Caminos de fe, caminos de amor, caminos de vida en plenitud, caminos de luz radiante cuando experimentamos en nosotros el amor de Dios
Hechos de los apóstoles 5, 17-26; Sal 33; Juan 3, 16-21
¿Queremos un camino de luz o un camino de sombras? Preguntado así la
puede parecer innecesaria la pregunta, porque ¿quien no prefiere caminar donde
haya luz? Decimos que no nos gustan las sombras, nos parecen peligrosas, el
camino se hace incierto porque además podemos tropezar en cualquier impedimento
que haya en el camino. En la vida moderna en que vivimos todo queremos tenerlo
iluminado y ya se preocupan las administraciones de tener nuestras vías y
caminos suficientemente iluminadas.
Pero esto es una imagen que nos puede decir mucho mas que quedarnos en
la materialidad de unas lámparas con las que iluminamos nuestras vías y caminos
o tenemos suficientemente iluminado nuestro hogar o nuestro lugar de trabajo.
Pero ¿no andaremos a oscuras por otros caminos? ¿No preferimos en ocasiones
oscuridades para permitirnos muchas cosas que no haríamos a la luz del día?
Hay sombras en la vida, hay oscuridades en nosotros; algunas veces
hasta puede darse el caso que rehuimos la luz. No queremos encontrarnos con la
verdad aunque digamos que siempre andamos buscándola; preferimos dejarnos
llevar por pasiones y no sé cuantas cosas que nos llenan de sombras antes de
buscar la verdadera luz que de sentido a nuestras vidas y nos haga superar
tantos obstáculos con los que nos podamos encontrar ya sea por nuestras propias
pasiones, ya sean por múltiples influencias que terminan esclavizándonos, o
dejando que sea nuestro capricho egoísta el que predomine en nuestra vida.
¿Y qué lugar le damos a la luz de la fe en nuestra vida? hay quienes
la rehuyen, como hay quienes la ponen en un lugar secundario no queriéndole dar
importancia; hay quienes la reducen a una tradición que nos pueda valer para
algunas cosas y hay quienes no quieren abrirse a la trascendencia que da a
nuestra vida la luz de la fe; hay quien sin entender lo que es una verdadera fe
la rechazan o hay quienes no quieren comprometerse a dejarse guiar en la vida
por esa luz. Estamos prefiriendo tinieblas antes que encontrar la verdadera
luz.
Y ¿en qué lugar estamos nosotros? ¿Habremos descubierto ese tesoro y
nos sentimos felices con nuestra fe? Hay quien pudiera pensar que la fe viene a
limitar nuestra vida con prohibiciones y reglamentos, y no nos damos cuenta que
es lo que nos hace entrar en la mayor plenitud. Es cierto que nos puede
incomodar porque nos obliga a revisar actitudes y posturas, maneras de actuar y
comportamientos. Pero cuando nos dejamos conducir por ese camino de fe no
sentiremos las personas más felices del mundo, porque nos liberamos de muchas
ataduras y porque encontrar el mejor camino para encontrar la plenitud y el
sentido de nuestro ser.
Y es que la fe nace del amor de Dios y nos llevar a vivir en ese
sentido de amor. Muchas veces lo habremos oído pero no lo habremos meditado lo
suficiente. Tanto amó Dios al mundo, tanto amó Dios al hombre, tanto amó Dios a
su criatura preferida, a la persona, que nos entregó a su Hijo único para que tuviéramos
vida y tuviéramos vida en plenitud. Así nos lo ha recordado hoy el evangelio.
Descubrir ese amor de Dios nos llevar a querer encontrarnos con El, vivir en
El, gozarnos en su amor y llenar nuestra vida de amor.
Es el Sí de nuestra fe, es el Sí con el que ponemos nuestro corazón y
nuestra vida en las manos de Dios. Es el Sí que va a marcar nuestra existencia
dándole un sentido, dándole razones para vivir y vivir en plenitud porque es
vivir en el amor Dios. Es vivir para siempre en camino de luz.
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