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sábado, 14 de abril de 2018

Aunque la vida se nos vuelva turbia y oscura en nuestras soledades y luchas con nosotros siempre está el Señor para caminar hacia delante y hacia arriba


Aunque la vida se nos vuelva turbia y oscura en nuestras soledades y luchas con nosotros siempre está el Señor para caminar hacia delante y hacia arriba

Hechos de los apóstoles 6, 1-7; Sal 32; Juan 6, 16-21

En la vida nos parece que remamos muchas veces con el viento en contra. Parece como si las dificultades nos fueran saliendo de debajo de los pies. Las cosas en un momento determinado da la impresión que van bien pero pronto se tuerce todo y aparecen los contratiempos, la dificultades, los problemas y nos parece que todo lo tenemos en contra. Nos puede surgir el cansancio porque no vemos que conseguimos objetivos, porque  no avanzamos en lo que queremos conseguir, porque no tenemos beneficios, y no es ya solo en lo material, de aquello por lo que luchamos.
Nos puede pasar en nuestros trabajos, en la vida familia, en la relación con la que gente con la que convivimos, o nos puede suceder allá en nuestro interior en esos valores por los que queremos luchar, en esas metas de superación que queremos alcanzar, en esos defectos que queremos corregir y así en muchas cosas.
Nos sucede en nuestra vida espiritual o  nos sucede en la lucha que mantenemos por nuestros compromisos cristianos o por aquello que queremos hacer por los demás. No es que siempre tengamos la vida llena de dificultades, pero hay momentos que se nos vuelven oscuros y no sabemos cómo salir adelante.
Ahí tiene que aparecer nuestra fortaleza interior, la madurez con que vamos afrontando la vida, la conciencia de la realidad de nuestra propia debilidad, pero al mismo tiempo sabemos que podemos conseguirlo y no queremos tirar la toalla aunque remar con el viento en contra en la vida nos esté resultando costoso. Como creyentes y como cristianos sabemos siempre que la fuerza de la gracia no nos falta y con nosotros, aunque nuestra mente y nuestro corazón se vuelvan turbios muchas veces y no veamos con claridad, la presencia del Señor no nos falta. No podemos acobardarnos
El texto del evangelio de hoy creo que nos da pautas, nos ayuda a descubrir esa presencia del Señor aunque a veces nos parezca que estamos siendo engañados. Los discípulos remaban rumba a Cafarnaún después que en la tarde anterior Jesús realizara aquella multiplicación milagrosa de los panes para que todos comieran. La gente estaba entusiasmada y poco menos que querían hacer rey a Jesús, pero éste embarcó a sus discípulos rumbo a la otra orilla aunque Jesús se quedó en tierra.
Ahora allá iban solos en la barca y el viento lo tenían en contra y les costaba avanzar. El esfuerzo que estaban realizando era grande. No habían podido saborear a su gusto los que les parecía que eran un triunfo de Cristo cuando era aclamado por las gentes, y ellos se encontraban con dificultades en medio del lago. Y Jesús no estaba con ellos. En otra ocasión en que se había desatado una fuerte tormenta en el lago Jesús estaba, aunque fuera dormido en un rincón de la barca. Al menos entonces podían acudir a Jesús, pero ahora no estaba.
¿Nos pasará a nosotros en algunas ocasiones? Querríamos sentir la presencia y la fuerza del Señor con nosotros en medio de aquellos problemas que nos surgieron en la vida, pero nos sentimos solos y parece que hasta la fe se decaía. Cuántas veces todo se nos vuelve turbio y oscuro en nuestras soledades y en nuestras luchas.
Pero Jesús vino al encuentro de los discípulos que remaban con esfuerzo en medio del lago sin poder avanzar. A ellos les pareció un fantasma, porque alguien venia caminando sobre el agua. Y se llenaron de temor. ‘No temáis, soy yo’, fue la voz del maestro la que escucharon. Pero aun seguían con sus dudas y sus temores. Pedro quería tener la certeza plena de que era Jesús, como nos contará otro evangelista al narrarnos este mismo episodio. Ahora con Jesús cerca de ellos llegan pronto a la orilla.
‘Soy yo, no temáis’, nos dice tantas veces Jesús aunque quizá con los vientos de las tormentas que estamos pasando no lo oigamos y sigamos sintiendo confusión en nuestro corazón.  Pero hemos de tener la certeza, la seguridad de que el Señor no nos deja solos, está a nuestro lado, con El junto a nosotros podremos avanzar por muchas que sean las dificultades. Que se despierte nuestra fe. Que no nos dejemos envolver por las oscuridades de la vida. La luz de la fe tiene que iluminarnos el camino y hacernos descubrir esa presencia maravillosa del Señor.



viernes, 13 de abril de 2018

Comamos el pan del amor que Jesús nos ofrece, pero comámoslo con la alegría de saberlo compartir también con los demás



Comamos el pan del amor que Jesús nos ofrece, pero comámoslo con la alegría de saberlo compartir también con los demás

Hechos de los apóstoles 5, 34-42; Sal 26; Juan 6, 1-15

Con poco se puede hacer mucho pero en muchas ocasiones aunque tengamos mucho haremos bien poco. Ya sabemos que muchas veces comparte más el que tiene poco que el que tiene mucho. Hace falta la buena voluntad, el buen deseo, el desprendimiento y la generosidad que las aprecia más el que poco tiene. Ahí está la tentación de que nos parece que nos vamos a quedar sin nada, cuando precisamente tenemos mucho; el egoísmo nos hace encerrarnos en nosotros mismos y ser acaparadores porque nos parece que no vamos a tener para nuestras satisfacciones personales.
Qué bonita y hermosa es la generosidad del corazón que es capaz de desprenderse de lo poco que se tiene para compartirlo con los demás. Aquello que le decía el profeta Elías a la viuda de Sarepta como escuchamos en el Antiguo Testamento: ‘la orza de harina no se vaciara, la alcuza de aceite no se agotara, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra’.
Es mucho lo que nos puede decir el evangelio de este día, pero este ha sido el primer pensamiento que me surge al escuchar las palabras de Jesús. Mucha gente lo seguía, dice el evangelista, porque habían visto sus signos. Ahora estaban allá en el descampado alimentándose de su Palabra. Y es Jesús el que les sugiere a los discípulos que hay que buscar pan para alimentar aquella gente que lleva muchos días con él y ya les escasean sus provisiones. ¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?... Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo…’ Pero están en descampado, lejos de donde puedan conseguirse provisiones.
Y surge la generosidad de un muchacho que tiene unos pocos panes. ‘Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?’ Pero con poco se puede conseguir mucho. Y la generosidad de uno hace que se multiplique aquello que necesitamos.
Es la pequeña semilla de la que ya en otra ocasión nos ha hablado Jesús. Dará fruto al ciento por uno cuando hay una buena tierra, cuando hay unos buenos corazones, se convertirá en arbusto capaz de acoger a cuantos a su sombra se refugien. Muchas veces hemos escuchado el relato y conocemos el milagro de Jesús. Muchas consideraciones nos podemos hacer.
Es cierto que este pasaje del evangelio viene a ser prefacio de los anuncios que luego Jesús hará en Cafarnaún. No es solo el pan que alimenta nuestros cuerpos el que nos quiere dar Jesús. Claro que necesitamos también el alimento de nuestro cuerpo. Pero Jesús nos quiere dar un pan de vida que es El mismo. Pero si queremos comer ese pan de vida es para vivir esa misma vida, para vivir en ese mismo amor, para que se despierte en nosotros esa generosidad de corazón, para que entonces nos sintamos comprometidos por un mundo mejor.
No podemos escuchar a Jesús, no podemos comer a Jesús y dejar que las cosas sigan de la misma manera. Estar con Jesús tiene que despertar en nosotros nuevos deseos, nuevas ansias, nuevos compromisos, nuevas inquietudes. Estar con Jesús significara siempre que tenemos que ponernos en camino, que no nos podemos quedar con los brazos cruzados, que nos podemos adormilar en lo que ya somos o tenemos. Estar con Jesús abre nuestros corazones, amplia nuestros horizontes, nos impulsa a ir de una forma nueva a los demás, nos hace tener una mirada distinta hacia los otros y hacia el mundo en el que vivimos.
Y no podemos decir que somos poquita cosa, que no valemos, o lo que tenemos es bien poco. No podemos enterrar nuestro talento, no podemos quedarnos para nosotros solos eso que tenemos, no nos podemos encerrar en el círculo de nuestro egoísmo. Comamos el pan del amor que Jesús nos ofrece, pero comámoslo con la alegría de saberlo compartir también con los demás.

jueves, 12 de abril de 2018

Creer en Jesús es alcanzar la vida y creer en Jesús escuchando su Palabra es ponernos en camino de vida eterna


Creer en Jesús es alcanzar la vida y creer en Jesús escuchando su Palabra es ponernos en camino de vida eterna

Hechos de los apóstoles 5,27-33; Sal 33; Juan 3, 31-36

Cada uno habla de lo que sabe, de lo que ha sido la experiencia de su vida, lo que ha recibido de la comunicación de los otros, o de lo que va aprendiendo en la vida. Es una osadía hablar de lo que uno no tiene conocimiento, fácilmente así cometemos errores y hasta podemos crear confusión o desinformación cuando hablamos a inexpertos que confían en que nosotros sí sabemos o tenemos conocimiento.
Muchas veces en la vida hablamos por hablar sin razonamientos ni conocimientos; no significa que no tengamos que indagar, buscar la verdad aunque no la conozcamos o porque no la conocemos, nos atrevamos a ir elaborando nuestro pensamiento, queriendo encontrar razonamientos y respuestas para preguntas o interrogantes que nos hagamos en nuestro interior. Nos llevará a un contrastar ideas o pensamientos, a un dialogo que puede hacerse no solo interesante sino verdaderamente fructuoso.
¿De qué nos habla Jesús? El nos trasmite palabras de Dios. Es el único que conoce al Padre y El quiere dárnoslo a conocer. El es el Hijo de Dios y vendrá a revelarnos el misterio de Dios. Por eso con san Juan decimos que es la Palabra que estaba en Dios y junto a Dios desde toda la eternidad. Pero cuando nos revela el misterio de Dios nos está revelando el misterio del hombre. Por la Palabra se hizo todo cuanto se ha hecho  nos dice san Juan en el principio del Evangelio. ¿Quién mejor que aquel que nos ha creado puede revelarnos el sentido de la criatura?
No nos habla Jesús de cosas angelicales decimos empleando un poco el lenguaje con que quizás muchos quieran desprestigiarnos. No habla de la vida, del camino de vida que tenemos que ir haciendo pisando sobre esta dura tierra; nos habla de lo que es el hombre, de lo que es toda persona, porque para nosotros siempre quiere lo mejor, la plenitud, la felicidad.
No nos habla Jesús de cosas que sean ajenas a nuestra vida o que podamos contemplar como ideales inalcanzables. No nos traza metas imposibles porque las veamos en la altura como sobre las nubes sino que nos está diciendo lo que ha de ser nuestra vida de cada día, en ese caminar sobre nuestra tierra con nuestros problemas y con nuestras luchas, con nuestras alegrías y con nuestros momentos de infelicidad y de sufrimiento, en nuestro encuentro con los demás para la convivencia pero también en lo que sentimos y queremos allá desde lo más hondo de nosotros mismos.
Por eso  nos dirá que es el Camino, y que es la Verdad, y que es la Vida. En su camino, con su verdad, viviendo su vida alcanzaremos la plenitud de dicha y de felicidad, la realización más plena de nosotros mismos. No tenemos que hacer otra cosa que mirar su vivir, escuchar sus palabras, disfrutar del amor que nos tiene y se nos manifiesta de tantas maneras e intentar vivir nosotros también en un amor semejante.
‘El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él’. Así nos decía hoy el evangelio. Habla palabras de Dios, nos da el Espíritu sin medida. Creer en Jesús es alcanzar la vida. Creer en Jesús escuchando su Palabra es ponernos en camino de vida. Con Jesús nunca tendremos confusión porque El es la verdad eterna de Dios.

miércoles, 11 de abril de 2018

Caminos de fe, caminos de amor, caminos de vida en plenitud, caminos de luz radiante cuando experimentamos en nosotros el amor de Dios


Caminos de fe, caminos de amor, caminos de vida en plenitud, caminos de luz radiante cuando experimentamos en nosotros el amor de Dios

Hechos de los apóstoles 5, 17-26; Sal 33; Juan 3, 16-21

¿Queremos un camino de luz o un camino de sombras? Preguntado así la puede parecer innecesaria la pregunta, porque ¿quien no prefiere caminar donde haya luz? Decimos que no nos gustan las sombras, nos parecen peligrosas, el camino se hace incierto porque además podemos tropezar en cualquier impedimento que haya en el camino. En la vida moderna en que vivimos todo queremos tenerlo iluminado y ya se preocupan las administraciones de tener nuestras vías y caminos suficientemente iluminadas.
Pero esto es una imagen que nos puede decir mucho mas que quedarnos en la materialidad de unas lámparas con las que iluminamos nuestras vías y caminos o tenemos suficientemente iluminado nuestro hogar o nuestro lugar de trabajo. Pero ¿no andaremos a oscuras por otros caminos? ¿No preferimos en ocasiones oscuridades para permitirnos muchas cosas que no haríamos a la luz del día?
Hay sombras en la vida, hay oscuridades en nosotros; algunas veces hasta puede darse el caso que rehuimos la luz. No queremos encontrarnos con la verdad aunque digamos que siempre andamos buscándola; preferimos dejarnos llevar por pasiones y no sé cuantas cosas que nos llenan de sombras antes de buscar la verdadera luz que de sentido a nuestras vidas y nos haga superar tantos obstáculos con los que nos podamos encontrar ya sea por nuestras propias pasiones, ya sean por múltiples influencias que terminan esclavizándonos, o dejando que sea nuestro capricho egoísta el que predomine en nuestra vida.
¿Y qué lugar le damos a la luz de la fe en nuestra vida? hay quienes la rehuyen, como hay quienes la ponen en un lugar secundario no queriéndole dar importancia; hay quienes la reducen a una tradición que nos pueda valer para algunas cosas y hay quienes no quieren abrirse a la trascendencia que da a nuestra vida la luz de la fe; hay quien sin entender lo que es una verdadera fe la rechazan o hay quienes no quieren comprometerse a dejarse guiar en la vida por esa luz. Estamos prefiriendo tinieblas antes que encontrar la verdadera luz.
Y ¿en qué lugar estamos nosotros? ¿Habremos descubierto ese tesoro y nos sentimos felices con nuestra fe? Hay quien pudiera pensar que la fe viene a limitar nuestra vida con prohibiciones y reglamentos, y no nos damos cuenta que es lo que nos hace entrar en la mayor plenitud. Es cierto que nos puede incomodar porque nos obliga a revisar actitudes y posturas, maneras de actuar y comportamientos. Pero cuando nos dejamos conducir por ese camino de fe no sentiremos las personas más felices del mundo, porque nos liberamos de muchas ataduras y porque encontrar el mejor camino para encontrar la plenitud y el sentido de nuestro ser.
Y es que la fe nace del amor de Dios y nos llevar a vivir en ese sentido de amor. Muchas veces lo habremos oído pero no lo habremos meditado lo suficiente. Tanto amó Dios al mundo, tanto amó Dios al hombre, tanto amó Dios a su criatura preferida, a la persona, que nos entregó a su Hijo único para que tuviéramos vida y tuviéramos vida en plenitud. Así nos lo ha recordado hoy el evangelio. Descubrir ese amor de Dios nos llevar a querer encontrarnos con El, vivir en El, gozarnos en su amor y llenar nuestra vida de amor.
Es el Sí de nuestra fe, es el Sí con el que ponemos nuestro corazón y nuestra vida en las manos de Dios. Es el Sí que va a marcar nuestra existencia dándole un sentido, dándole razones para vivir y vivir en plenitud porque es vivir en el amor Dios. Es vivir para siempre en camino de luz.

martes, 10 de abril de 2018

Necesitamos las raíces profundas de una verdadera espiritualidad que nos dará fortaleza y entereza, nos trazará metas y señalará nuevos caminos hacia una plenitud y grandeza en la vida


Necesitamos las raíces profundas de una verdadera espiritualidad que nos dará fortaleza y entereza, nos trazará metas y señalará nuevos caminos hacia una plenitud y grandeza en la vida

Hechos de los apóstoles 4, 32-37; Sal 92; Juan 3, 5a. 7b-15

Nos creemos maestros y no queremos reconocer que no todo lo sabemos ni lo entendemos. En la vida vamos muchas veces de sobrados, nos creemos sabérnoslo todo y quizá luego las cosas mas sencillas las ignoramos o no somos capaces de darle importancia a lo pequeño. Nos hacemos nuestros razonamientos porque tenemos nuestros criterios y nuestra manera de entender las cosas pero quizá no nos abrimos a cosas que son más trascendentes y que nos cuesta aceptar porque solo pensamos en lo inmediato.
Es cierto que es bueno que tengamos nuestros criterios porque son como unos principios que marcan la pauta de nuestra vida y una persona con criterios da muestras de madurez porque quizás se ha pensado bien las cosas; pero es necesario una apertura de mente, para descubrir cosas nuevas, o cosas que nos trasciendan, que nos hagan mirar más allá de lo que ya normalmente pensamos, para abrirnos a enriquecimiento de la persona.
Siempre hay algo nuevo que podemos descubrir; siempre podemos encontrar algo que nos haga elevar nuestra mirada que es también como elevar nuestra vida; no nos podemos quedar en lo material de cada día, eso que cada día palpamos con nuestras manos pues hay algo que puede ser invisible a los ojos de la carne, pero que si sensibilizamos nuestro espíritu hace trascender a algo más grande nuestra vida.
Hay gente que se cierra a lo espiritual y a lo trascendente con lo que están limitando mucho su vida. Hay algo hondo dentro de nosotros que tenemos que saber descubrir y que nos hará mirar a unos valores nuevos y espirituales que nos lleven a una plenitud de nuestra vida. Ojalá sepamos descubrirlos. Ojalá demos esa altura a nuestra vida. Ojalá nos levantemos por encima de todas esas cosas de la tierra que nos entretienen y hasta pueden cegarnos. Ojalá encontremos esa verdadera espiritualidad que nos haga grandes. Para ello es necesario un cambio, un dejarnos transformar.
Hoy Jesús en el evangelio nos habla de nacer de nuevo. Y nacer desde el espíritu que nos llene de una nueva vida. Encontrarnos con Jesús y creer en El a eso nos lleva. Jesús nos hace tener una mirada más amplia en la vida, nos hace encontrarnos con los verdaderos valores que nos conduzcan a una plenitud de vida.
Hoy nos dice que El será levantado en lo alto y hacia El tenemos que mirar y en El tenemos que creer. Miramos a Jesús en lo alto de la cruz y veremos más allá del sufrimiento y de la muerte la verdadera vida. Miramos a lo alto de la cruz y estaremos descubriendo el verdadero sentido del amor mas hondo que da su vida para llevarnos a la plenitud.
Es cierto que cuando miramos a Jesús en lo alto de la cruz estamos contemplando pasión y su muerte, y eso nos puede hacer pensar también en nuestros sufrimientos; pero mirando a Jesús encontramos un sentido y un valor, el sentido y el valor que le da el amor verdadero a nuestra vida; el valor y el sentido que el amor le da también a nuestros dolores y sufrimientos. Cuesta muchas veces descubrir ese sentido, será necesaria quizá una sensibilidad especial, es un don de Dios que El quiere regalarnos.
Por eso, como decíamos antes, tenemos que estar abiertos a una nueva visión, a una nueva manera de encarar las cosas, a unos nuevos valores que podemos descubrir. Hemos de dejarnos conducir por el espíritu del Señor para que así tengamos una espiritualidad profunda.
Serán las raíces que den fortaleza a nuestra vida. Un árbol sin raíces pronto es arrancado y llevado por el viento. Necesitamos esas raíces profundas de una verdadera espiritualidad que nos dará fortaleza, entereza frente a las dificultades, nos trazará metas y señalará nuevos caminos, que nos conducirán a una plenitud y grandeza en la vida.

lunes, 9 de abril de 2018

No terminamos de meditar lo suficiente el misterio del amor de Dios que se encarna y se hace hombre en el seno de María para hacernos hijos de Dios



No terminamos de meditar lo suficiente el misterio del amor de Dios que se encarna y se hace hombre en el seno de María para hacernos hijos de Dios

Isaías 7, 10-14; 8, 10; Sal 39; Hebreos 10, 4-10; Lc. 1, 26-38

Hoy es una fiesta que aparentemente está fuera de su lugar en el tiempo por razones de la importancia de la liturgia. Hoy estamos celebrando lo que teníamos que haber celebrado el 25 de Marzo pero que al ser Domingo de Ramos este año la liturgia no lo permitió. Pero al ser esta una fiesta o solemnidad de especial importancia no podía dejar de celebrarse y se ha trasladado a este primer día libre después de la octava de Pascua. Nos está indicando la importancia que la celebración de la Pascua tiene en la vida de la Iglesia, ha de tener en la vida del cristiano, pero también lo importante que es esta fiesta.
Hoy estamos celebrando el misterio de la Encarnación de Dios en el seno de María. Dios se hizo hombre, se encarnó en el seno de María. Si importante es el día de su nacimiento y con gran alegría lo celebramos en la Navidad, nueve meses antes – la duración de un embarazo – la liturgia de la Iglesia nos está invitando a ese primer instante en el que el Hijo de Dios se encarna en el seno de María para hacer hecho hombre por nuestra salvación.
‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra’, le dice el ángel a María. Y con el Si de María – ‘Aquí está la esclava del Señor, que me suceda según tú dices’ – se realiza el milagro de la Encarnación. Maravillas de Dios que se realizan en María. Es la manifestación de la gloria del Señor. El Emmanuel comienza a estar entre nosotros. Es la Virgen que concebirá y dará a luz un hijo que será el Emmanuel, Dios con nosotros, como anunciaba el profeta.
Siempre recordaré – y lo repetiré muchas veces en mi vida – el gozo que pude experimentar un día al estar en aquel lugar de Nazaret donde se realizó este misterio de la Encarnación. Allí estaba enfrente de la casita de María en el templo de la Anunciación de Nazaret y recordaré siempre la emoción de aquel momento por tener la dicha de estar en el lugar donde el ángel vino a María, donde María respondió con su Si a la voluntad de Dios, y donde se realizó el misterio de la Encarnación. Aquí se realizó la Encarnación de Dios para hacerse hombre, recuerdo que repetía una y otra vez. Un silencio grande y lleno de emoción se hizo en todo el grupo que estábamos allí escuchando el relato evangélico que allí mismo se había realizado. De una forma misteriosa y maravillosa a la vez nos sentíamos inundados de la presencia del Señor.
Creo que no terminamos de meditar lo suficiente este misterio del amor de Dios. Hemos leído quizá tantas veces este relato evangélico que casi nos lo pasamos por algo porque nos parece que es algo que ya sabemos. Creo que tendríamos que detenernos con espíritu de verdadera adoración para vislumbrar en la medida en que seamos capaces y Dios nos lo conceda toda esa maravilla de Dios, toda la grandeza de su amor, toda la humildad de quien se anonadó tomando nuestra condición humana y hacerse hombre como nosotros pero para darnos vida, para que nos llenáramos de Dios.
El toma nuestra naturaleza humana y al mismo tiempo nos está elevando a nosotros porque quiere hacernos participes de su vida divina, cuando nosotros nos quiere también hijos de Dios. No terminamos de dar gracias lo suficiente a Dios por tanto amor.

domingo, 8 de abril de 2018

Se acabaron los miedos, se abren de nuevo las puertas, podremos reencontrarnos caminando juntos, nos sentiremos de verdad hermanos porque Jesús resucitado está con nosotros


Se acabaron los miedos, se abren de nuevo las puertas, podremos reencontrarnos caminando juntos, nos sentiremos de verdad hermanos porque Jesús resucitado está con nosotros

Hechos de los Apóstoles 4, 32-35; Sal. 117;  1Juan 5, 1-6; Juan 20, 19-31

Puertas cerradas y miedos. Seguimos con puertas cerradas, seguimos con miedos. Ya es raro que cuando vayamos por una calle veamos las puertas de las casas abiertos, incluso las ventanas; ponemos rejas, no queremos que entren. Miedos y desconfianzas, por todas partes vemos peligros, toda personas desconocida nos hace sentir en desconfianza. Es cierto que la seguridad parece que no es tanta. Oímos hablar de gente que se mete en las casas ajenas, estamos presenciando por todos los medios excesivas violencias y nos llenamos también en nuestros miedos de violencias. ¿Autodefensa quizás?
Pero puede ser sintomático de algo más. De otras puertas que cerramos en la vida, de otras rejas que interponemos entre unos y otros, de otras desconfianzas que van más allá de la seguridad, de otras violencias que nos creamos en nuestro interior. ¿Será quizá falta de sinceridad en la comunicación entre unos y otros? ¿Será quizá que nos parece que vamos a ser más felices si nadie nos molesta, si andamos cada uno por nuestro lado, si no nos complicamos demasiado la vida con la problemática de nuestro mundo o la problemática que veamos en la gente de nuestro entorno? Y nos encerramos en nuestras casas o en nuestras cosas. Y echamos balones fuera, a otros les toca resolver esas cosas y nos encerramos en nuestro cascarón.
Y es en nuestra vida social, en nuestras relaciones con los demás, nos puede suceder hasta en las relaciones en el mundo de la vida de la familia, pero será también en el ámbito de nuestra vida interior, de lo que pueda ser nuestra espiritualidad, de lo que ataña a nuestra vida religiosa, a lo que es o sea la fe que queremos vivir o no. Eso es cosa mía, no decimos. Eso es de lo privado nos dicen quizás para que no hagamos manifestaciones publicas de nuestra fe y nuestra religiosidad. Ponemos vallas o intentan ponernos vallas que no queremos o no podemos traspasar. ¿Y nos quedamos tan contentos con situaciones así que nos buscamos o que quizá otros quieran imponernos? Puertas cerradas y miedos…
Hoy nos habla el evangelio que en ‘el anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos’; y nos dirá luego también que uno de los discípulos tampoco estaba allí, estaba fuera, se había ido a sus cosas.
Y es entonces cuando están viviendo esa situación cuando llega Jesús y se pone en medio de ellos. Y les saluda con la paz. Y ellos se llenan de alegría, y luego al que no estaba le comunicarán la buena noticia, aunque él no quiere creérselo sin las pruebas que él exige.
Una primera consideración que podríamos hacernos iría por esas puertas cerradas o ese irnos por nuestro lado además con nuestras particulares exigencias para las pruebas. Algunas veces nos sucede, sí, en el ámbito de nuestra fe. Tenemos miedo y no queremos quizá llegar más allá de lo que a nosotros nos pueda parecer razonable. Y así como en la vida cuando ponemos barreras ante los demás no podrá haber una buena comunicación, también con esas barreras que ponemos en nuestra fe y en nuestra relación con el Señor no llegamos a una verdadera comunión, no llegamos a terminar de experimentar la presencia de Dios en nuestra vida. Y por eso seguimos con nuestros miedos y con nuestras dudas.
Cuando más tarde, a la semana siguiente, vuelva Jesús y ya Tomás esté con ellos Jesús querrá responder a esas peticiones de pruebas que había hecho el apóstol, pero ya no necesitará nada, porque allí está Jesús y le será suficiente para confesar su fe. ‘¡Señor mío y Dios mío!’, exclamará.
¿No será eso lo que nosotros necesitamos? Quizá también nos hubiera gustado estar allí y poder tocar las cicatrices de sus llagas, poner la mano en su costado allí donde la lanza lo atravesó. ¿Y por qué no pensamos que eso lo podemos hacer? Sí, mira a tu lado y contempla tantas llagas que llevan en su alma y también en su cuerpo muchos hermanos con los que nos vamos cruzando en los caminos de la vida.
Atrévete y acércate y toca sus llagas. Acércate y toca la llaga de su sufrimiento, de su soledad, de sus lagrimas; acércate e interésate por esa persona que sufre, acompáñala, camina a su lado, entiende el drama que quizá vive en su familia con unos hijos a los que no puede alimentar bien; entiende el drama de sus conflictos en el matrimonio, o en la relación con sus vecinos y mira donde está su sufrimiento; interésate por esa persona que es maltratada, por quien se siente incomprendido y nadie escucha; pon tus oídos, pon tus ojos, pon tu mano, sé capaz de ofrecer una palabra, una compañía, una sonrisa, un silencio para estar a su lado.
Son las llagas de Jesús. Ahí estarás tocando a Jesús, contemplándole vivo y resucitado; así estarás llevando tú también a Jesús a los demás y proclamando que es el Señor que vive y que quiere la vida para todos. Será un encuentro vivo con Jesús el que tú estás teniendo y vas a comenzar a sentir como los discípulos de Emaús cómo arde tu corazón, y te llenarás de una nueva alegría como sintieron los discípulos del cenáculo. Y sentirás entonces cómo te llenas del Espíritu de Jesús y podrás ir a poner paz donde hay tanta violencia, a ofrecer perdón y reconciliación en donde hay tanto desamor y tanto odio, y serás capaz de ir haciendo un mundo nuevo donde todos podamos encontrarnos y sentirnos hermanos.
Se acabaron entonces los miedos, se abren de nuevo las puertas, podremos reencontrarnos para ser felices caminando juntos, nos sentiremos de verdad hermanos porque nos amamos de verdad. Jesús resucitado está entonces con nosotros.