Tengamos la valentía de ponernos con sinceridad ante la
Palabra del Señor y dejémonos interpelar por esa Palabra que es luz, fortaleza
y camino hacia la verdad en plenitud
Eclesiástico 48, 1-4.9-11b; Sal 79; Mateo
17, 10-13
Muchas veces
nos rondan preguntas en nuestro interior que de alguna manera se quedan en el
tintero, porque parece que no encontramos el sitio ni el momento oportuno donde
nos sintamos con confianza; puede ser la timidez o la inseguridad que muchas
veces sentimos que nos hace como avergonzarnos de lo que nos ronda por dentro,
pero en el fondo estamos deseando encontrar ese momento y esa persona. Sucede
más de lo que pensamos; aunque parezca muchas veces que la relación es fluida
entre las personas, entre los que se dicen amigos, o con aquellos que están ahí
en la vida para ayudarnos, nos falta ese momento de coraje, de humildad y de
valentía al mismo tiempo para plantearnos las cosas.
Hay cosas de
las que nos cuesta hablar; nos parecen de nuestra particular intimidad, aunque
en otras cosas seamos muchas veces muy locuaces y hasta muy liberales; pensemos
que de nuestro interior poco decimos, de la vida espiritual no parece que sea
un tema fácil o nos parece que nos van a tratar como ñoños o infantiles porque
eso para algunos no está de moda, de las aspiraciones profundas de la vida solo
contamos con muy pocas personas, de las dudas en cuestiones importantes nos
callamos para no parecer unos analfabetos.
A los discípulos
con Jesús les pasaba también muchas veces. Estaban con El, les explicaba con
todo detalle las cosas que los demás no entendían, pero les vemos muchas veces
por detrás discutiendo sobre sus ambiciones, y los recelos y envidias que entre
ellos mismos se generaban porque siempre se andaban preguntando quien sería el
más importante, algo así, que como quien iba a heredar el mando cuando Jesús
faltase, lo hacían por detrás y como a escondidas, mientras iban de camino en
que de alguna manera se dispersaban un poco.
Ahora parece
que ha llegado el momento, sobre todo para aquellos tres que habían subido
especialmente con El a la montaña y habían sido testigos de lo que allí había
sucedido, la transfiguración del Señor. Parece que ahora se sienten con
confianza y mientras van bajando surge alguna pregunta que llevaban rumiando en
su interior. Habían conocido a Juan, el Bautista, allá en el desierto y alguno
había sido incluso su discípulo, oían hablar de los antiguos profetas y de sus
anuncios y promesas mesiánicas, ahora habían sido testigos en medio de la
transfiguración de Jesús en la oración que habían aparecido Moisés y Elías
hablando con Jesús.
De este
profeta quieren preguntar. Estaba la nebulosa del misterio de su subida al
cielo en un carro de fuego y los anuncios proféticos que hablaban de la vuelta
de Elías cuando llegasen los momentos de plenitud. De alguna manera estaban
presintiendo que esos momentos estaban llegando por lo que vislumbraban de
Jesús y ahora más después de la teofanía del Tabor. ¿Había llegado ya el
momento de la vuelta de Elías y eran entonces los tiempos del cumplimiento de
las promesas mesiánicas?
‘¿Por
qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?’ Jesús viene a decirles
que muchas veces será difícil para la gente interpretar los signos de Dios. No
siempre eran aceptados los profetas, muchos fueron rechazados violentamente.
Allí habían tenido a Juan Bautista y no todos habían querido creer en El, y ya
todos sabían cómo había terminado a manos de Herodes. Pero aprovecha Jesús para
anunciar que al Hijo del Hombre le va a suceder de manera semejante porque no
todos quieren aceptarlo. Aquí a ellos ahora mismo tampoco sabían interpretar
estas palabras de Jesús. Pero Jesús les había día que Elías había venido ya,
aunque no lo supieron ver. Interpretarían después ellos que Jesús se estaba
refiriendo precisamente a Juan el Bautista.
El ángel
en su aparición a Zacarías en el templo lo había anunciado como el que ‘venía
con el espíritu y el poder de Elías para convertir los corazones de los padres
hacia los hijos y a los desobedientes a la sensatez de los justos, para
preparar al Señor un pueblo bien dispuesto’. ¿No era eso precisamente lo
que Juan había realizado con su predicación allá en el desierto junto al
Jordán?
Dejémonos
instruir por el Espíritu del Señor. Dejémonos conducir y no cerremos nuestros
corazones. Tengamos la valentía de ponernos con sinceridad ante la Palabra del
Señor y dejémonos interpelar por esa Palabra que al mismo tiempo irá siendo luz
en nuestras dudas, fortaleza en nuestra debilidad y camino cierto que nos
conducirá a la Verdad plena.