosas que en hospitales, Centros de Mayores, Asilos, residencias de
ancianos o de enfermos, casas de acogida, atención a discapacitados físicos o
síquicos y así una lista interminable están ejerciendo este ministerio de la
caridad, del amor cristiano. Creo que tenemos que abrir bien los ojos para
descubrir y ver ese ejército innumerable de religiosos y religiosas, como de
tantos voluntarios también viven para los demás en un servicio de amor a los
más pobres y necesitados. Es la diaconía de la Iglesia que se sigue realizando
y que sigue dando ese testimonio de lo que es el amor cristiano vivido sin límites,
con una donación y dedicación total.
Hay quien se atreve a poner en duda la acción de la
Iglesia y cierra los ojos - ¿de manera interesada quizá? - y no es capaz de ver
toda esta maravillosa acción social, pero acción desde la justicia y el amor
que realiza la Iglesia. Bueno, no importa que no nos lo reconozcan, no se puede
mermar la intensidad de nuestro amor y seguiremos amando y dándonos porque
sabemos que nuestro premio y recompensa lo tendremos en el Señor cuando nos
diga ‘venid, benditos de mi Padre, porque
tuve hambre y me diste de comer… porque estaba enfermo y solo, y me atendiste’.