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domingo, 4 de diciembre de 2022

Un brote nuevo que reverdece donde todo estaba seco que nos habla de esperanza y también camino nuevo que hemos de ser capaces de emprender aunque estemos en medio de desiertos

 


Un brote nuevo que reverdece donde todo estaba seco que nos habla de esperanza y también camino nuevo que hemos de ser capaces de emprender aunque estemos en medio de desiertos

 Isaías 11, 1-10; Sal 71;  Romanos 15, 4-9;  Mateo 3, 1-12

Todos necesitamos en algún momento de la vida un grito que nos despierte, una palabra que llegue a lo más hondo de nosotros y despierte ilusiones y esperanzas, un susurro quizás al oído que nos sugiera otro camino, otras decisiones, un rayo de luz que nos abra horizontes nuevos.

Todos lo necesitamos, en cualquier situación o circunstancia que viva cada uno, porque nos aletargamos con nuestras rutinas, nos angustiamos con los problemas que se nos presentan, nos sentimos turbados ante la situación que podamos vivir, porque hay ocasiones en que no sabemos qué hacer, hay tal desconcierto en la sociedad en la que vivimos que parece que no encontramos valores que nos merezcan la pena, nos envuelven las crisis de la sociedad que ya son solo la guerra, las pandemias, la pobreza, los miedos ante lo que ahora tanto se habla como el cambio climático, sino que la crisis es más hondo porque hay vacío, los valores que siempre habíamos vivido parece que han desaparecido, en la locura en que vivimos no sabemos donde vamos a terminar.

Necesitamos esa palabra o ese grito que, como decíamos nos despierte y nos abra horizontes y caminos nuevos. ¿Nos estará faltando la esperanza? ¿Habremos dejado de creer en nosotros mismos y en la humanidad y lo damos todo por perdido? ¿Qué hemos hecho de la trascendencia que tiene nuestra vida que ahora parece que todo  se queda en el momento, en lo que ahora podamos disfrutar sin perdernos nada y por otro lado nos hemos materializado tanto que hemos dejado hasta de pensar en unos valores espirituales que nos eleven?

No son pesimismos sino realidades que contemplamos desde una esperanza que no nos puede faltar. No es una palabra cualquiera lo que queremos escuchar, porque ya hay muchas palabras vanas en la vida que nos ofrecen paraísos imposibles si no llegamos a darle verdadera profundidad a la vida. Necesitamos esa palabra que nos haga mirar a nuestro interior, que nos haga encontrarnos con nosotros mismos, que nos haga descubrir lo que es verdaderamente importante, que nos eleve también porque andamos demasiado arrastrándonos a ras de tierra.

Como creyentes sabemos que esa palabra solo puede venirnos de Dios. Es Palabra nueva y Palabra viva lo que necesitamos, no una palabra cualquiera. Las soluciones que nos podamos dar nosotros mismos siempre pueden ser soluciones caducas y efímeras, y queremos algo que nos lleve por caminos de mayor plenitud, que nos hagan encontrar también nuestra verdadera grandeza. Y eso solo nos puede venir de Dios.

En este segundo domingo de Adviento tenemos un mensaje que nos llena de esperanza desde las dos grandes figuras que se nos presentan, Isaías y Juan Bautista. Isaías habla a un pueblo que también se siente perturbado por muchas cosas pero les anuncia tiempos nuevos, no con promesas falsas y vacías, sino con una Palabra llena de vida y que así se hace veraz.

Habla en imágenes de un tronco que parece reseco y aparentemente muerto – es la imagen de la situación en la que vive un pueblo sin Dios – pero del que va a brotar un renuevo de vida. Todos habremos contemplado alguna vez en nuestros campos un tronco así tirado por cualquier lugar, pero que vemos que de alguna de sus yemas aparentemente reseca brota un nuevo tallo lleno de vida y que nos llena de esperanza porque no está todo perdido.

‘Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor. Lo inspirará el temor del Señor’, dice el profeta. Y habla de tiempos nuevos de justicia y de paz ‘porque está lleno el país del conocimiento del Señor, como las aguas colman el mar’. Es un anuncio profético de la venida del Mesías que nos llenará de ese conocimiento de Dios, porque ‘nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien se lo quiere revelar’, que ahora también a nosotros nos llena de esperanza en este tiempo de adviento que estamos viviendo. Podremos llegar también a ese conocimiento del Señor.

Pero es necesaria una cosa. Nos la recordará el otro personaje que nos aparece en este domingo, Juan el Bautista. El evangelista nos hace una descripción de su presencia como voz que grita en el desierto para preparar los caminos del Señor. No predica Juan en la ciudad, en las sinagogas o en el templo, lo cual es bien significativo. Hablará en el desierto donde han de abrirse nuevos caminos, pero que tienen que pasar por la rectificación total de los viejos caminos que ya de nada nos sirven. Por eso la palabra que emplea el Bautista es conversión.

Y conversión no son los apaños de unos arreglitos quedándonos de base con lo mismo de siempre, sino que conversión es dar la vuelta, es transformación total, es cambio de apreciación y de vida. No es tarea fácil, es cierto, y fue la razón por la que tantos rechazaron el mensaje de Jesús y del Evangelio; querían hacer remiendos, y ya nos dirá Jesús que los remiendos no nos valen. Son caminos nuevos porque es vida nueva, como tienen que ser odres nuevos porque es vino nuevo.

Decíamos al principio que necesitábamos una palabra fuerte y una palabra viva. Aquí la estamos escuchando hoy en el mensaje de los profetas y en el mensaje del Bautista. Es un brote nuevo que reverdece donde todo estaba seco y que nos habla de esperanza y de que es posible esa esperanza para todo aquello que veíamos al principio que revolvía nuestra vida. Pero es también camino nuevo que tenemos que ser capaces de construir y de emprender aunque estemos en medio de desiertos; es la conversión que necesitamos hacer desde lo más profundo de nuestra vida.

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