Un
camino de paciencia, un camino de respeto, un camino, en fin de cuentas, de
amor, porque el amor siempre es paciente cuando es verdadero amor
2Samuel 11, 1-4a. 4c-10a. 13-17; Sal 50;
Marcos 4, 26-34
Lo que falta
ya es que queramos recoger la cosecha antes de sembrar la semilla. Así andamos,
con nuestras prisas y nuestras precipitaciones; todo lo queremos al momento;
como estamos tan automatizados con la informática, creemos que todo podemos
hacerlo así. Pero las cosas tienen su ritmo, aun las que vemos más
automatizadas; es cierto que en ese tema informático por decirlo de una manera fácil
tenemos unos aceleradores que nunca nos habíamos podido imagina, más allá de
los sueños de un novelista o un poeta, sin embargo la vida tiene su ritmo, la
naturaleza tiene su ritmo, la semilla que plantamos en la tierra tiene su
ritmo, las personas con sus reacciones o con sus respuestas tienen también su
ritmo.
Creo que
algunas veces tendríamos que detenernos de esas velocidades de vértigo a las
que queremos ir siempre por las autopistas de la vida. Hay un misterio en
nosotros, en nuestro ser, que es algo bien distinto de esa automatización de
todo a la que nos estamos acostumbrando. Porque tenemos que pensar en las
personas, que además no todos somos iguales; cada uno tiene también su propio
ritmo. Y esa maduración interna que tenemos que ir haciendo de las cosas que
nos suceden o de las cosas incluso que se nos plantean tenemos que respetarla,
no vayamos a caer en una inhumanidad por
insensibles.
Hoy Jesús en
el evangelio ha vuelto a proponernos parábolas que hablan de semillas, de
plantas que nacen y que crecen y que de una forma u otra pueden o tienen que
llegar a dar sus frutos, los propios de cada planta. Si en la parábola del
sembrador quizás teníamos que fijarnos mucho en el terreno donde se sembrara
esa semilla y de su preparación, hoy la parábola parece fijarse en la semilla
en si misma. Se planta, germina a su tiempo bajo tierra, brotará la planta que
crecerá a su ritmo hasta que un día veamos florecer una espiga prometedora de
ricos frutos. Y como dice la parábola el agricultor no ve lo que está
sucediendo en aquella semilla, ni bajo tierra, podrá ver finalmente la planta
que crece y sus frutos tan ansiados.
¿No sucede
algo así en el interior de la persona? ¿Quién es capaz de decirnos con certeza
lo que pasa en el interior de cada persona? ¿Quién conoce mi pensamiento si yo
no lo manifiesto? ¿Quién sabe de las reacciones interiores que se provocan en mí
ante lo que me sucede o lo que pueda entrar por mis oídos? ¿Quién sabe las
cosas que tengo que superar, las dificultades que tengo que vencer, los cambios
profundos que tenga que realizar para poder hacer lo que se me pide? Y no
queremos hablar aquí de las respuestas que a todo esto nos puedan dar los sicólogos
o los sociólogos – y no quiero por supuesto minusvalorar su función y su saber
porque es cierto que pueden ser ayudas en mi vida -, porque por encima o detrás
de todo eso está el misterio de mi ser, de mi vida, también de mi voluntad. La
decisión última será la que yo haga con mi entera libertad después de haber
hecho lo que ha sido mi propio recorrido, mi propio camino.
Nos está
hablando Jesús con las parábolas que nos propone del Reino de Dios y cómo el
Reino de Dios se va realizando en nosotros. pero cuando nos está hablando del
Reino de Dios no nos está hablando de algo abstracto que se quede solamente en
ideas, sino que está hablando de la realidad de nuestra vida y cómo en esa vida
nuestra se ira realizando el Reino de Dios, como se irá transformando nuestra
vida.
A veces los
predicadores o los que tienen una función pastoral dentro de la Iglesia se
cansan y se desaniman por lo que cuesta ver los frutos del trabajo que
realizan. Tendríamos que leer y escuchar con mucha más atención estas parábolas
que nos está ofreciendo hoy el Señor para que aprendamos a respetar los ritmos
de las personas y en consecuencia también los ritmos de nuestras comunidades.
Eso misterioso que sucede en el interior del hombre y que es un misterio de
gracia, misterio de gracia en lo que Dios quiere realizar dentro de nosotros,
pero misterio del hombre, misterio de la persona que ha de ir dando una
respuesta, haciendo un recorrido, encontrando una disponibilidad, sintiendo una
fuerza, la fuerza que le viene de lo alto, que será el que al final moverá su
corazón.
Esto nos
llevaría también a preguntarnos por qué nos volvemos tan exigentes con las
otras personas cuando les pedimos algo, cuando esperamos algo de los otros. Un
camino de paciencia, un camino de respeto, un camino, en fin de cuentas, de
amor, porque el amor siempre es paciente cuando es verdadero amor. Es la
paciencia de Dios con nosotros porque en Dios siempre hay amor.
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