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domingo, 23 de enero de 2022

Jesús nos llena de su Espíritu para que seamos nosotros los que hagamos con los signos nuestra vida ese anuncio y construyamos el año de gracia en el hoy de nuestro mundo

 


Jesús nos llena de su Espíritu para que seamos nosotros los que hagamos con los signos nuestra vida ese anuncio y construyamos el año de gracia en el hoy de nuestro mundo

Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10; Sal 18; 1Corintios 12, 12-30; Lucas 1, 1-4; 4, 14- 21

Los que tienen la tarea o la misión de hablar en público saben que muy importantes son las primeras palabras que pronuncie, los gestos que pueda realizar porque todo son los signos o señales por las que va a captar la atención de quienes le escuchan. Es también la seguridad con que ofrecemos nuestra disertación porque eso de alguna manera va dando autoridad a nuestras palabras y se prestará atención al mensaje que queremos ofrecer, pero será también la autenticidad de nuestra vida la que certifique nuestras palabras. No es tarea fácil.

Aquella mañana en la Sinagoga de Nazaret al menos se estaba despertando curiosidad porque quien hacía la proclamación del profeta era un hijo de aquel pueblo y por allá andaban sus parientes y sus amigos; ‘y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan’; venía pues precedido de cierta fama porque ya en sinagogas de otros pueblos también había ofrecido su enseñanza y se decía que acompañaba de signos el mensaje que trasmitía del nuevo Reino de Dios que anunciaba. ‘Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él’.

Una profecía mesiánica es lo que se había proclamado con el texto de Isaías escogido; era el anuncio de una esperanza que hasta entonces no había tenido cumplimiento y una vez sus espíritus suspirarían porque pronto se cumplieran esas promesas. Era deseo de todos la llegada del Mesías tantas veces anunciado, y que ahora aquel profeta que había aparecido por las orillas del Jordán allá junto al desierto anunciaba como ya inminente. ‘En medio de vosotros está y no le conocéis’, les había repetido mientras había invitado a la gente a bautizarse para preparar los caminos del Señor tan inminentes. Pero era algo que volvían a escuchar una vez más.

Por eso ahora todos estaban atentos a sus palabras. Y las palabras de Jesús son breves. ‘Y él comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír’. Todo lo anunciado por el profeta allí se estaba cumpliendo. Era una buena noticia, la noticia más esperada, pero por eso mismo no terminaban de creérsela. Era la buena noticia de la llegada del tiempo nuevo, el tiempo de la amnistía y del perdón, era el año de gracia del Señor.

Una buena noticia para todos aquellos que se sintieran esclavos y oprimidos; una buena noticia para los ciegos que recobraban la vista, o los sordomudos que podían oír y hablar; una buena noticia porque el tiempo de la liberación comenzaba, ellos que se sentían oprimidos y abandonados hasta de Dios, ahora estaban bajo la opresión de los romanos que los dominaban. El tiempo de la gracia comenzaba. Allí estaba el que venía lleno del Espíritu del Señor para anunciar esa buena nueva a los pobres y cuántos se sentían oprimidos. Era el ungido y el enviado del Señor.

Pero como tantas veces sucede las noticias más grandiosas manifestadas y expresadas así de manera sencilla parecen difíciles de creer, la asamblea de Nazaret se llenaba de asombro ante las palabras de Jesús y no terminaban de creérselo. Querían otros signos, querían otras señales, no terminaban de comprender que las señales estaban delante de sus ojos; cuántas veces nos cegamos ante lo más evidente.

Pero esta palabra que hoy estamos escuchando no fue solo palabra nueva, buena nueva para las gentes de Nazaret de aquellos tiempos, sino que sigue siendo buena nueva hoy, sigue siendo evangelio hoy. Así tenemos que escucharla. También hoy, ahora mismo, se nos dice: ‘Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír’. Es el hoy de la Palabra de Dios que tanto nos cuesta escuchar y aceptar. Nos es más fácil darles explicaciones de que fue entonces, de que fue para aquellas gentes y aquel lugar, que aceptar que es Palabra de Dios que se nos proclama en el hoy de nuestra vida.

Oprimidos y esclavos, ciegos o paralizados en las circunstancias que vivimos en el hoy y ahora de nuestra vida a nosotros se nos hace también el mismo anuncio. Así andamos, con preocupaciones y problemas, con situaciones de la vida que parece que cada día se complican más, con un mundo revuelto sobre el que siguen resonando muchos tambores de guerra y de violencia, con tanta gente a quienes vemos esclavizados en una variedad tan grande de apegos, de vicios, de maldad, de vanidad y de apariencias, de orgullos y resentimientos que conducen tantas veces a la violencia.

Ahí, en medio de todas esas cosas que también envuelven nuestro corazón, porque no son solo cosas que puedan sufrir otros sino que las llevamos clavadas en nosotros mismos, escuchamos hoy este anuncio del evangelio. Puede comenzar un tiempo nuevo, puede comenzar una nueva era para la humanidad, muchas cosas quizá tendrán que transformarse como los ciegos que comienzan a ver o los inválidos que comienzan a caminar, puede ser un año de gracia del Señor ese mundo nuevo que tenemos que empeñarnos en construir no dejándonos arrastrar por derrotismos, por insolidaridades que nos encierren en nosotros mismos.

Es Jesús que nos llena de su Espíritu para que seamos nosotros los que hagamos con nuestra vida ese anuncio nuevo, para que seamos nosotros los que construyamos ese año de gracia, para que seamos nosotros los que hagamos una nueva humanidad. Los signos y señales tienen que aparecer en nuestra vida; los cristianos no nos podemos ocultar; tenemos que mostrar esos signos nuevos del Reino de Dios.

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