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viernes, 9 de diciembre de 2022

Busquemos la sabiduría que nos enseña a valorar lo bueno que los otros hacen y estaremos en camino de encontrar a Dios que ahí y así se hace presente en la vida

 


Busquemos la sabiduría que nos enseña a valorar lo bueno que los otros hacen y estaremos en camino de encontrar a Dios que ahí y así se hace presente en la vida

 Isaías 48, 17-19; Sal 1; Mateo 11, 16-19

Algunas veces no nos es fácil entendernos. Da la impresión que hablamos lenguajes o idiomas distintos. Nos hacemos nuestras particulares interpretaciones no solo de las palabras que escuchamos, sino que en nuestro juicio estamos queriendo mirar con lupa lo que los otros hacen, aunque da la impresión que la lupa está empañada. Si tenemos el cristal empañado, difícilmente podemos ver con claridad lo que hay al otro lado.

Los que utilizamos lentes o gafas, como comúnmente decimos, a veces nos damos cuenta que no vemos con claridad, pero es por la suciedad que se ha acumulado en nuestros cristales. Así nos pasa en el juicio o la interpretación que hacemos de los demás, vamos desde nuestras particulares ideas ya preconcebidas, vamos con nuestros prejuicios, o vamos también con nuestra malicia. Cuántos conflictos se generan.

Es cierto que cada uno tiene su manera de pensar, pero eso no nos debe encerrar nunca en nosotros mismos. Tiene que haber apertura en el corazón para ser capaces de ver lo bueno que hay en los demás. Cuando en la lucha de la vida nos volvemos opositores los unos de los otros, cuánto nos cuesta aceptar que el otro pueda tener razón, cuánto nos cuesta aceptar lo bueno que realiza el otro.

Y así andamos en nuestra sociedad, lo vemos en la vida social y política, pero lo vemos en las relaciones más cercanas, ya sea con los vecinos, con los compañeros de trabajo o incluso en la propia familia. Nosotros queremos tener siempre la razón y no aceptaremos que el otro pueda ofrecernos algo positivo.

Qué difícil es construir así. Más bien muchas veces nos destruimos. Siempre andamos enmendando pero desde nuestra particular vara de medir y nos cuesta ser objetivos. Nos falta serenidad de espíritu, nos falta madurez. Y no es cuestión de hacer sincretismos en cosas que puedan ser irreconciliables, pero tenemos que aprender a ser tolerantes y respetuosos, para poder ser en verdad constructores.

Les costaba entender a Jesús las gentes de su época. Vemos la diversidad de reacciones. La gente sencilla que se entusiasmaba porque se despertaban las esperanzas en su corazón, pero al mismo tiempo les costaba quitarse de la cabeza la idea preconcebida de lo que tenia que ser el Mesías, y eso no era lo que encontraban en Jesús, por eso se dejarán manipular fácilmente. Por otra parte los que veían que el mundo que se habían construido se les venía abajo, porque su postura era estar siempre en un escalón por encima de los demás, para sentirse con poder, para manipular para que todo fuera a su conveniencia, por sus interpretaciones erradas que hacían de la ley de los profetas.

Unos decían que nadie hablaba como este hombre, en referencia a Jesús, y otros venían con preguntas capciosas para intentar cogerle y para tener de donde desprestigiarle ante el áurea que se había creado en torno a Jesús. No podían aceptar la sabiduría de Jesús, aunque la tuvieran palpable ante sus ojos.

Era la queja de Jesús contra aquella generación. Son como los niños de la plaza, dice, que ni juegan ni dejan jugar. Juan les parecía demasiado austero y exigente en su petición de conversión, a Jesús lo veían como un comilón que se comía con gente de mala calaña, con publicanos y pecadores.

Pero no nos quedemos en hacer juicio de aquella generación, sino que esta Escritura lo que quiere es que nosotros nos enfrentemos con nosotros mismos. ¿Cuál es nuestra verdadera actitud ante Jesús y ante su Buena Nueva? ¿No andaremos también con nuestras componendas o con nuestros prejuicios? Con sinceridad tenemos que ponernos ante Jesús quitando todo lo que empañe nuestra mirada. Escucharle con sinceridad. Abrir nuestro corazón y dejarnos conducir por su espíritu. Tendremos que limpiar el corazón. Por algo siempre nos pide conversión. Es una mirada nueva y limpia con la que tenemos que mirar el evangelio para poder dejarnos conducir por el Espíritu.

Cuando vayamos limpiando nuestra mirada nos daremos cuenta que en los demás, en lo que hacen los otros, hay más belleza de la que nosotros imaginábamos. Es que no tenemos que andar con imaginaciones y prejuicios, sino que tenemos que aprender a valorar a los otros, valorar sus ideas y pensamientos, valorar su manera de actuar sin entrar en juicios sobre lo que hacen.

Así nos enriqueceremos todos, así podremos en verdad construir ese mundo mejor, así caminaremos con verdadera esperanza llena de optimismo por la vida, así estaremos haciendo verdadero adviento en nosotros. Encontraremos la verdadera sabiduría.

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