Quien
quiere anular la existencia de Dios está cerrando a sí mismo las puertas que le
puedan llevar al encuentro de misericordia con Dios, no podrá saborear lo que
es el perdón
2Samuel 5, 1-7. 10; Sal 88; Marcos 3, 22-30
Qué terrible
es sembrar dudas en el corazón de los otros. Dudas, por supuesto, podemos tener
y de hecho tenemos; las dudas nos hacen interrogarnos a nosotros mismos y
ponernos en camino de búsqueda; la duda no puede ser destrucción sino un
interrogante abierto a nuevos horizontes, a nuevos planteamientos, a una mayor profundización
en la vida.
Pero cuando
hablaba de esas dudas que se siembran en el corazón de los otros normalmente
suelen ir llenas de malicia, y el afán es muchas veces destructivo; dudas que
siembran sobre aspectos de la fe o de la religiosidad de las personas, pero con
el afán de destruir los verdaderos cimientos de esa fe; como dudas que
sembramos acerca de los demás, insinuando pero no atreviéndose quizás a acusar,
desconfiando y manifestando esa desconfianza que tengamos de los otros sin ningún
fundamento, sino solo, como decíamos, con el afán de destruir. Ayuda a abrir
caminos pero no destruyas lo ya caminado, o el sentido con el que los otros
quieren caminar. Las dudas tendrían que ser, no para desconfiar, sino para
hacernos crecer, para descubrirnos caminos positivos y para hacer que haya un
verdadero progreso en la vida.
Hay gentes
que parece que están especializadas en destruir, en crear desconfianza, en
poner en duda todas las cosas para arrasar desde los fundamentos, desde las
mejores raíces que tengamos en la vida y que nos sustentan. Qué dañinas son
esas personas, cuántas confusiones crean, a cuánta gente dejan como desnudas
sin verdaderos valores y sin nada en que apoyarse en la vida. Terrible pecado
tendríamos que decir.
Esos
sembradores de dudas y de cizaña cuanto daño van haciendo. Es una guerra de
guerrillas que crea confusión y desconfianza; es algo que vemos en la vida
mucho más de lo que quisiéramos; es algo que contemplamos en los diversos
ámbitos de la vida; es algo de lo que se aprovechan muy astutamente quienes
tienen a la religión como su enemigo al que hay que destruir y que aprovecharan
cualquier circunstancia para sembrar esa duda, para desestabilizar el
pensamiento y el fundamento muchas veces de los más débiles.
Hoy en el
evangelio vemos cómo se meten con Jesús. Incluso nos hablará de escribas que
han bajado de Jerusalén a Galilea para tratar de destruir la obra de Jesús. Se
les iba de las manos en sus planteamientos y lo mejor era destruir, destruir creando
esa desconfianza en la gente, esas dudas nunca constructivas en el interior de
las personas. Jesús con su presencia va destruyendo por así decirlo las bases
del mal; nos habla el evangelio de endemoniados a los que Jesús libera de sus
ataduras, pero que ahora aquellos que han venido vendrán acusando a Jesús que
si expulsa los demonios es por el poder del mismo Belcebú. Una incongruencia
tan grande que Jesús se las desbarata porque estarían hablando de un reino
dividido y que lucha contra sí mismo.
Es negar el
poder de Dios que se manifiesta en Jesús. Quien quiere anular la existencia de
Dios está cerrando puertas en su vida que le puedan llevar a ese encuentro de
misericordia con Dios. Por eso les dice Jesús que no podrán encontrar el perdón.
Si niegan el origen de la misericordia y el perdón que es Dios mismo en su
amor, cierran las puertas de la misericordia para ellos, porque no creen en esa
misericordia, en ese amor de Dios por todos nosotros.
Cuidado con
las intenciones perversas que se nos pueden meter en el corazón. Cuidemos de no
hacer daño a nadie creando esas dudas y desconfianzas que destruyen. Busquemos
siempre camino de amor y de bondad que nos acercarán a Dios; llevemos la pureza
de nuestro corazón al encuentro con los demás.
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