Necesitamos las raíces profundas de una verdadera espiritualidad que nos dará fortaleza y entereza, nos trazará metas y señalará nuevos caminos hacia una plenitud y grandeza en la vida
Hechos de los apóstoles 4, 32-37; Sal 92; Juan 3, 5a. 7b-15
Nos creemos maestros y no queremos reconocer que no todo lo sabemos ni
lo entendemos. En la vida vamos muchas veces de sobrados, nos creemos sabérnoslo
todo y quizá luego las cosas mas sencillas las ignoramos o no somos capaces de
darle importancia a lo pequeño. Nos hacemos nuestros razonamientos porque
tenemos nuestros criterios y nuestra manera de entender las cosas pero quizá no
nos abrimos a cosas que son más trascendentes y que nos cuesta aceptar porque
solo pensamos en lo inmediato.
Es cierto que es bueno que tengamos nuestros criterios porque son como
unos principios que marcan la pauta de nuestra vida y una persona con criterios
da muestras de madurez porque quizás se ha pensado bien las cosas; pero es
necesario una apertura de mente, para descubrir cosas nuevas, o cosas que nos
trasciendan, que nos hagan mirar más allá de lo que ya normalmente pensamos,
para abrirnos a enriquecimiento de la persona.
Siempre hay algo nuevo que podemos descubrir; siempre podemos
encontrar algo que nos haga elevar nuestra mirada que es también como elevar
nuestra vida; no nos podemos quedar en lo material de cada día, eso que cada
día palpamos con nuestras manos pues hay algo que puede ser invisible a los
ojos de la carne, pero que si sensibilizamos nuestro espíritu hace trascender a
algo más grande nuestra vida.
Hay gente que se cierra a lo espiritual y a lo trascendente con lo que
están limitando mucho su vida. Hay algo hondo dentro de nosotros que tenemos
que saber descubrir y que nos hará mirar a unos valores nuevos y espirituales
que nos lleven a una plenitud de nuestra vida. Ojalá sepamos descubrirlos.
Ojalá demos esa altura a nuestra vida. Ojalá nos levantemos por encima de todas
esas cosas de la tierra que nos entretienen y hasta pueden cegarnos. Ojalá
encontremos esa verdadera espiritualidad que nos haga grandes. Para ello es
necesario un cambio, un dejarnos transformar.
Hoy Jesús en el evangelio nos habla de nacer de nuevo. Y nacer desde
el espíritu que nos llene de una nueva vida. Encontrarnos con Jesús y creer en
El a eso nos lleva. Jesús nos hace tener una mirada más amplia en la vida, nos
hace encontrarnos con los verdaderos valores que nos conduzcan a una plenitud
de vida.
Hoy nos dice que El será levantado en lo alto y hacia El tenemos que
mirar y en El tenemos que creer. Miramos a Jesús en lo alto de la cruz y
veremos más allá del sufrimiento y de la muerte la verdadera vida. Miramos a lo
alto de la cruz y estaremos descubriendo el verdadero sentido del amor mas
hondo que da su vida para llevarnos a la plenitud.
Es cierto que cuando miramos a Jesús en lo alto de la cruz estamos
contemplando pasión y su muerte, y eso nos puede hacer pensar también en
nuestros sufrimientos; pero mirando a Jesús encontramos un sentido y un valor,
el sentido y el valor que le da el amor verdadero a nuestra vida; el valor y el
sentido que el amor le da también a nuestros dolores y sufrimientos. Cuesta
muchas veces descubrir ese sentido, será necesaria quizá una sensibilidad
especial, es un don de Dios que El quiere regalarnos.
Por eso, como decíamos antes, tenemos que estar abiertos a una nueva visión,
a una nueva manera de encarar las cosas, a unos nuevos valores que podemos
descubrir. Hemos de dejarnos conducir por el espíritu del Señor para que así
tengamos una espiritualidad profunda.
Serán las raíces que den fortaleza a nuestra vida. Un árbol sin raíces
pronto es arrancado y llevado por el viento. Necesitamos esas raíces profundas
de una verdadera espiritualidad que nos dará fortaleza, entereza frente a las
dificultades, nos trazará metas y señalará nuevos caminos, que nos conducirán a
una plenitud y grandeza en la vida.
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