Tenemos
que seguir haciendo la travesía de la vida en la que Jesús nos lanza siempre
hacia otras orillas con la certeza de que El va en la misma barca que nosotros
2 Samuel 12, 1-7a. 10-17; Sal 50;
Marcos 4, 35-41
No hace mucho
escuchaba la noticia de que un capitán de un barco había sido condenado porque
en una catástrofe marítima él había abandonado el barco antes de que todos los
viajeros y tripulantes hubieran estado a salvo. Todos conocemos más o menos a
qué se hacia referencia con esta noticia. Es ley, pero todos siempre sabemos y
decimos que, casi como una razón que se cae por su propia naturaleza, el capitán
del barco es el último que lo abandona. Es su misión y es su responsabilidad,
llevar a puerto seguro la nave y a salvo a todos los viajen en ella. No puede,
pues, abandonar.
Me viene a la
mente esta consideración escuchando el relato del evangelio que hoy se nos
ofrece. Al atardecer Jesús invita a los discípulos a ir a la otra orilla del
lago. Sería la barca de Pedro – lo cual vendría a ser bien significativo – o la
de cualquiera de los otros pescadores del grupo con la que se disponen a
atravesar el lago. Pero en la travesía se levanta una fuerte tempestad, de
manera que todos pensaban que aquello se hundía. Pero Jesús, al parecer ajeno a
todo, duerme por algún rincón y allá vienen a despertarlo diciéndole ‘¿no te
importa que nos hundamos?’ Claro que Jesús no era el patrón de aquella
barca, pero si el que los había metido en aquella travesía. ¿Parecería que se
estaba desentendiendo?
¿No es el
grito de angustia y desesperanza que en la vida lanzamos contra Dios viendo el
mal que nos rodea en el mundo? ¿Y qué hace Dios? nos preguntamos nosotros o hay
tantos a nuestro lado que también se lo preguntan y nos lo preguntan a nosotros
que nos presentamos como creyentes y como cristianos. ¿Tendría razón y sentido
esa queja y esa pregunta?
Antes dijimos
así como de pasada que Jesús no era el patrón de aquella barca que atravesaba
Tiberíades. Pero claro que de la vida sobre todo el creyente no puede pensar
que Dios no sea el patrón de la vida y del mundo, porque si algo nos
caracteriza a los creyentes es ese creer en esa presencia de Dios en nuestra
vida y en nuestro mundo. Pero como creyentes también recordamos cómo Dios ha
puesto este mundo en nuestras manos. Y ahí ante toda esa problemática de la
vida estamos nosotros con nuestras responsabilidades, nosotros con nuestra
creatividad y con nuestra iniciativa, nosotros con nuestras capacidades y con
nuestros valores para ir haciendo que esa vida nuestra o que ese mundo en el
que vivimos sea mejor, lo vayamos construyendo mejor. ¿Quiénes somos los que
hemos conducido a este mundo por estos derroteros de los que ahora nos
quejamos?
Pero quizá
cuando nos sentimos débiles e indefensos para enfrentarnos a todo eso, para
saber hacer que nuestro mundo sea mejor, siga quemándonos en nuestros labios o
en nuestro corazón esa misma queja y esa misma pregunta. ‘¿No te importa que nos hundamos?’ Y tenemos que darnos cuenta de una cosa y es que Dios
no se desentiende de nuestra travesía cuando El ha querido venir a hacer esa
misma travesía con nosotros. En aquella barca que parecía que se iba a hundir
estaba Jesús ¿quería hundirse El con la barca y todos sus acompañantes?
Dios está embarcado con nosotros en esa
travesía de la vida; Dios está embarcado con nosotros en esa tarea de ir
conduciendo nuestro mundo, y será El quien nos dé esa sabiduría que
necesitamos, quien nos dé esa fuerza para seguir remando frente a la tormenta,
quien nos levanta sobre la olas de la vida o nos ayuda a descubrir el faro que
al final nos señala el puerto seguro.
Tenemos que seguir haciendo la travesía
de la vida porque además Jesús nos lanza siempre hacia otras orillas, hacia
otros horizontes, hacia otros campos a los que también tenemos que llegar. La
travesía no es fácil, encontrarnos con eso nuevo que está más allá y que Jesús
nos ofrece en ocasiones nos puede llenar de dudas y de incertidumbres, de
miedos y hasta de cobardías, pero tenemos que seguir remando hacia delante,
tenemos que seguir llevando ese mensaje de vida que resucite muertos, esa
palabra de salvación que sane nuestras heridas, esa luz que ilumine nuestros
caminos.
No temamos, porque Jesús está con
nosotros en esa misma barca, aunque nos parezca dormido, pero está haciendo la
travesía con nosotros y su presencia nos da fortaleza y seguridad, su presencia
nos hace confiar, su presencia se convierte en gracia de vida para nosotros. Si
confiamos en El no vamos a perecer, si confiamos en El llegaremos a la otra
orilla, si confiamos en El podremos hacer ciertamente que nuestro mundo sea
mejor. El no abandona el barco, y nosotros tampoco podemos desentendernos de lo
que son nuestras responsabilidades.