Comamos
el pan del amor que Jesús nos ofrece, pero comámoslo con la alegría de saberlo
compartir también con los demás
Hechos de los apóstoles 5, 34-42; Sal 26; Juan 6, 1-15
Con poco se puede hacer mucho pero en muchas ocasiones aunque tengamos
mucho haremos bien poco. Ya sabemos que muchas veces comparte más el que tiene
poco que el que tiene mucho. Hace falta la buena voluntad, el buen deseo, el
desprendimiento y la generosidad que las aprecia más el que poco tiene. Ahí
está la tentación de que nos parece que nos vamos a quedar sin nada, cuando
precisamente tenemos mucho; el egoísmo nos hace encerrarnos en nosotros mismos
y ser acaparadores porque nos parece que no vamos a tener para nuestras
satisfacciones personales.
Qué bonita y hermosa es la generosidad del corazón que es capaz de
desprenderse de lo poco que se tiene para compartirlo con los demás. Aquello que
le decía el profeta Elías a la viuda de Sarepta como escuchamos en el Antiguo
Testamento: ‘la
orza de harina no se vaciara, la
alcuza de aceite no se agotara, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia
sobre la tierra’.
Es mucho lo que nos puede decir el
evangelio de este día, pero este ha sido el primer pensamiento que me surge al
escuchar las palabras de Jesús. Mucha gente lo seguía, dice el evangelista,
porque habían visto sus signos. Ahora estaban allá en el descampado alimentándose
de su Palabra. Y es Jesús el que les sugiere a los discípulos que hay que buscar
pan para alimentar aquella gente que lleva muchos días con él y ya les escasean
sus provisiones. ‘¿Con qué compraremos panes para
que coman éstos?... Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le
toque un pedazo…’ Pero están en
descampado, lejos de donde puedan conseguirse provisiones.
Y surge la generosidad de
un muchacho que tiene unos pocos panes. ‘Aquí hay un muchacho que tiene
cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?’
Pero con poco se puede conseguir mucho. Y la generosidad de uno hace que se
multiplique aquello que necesitamos.
Es la pequeña semilla de la
que ya en otra ocasión nos ha hablado Jesús. Dará fruto al ciento por uno
cuando hay una buena tierra, cuando hay unos buenos corazones, se convertirá en
arbusto capaz de acoger a cuantos a su sombra se refugien. Muchas veces hemos
escuchado el relato y conocemos el milagro de Jesús. Muchas consideraciones nos
podemos hacer.
Es cierto que este pasaje
del evangelio viene a ser prefacio de los anuncios que luego Jesús hará en
Cafarnaún. No es solo el pan que alimenta nuestros cuerpos el que nos quiere
dar Jesús. Claro que necesitamos también el alimento de nuestro cuerpo. Pero Jesús
nos quiere dar un pan de vida que es El mismo. Pero si queremos comer ese pan
de vida es para vivir esa misma vida, para vivir en ese mismo amor, para que se
despierte en nosotros esa generosidad de corazón, para que entonces nos
sintamos comprometidos por un mundo mejor.
No podemos escuchar a
Jesús, no podemos comer a Jesús y dejar que las cosas sigan de la misma manera.
Estar con Jesús tiene que despertar en nosotros nuevos deseos, nuevas ansias,
nuevos compromisos, nuevas inquietudes. Estar con Jesús significara siempre que
tenemos que ponernos en camino, que no nos podemos quedar con los brazos
cruzados, que nos podemos adormilar en lo que ya somos o tenemos. Estar con Jesús
abre nuestros corazones, amplia nuestros horizontes, nos impulsa a ir de una
forma nueva a los demás, nos hace tener una mirada distinta hacia los otros y
hacia el mundo en el que vivimos.
Y no podemos decir que
somos poquita cosa, que no valemos, o lo que tenemos es bien poco. No podemos
enterrar nuestro talento, no podemos quedarnos para nosotros solos eso que
tenemos, no nos podemos encerrar en el círculo de nuestro egoísmo. Comamos el
pan del amor que Jesús nos ofrece, pero comámoslo con la alegría de saberlo
compartir también con los demás.
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