Aunque la vida se nos vuelva turbia y oscura en nuestras soledades y luchas con nosotros siempre está el Señor para caminar hacia delante y hacia arriba
Hechos de los apóstoles 6, 1-7; Sal 32; Juan 6, 16-21
En la vida nos parece que remamos muchas veces con el viento en
contra. Parece como si las dificultades nos fueran saliendo de debajo de los
pies. Las cosas en un momento determinado da la impresión que van bien pero
pronto se tuerce todo y aparecen los contratiempos, la dificultades, los
problemas y nos parece que todo lo tenemos en contra. Nos puede surgir el
cansancio porque no vemos que conseguimos objetivos, porque no avanzamos en lo que queremos conseguir,
porque no tenemos beneficios, y no es ya solo en lo material, de aquello por lo
que luchamos.
Nos puede pasar en nuestros trabajos, en la vida familia, en la
relación con la que gente con la que convivimos, o nos puede suceder allá en
nuestro interior en esos valores por los que queremos luchar, en esas metas de
superación que queremos alcanzar, en esos defectos que queremos corregir y así
en muchas cosas.
Nos sucede en nuestra vida espiritual o nos sucede en la lucha que mantenemos por
nuestros compromisos cristianos o por aquello que queremos hacer por los demás.
No es que siempre tengamos la vida llena de dificultades, pero hay momentos que
se nos vuelven oscuros y no sabemos cómo salir adelante.
Ahí tiene que aparecer nuestra fortaleza interior, la madurez con que
vamos afrontando la vida, la conciencia de la realidad de nuestra propia debilidad,
pero al mismo tiempo sabemos que podemos conseguirlo y no queremos tirar la
toalla aunque remar con el viento en contra en la vida nos esté resultando
costoso. Como creyentes y como cristianos sabemos siempre que la fuerza de la
gracia no nos falta y con nosotros, aunque nuestra mente y nuestro corazón se
vuelvan turbios muchas veces y no veamos con claridad, la presencia del Señor
no nos falta. No podemos acobardarnos
El texto del evangelio de hoy creo que nos da pautas, nos ayuda a
descubrir esa presencia del Señor aunque a veces nos parezca que estamos siendo
engañados. Los discípulos remaban rumba a Cafarnaún después que en la tarde
anterior Jesús realizara aquella multiplicación milagrosa de los panes para que
todos comieran. La gente estaba entusiasmada y poco menos que querían hacer rey
a Jesús, pero éste embarcó a sus discípulos rumbo a la otra orilla aunque Jesús
se quedó en tierra.
Ahora allá iban solos en la barca y el viento lo tenían en contra y
les costaba avanzar. El esfuerzo que estaban realizando era grande. No habían
podido saborear a su gusto los que les parecía que eran un triunfo de Cristo
cuando era aclamado por las gentes, y ellos se encontraban con dificultades en
medio del lago. Y Jesús no estaba con ellos. En otra ocasión en que se había
desatado una fuerte tormenta en el lago Jesús estaba, aunque fuera dormido en
un rincón de la barca. Al menos entonces podían acudir a Jesús, pero ahora no
estaba.
¿Nos pasará a nosotros en algunas ocasiones? Querríamos sentir la
presencia y la fuerza del Señor con nosotros en medio de aquellos problemas que
nos surgieron en la vida, pero nos sentimos solos y parece que hasta la fe se decaía.
Cuántas veces todo se nos vuelve turbio y oscuro en nuestras soledades y en
nuestras luchas.
Pero Jesús vino al encuentro de los discípulos que remaban con
esfuerzo en medio del lago sin poder avanzar. A ellos les pareció un fantasma,
porque alguien venia caminando sobre el agua. Y se llenaron de temor. ‘No
temáis, soy yo’, fue la voz del maestro la que escucharon. Pero aun seguían
con sus dudas y sus temores. Pedro quería tener la certeza plena de que era Jesús,
como nos contará otro evangelista al narrarnos este mismo episodio. Ahora con Jesús
cerca de ellos llegan pronto a la orilla.
‘Soy yo, no temáis’, nos dice tantas veces Jesús aunque quizá
con los vientos de las tormentas que estamos pasando no lo oigamos y sigamos
sintiendo confusión en nuestro corazón.
Pero hemos de tener la certeza, la seguridad de que el Señor no nos deja
solos, está a nuestro lado, con El junto a nosotros podremos avanzar por muchas
que sean las dificultades. Que se despierte nuestra fe. Que no nos dejemos
envolver por las oscuridades de la vida. La luz de la fe tiene que iluminarnos
el camino y hacernos descubrir esa presencia maravillosa del Señor.