Jesús
nos llena de su Espíritu para que seamos nosotros los que hagamos con los
signos nuestra vida ese anuncio y construyamos el año de gracia en el hoy de
nuestro mundo
Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10; Sal 18;
1Corintios 12, 12-30; Lucas 1, 1-4; 4, 14- 21
Los que
tienen la tarea o la misión de hablar en público saben que muy importantes son
las primeras palabras que pronuncie, los gestos que pueda realizar porque todo
son los signos o señales por las que va a captar la atención de quienes le
escuchan. Es también la seguridad con que ofrecemos nuestra disertación porque
eso de alguna manera va dando autoridad a nuestras palabras y se prestará
atención al mensaje que queremos ofrecer, pero será también la autenticidad de
nuestra vida la que certifique nuestras palabras. No es tarea fácil.
Aquella
mañana en la Sinagoga de Nazaret al menos se estaba despertando curiosidad
porque quien hacía la proclamación del profeta era un hijo de aquel pueblo y por allá andaban sus parientes y sus amigos; ‘y su
fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo
alababan’; venía pues precedido de cierta fama porque ya en sinagogas de otros pueblos también había
ofrecido su enseñanza y se decía que acompañaba de signos el mensaje que
trasmitía del nuevo Reino de Dios que anunciaba. ‘Toda la sinagoga tenía los
ojos clavados en él’.
Una profecía
mesiánica es lo que se había proclamado con el texto de Isaías escogido; era el
anuncio de una esperanza que hasta entonces no había tenido cumplimiento y una
vez sus espíritus suspirarían porque pronto se cumplieran esas promesas. Era
deseo de todos la llegada del Mesías tantas veces anunciado, y que ahora aquel
profeta que había aparecido por las orillas del Jordán allá junto al desierto
anunciaba como ya inminente. ‘En medio de vosotros está y no le conocéis’,
les había repetido mientras había invitado a la gente a bautizarse para
preparar los caminos del Señor tan inminentes. Pero era algo que volvían a
escuchar una vez más.
Por eso ahora
todos estaban atentos a sus palabras. Y las palabras de Jesús son breves. ‘Y él comenzó a decirles: Hoy se ha
cumplido esta Escritura que acabáis de oír’. Todo lo anunciado por el
profeta allí se estaba cumpliendo. Era una buena noticia, la noticia más
esperada, pero por eso mismo no terminaban de creérsela. Era la buena noticia
de la llegada del tiempo nuevo, el tiempo de la amnistía y del perdón, era el
año de gracia del Señor.
Una buena noticia para todos aquellos
que se sintieran esclavos y oprimidos; una buena noticia para los ciegos que
recobraban la vista, o los sordomudos que podían oír y hablar; una buena
noticia porque el tiempo de la liberación comenzaba, ellos que se sentían
oprimidos y abandonados hasta de Dios, ahora estaban bajo la opresión de los
romanos que los dominaban. El tiempo de la gracia comenzaba. Allí estaba el que
venía lleno del Espíritu del Señor para anunciar esa buena nueva a los pobres y
cuántos se sentían oprimidos. Era el ungido y el enviado del Señor.
Pero como tantas veces sucede las
noticias más grandiosas manifestadas y expresadas así de manera sencilla
parecen difíciles de creer, la asamblea de Nazaret se llenaba de asombro ante
las palabras de Jesús y no terminaban de creérselo. Querían otros signos,
querían otras señales, no terminaban de comprender que las señales estaban
delante de sus ojos; cuántas veces nos cegamos ante lo más evidente.
Pero esta palabra que hoy estamos
escuchando no fue solo palabra nueva, buena nueva para las gentes de Nazaret de
aquellos tiempos, sino que sigue siendo buena nueva hoy, sigue siendo evangelio
hoy. Así tenemos que escucharla. También hoy, ahora mismo, se nos dice: ‘Hoy
se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír’. Es el hoy de la Palabra
de Dios que tanto nos cuesta escuchar y aceptar. Nos es más fácil darles
explicaciones de que fue entonces, de que fue para aquellas gentes y aquel
lugar, que aceptar que es Palabra de Dios que se nos proclama en el hoy de
nuestra vida.
Oprimidos y esclavos, ciegos o
paralizados en las circunstancias que vivimos en el hoy y ahora de nuestra vida
a nosotros se nos hace también el mismo anuncio. Así andamos, con
preocupaciones y problemas, con situaciones de la vida que parece que cada día
se complican más, con un mundo revuelto sobre el que siguen resonando muchos
tambores de guerra y de violencia, con tanta gente a quienes vemos esclavizados
en una variedad tan grande de apegos, de vicios, de maldad, de vanidad y de
apariencias, de orgullos y resentimientos que conducen tantas veces a la
violencia.
Ahí, en medio de todas esas cosas que
también envuelven nuestro corazón, porque no son solo cosas que puedan sufrir
otros sino que las llevamos clavadas en nosotros mismos, escuchamos hoy este
anuncio del evangelio. Puede comenzar un tiempo nuevo, puede comenzar una nueva
era para la humanidad, muchas cosas quizá tendrán que transformarse como los
ciegos que comienzan a ver o los inválidos que comienzan a caminar, puede ser
un año de gracia del Señor ese mundo nuevo que tenemos que empeñarnos en
construir no dejándonos arrastrar por derrotismos, por insolidaridades que nos
encierren en nosotros mismos.
Es Jesús que nos llena de su Espíritu
para que seamos nosotros los que hagamos con nuestra vida ese anuncio nuevo,
para que seamos nosotros los que construyamos ese año de gracia, para que
seamos nosotros los que hagamos una nueva humanidad. Los signos y señales
tienen que aparecer en nuestra vida; los cristianos no nos podemos ocultar;
tenemos que mostrar esos signos nuevos del Reino de Dios.
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